Mensaje 9
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Lectura bíblica: 1 S. 11; 1 S. 12
Al leer el relato de 1 y 2 Samuel, debemos darnos cuenta de que Dios estaba detrás de todos los sucesos, dirigiéndolo todo. Esto aplica específicamente a la historia de Saúl.
Saúl, quien era alto y hermoso, llenaba los requisitos de lo que para Israel, según sus conceptos humanos, debía ser un rey; por eso lo aceptaron inmediatamente. Pero Dios, quien conoce todas las cosas de principio a fin, sabía lo que había en el corazón de Saúl. Para Dios, Saúl fue útil en cierto momento para llevar a cabo un propósito temporal que Dios había dispuesto, para disciplinar y adiestrar a Israel; quien necesitaba ser educado bajo un rey aparentemente bueno, pero que en realidad era interesado, codicioso. Por una parte, Saúl era una persona calificada, capaz. Podríamos decir que él tenía la destreza para gobernar a Israel; pero por otra, a los ojos de Dios, él era malo, era un farsante que usaba diferentes rostros según la ocasión. Cuando fue investido, Saúl mostró un rostro de humildad, pero al final de su vida, fue evidente que él era una persona maligna.
Israel, después de experimentar el reinado de Saúl por cuarenta años, indudablemente aprendió a no seguir la costumbre de las naciones. Israel era un pueblo especial, la posesión particular de Dios, y, como tal, debía conducirse según el corazón de Dios, así como Samuel. Samuel era una persona que actuaba en total conformidad con el corazón de Dios y no según las costumbres de las naciones. En el caso de Israel, pese a que ellos habían sido liberados de la tiranía de Egipto y llevados a la tierra prometida con el fin de que fueran un tesoro especial para Dios, no quisieron ser ese tesoro y prefirieron seguir las costumbres de las naciones. Así que, Dios usó a Saúl para disciplinarlos.
Debido a que Samuel, un nazareo, fue sumiso y tomó a Dios como Cabeza, hizo lo que Dios le mandaba, sin expresar su opinión. Por esta razón, cuando Dios le pidió que ungiera a Saúl por rey sobre Israel, él obedeció.
Con esto en mente, estudiemos ahora la historia de Saúl narrada en los capítulos once y doce.
Después de que Saúl fue ungido por rey, los amonitas amenazaron y escarnecieron a los hijos de Israel (11:1-5). Nahas, amonita, acampó contra Jabes de Galaad, y los hombres de Jabes le dijeron a Nahas que si hacia alianza con ellos, ellos le servirían. Nahas contestó que él haría alianza con ellos con la condición de que cada uno de ellos se sacara el ojo derecho, y pusiera esta afrenta sobre todo Israel. Los ancianos de Jabes pidieron una tregua de siete días para ver si alguien les salvaría, y enviaron mensajeros a Gabaa de Saúl. Esto le brindó a Saúl la oportunidad de exhibirse, ya que a él no le interesaba el reino de Dios, sino obtener su propia monarquía.
Saúl derrotó a los amonitas (vs. 6-11). Dios envió al Espíritu sobre Saúl con poder (v. 6), y así lo fortaleció. Entonces Saúl congregó al pueblo, lo dividió en tres compañías, y ellos hirieron a los amonitas (vs. 7-11).
La victoria que obtuvo Saúl lo elevó ante el pueblo de Israel. Algunos dijeron a Samuel: “¿Quiénes son los que decían: ¿Ha de reinar Saúl sobre nosotros? Dadnos esos hombres, y los mataremos” (v. 12). Sin embargo, Saúl perdonó a los que lo habían menospreciado, diciendo: “No morirá hoy ninguno, porque hoy Jehová ha dado salvación en Israel” (v. 13). Saúl tuvo un comportamiento llamativo, y se ganó el corazón del pueblo; pero Samuel conocía perfectamente la verdadera condición de Saúl.
En 11:14—12:25, Samuel da cuenta de su conducta ante Israel.
Después de que Saúl derrotó a los amonitas y perdonó a los que lo habían menospreciado, Samuel exhorta a Israel acerca de renovar el reino, diciendo: “Venid, vamos a Gilgal para que renovemos allí el reino” (v. 14). Todo el pueblo fue a Gilgal, y allí invistieron a Saúl por rey delante de Jehová, y sacrificaron ofrendas de paz delante de Jehová. Y Saúl, y todos los de Israel, se alegraron mucho (v. 15). Saúl había vencido a los amonitas y aparentaba ser una persona agradable y humilde, pero para Samuel, la nación de Israel todavía no era el reino de Dios sobre la tierra.
En 12:1-18, leemos del recordatorio que hizo Samuel. Este recordatorio implica una comparación entre Samuel y Saúl. Al compararlos, uno puede discernir las cosas que verdaderamente provienen de Dios y que cumplen lo que está en Su corazón.
Lo primero que Samuel le recuerda a Israel es su integridad: él fue puro y justo en su relación con ellos (vs. 1-5). Les recuerda que no había tomado nada de ellos, que no los defraudó, no los agravió, ni se dejó sobornar. El declara: “Jehová es testigo contra vosotros, y su ungido también es testigo en este día, que no habéis hallado cosa alguna en mi mano” (v. 5a). Las palabras de Samuel indicaban que Saúl iba a pervertir la justicia y que despojaría al pueblo. Esto es lo que Samuel percibía en cuanto a Saúl.
Samuel era sabio, y en lugar de hablar de Dios primeramente, le recordó al pueblo de Israel su integridad, y luego les habló de las obras justas que Jehová había hecho por ellos. Les recordó que fue Jehová quien designó a Moisés y Aarón, y quien sacó a sus antepasados de la tierra de Egipto (v. 6). Además, les recordó que Jehová los había librado de mano de sus enemigos en derredor (v. 11).
Por último, Samuel les recordó a los hijos de Israel la maldad que cometieron al pedir un rey, cuando Jehová su Dios era su Rey (vs. 12-18). Aunque Jehová era su Rey, ellos quisieron otro rey (v. 12), y Samuel los reprende por abandonar a su Marido. Al pedir un rey que substituyera a Dios, ellos no disfrutarían debidamente la buena tierra.
Me parece que, hasta cierto punto, Samuel tenía la intención de provocar a los hijos de Israel. Después de la victoria de Saúl sobre los amonitas, el pueblo estaba alegre. Pero Saúl los había engañado, y a Samuel no le había agradado. Samuel parecía decirles: “Ustedes debían haber permanecido bajo el gobierno de Dios, tomándole como Marido y como Cabeza. Entonces habrían disfrutado de una buena vida, porque El habría establecido Su reino entre ustedes. Han errado al tomar a un hombre por cabeza en lugar de Dios. Lo que han hecho es divorciarse de Dios para casarse con Saúl. Ustedes piensan que Saúl es hermoso, excepcional, amable y humilde, pero ésta es solamente su apariencia exterior; su interior es oscuro. El les hará sufrir y les despojara de todo”.
Jehová confirmó las palabras de Samuel enviando truenos y lluvias (vs. 16-18). Samuel les dijo que esperasen y mirasen la gran cosa que Jehová haría delante de sus ojos. Y luego, declaró: “¿No es ahora la siega del trigo? Yo clamaré a Jehová, y él dará truenos y lluvias, para que conozcáis y veáis que es grande vuestra maldad que habéis hecho ante los ojos de Jehová, pidiendo para vosotros rey” (v. 17). Y clamó Samuel, y Jehová envió truenos y lluvias en aquel día. Estas señales no eran positivas, pues no mostraban la complacencia de Dios, sino Su desagrado.
Después de que Samuel clamó a Jehová, Jehová envió truenos y lluvias; y todo el pueblo tuvo gran temor de Jehová y de Samuel (v. 18b).
Los versículos 19-25 narran que el pueblo confesó sus pecados, y que Samuel los exhortó y oró por ellos.
El pueblo confiesa sus pecados, declarando que habían añadido a todos sus pecados el mal de haber pedido rey. Así que, le ruegan a Samuel que ore a Jehová su Dios para que ellos no mueran (v. 19).
Samuel exhortó al pueblo de Israel a no apartarse de ir en pos de Jehová, y a servirle con todo el corazón (v. 20). Les advirtió que no se volvieran a los ídolos vanos que, siendo vanidades, no les aprovecharían ni les librarían. El pueblo necesitaba un corazón singular, un corazón totalmente consagrado a Dios. Por ello, Samuel dice: “Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros. Mas si perseverareis en hacer mal, vosotros y vuestro rey pereceréis” (vs. 24-25).
En el versículo 23a, Samuel dice lo siguiente al pueblo que había pedido que orase por ellos: “Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros”. Esto revela que para Samuel, el hecho de no orar por el pueblo de Dios, el cual era especial, constituía un pecado contra Jehová. Debemos aprender de él y orar, no sólo por nuestros propios hijos, sino también por los hijos de Dios. Si oramos por nuestros hijos sin pedir por los hijos de Dios, somos egoístas y pecamos contra El. Cuando oramos por los hijos de Dios, nuestros hijos estarán incluidos. Mientras oramos por los hijos de Dios, El tendrá cuidado de los nuestros.
El relato de 1 Samuel muestra que lo único que había en el corazón de Samuel eran los elegidos de Dios. La palabra elegidos es algo muy querido a los oídos y al corazón de Dios. Los elegidos de Dios son Su posesión especial y personal, Su tesoro. En la historia de Samuel, la cual es un contraste de la vida de Saúl, el aspecto crucial que sobresale es que Samuel cuidó a los elegidos de Dios.