Mensaje 34
Lectura bíblica: 2 S. 11:1-27; 12:1-23
En este mensaje, deseo decir algo acerca del fracaso del hombre y del castigo de Dios.
Los libros de Samuel revelan la soberanía de Dios y Su economía. Dios es soberano; El está detrás de todo y de todos. El es apto para lograr lo que quiere conforme al deseo de Su corazón y según Su economía eterna.
Dios en Cristo desea forjarse en Su pueblo elegido y formar una sola entidad orgánica con ellos. Esto significa que el Dios Triuno procesado y consumado se forma en el ser intrínseco de Su pueblo elegido, a fin de tener una constitución divina y humana. Esta entidad es el reino de Dios, el organismo del Dios Triuno y el Cuerpo orgánico de Cristo. Mientras Dios edifica esta entidad, muchas personas ciegas espiritualmente se esfuerzan por establecer su propia monarquía dentro del reino divino.
Los libros de Samuel revelan también el fracaso del hombre. David, un hombre conforme al corazón de Dios, falló en lo relativo a los apetitos de la carne. Su defecto consistió en que no restringió su carne. Cuando le proclamaron rey en Hebrón a la edad de treinta años, ya tenía por lo menos seis mujeres (2 S. 3:2-5). Más tarde, abusó de su reinado al asesinar a Urías y robarle su mujer.
Cuando Dios creó al hombre, El estableció que éste tuviera una sola mujer con el fin de producir hijos piadosos (Mal. 2:14-15). Booz, un importante elemento de la genealogía de Cristo, fue un buen ejemplo, pues él tuvo control de sus apetitos carnales (Rut 3). Samuel también fue un buen ejemplo. Su madre lo consagró a Dios como nazareo, y él respetó el voto de su madre toda su vida. Sin embargo, algunos hombres quebrantaron este principio. Por ejemplo, Gedeón, uno de los jueces de Israel, tenía muchas mujeres (Jue. 8:30). Lo mismo David, quien a pesar de ser un hombre conforme al corazón de Dios, experimentó un tremendo fracaso con respecto a los apetitos carnales.
Además del fracaso del hombre, los libros de Samuel revelan el castigo de Dios. Dios castigó severamente a David a causa de la magnitud de su pecado.
Después del fracaso de David, le sobrevinieron muchas desgracias a su familia: incestos, asesinatos y rebeliones. Parece ser que después del fracaso de David, la conducta de sus hijos cambió. Este cambio se ve particularmente en el caso de su hijo Absalón, quien mata a su hermano Amnón porque éste había deshonrado a su hermana, y luego se rebela contra su padre, hasta el punto de querer matarlo. El origen de este mal sin precedente fue la entrega de David a los apetitos de la carne.
El cambio que se produjo en los hijos de David debe enseñarnos a temer Dios. Debemos aprender la lección y mantener un miedo santo hacia Dios y de temblar ante El. Que nuestros hijos salgan buenos o malos depende totalmente de Dios; sin embargo, lo que seamos a los ojos de Dios afectará a nuestros hijos. Además, el castigo y la disciplina gubernamental que Dios inflige sobre los que le aman, siempre afectan a los hijos de ellos.
Como parte del castigo de Dios, el primer niño que le nació de la esposa de Urías, murió (2 S. 12:18). Por la misericordia soberana de Dios, a ella le nació otro niño. El nombre que le dio Dios fue Jedidías, que quiere decir “el amado de Jehová” (v. 25), y David lo llamó Salomón, que significa “hombre de paz” (v. 24). Esto indica que David esperaba disfrutar momentos de paz. Sin embargo, desde ese tiempo en adelante no hubo paz en su familia ni en todo el reino de Israel. El reinado de Salomón tuvo un principio maravilloso, pero a él le sucedió lo que a su padre, y tuvo un fin lamentable. Salomón tuvo setecientas mujeres y trescientas concubinas (1 Reyes 11:3). Sus mujeres paganas trajeron sus ídolos consigo e hicieron que el corazón de Salomón se apartara de Dios (vs. 4, 8).
Nuestro Dios es misericordioso, pero también es justo. Dios amaba a David, pero el pecado llevó a éste a perder su posición y once de las doce tribus. La tribu de Judá fue la única que permaneció con David (2 S. 20:1-2). Después del reinado de Salomón, el reino se dividió, y posteriormente, Judá e Israel fueron llevados cautivos. Los hijos de Israel perdieron su nación y la tierra de sus padres; fueron esparcidos por todo el mundo; y fueron perseguidos y matados. Hoy, a pesar de tener un estrecho pedazo de tierra cerca del mar Mediterráneo, ellos no tienen paz con sus vecinos.
Si trazamos la historia de la iglesia, veremos que los acontecimientos durante los diecinueve siglos pasados concuerdan con los cuatro aspectos descritos en los libros de Samuel: La soberanía de Dios, la economía de Dios, el fracaso del hombre y el castigo de Dios. En los capítulos dos y tres de Apocalipsis vemos a una iglesia que está bajo el juicio de Dios. Este juicio llega a su consumación en el capítulo diecisiete, donde se juzga a Babilonia la grande. Al meditar sobre el juicio de Dios, debemos estar conscientes de lo que Dios es y de qué manera debemos responder.
Los detalles del castigo que Dios infligió sobre David están escritos como una advertencia para nosotros (1 Co. 10:11). Debemos leer con seriedad este relato en la presencia de Dios. En él se nos advierte que entregarse a los deseos carnales es muy grave. Una breve mirada bastó a David para ser tentado y no poder resistirse.
Al relacionarnos con miembros del sexo opuesto, nosotros, los que estamos en el recobro del Señor, debemos estar santificados y separados para Dios. La maldad que el sexo acarrea es muy contagioso. Si queremos vencer nuestra carne y nuestro viejo hombre, debemos ejercitar nuestro espíritu. Pero esto no debe ser una simple enseñanza, sino una vivencia diaria.
Todos los santos, sobre todo los jóvenes, deben escudriñar sus corazones y tomar la gran resolución de corazón (Jue. 5:15-16) de no entregarse a los apetitos carnales. Nuestro Dios es vivo, y Cristo es real. Si tenemos a Cristo como Espíritu vivificante, todo es real, pero sin El, todo es vanidad de vanidades. El Espíritu obra en nosotros de una manera muy apacible. Debemos decir: “Señor Jesús, te amo, te necesito, y te recibo”. Si decimos esto, El será nuestro Salvador y nuestra salvación dinámica. El es el Cristo de pneuma, y como tal, nos salvará, nos guardará y nos protegerá de la contaminación de esta era, para que conservemos la gloria que hemos ganado.