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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 1 Tesalonicenses»
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Mensaje 9

LA IGLESIA LLEGA A SER LA CORPORIFICACIÓN DEL DIOS TRIUNO

(1)

  Lectura bíblica: 1 Ts. 1:1; 2:12; 3:12; 4:7; 5:23-24; 2 Ts. 1:3, 5, 10; 2:13-14, 16; Col. 3:10-11; Ap. 1:11-12

  Hemos subrayado el hecho de que en 1:1 Pablo dice que la iglesia está en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. Hemos visto lo que significa el que la iglesia esté en Dios Padre y también lo que significa el que la iglesia esté en el Señor Jesucristo. Sin embargo, aunque hemos hecho énfasis en el Padre, en el Señor y en Jesús, no hemos explicado cabalmente lo que significa el que la iglesia esté en Cristo.

  Cada vez que el nombre de Jesús se menciona en el Nuevo Testamento, se refiere principalmente al Señor en relación con las experiencias que tuvo en la tierra desde Su encarnación hasta Su resurrección. Jesús es el nombre del Señor con respecto a Su humanidad. Por consiguiente, este nombre denota las experiencias que Él vivió y las cosas por las cuales pasó antes de Su resurrección. Cristo es un título divino que alude principalmente a las experiencias del Señor así como a Su posición, Su vida y las acciones que ha tomado desde Su resurrección, es decir, es un título que se refiere a lo que el Señor es después de Su resurrección.

  La vida del Señor Jesucristo puede dividirse en dos secciones: la sección antes de Su resurrección y la sección después de Su resurrección. Por consiguiente, la resurrección es una línea divisoria, una línea de demarcación, en la vida y experiencia del Señor.

  Los cuatro Evangelios pueden considerarse como biografías del Señor Jesús. Estas biografías narran la historia de Su vida desde Su encarnación hasta Su resurrección. Este período es, en su mayor parte, representado por el nombre Jesús. Si hablamos de Jesús conforme al uso bíblico de este nombre, nos referimos principalmente a lo que Él experimentó a partir de Su encarnación y hasta Su resurrección. Después de la resurrección, la vida del Señor Jesús entró totalmente en otra esfera.

  Sin embargo, hoy en día muchos cristianos no tienen un entendimiento claro acerca de Jesús y de Cristo. Algunos creyentes, especialmente los pentecostales, suelen decir: “¡Alabado sea Jesús!”, pero, según la Biblia, es mejor decir: “¡Alabado sea el Señor!”. Hoy en día, es mucho más común oír a los cristianos decir: “¡Alabado sea el Señor!”, que veinte años atrás, cuando el recobro del Señor llegó a este país. Quizás esto se deba a la influencia del recobro. En todo caso, es más apropiado decir: “¡Alabado sea el Señor!” que: “¡Alabado sea Jesús!”.

  Según el Nuevo Testamento, el título “Señor” hace alusión a toda la vida y ministerio de Jesucristo. Esto significa que el título “Señor” es un título todo-inclusivo. Sin embargo, el nombre “Jesús” se refiere al Señor en Su humanidad y a Su vida humana antes de la resurrección, mientras que, como hemos visto, el título “Cristo” se refiere al Cristo resucitado en ascensión.

CRISTO ESTÁ EN EL TRONO Y TAMBIÉN EN NOSOTROS

  El Cristo en el que muchos cristianos de hoy creen es un Cristo que se encuentra muy lejos, en el tercer cielo. Sin embargo, nuestro Cristo no es solamente el Cristo resucitado y ascendido que está en el cielo, sino también Aquel que descendió y entró en nuestro espíritu. ¡Aleluya, Cristo está ahora en nuestro espíritu!

  En Juan 14, el Señor Jesús habló a Sus discípulos acerca de Su ida y de Su venida. En Juan 14:1, dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en Mí”. En el versículo siguiente, el Señor dijo que en la casa de Su Padre había muchas moradas y que iba a preparar un lugar para ellos. Luego, en el versículo 3, declaró: “Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. Era como si el Señor Jesús dijera: “No os turbéis por el hecho de que me voy. Pareciera que os estuviera dejando, pero en realidad, me voy para poder venir. Después de que me vaya, vendré otra vez”. El Señor Jesús no estaba diciendo que iría al cielo; más bien, estaba diciendo que iría a la cruz, y después, a la tumba y al Hades, y que luego, en resurrección, Él volvería a los discípulos.

  Casi todos los cristianos creen que lo dicho por el Señor en Juan 14 se refiere a Su segunda venida. Este entendimiento no es correcto. En Juan 14:18, el Señor Jesús dijo a los discípulos: “No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros”. Si la venida del Señor mencionada en Juan 14 se refiriera a Su segunda venida, ciertamente los discípulos habrían quedado huérfanos. Si el Señor Jesús sólo estuviera en los cielos, todos seríamos huérfanos. Así que, cuando el Señor dijo: “Vengo a vosotros”, estaba diciendo que vendría en otra forma. Esto se cumplió en el día de Su resurrección en Juan 20:19-22. Después de Su resurrección, el Señor Jesús volvió a Sus discípulos para estar con ellos para siempre y no dejarlos huérfanos.

  La venida del Señor en Juan 14 se refiere al hecho de que vendría en otra forma. El Señor primero vino en forma de carne; ésta fue la primera forma en la que vino. Cuando Él habló con los discípulos en Juan 14, seguía teniendo esta misma forma. Pero en este capítulo, Él parecía estar diciendo: “Ahora estoy en la carne; pero voy a la cruz, donde seré inmolado. Después, seré puesto en una tumba y luego me levantaré de los muertos y vendré otra vez en otra forma. Cuando esté en esa forma, vendré a vosotros”. Efectivamente, fue en esta forma que el Señor regresó el día de Su resurrección.

  El capítulo veinte de Juan describe cómo el Señor vino a Sus discípulos el día de Su resurrección. Juan 20:19 dice: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto de pie en medio, les dijo: Paz a vosotros”. El Señor Jesús apareció de una manera espléndida y excelente, una manera que excedía toda comprensión humana. Los judíos se oponían a los discípulos y hacían cuanto podían para destruirlos. Por consiguiente, los discípulos tenían miedo y se hallaban reunidos a puerta cerrada. Quizás gemían y se preguntaban qué hacer. De repente, el Señor Jesús apareció y les dijo: “Paz a vosotros”. El que apareció ante ellos no era Jesús en la carne, sino Cristo el Señor.

  Según el versículo 21, el Señor les dijo: “Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también Yo os envío”. Luego, como vemos en el versículo 22, el Señor sopló en los discípulos y les infundió el pneúma santo, el Espíritu Santo: “Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. En Su resurrección, el Señor Jesús es ahora el pneúma, el Espíritu. Él apareció a los discípulos en forma de pneúma, y les dijo que recibieran el pneúma santo, el aliento santo. En el idioma griego, la palabra pneúma significa Espíritu y aliento. ¡Aleluya! ¡Cristo en resurrección es el aliento, el pneúma, el Espíritu! Después que los discípulos lo recibieron como el pneúma santo, Él empezó a vivir en ellos.

  Nosotros también recibimos al Señor Jesucristo como el aliento santo, el pneúma santo, el Espíritu vivificante, y ahora Él está en nosotros. Yo creo que si entendiéramos correctamente que Cristo está en nosotros, nos emocionaríamos muchísimo, e incluso estallaríamos de gozo. El hecho de que esto no nos entusiasme en absoluto podría indicar que no nos damos cuenta de que Cristo está en nosotros.

  ¿Dónde está Cristo hoy? La respuesta es que Cristo está en el trono en el cielo y también que Él vive en nosotros. Oh, debiéramos declarar con un espíritu fuerte y liberado que Cristo está en nosotros. ¡Hoy nuestro Cristo es Aquel que vive en nosotros! En un sentido muy real, nuestro Cristo es diferente del Cristo en quien creen muchos cristianos, porque ellos tienen a un Cristo que está solamente en el cielo, mientras que nosotros tenemos al Cristo que está en el cielo y que también mora en nuestro espíritu.

  He sido criticado y falsamente acusado de predicar a otro Cristo. Yo no predico a un Cristo diferente del que se revela en la Biblia. Pero, en cierto sentido, predico a un Cristo que es un tanto diferente del Cristo en quien creen muchos cristianos, pues el Cristo que yo predico está en los cielos y también en mí, mientras que para muchos cristianos, Cristo está únicamente en el cielo. Ellos, en lugar de disfrutar hoy al Cristo que ahora mora en su interior, esperan morir para reunirse con Cristo en el cielo. El Cristo que yo predico es el Cristo que se revela en las Escrituras. Él es el Señor Jesucristo. Él es el Señor en un sentido todo-inclusivo. El hecho de que Él sea el Señor significa que Él es Jesús y también Cristo.

LA MUERTE QUE PONE FIN A TODO LO NEGATIVO, Y LA RESURRECCIÓN

  En el mensaje anterior hicimos notar que estar en Cristo equivale a estar en Su muerte, la muerte que pone fin a todas las cosas negativas, tales como el pecado, el mundo, la vieja creación, el viejo hombre, la carne, el yo y Satanás. Cuando el Señor Jesús fue crucificado, Él puso fin a todas estas cosas negativas. Esta muerte todo-inclusiva conduce a la resurrección. En la Biblia vemos un principio muy claro que consiste en que la muerte nos introduce en la resurrección. Sin muerte, no puede haber resurrección.

  En la resurrección, Jesús es el Cristo. ¡Aleluya! ¡Su crucifixión sigue siendo eficaz! ¡Alabémosle porque Él resucitó y porque en la resurrección llegó a ser el Cristo! Ahora nosotros, como creyentes, estamos en Cristo; hemos entrado en una unión orgánica con Él.

  Algunos maestros cristianos hablan de que estamos en Jesús. Esta expresión no es muy precisa, pues es posible estar en Cristo mas no en Jesús. Cuando todavía el Señor era Jesús en la carne, nadie podía estar en Él. No fue sino hasta después que fue crucificado, resucitó y llegó a ser el Espíritu, que pudimos estar en Él. Por el Espíritu, con el Espíritu, mediante el Espíritu y en el Espíritu, podemos estar en Cristo. Cristo es el aire celestial y espiritual, y nosotros ahora estamos en Él.

EL UNGIDO Y EL QUE UNGE

  La palabra “Cristo” es una transliteración de la palabra griega cristós. Esta palabra griega es un equivalente de la palabra hebrea traducida Mesías, que significa el Ungido. El hecho de que el Señor Jesús sea el Mesías, el Cristo, el Ungido, significa que el Espíritu de Dios fue derramado sobre Él. Hoy nuestro Cristo no es solamente el Ungido, sino también Aquel que unge. Él mismo llegó a ser el Espíritu vivificante. En resurrección, Cristo es el Ungido y también, como Espíritu que unge, Él es Aquel que unge.

  Hoy podemos comprobar en nuestra experiencia que Cristo es Aquel que unge. Supongamos que alguien está pasando por algún sufrimiento y se siente profundamente afligido y deprimido por ello. De hecho, siente que no vale la pena seguir viviendo. Luego escucha el evangelio y se entera del amor que Dios tiene por él. Escucha cómo el Señor Jesús murió por él, cómo resucitó y que ahora espera que él lo reciba invocando: “Oh Señor Jesús”. Supongamos que esta persona finalmente dice: “Señor Jesús, gracias”, y descubre que su dolor ha desaparecido. En su interior, él ahora se siente refrescado. Esta sensación es la unción del Señor que le trae paz y sosiego, y le comunica que el Señor lo ama y está cuidando de él. En esto consiste experimentar a Cristo como Aquel que unge.

  Cuando invocamos el nombre del Señor, Su misma persona viene a nosotros. Tal como una persona viene cuando la llamamos por su nombre, del mismo modo el Señor Jesús viene cuando invocamos Su nombre. El nombre del Señor es Jesucristo, y Su persona es el Espíritu. Por esta razón, cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, es el Espíritu quien viene.

  Tal vez tengamos el concepto de que el Señor únicamente está en el tercer cielo, y nos sorprenda que venga tan rápido cuando lo invocamos. En realidad, como Espíritu, Él ya está dentro de nosotros. Quizás tengamos la intención de decir: “Señor Jesucristo, Tú estás en el cielo” y, antes de que hayamos terminado de pronunciar el nombre del Señor, Él ya esté ahí. La razón por la que el Señor puede responder tan rápidamente cuando le invocamos es que Él es ahora el Espíritu vivificante en resurrección.

  En Génesis 1 tenemos a Dios, y en los cuatro Evangelios encontramos una crónica de la vida de Jesús en la tierra. Sin embargo, ahora, en nuestra experiencia, tenemos al Señor Jesucristo como el Espíritu. En el momento en que empezamos a invocar Su nombre, Él viene a nosotros desde nuestro interior. Éste es Cristo en resurrección.

LAS RIQUEZAS DE LA RESURRECCIÓN

  La iglesia está en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. El título “Cristo” en 1 Tesalonicenses 1:1 denota todas las riquezas de la resurrección. Si el Señor fuese únicamente Jesús, y no Cristo, no podríamos estar en Él. Pero puesto que Él es el Señor Jesucristo, nosotros podemos estar en Él, y de hecho, estamos en Él en este mismo momento. ¿Dónde estamos? Estamos en el Señor Jesucristo. El nombre “Jesús” implica que todo lo que somos en la vieja creación y por la caída, llegó a su fin, y el título “Cristo” implica que ya no estamos en nosotros mismos, en la vieja creación, en el pecado y en la muerte, en el mundo ni en Satanás, sino en resurrección, en el Espíritu, y en justicia, en santidad, en poder, en vigor y en fuerza. Debido a que estamos en Cristo, incluso estamos en el trono con Él. ¡Oh, cuán maravilloso es estar en Cristo!

  Por una parte, estar en el Señor Jesucristo significa que se nos ha dado muerte y que ya no estamos en la vieja creación; por otra parte, significa que por estar en Cristo, estamos ahora en resurrección. Estar en Cristo equivale a estar en resurrección, en el Espíritu, en poder, en vigor y en autoridad. Sin embargo, debido a la influencia del cristianismo tradicional, tal vez no estemos conscientes de cuán importante es estar en Cristo. Como resultado, es posible que la experiencia que tenemos de la resurrección, del vigor y de la autoridad sea deficiente.

  ¿Se ha dado cuenta de que debido a que está en Cristo usted está en el trono? Usted no sólo está en poder, en vigor y en autoridad, sino también en el trono. Después de que Cristo resucitó, Él fue a los cielos para ser entronizado, y en Él, nosotros también estamos en el trono. Hay momentos en que debemos decirle a Satanás: “Satanás, ¿no ves dónde estoy? ¡Yo estoy en Cristo y en Él estoy también en el trono!”

  La religión nos ha privado —aún nos ha robado— del disfrute que tenemos en Cristo. En nuestra experiencia, la religión nos ha empobrecido y nos ha hecho personas dignas de lástima. Por consiguiente, debe impresionarnos mucho el que estar en Cristo equivale a estar en resurrección, en el Espíritu, en poder y en el trono. El hecho de que la iglesia esté en Cristo significa que está en resurrección, en autoridad y en el trono.

CRECER EN LA VIDA DE RESURRECCIÓN

  Antes de que veamos que estar en Cristo significa también estar en el reino y en la gloria, debemos resaltar el asunto de la vida, un tema muy crucial. Estar en Cristo significa estar en la vida divina; aun más, significa estar en la vida de resurrección. Si descuidamos la vida divina, no podremos participar en todo lo demás. Aparte de la vida, no podemos entrar al reino ni a la gloria. Hoy la iglesia está en la vida de resurrección, y esta vida de resurrección está llevando a cabo muchas cosas por nosotros.

  He aprendido mucho acerca de la vida, observando cómo crecen las plantas en el jardín de mi casa. Me asombra ver cómo una pequeña planta crece en vida. Esto es un cuadro, un ejemplo, de cómo crecemos nosotros en la vida de resurrección. Puesto que estamos en la vida de resurrección, algo dentro de nosotros está creciendo. La palabra “crecer” implica muchas cosas. Incluye la transformación, el florecimiento, la fructificación y la madurez. Algunas plantas de mi jardín no eran muy bonitas cuando apenas empezaban a crecer. Pero, después de haber crecido, fueron transformadas y ahora son plantas hermosas. Han florecido, han dado fruto y han madurado. El crecimiento, y todo lo que ello implica, también forma parte del pensamiento de que la iglesia está en Dios Padre y en el Señor Jesucristo.

  Es lamentable que, por la influencia de la religión, muchos cristianos hayan sido distraídos del crecimiento en la vida de resurrección. En lugar de prestar atención a la vida y al crecimiento de la vida, procuran conocer más y procuran ser mejores. No es necesario esforzarnos por ser mejores, debido a que estamos en la vida de resurrección. La vida de resurrección es el Cristo resucitado, y este Cristo en resurrección es el Espíritu vivificante. Hoy la iglesia está en Cristo, en Aquel que, en Su resurrección, llegó a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo.

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