Mensaje 38
(16)
2 SAMUEL 2—24
(10)
2 SAMUEL 21—24
Lectura bíblica: 2 S. 21; 2 S. 22; 2 S. 23; 2 S. 24
En este mensaje estudiaremos la última etapa del reinado de David.
En 21:1-14, se narra cómo David atiende el problema del hambre del pueblo.
El hambre dura tres años, y David consulta a Jehová al respecto (v. 1a).
David se entera de que el hambre se debía a que Saúl había quebrantado el juramento que había hecho Israel con los gabaonitas, a los cuales mató.(v. 1b). David llama a los gabaonitas y les habla (v. 2a).
Por pago del daño, los gabaonitas piden que siete descendientes de Saúl fuesen ejecutados (vs. 2b-14a). David manda al pueblo que cumpla el requisito de los gabaonitas. Y Dios fue propicio a la tierra después de esto (v. 14b).
Los versículos 15-22 describen la victoria que obtiene David sobre los filisteos.
En su lucha contra los filisteos, David se cansa y corre peligro de ser muerto por un gigante filisteo (vs. 15-16).
Abisai y el pueblo de Israel derrotan a los filisteos y matan a cuatro de sus gigantes (vs. 17-22).
En el capítulo veintidós, David agradece y alaba a Dios con un cántico.
David habla a Jehová las palabras de este cántico el día que Jehová le libra de la mano de todos sus enemigos, y de la mano de Saúl (v. 1; Sal. 18, título).
Este cántico, el cual es una conversación íntima de David con Dios, llegó a ser el salmo 18 del libro de Salmos. El contenido de este salmo se incluye a continuación.
David alaba a Dios como su roca, su fortaleza, su libertador, escudo, el cuerno de su salvación, su alto baluarte, refugio y Salvador (2 S. 22:2-6).
David agradece a Dios por haber oído su clamor y haberle rescatado de sus problemas con Sus acciones maravillosas (vs. 7-20).
Los versículos 21-28 muestran que David pensaba que su justicia, perfección, fidelidad, limpieza y pureza eran el motivo por el cual Dios lo había salvado, y que la salvación que experimentó era una recompensa de parte de Dios.
David también agradece a Dios por ser la lámpara que alumbra sus tinieblas (v. 29).
En el resto de su cántico, David agradece al Dios cuyo camino es perfecto; cuya palabra es acrisolada; quien es el Dios único que lo hace estar firme sobre sus alturas; cuya benevolencia le engrandeció a él y ensanchó sus pasos, quien lo fortaleció para que sometiera a sus enemigos, guardándolo para que fuese cabeza de naciones, y haciendo que los extranjeros le sirvieran y le obedecieran; y quien manifestó salvación a Su rey y usó de benignidad para con Su ungido, para con David y su descendencia (Cristo) para siempre (vs. 30-51).
En 23:1-7 se narran las palabras postreras de David.
Estas son las palabras postreras de David hijo de Isaí (v. 1b).
El versículo 1c expresa que éstas son las palabras del varón que fue levantado en alto, el ungido del Dios de Jacob, el dulce cantor de Israel.
En el versículo 2, David dice que el Espíritu de Jehová había hablado por él y que Su palabra había estado en su lengua.
David añade que el Dios y la Roca de Israel le había hablado (v. 3a).
El versículo 3b dice que David, el cual representaba a Cristo, había gobernado con justicia entre los hombres en el temor de Dios.
David, un tipo de Cristo, era como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes, como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra (v. 4). Cuando Cristo gobierna con justicia y con el temor de Dios entre los hombres, es como la luz de la mañana cuando sale el sol, como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra.
En el versículo 5a, David dice que su casa es así para con Dios, pues Dios había hecho un pacto eterno con él, ordenado en todas las cosas y seguro. Entonces David pregunta: “¿no hará él florecer toda mi salvación y mi deseo?” (v. 5b).
David concluye diciendo que los impíos son como espinos arrancados y quemados en su lugar (vs. 6-7).
Los versículos 8-39 mencionan a los valientes de David.
Los tres primeros valientes fueron Joseb-basebet, principal de los capitanes, Eleazar y Sama (vs. 8-12).
El segundo grupo de tres valientes son los que sacaron agua del pozo de Belén para David (vs. 13-23). Abisai, jefe de los tres y el más renombrado de los treinta, llega a ser jefe, mas no iguala a los tres primeros (vs. 18-19). Benaía, que era más renombrado que los treinta (aunque no iguala a los tres primeros), fue puesto por David como jefe de su guardia (vs. 20-23).
Los versículos 24-39 enumeran los nombres de los treinta valientes, uno de los cuales fue Urías, a quien David mató mediante una conspiración.
El capítulo veinticuatro y 1 Crónicas 21 relatan el último pecado de David.
De nuevo se enciende la ira de Jehová contra Israel (2 S. 24:1a).
Satanás incita a David en contra de Israel y lo lleva a levantar un censo de Israel y de Judá (vs. 1b-2; 1 Cr. 21:1). Dios le permite esta acción a Satanás.
Joab desaprueba que se realizara el censo del pueblo y dice a David: “Añada Jehová tu Dios al pueblo cien veces tanto como son, y que lo vea mi señor el rey; mas ¿por qué se complace en esto mi señor el rey?” (2 S. 24:3).
Joab y los capitanes del ejército se vieron obligados a llevar a cabo el censo del pueblo (vs. 4-9). El pueblo es censado en todo el país durante nueve meses y veinte días. El número total de valientes que sacaban espada era 800,000 en Israel y 500,000 en Judá.
David se arrepiente y confiesa que pecó al censar al pueblo. Le pesa en su corazón, y dice a Jehová: “Yo he pecado gravemente por haber hecho esto; mas ahora, oh Jehová, te ruego que quites el pecado de tu siervo, porque yo he hecho muy neciamente” (v. 10).
En los versículos 11-14, el castigo de Dios viene por medio del profeta Gad, el vidente de David. Dios le da tres opciones a David: siete años de hambre en la tierra, tres meses huyendo delante de sus enemigos, o tres días de peste en la tierra (v. 13). David, en grande angustia, escoge caer en mano de Jehová, porque Sus compasiones eran grandes, mas no quiso caer en manos de hombres (v. 14).
Jehová envía una peste sobre Israel, y 70,000 personas mueren desde Dan hasta Beerseba (v. 15).
En los versículos 16-17, vemos que Dios se arrepiente de aquel mal, y que David confiesa su pecado. Cuando el ángel extiende su mano sobre Jerusalén para destruirla, Jehová se arrepiente de aquel mal y dice al ángel: “Basta ahora; detén tu mano” (v. 16b). Cuando David ve al ángel que destruía al pueblo, él dice: “Yo pequé, yo hice la maldad; ¿qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano se vuelva contra mí, y contra la casa de mi padre” (v. 17).
David levanta un altar a Jehová para que cesara la mortandad del pueblo (vs. 18-25). David hace esto conforme al mandato que Dios había dado por medio del profeta Gad (vs. 18-19). El altar es erigido sobre la era de Arauna jebuseo (vs. 20-24), y David sacrifica holocaustos y ofrendas de paz (v. 25a). Jehová oye la súplica de la tierra (v. 25b), y cesa la plaga en Israel (v. 25c).
Los libros de 1 y 2 Samuel revelan que Dios necesita la coordinación y cooperación del hombre para cumplir Su economía. El primer caso es Ana, la madre de Samuel. Ella buscaba a Dios y coordinó y cooperó espontáneamente con El. Esto permitió que Dios reemplazara el sacerdocio degradado bajo Elí con un nuevo sacerdocio, el cual levantó el propio Dios por medio de Samuel, hijo de Ana.
Samuel, quien es el fruto de la coordinación y cooperación que su madre Ana rindió a Dios, llegó a ser un nazareo fiel, conforme al deseo que su madre sentía por Dios; y por medio de él, Dios pudo acabar con la era corrupta de los jueces e introducir (1) la era del reinado, que reemplazaría el ministerio administrativo del antiguo sacerdocio y (2) el ministerio profético, que reemplazaría el ministerio del antiguo sacerdocio, el cual consistía en hablar por Dios.
Por medio de David, un hombre conforme al corazón de Dios, Dios pudo traer la era del reinado para establecer Su reino sobre la tierra, y así propiciar la primera venida de Cristo. Pero, lamentable, David, en un momento crucial, cuando se vio tentado por el maligno, no ejerció un control firme sobre sus apetitos carnales, sino que se entregó a ellos y cometió un pecado grave que ofendió sobremanera a Dios. Este se convirtió en el factor que lo llevó a perder once de las doce partes que constituían el reino que Dios le había dado, el factor que sembró la semilla de la corrupción de Salomón, lo cual redundó en la pérdida del reino, y el factor que sembró la semilla de la corrupción de sus descendientes, lo cual provocó que se perdiera la tierra santa y que el pueblo santo fuese llevado en cautiverio y dispersado por todo el mundo hasta el día de hoy.