Mensaje 28
Lectura bíblica: 2 S. 7:12-14a; Ef. 3:17; Ap. 21:2, 9
En este mensaje siento la carga de seguir exponiendo 2 Samuel 7:12-14a.
La revelación divina contenida en la Biblia es progresiva. En Génesis, Dios creó al hombre con una naturaleza buena. Esto significa que en el hombre no había nada pecaminoso o maligno. Cuando Dios vio lo que había creado, incluyendo al hombre, vio que todo era “bueno en gran manera” (Gn.1:31). Al principio de la historia del hombre, Dios lo puso en un huerto placentero, frente al árbol de la vida y al árbol del conocimiento del bien y del mal. Dios mandó a Adán que no comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal; ya que el día que de él comiera, moriría (2:17). Esto indica que Dios quería que el hombre participara del árbol de la vida. Pero el hombre cayó, y como resultado de ello, su conciencia se activó. Este hombre caído temió a Dios y lo adoró, y se dio cuenta de que debía hacer el bien y desechar el mal.
A Abel se le dio la revelación de la redención que Dios efectúa. Aunque la redención no se efectuó durante su época, Dios, según Su presciencia, se la reveló de antemano. Más tarde, Enoc y Noé vieron otros aspectos de la revelación divina.
Durante la época que se extiende de Adán a Job, la revelación divina era bastante ambigua. Job era una persona que temía a Dios, que adoraba a Dios y que se esforzaba por cultivar su integridad, rectitud y perfección. Job hizo todo lo posible por mantener su integridad. Sin embargo, Dios lo despojó de todo lo que tenía para mostrarle que él no necesitaba ni integridad, ni perfección, ni la norma más elevada de moralidad; lo que él necesitaba era a Dios mismo. Dios parecía decirle: “Job, Yo no estoy interesado en que cultives tu integridad ni tu perfección, sino que te edifiques conmigo. No debes ser un hombre de integridad ni de perfección, sino un hombre de Dios. Job, date cuenta que estás escaso de Mí. Tú no necesitas perfección ni integridad, sino a Mí”.
En la época de Job, la revelación divina no había avanzado mucho. La revelación que él habían recibido era principalmente que el hombre había sido creado por Dios y para Dios, y que necesitaba recibir a Dios como vida. El hombre debe ser única y exclusivamente un hombre de Dios. Para ese entonces, no había ninguna revelación acerca del edificio de Dios. Si nos detuviéramos en el libro de Job, pensaríamos que tener a Dios es suficiente. Sin embargo, eso no es así, pues, como veremos, Dios desea un edificio.
Después de que Dios ganó a Abraham, le prometió la buena tierra y un descendiente que la disfrutaría: Isaac. Isaac, al igual que la buena tierra que él disfrutó, tipifica a Cristo. El rico producto de la buena tierra (Dt. 8:7-10) representa al Cristo que es nuestro suministro de vida. Este suministro llega a ser el Espíritu vivificante, quien es la realidad de Cristo. La bendición del evangelio que Dios prometió a Abraham en realidad es Cristo como Espíritu (Gá. 3:14).
En el caso de David, la revelación divina avanza un poco más, y nos muestra que el hombre no sólo necesita a Dios, sino que necesita que Dios se forje en él. Dios no sólo quiere ser nuestra vida y nuestra provisión de vida; El desea forjarse en nosotros. Lo que a El le agrada es forjarse en nosotros y forjarnos a nosotros en El.
David quería edificarle casa a Dios, pero Dios lo detuvo y le dijo que El le edificaría una casa, una familia a él, de la cual saldría una simiente. Así vemos que Dios se forja en el hombre para edificar una casa, de la cual nace una simiente: Cristo. Después de eso, Cristo entra en nosotros y realiza una obra edificadora, mediante la cual hace Su hogar en nuestros corazones (Ef. 3:17). Cristo edifica Su casa en nuestros corazones con el elemento divino y el humano.
Este hogar es una morada mutua. En Juan 14:23, el Señor Jesús dice: “El que me ama ... Mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada con él”. Las palabras “haremos morada” equivalen a edificar una casa. Esta casa, esta morada, es mutua. Por ello, el Señor Jesús añade: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros” (15:4a).
En el Nuevo Testamento, la revelación divina alcanza la cumbre. Esta revelación abarca la meta que se le mostró a David en 2 Samuel 7.
Dios desea obtener un edificio, el cual es el aspecto más importante que presenta la Biblia. Este edificio es la Nueva Jerusalén, la cual es la esposa, el complemento de Cristo (Ap. 21:2, 9). La Nueva Jerusalén es la esposa colectiva de Cristo, y se compone de los santos del Antiguo Testamento y de los creyentes neotestamentarios (vs.12-14), quienes fueron edificados con el Dios Triuno. Este edificio se convertirá en la esposa del Cordero, Cristo, y será una morada en la que habitarán Dios y Sus redimidos (vs. 3, 22).
Hicimos notar que Job erraba al tratar de cultivar su integridad y perfección. Al final, Job aprendió que lo único que necesitaba era a Dios. Con todo y eso, en el caso de Job no se ve la edificación. Por tanto, debemos entender que no es suficiente con sólo tomar a Dios como vida y suministro de vida. Es posible que afirmemos que Cristo es el todo para nosotros: nuestra vida, aliento, comida, bebida, vestimenta y morada, pero aunque tengamos a Cristo en todos estos aspectos, aún no es suficiente. Necesitamos que Cristo, la corporificación del Dios Triuno, se forje en nuestro ser, que esté constituido en nosotros. Y esto mismo es lo que El lleva a cabo hoy.
Filipenses 3:7-11 habla de ir en pos de Cristo y de ganarlo. Cuando era joven, oí que debíamos seguir a Cristo y ganarlo. Más tarde, descubrí que ni siquiera esto es suficiente. Necesitamos que el Cristo que mora en nuestro espíritu se forje en nuestro corazón y haga de él y de nuestra humanidad, Su hogar.
Está siguiendo usted a Cristo? ¿Está ganando más de El? Es maravilloso ser una persona que va en pos de Cristo y lo gana, pero esto no es suficiente. Juan 14 y Efesios 3 revelan que Cristo entra en nosotros no solamente para morar o permanecer en nosotros, sino especialmente para edificar Su hogar en nuestro ser interior. Esta es la edificación.
En Génesis 2 se halla el árbol de la vida, un río y unos materiales preciosos: oro, bedelio y ónice. Sabemos que estos materiales sirven para la edificación por el hecho de que más adelante vemos que Eva fue formada. Esto concuerda con toda la Biblia. Cristo entró en nosotros como Espíritu para ser nuestra vida. Por una parte, El obra en nosotros para transformarnos en piedras preciosas; por otra, El está produciendo una casa, una morada, al edificarla consigo mismo (divinidad) y con nosotros (humanidad). Finalmente, esta habitación, que es Su morada y la nuestra, será la Nueva Jerusalén.
Esta perspectiva del edificio de Dios presentada en la Biblia, indica que la economía y meta de Dios, según Su beneplácito, es forjar a Dios en el hombre y a éste en El. Mencionamos que Atanasio afirmó lo siguiente: “El [Cristo] se hizo hombre para que nosotros lleguemos a ser Dios”. Esto significa que como hijos de Dios, nosotros somos “pequeños dioses” que tienen la vida y la naturaleza de Dios, mas sin ser objeto de adoración. Con todo, ni siquiera esto es la meta de Dios. Dios en Cristo está en nosotros con el propósito de forjarse en nuestro ser y forjarnos a nosotros en El. El forja Su divinidad en nuestra humanidad, y nuestra humanidad en Su divinidad, con el fin de mezclarlas y compenetrarlas en una sola entidad. Esto es semejante a la ofrenda de harina, la cual se producía al mezclar harina fina con aceite para satisfacer a Dios y al hombre.
En la época de David, la revelación divina alcanzó un nivel en el que Dios le mostró a éste Su deseo. Dios le reveló a David que no era suficiente simplemente con tener un hombre cuyo corazón fuera como el de El, sino que El deseaba forjarse en dicho hombre y constituirlo Su edificio, Su casa, de la cual saldría una simiente, que aunque humana, llegaría a ser el Hijo de Dios. Esta es la mezcla de lo divino con lo humano, la cual produce la iglesia, la casa de Dios.
Es mediante esta mezcla que Dios y el hombre, el hombre y Dios, se compenetran en una sola entidad, la cual es el edificio, la morada, donde ellos habitan. Esta entidad, que posee la naturaleza divina y la naturaleza humana, es también la esposa del Cristo redentor. Esta entidad es la Nueva Jerusalén, la cual permanecerá para siempre y será la centralidad y universalidad del cielo nuevo y la tierra nueva. Esta es la revelación completa de la Biblia.
La Biblia empieza con el árbol de la vida, un río fluyente, materiales preciosos —oro, bedelio y ónice— y una esposa edificada. Al final de la Biblia, vemos nuevamente el árbol de la vida, el fluir del agua viva, tres clases de materiales —oro, perlas y piedras preciosas— y una esposa edificada: la Nueva Jerusalén. Al comienzo de la Biblia se ve la meta de Dios, y al final, los logros de Dios. Esta es la meta de Dios, y El y nosotros nos dirigimos hacia ella. Si esta revelación es nuestro “mapa”, sabremos dónde estamos y dónde estaremos por la eternidad.