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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Samuel»
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Mensaje 30

EL DIOS TRIUNO PROCESADO REALIZA UNA SOLA OBRA: SE FORJA EN NUESTRO SER

  Lectura bíblica: 2 S. 7:11-14a; Jn. 14:23; Ef. 3:16-17; Mt. 13:3, 8, 23; 16:18; Ap. 21:2, 9-10, 12, 14, 22

  Damos gracias al Señor porque, al paso de los años, El nos ha abierto Su Palabra y nos ha hablado en Su recobro. En este mensaje, siento la carga de ayudarles a comprender cuál es la obra principal que realiza Dios en Su recobro, en Su economía.

EL RECOBRO DE DIOS Y LA ECONOMIA DE DIOS

  Las palabras recobro y economía aluden a lo mismo desde dos puntos de vista. Desde la perspectiva de Dios, es economía, mientras que desde la nuestra, es recobro. Dios reveló Su economía por medio de los apóstoles, pero debido a que los creyentes perdieron el adecuado entendimiento de la misma, tuvo que surgir un recobro. Por tanto, lo que se está recobrando hoy es la economía de Dios.

  El recobro que el Señor realiza consiste en restaurar la unidad del Cuerpo, lo cual significa que en el recobro necesitamos ver lo que es el Cuerpo universal, y permitir que dicha visión limite y rija lo que hacemos. Es menester participar en la restauración del Cuerpo de Cristo.

DIOS REALIZA UNA SOLA OBRA

  La economía de Dios gira en torno a una sola cosa: la obra de Dios. La obra singular que Dios en Cristo ha llevado a cabo en el universo a través de las eras y generaciones, es la de forjarse en Su pueblo elegido y hacerse uno con él. Esto supone la mezcla de lo divino con lo humano.

  Dios se hizo hombre y llevó una vida humana sobre la tierra. Luego, pasó por la muerte, entró en resurrección y ascensión y llegó a ser el Espíritu consumado y vivificante, listo para entrar en nosotros. Cuando entró en nosotros, El regeneró nuestro espíritu. Ahora opera y se incrementa en nosotros con el propósito de formarse en nuestro ser.

CRISTO HACE SU HOGAR EN NUESTROS CORAZONES

  La Biblia revela que Dios opera en nosotros, y que Cristo vive en nosotros. Con todo, en ella encontramos un término especial para referirse a la obra que Dios realiza en nuestro ser: edificar. En Efesios 3:16-17 Pablo ora al Padre, lo siguiente: “Para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu; para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe”. El hecho de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones alude a una edificación. Si queremos construir un hogar, primero debemos edificar una casa. Tener un hogar implica establecerse en un lugar específico. Sin embargo, esto requiere que tengamos una casa. Las palabras “para que Cristo haga Su hogar” indican claramente que El está en nosotros realizando una obra de edificación. Cristo está edificando un hogar en nuestro ser interior.

LOS MATERIALES CON LOS QUE SE PRODUCE EL EDIFICIO

La divinidad y la humanidad

  Para construir una casa se necesita el material adecuado. Cuando Dios creó el universo, El no usó ningún material; El simplemente habló, y todo fue hecho. Por ejemplo, El dijo: “Hágase la luz”, y fue la luz. Sin embargo, para que Cristo edifique una casa en nosotros, El necesita materiales. Por una parte, este material es Cristo mismo como elemento; por otra, el material incluye algo de nosotros, algo de nuestro elemento humano.

  Otro versículo que indica que el Dios Triuno lleva a cabo una obra de edificación en nosotros es Juan 14:23. En este versículo, el Señor Jesús expresa: “El que me ama ... Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Las palabras haremos morada de este versículo equivalen a la expresión haga Su hogar de Efesios 3:17. El Dios Triuno entró en nosotros para realizar una obra de edificación consigo mismo como elemento y también con algo de nosotros como material. Lo que se dice acerca de la edificación en estos versículos implica que el hecho de que Dios en Cristo se forje en nosotros tiene mucho que ver con lo que somos.

La semilla y la tierra con sus nutrientes

  La parábola del sembrador de Mateo 13 muestra que la semilla se siembra y los elementos de la tierra la hacen crecer. La semilla no crece por sí misma; ella necesita los elementos que se hallan en la tierra. Como resultado de ello, el producto contiene los elementos de la semilla y de la tierra. En esto vemos un principio espiritual importante: para que crezca la semilla, debe sembrarse en buena tierra. Si se siembra en la arena o entre las piedras, no crecerá, porque ni la arena ni las piedras proporcionan la nutrición adecuada.

  En Mateo 13, la semilla es la divinidad, mientras que la tierra con sus nutrientes es la humanidad. Cuando Dios nos creó, El puso en nosotros ciertos nutrientes como una preparación para entrar y crecer en nosotros. Dios creó el espíritu humano, el cual contiene los nutrientes humanos. Por ello, los humanos pueden creer en el Señor y recibirle.

  La semilla que se sembró en nosotros es Cristo como corporificación del Dios Triuno, y su crecimiento depende del nutrimiento que le proporcionemos. Cuanto más nutrientes le proveamos, más rápido crecerá la semilla y más pronto florecerá.

  La Biblia enseña que el crecimiento equivale a la edificación. El Señor Jesús dijo: “[Yo] edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). Esta edificación se efectúa al crecer la semilla divina en nosotros.

  En Cristo, El Dios Triuno, quien es la fuente de la vida, se sembró en nuestro ser. Cuando esta semilla entra en nosotros, encuentra los nutrientes espirituales y empieza a crecer. El crecimiento de la semilla divina no depende de ella, sino del número de nutrientes que le proporcionemos. Mateo 13 indica que sólo la buena tierra (vs. 8, 23) proporciona los nutrientes adecuados que hacen crecer la semilla divina.

Necesitamos ser fortalecidos en nuestro hombre interior

  Ya que el hecho de que Dios en Cristo se forje en nosotros no depende solamente de El como el elemento, sino también de los nutrientes que nosotros suministremos, es crucial que seamos fortalecidos en nuestro hombre interior. Si permanecemos en nuestra alma, en nuestro hombre natural, no proveeremos el alimento necesario que fomente el crecimiento de la semilla divina. Pero si somos fortalecidos en nuestro hombre interior, y si centramos todo nuestro ser en nuestro espíritu y lo ejercitamos, no habrá carencia de nutrientes. Entonces Cristo hará Su hogar en nuestro ser interior.

  Si Cristo hiciera Su hogar en nuestros corazones sin necesitar nada nuestro, Pablo no habría orado por nosotros como lo hizo en Efesios 3. Pablo rogó al Padre que nos fortaleciera con poder en el hombre interior por Su Espíritu. Este poder, al que se alude en Efesios 1:19-22, es el poder que levantó a Cristo de los muertos, que lo sentó a la diestra de Dios en los lugares celestiales, que sujetó todas las cosas bajo los pies de Cristo, y que constituyó a Cristo por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Este poder opera en nosotros (3:20), y con él Dios nos fortalece para que so produzca Su edificio. El Espíritu, por medio del cual Dios nos fortalece, es la consumación del Dios Triuno procesado. Por una parte, Dios nos fortalece consigo mismo como elemento, y por otra, nosotros proporcionamos los nutrientes. Por medio de ambas cosas, Dios en Cristo lleva a cabo la edificación intrínseca, es decir, edifica Su hogar en todo nuestro ser.

LA NUEVA JERUSALEN SE COMPONE DE LA DIVINIDAD Y LA HUMANIDAD COMPENETRADAS Y MEZCLADAS EN UNA SOLA ENTIDAD

  La revelación divina contenida en la Biblia concluye con un edificio: la Nueva Jerusalén. Este edificio es la compenetración y mezcla de lo divino con lo humano. Esto lo comprueba la descripción de la Nueva Jerusalén que se da en Apocalipsis 21. El versículo 3 dice que la Nueva Jerusalén es “el tabernáculo de Dios”, mientras que el versículo 22 lee: “Y no vi en ella templo, porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella”. La Nueva Jerusalén es el tabernáculo donde Dios mora; y Dios y el Cordero son el templo donde moran los redimidos. Esto indica que la Nueva Jerusalén será una morada donde habitarán Dios y el hombre. Además, este edificio se compone de seres humanos. Las puertas son perlas, sobre las cuales están inscritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel (v. 12), y sobre los doce cimientos están inscritos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero (v. 14). Esto indica claramente que la Nueva Jerusalén se compone del Dios Triuno, quien es la esencia, el centro y la universalidad, y del pueblo redimido.

  La Nueva Jerusalén se compone de lo divino y lo humano compenetrados y mezclados en una sola entidad. Todos los componentes tienen la misma vida, naturaleza y constitución, y por ende, son una persona colectiva. Esta denota que Dios se hace hombre y que el hombre llega a ser Dios en vida y naturaleza, mas sin ser objeto de adoración. Dios y el hombre, el hombre y Dios, se edifican juntamente al compenetrarse y mezclarse. Esta es la realización, la consumación, del edificio de Dios. Todos debemos tener esta visión.

EL EFECTO DE LA VISION DEL EDIFICIO DE DIOS EN NUESTRA OBRA

El ejemplo de Job

  La visión del edificio de Dios hará un efecto en nuestra obra. Si vemos lo que es el edificio de Dios, no intentaremos ayudar a los demás a ser más humildes o amables, pues esto pertenece a la esfera de las virtudes humanas, y no es lo que Dios desea. En cuanto a esto, les pediría que mediten sobre el caso de Job, quien alcanzó el nivel más elevado en lo que a edificar la integridad, la rectitud y la perfección se refiere. Al final, Dios lo despoja de todos sus logros para mostrarle que lo único que él necesitaba era a Dios.

Cristo vive en nosotros y disfruta de Sí mismo como la buena tierra

  Después de relacionarse con Job, Dios se relacionó con Abraham, a quien le hizo promesas con respecto a una simiente y la buena tierra. ¿Quiénes son los que disfrutan la buena tierra? La respuesta se da en la profecía que, a manera de tipología, recibió David en 2 Samuel 7. En realidad, El que disfruta la buena tierra es Cristo mismo. Esto significa que Dios en Cristo se convierte en nosotros mismos y disfruta la buena tierra. David era un hombre conforme al corazón de Dios, pero Dios sabía que esto no era suficiente. Así que, Dios revela que El le edificaría casa a David por medio de Su Hijo, el cual sería simiente de David. Por una parte, esta simiente es la buena tierra; por otra, la simiente es quien disfruta la buena tierra. Entonces, ¿quién disfruta a Cristo? La respuesta es que Cristo en nosotros se disfruta a Sí mismo. Ya no vivimos nosotros, mas Cristo vive en nuestro ser (Gá. 2:20). Cristo vive en nosotros para disfrutarse a Sí mismo como la buena tierra.

Necesitamos que Dios se forje en nuestros corazones

  Como veremos en un mensaje posterior, David, un hombre conforme al corazón de Dios, experimentó un tremendo fracaso. Esto indica que ser personas conforme al corazón de Dios no significa nada pues, es posible seguir vacíos sin que Dios se forje en nuestro corazón. En 2 Samuel 7, Dios parecía decir: “David, tú eres un hombre conforme a Mi corazón, pero necesitas que Yo Me forje en el tuyo, que Me forje en tu ser para que seas Yo mismo en vida y naturaleza. No es suficiente que seas conforme a mi corazón, debes ser capaz de declarar: “Para mí, el vivir es Dios”. Si David hubiera sido una persona como ésta, no habría fallado.

  Una persona puede ser conforme al corazón de Dios, y aún así no tenerlo a El, pues no se ha forjado en ella. La caída de David es un ejemplo del hecho de que si Dios no está forjado en nosotros, sin importar si somos personas conforme a Dios, no somos mejores que los demás. ¿De qué sirve ser conforme al corazón de Dios, si El no está constituido en nuestros corazones? Si comprendemos que Dios desea forjarse en Sus elegidos, y que esto es también lo que nosotros necesitamos, entonces la meta de nuestra obra será ministrar a Cristo a los demás para que el Dios Triuno se forje en ellos.

Ministrar al Dios que edifica y al Dios edificado

  Hoy la labor que realizamos en el recobro consiste en ministrar a Dios a las personas. Indudablemente, necesitamos salvar a los pecadores, y alimentar y perfeccionar a los santos; pero lo crucial es que impartamos a Dios en los demás. El Dios que ministramos no es solamente el Dios que edifica; es también el Dios edificado, el Dios que se forja en nosotros. Si no ministramos a Dios de esta manera, nuestra labor será de madera, heno y hojarasca (1 Co. 3:12).

  Les pido que mediten sobre la labor que están llevando a cabo para el Señor. Tal vez ustedes hayan iniciado la obra en una región o hayan traído muchas personas a Dios, pero les hago esta pregunta: ¿Cuánto de Cristo como corporificación del Dios Triuno se ha forjado en ellas? Si somos sinceros, nos humillaremos y confesaremos que muy poco del Dios Triuno se ha forjado en las personas que hemos traído a Dios. Por consiguiente, debemos poner en práctica una sola cosa: ministrar al Dios Triuno procesado en los demás para que El se forje en el hombre interior de ellos. En cada aspecto de nuestra obra, sea predicar el evangelio, nutrir a los creyentes, o perfeccionar a los santos, debemos ministrar al Dios que edifica y el Dios edificado a las personas. Les insto a que oren para que el Señor les enseñe a laborar de esta manera.

El Dios Triuno procesado se forja en Su pueblo redimido

  El Dios Triuno procesado está corporificado en Cristo y es hecho real como el Espíritu consumado. A este Dios adoramos, predicamos y ministramos a los demás. Hoy El se forja en Su pueblo redimido para producir una casa consigo mismo como elemento, y también con algo de la humanidad redimida y elevada de Su pueblo. Esta casa es la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Además, es el agrandamiento, la expansión de Cristo, quien es la corporificación del Dios Triuno hecho real como el Espíritu. Mientras llevamos a cabo los cuatro pasos que constituyen la manera que Dios estableció de engendrar, nutrir, perfeccionar y edificar, nuestra labor debe basarse en el Dios Triuno procesado, quien se forja en Su pueblo elegido.

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