Mensaje
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Lectura bíblica: 2 Co. 5:16-21
En 5:16-21 vemos que a los apóstoles se les encomienda el ministerio de la reconciliación para la nueva creación de Señor. Después de hablar de las cualidades propias de los ministros del nuevo pacto en los capítulos tres y cuatro, Pablo nos habla de su anhelo de ser arrebatado y de su empeño en agradar al Señor, no al obrar para Él sino simplemente al vivir para Él. Personas así espontáneamente tienen un ministerio que lleva a otros a volver plenamente al Señor. En esto consiste el ministerio de la reconciliación.
Según el contexto, el ministerio de la reconciliación era una comisión que se les había dado a los apóstoles. Los apóstoles eran maduros y estaban listos para ser arrebatados; como tales, recibieron de parte del Señor el encargo de hacer que las personas volvieran plenamente a Dios. En esto consiste la reconciliación plena y cabal.
En 2 Corintios 5 vemos que la reconciliación consta de dos pasos. Los seres humanos caídos no pueden regresar plenamente a Dios simplemente por medio del primero paso; se necesita también el segundo paso. Al hablar Pablo de su ministerio, el cual consiste en hacer que las personas vuelvan a Dios, al mismo tiempo presenta claramente los dos pasos de la reconciliación.
Estos pasos son tipificados por los dos velos que estaban en el tabernáculo. En el tabernáculo había un velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo, y había otro velo, a la entrada del tabernáculo, el cual en Hebreos 9 se le llama el primer velo. En nuestra traducción de Éxodo [versión inglesa], le llamamos al primer velo la rejilla. La función de una rejilla es evitar el paso a las cosas negativas (tales como los insectos) y permitir la entrada a las cosas positivas. Al segundo velo, el velo que separa el Lugar Santo del Lugar Santísimo, se le llama velo, y no rejilla. El área que quedaba afuera del tabernáculo se le llamaba el atrio. Según la tipología, el atrio representa al mundo. Por tanto, el tabernáculo que estaba en el atrio representa la morada de Dios que está en el mundo. En el mundo existe un lugar donde Dios mora, y ese lugar es el tabernáculo.
Todo el linaje humano se encuentra en el mundo, fuera del tabernáculo. Pero cada vez que una persona se arrepiente y desea volver a Dios, ella se acerca al altar. El altar representa la cruz, donde Cristo murió para redimirnos. En el Antiguo Testamento, se ofrecían sacrificios a Dios para que se hiciera expiación; pero en el Nuevo Testamento, Cristo murió en la cruz para efectuar la redención. En la tipología del Antiguo Testamento había expiación, pero en el cumplimiento del Nuevo Testamento hay redención. En el atrio se hallaba también el lavacro, que contenía el agua con que se lavaban las personas. Una vez que una persona se había arrepentido, había sido redimida y había sido lavada, podía entrar en el Lugar Santo, lo cual equivale a ser reconciliado con Dios. Por consiguiente, el que un pecador, un rebelde, pasara por el primer velo representaba el primer paso por el cual él era traído de vuelta a Dios y reconciliado con Él.
Los creyentes corintios eran pecadores y rebeldes, pero habían sido reconciliados con Dios. Sin embargo, todavía estaban en el Lugar Santo, y no en el Lugar Santísimo. El propósito que Pablo tenía al escribir 1 y 2 Corintios era introducir a estos creyentes en el Lugar Santísimo.
En el libro La economía de Dios hice notar que el atrio corresponde a Egipto, que el desierto corresponde al Lugar Santo, y que la buena tierra, la tierra de Canaán, corresponde al Lugar Santísimo. El hecho de que los hijos de Israel salieran de Egipto y entraran en el desierto equivale a que un creyente salga del atrio y entre en el Lugar Santo. Ésta era justamente la condición en la que se encontraban los creyentes corintios. Así como los hijos de Israel vagaron por el desierto, estos creyentes vagaban por el alma y particularmente por la mente. Puesto que ellos vagaban por el Lugar Santo del alma, Pablo escribió estas dos epístolas con el fin de introducirlos en el espíritu, donde se halla a Cristo. El espíritu también está relacionado con la buena tierra y con el Lugar Santísimo.
Los creyentes de Corinto habían experimentado el primer paso de la reconciliación, pero aún no habían experimentado el segundo; no habían sido reconciliados plenamente con Dios. Así como permanecía un velo entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo, así permanecía un velo entre los corintios y Dios. Según Hebreos 10:20, este velo es la carne. La carne era el velo que mantenía a los creyentes corintios alejados de la presencia de Dios, la cual se halla en el Lugar Santísimo.
Pablo y los demás ministros del nuevo pacto, aquellos en quienes se había forjado el Dios Triuno procesado y que eran maduros en la vida divina, ciertamente se encontraban en el Lugar Santísimo. Ellos vivían en el espíritu, eran maduros y estaban listos para ser arrebatados. Su única meta era agradar al Señor al vivir para Él. Por ser ellos esta clase de personas, podían espontáneamente traer a otros de vuelta a Dios. Por esta razón, Pablo, al final del capítulo cinco, indica que ellos, los ministros del nuevo pacto, no sólo procuran reconciliar con Dios a los pecadores, sino también reconciliar plenamente con Dios a los creyentes. Estos ministros del nuevo pacto estaban capacitados para traer de nuevo a Dios a todo aquel que no se había reconciliado plenamente con Él.
Si no hemos sido regresados plenamente a Dios, necesitamos que alguien como los apóstoles nos traigan de nuevo a Él. Sin importar cuán grande o insignificante sea la distancia entre nosotros y Dios, debemos ser reconciliados plenamente con Él. El ministerio del nuevo pacto consiste en ayudar a las personas a que vuelvan plena y completamente a Dios, así como reconciliarnos a nosotros con Dios plena y completamente.
En 2 Corintios 5:16 dice: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así”. Puesto que los apóstoles concluyeron que la muerte de Cristo, por medio de la resurrección, hace de todos nosotros un nuevo hombre, un hombre que no es conforme a la carne, ellos ya no quieren conocer a nadie según la carne. Habían conocido a Cristo de esa manera, pero ahora ya no lo conocen así.
Conocer a los demás según la carne equivale a conocerlos según la vieja creación, mientras que conocer a otros según el espíritu equivale a conocerlos según la nueva creación. Anteriormente, Pablo, como Saulo de Tarso, conocía a Cristo según la carne; lo tenía como un simple nazareno. Todo el pueblo judío conocía a Cristo de esta manera, conforme a la carne. Pero Pablo, después de la experiencia que tuvo mientras iba camino a Damasco, experimentó un cambio en su manera de pensar, en vez de conocer a Cristo según la carne iba a conocerlo según el espíritu. Además, él aprendió a no conocer a los santos según la carne, sino según el espíritu.
El versículo 17 dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron; he aquí son hechas nuevas”. Esto confirma lo que se dice en el versículo 16. Los apóstoles ya no conocerían a nadie según la carne, porque el que está en Cristo es una nueva creación; las cosas viejas de la carne pasaron por medio de la muerte de Cristo, y todas son hechas nuevas en la resurrección de Cristo. Estar en Cristo significa ser uno con Él en vida y naturaleza. Esto proviene de Dios a través de nuestra fe en Cristo (1 Co. 1:30; Gá. 3:26-28).
La vieja creación no tiene la vida y la naturaleza divinas, pero la nueva creación, constituida de los creyentes, quienes renacieron de Dios, sí las tiene (Jn. 1:13; 3:15; 2 P. 1:4). Por lo tanto, los creyentes son una nueva creación (Gá. 6:15), no según la vieja naturaleza de la carne, sino según la nueva naturaleza de la vida divina.
Las palabras “he aquí son hechas nuevas” son en efecto un llamamiento a observar el cambio maravilloso de la nueva creación. Aquí lo hecho nuevo son todas las cosas viejas.
Pablo, por una parte, consideraba a los corintios la vieja creación, porque seguían viviendo en la carne. No obstante, por otra parte, los consideraba la nueva creación, porque sabía que ellos estaban en Cristo. Por estar ellos en Cristo, las cosas viejas habían pasado, y ellos eran una nueva creación.
El versículo 18 dice: “Mas todo proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación”. La palabra “todo” alude a todas las cosas positivas mencionadas en los versículos del 14 al 21, de las cuales Dios es Originador e Iniciador. Proviene de Dios el hecho de que Cristo haya muerto para salvarnos de la muerte a fin de que vivamos para Él; proviene de Dios el que hayamos llegado a ser una nueva creación en Cristo; proviene de Dios el que Cristo haya sido hecho pecado por causa nuestra para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él; proviene de Dios el hecho de que Él haya reconciliado consigo al mundo; y proviene de Dios el que los apóstoles sean embajadores de Cristo, quienes tienen la comisión de representarlo para reconciliar a los hombres con Dios, a fin de que éstos sean hechos justicia de Dios y nueva creación para el cumplimiento del propósito eterno de Dios.
Pablo tenía la certeza de que los apóstoles habían sido plenamente reconciliados con Dios. Ellos habían experimentado ambos pasos de la reconciliación y, por lo tanto, se encontraban en el Lugar Santísimo. Dios los había reconciliado consigo por medio de Cristo y les había dado el ministerio de la reconciliación. Puesto que ellos habían vuelto a Dios, tenían el ministerio de reconciliar a otros con Dios. En esta epístola, Pablo no procuraba reconciliar con Dios a los pecadores; más bien procuraba ayudar a los creyentes a experimentar plenamente la reconciliación. Él no procuraba sacarlos del atrio para introducirlos en el tabernáculo, sino sacarlos del Lugar Santo, donde se habían quedado, e introducirlos en el Lugar Santísimo.
En el versículo 19, Pablo declara: “A saber, que en Cristo Dios estaba reconciliando consigo al mundo, no imputándoles a los hombres sus delitos, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación”. “La palabra de la reconciliación” es la palabra que se da para el ministerio (v. 18).
En el versículo 20, Pablo añade: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, exhortándoos Dios por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. El hecho de que Pablo usa la palabra “embajadores” indica que a los apóstoles se les ha encomendado un ministerio específico, el de representar a Cristo con miras a llevar a cabo el propósito de Dios.
En el versículo 19, el mundo es reconciliado con Dios, mientras que en el versículo 20, los creyentes, los que ya han sido reconciliados con Dios, deben ser reconciliados con Él de una manera más profunda. Esto indica claramente que se requieren dos pasos para que los hombres sean completamente reconciliados con Dios. El primer paso es reconciliar a los pecadores con Dios, separándolos del pecado. Con este propósito Cristo murió por nuestros pecados (1 Co. 15:3), para que Dios los perdonara. Éste es el aspecto objetivo de la muerte de Cristo. En este aspecto, Él llevó nuestros pecados en la cruz para que Dios los juzgara en Él por causa de nosotros. El segundo paso consiste en reconciliar con Dios a los creyentes que viven en la vida natural y así salvarlos de la carne. Con este propósito murió Cristo por nosotros, las personas, para que vivamos para Él en la vida de resurrección (2 Co. 5:14-15). Éste es el aspecto subjetivo de la muerte de Cristo. En este aspecto, Él fue hecho pecado por nosotros para que nosotros fuéramos juzgados y eliminados por Dios, a fin de que fuésemos hechos justicia de Dios en Él. Por medio de los dos aspectos de Su muerte, Él reconcilió completamente con Dios al pueblo escogido de Dios.
Hemos indicado que estos dos pasos de reconciliación son representados claramente por los dos velos del tabernáculo. El primer velo es llamado “la rejilla” (Ex. 26:37, lit.). Un pecador que era llevado a Dios, mediante la reconciliación de la sangre expiatoria, entraba en el Lugar Santo pasando esa rejilla. Esto tipifica el primer paso de la reconciliación. El segundo velo (Ex. 26:31-35; He. 9:3) todavía lo separaba de Dios, quien está en el Lugar Santísimo. Este velo tenía que ser rasgado para que el pecador pudiera ser llevado a Dios en el Lugar Santísimo. Este es el segundo paso de la reconciliación. Los creyentes corintios habían sido reconciliados con Dios, habiendo pasado el primer velo y entrado en el Lugar Santo; no obstante, todavía vivían en la carne y necesitaban pasar el segundo velo, el cual ya había sido rasgado (Mt. 27:51; He. 10:20), para entrar en el Lugar Santísimo y vivir con Dios en su espíritu (1 Co. 6:17). La meta de esta epístola era llevarlos allí para que fueran personas que vivían en el espíritu (1 Co. 2:14), en el Lugar Santísimo. Esto es lo que quiere decir el apóstol cuando dice: “Reconciliaos con Dios”. En esto consistía el presentarlos perfectos en Cristo (Col. 1:28).
Quisiera recalcar el hecho de que las palabras “reconciliaos con Dios” de 5:20 fueron dirigidas a creyentes que ya estaban en el Lugar Santo, y no a rebeldes y pecadores que se hallaban en el atrio. Es como si Pablo les dijera: “Corintios, queridos creyentes de Cristo, necesitáis ser reconciliados con Dios más profundamente. Tal vez vosotros digáis que ya fuisteis reconciliados con Dios, y efectivamente, lo fuisteis, pero a medias. Habéis dado el primer paso de la reconciliación. Ahora debéis avanzar al segundo paso y ser plenamente reconciliados con Dios. Ya fuisteis reconciliados con Dios en el sentido de haber pasado del atrio al Lugar Santo, pero Dios no se encuentra en el Lugar Santo, sino en el Lugar Santísimo. Vosotros ya fuisteis reconciliados con Dios al pasar por un velo, pero todavía existe otro velo que os separa de Dios. Este velo es vosotros mismos, vuestra carne, vuestra vida natural. Como ya os dije, vosotros los corintios seguís siendo carnales. Mientras permanezcáis en la carne, no estáis en el Lugar Santísimo. Puesto que el velo de la carne, el velo de la vida natural, permanece con vosotros, todavía no estáis en el Lugar Santísimo. Corintios, mi carga es ayudaros a daros cuenta de que este segundo velo ya fue rasgado y que vosotros debéis negarse a vuestra carne y crucificarla. Por tanto, a vosotros que habéis sido parcialmente reconciliados con Dios, os dirijo estas palabras: reconciliaos plenamente con Dios”.
El versículo 21 dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en El”. Pablo tuvo la osadía como para afirmar que Dios hizo a Cristo pecado por nosotros. Dado que Cristo lo sabe todo, entonces ¿cómo pudo decir Pablo que Cristo no conoció pecado? Él no conoció pecado ni por contacto directo ni por experiencia personal (véase Jn. 8:46; 1 P. 2:22; He. 4:15; 7:26). En la Biblia, la palabra “conocer” a menudo tiene un sentido más profundo que un mero conocimiento mental. Según Mateo 7:23, el Señor Jesús dirá un día a aquellos que hacen iniquidad: “Nunca os conocí”. Por supuesto, esto no significa que el Señor no tenía conocimiento de ellos. Vemos el mismo principio en 2 Corintios 5:21. Por experiencia, por contacto directo, el Señor Jesús no tuvo nada que ver con el pecado, y no conoció pecado.
El pecado provino de Satanás, quien se rebeló contra Dios (Is. 14:12-15), entró en el hombre (Ro. 5:12), e hizo que el hombre no sólo fuera pecador, sino el pecado mismo bajo el juicio de Dios. Por consiguiente, cuando Cristo se hizo un hombre en la carne (Jn. 1:14), Él fue hecho pecado (no pecaminoso) por causa nuestra para ser juzgado por Dios (Ro. 8:3), con la finalidad de que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.
Si hemos de entender lo que significa decir que Dios hizo a Cristo pecado por nosotros, debemos leer Juan 1:14 y Romanos 8:3. Juan 1:14 declara que el Verbo, quien es Dios mismo, se hizo carne, la cual se refiere al hombre caído. Cuando Cristo se hizo hombre, el hombre ya había caído, y este hombre caído es la carne. Por lo tanto, cuando Cristo se hizo hombre, Él se hizo carne. Cuando unimos Juan 1:14 y 2 Corintios 5:21, vemos que cuando Cristo se hizo carne, Él fue hecho pecado. A los ojos de Dios, nosotros, la carne caída, somos efectivamente el pecado. No sólo somos pecaminosos y pecadores, sino que somos el pecado mismo. Puesto que Cristo se hizo carne, en este sentido Él fue hecho pecado por nosotros.
Romanos 8:3 dice: “Dios, enviando a Su hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. Sí, Cristo fue hecho pecado, pero en este versículo se nos dice que Él vino en semejanza de carne de pecado, lo cual significa que Él fue hecho en forma de pecado. Esto es lo que representa en tipología la serpiente de bronce. Cuando las serpientes mordieron a los hijos de Israel, éstos recibieron la naturaleza venenosa de la serpiente y, por ende, a los ojos de Dios, todos se convirtieron en serpientes. Por tanto, Dios le pidió a Moisés que colgara una serpiente de bronce sobre un asta. Esta serpiente de bronce tipifica al Cristo que murió en la cruz como nuestro sustituto. Como lo indica claramente Juan 3:14, la serpiente que fue puesta sobre el asta tipifica al Cristo que fue levantado por nosotros, pues así como la serpiente fue levantada en el desierto, Cristo fue levantado en la cruz. Además, así como la serpiente de bronce tenía la forma de la serpiente, mas no su naturaleza venenosa, Cristo también tenía la forma, la semejanza, de la carne de pecado, mas no la naturaleza del pecado. Él tenía la forma de la serpiente, mas no la naturaleza serpentina.
Para experimentar nosotros el primer paso de la reconciliación, Cristo tuvo que morir por nuestros pecados, y en 1 Corintios 15:3, Pablo declara: “Cristo murió por nuestros pecados”, pero para ser nosotros reconciliados con Dios de una manera más profunda, de una manera completa, Cristo tuvo que morir también por nosotros, y no solamente por nuestros pecados. El hecho de que Cristo murió a por nuestros pecados es una cosa, pero el que Él murió por nosotros es otra. Cristo murió por nuestros pecados para que Dios nos perdonara de ellos y nos los quitara. Cristo también murió por nosotros para darnos fin. El hecho de que Cristo murió por nuestros pecados cumple el primer paso de la reconciliación, mientras que Su muerte por nosotros cumple el segundo paso.
Pablo tiene presente este segundo paso cuando dice: “Uno murió por todos” (5:14). Según este versículo, Cristo no murió por los pecados, sino por las personas. El aspecto objetivo de la muerte de Cristo incluye el hecho de que Él murió por nuestros pecados, mientras que el aspecto subjetivo de Su muerte incluye el hecho de que Él murió por nosotros, lo cual hace posible que nosotros los creyentes seamos reconciliados plenamente con Dios. El aspecto objetivo de Su muerte también incluye el hecho de que Cristo llevó nuestros pecados, mientras que el aspecto subjetivo trata de que Él mismo llegó a ser pecado. Hoy entre los cristianos se enseña bastante acerca de que Cristo murió por nuestros pecados y de que Él llevó nuestros pecados, pero se habla muy poco de que Cristo fue hecho pecado por nosotros.
Puesto que nosotros, los seres humanos caídos, somos pecado, esto significa que en realidad Cristo, quien fue hecho pecado, llegó a ser nosotros mismos. El aspecto subjetivo de la muerte de Cristo pone fin a nosotros. Según Romanos 8:3, Dios condenó el pecado en la carne, lo cual significa que Él nos condenó a nosotros; Él condenó al hombre natural. Además, el velo, el hombre natural, la vida natural, la carne, fue rasgado por medio del aspecto subjetivo de la muerte de Cristo. Cuando el pecado fue condenado y el velo fue rasgado, fuimos aniquilados. Como resultado, se quitó el segundo velo y fuimos plenamente reconciliados con Dios. Por consiguiente, no debemos permanecer en el Lugar Santo; debemos avanzar al Lugar Santísimo. Además, ya no debemos conocernos unos a otros según la carne, sino que debemos conocernos según el espíritu.
En este capítulo, Pablo desea mostrarnos que los apóstoles, como ministros del nuevo pacto, son aquellos que, espontánea y completamente, pueden hacer volver a otros a Dios. Me gustaría pedirles que comparen la situación de los ministros del nuevo pacto con lo que existe entre los cristianos de hoy. Algunos son devueltos a Dios en teoría solamente, pues permanecen en el atrio. Otros se hallan en una mejor situación: han sido devueltos a Dios y están ahora en el Lugar Santo. Todo verdadero cristiano que ha sido salvo, lavado por la sangre y regenerado por el Espíritu, ha sido introducido en el Lugar Santo. A pesar de esto, muchos siguen viviendo en la carne, en la vida natural, e incluso algunos aún viven en pecados viles. Los que se encuentran en el atrio pueden introducir a otros al atrio, y no más allá. Asimismo, los cristianos genuinos que están en el Lugar Santo han sido llevados allí por algunos que ya estaban en el Lugar Santo. Han sido reconciliados con Dios hasta ese punto, mas no completamente. ¿Hasta dónde puede llevar usted a otra persona? ¿Cuán cerca de Dios puede llevar usted a los demás? Esto depende de cuánto usted haya sido reconciliado con Él. Aquellos que usted ha llevado a Dios no pueden ir más allá del lugar donde usted se encuentra. Así que, si usted ya entró al Lugar Santo, podrá llevar a otras personas allí, y si se encuentra a la entrada del Lugar Santo, podrá llevar a otros a la entrada, pero si está en el centro del Lugar Santo, podrá llevar a otros allí. Lo que queremos decir en esencia es que solamente podemos llevar a otros al lugar donde nosotros hemos llegado.
Éste es el pensamiento de Pablo en el capítulo cinco. Aquí Pablo parece decir: “Nosotros, los apóstoles, hemos sido introducidos en el Lugar Santísimo. Dios nos ha reconciliado plenamente consigo. Por tanto, Él nos da espontáneamente el encargo de reconciliar consigo a los demás de una manera completa. Por haber sido reconciliados con Él a este grado, podemos ayudar a otros a ser reconciliados al mismo grado”.
Los ministros del nuevo pacto han sido reconciliados con Dios completamente. Todos los velos han sido eliminados, y no existe nada entre ellos y Dios. Han sido completamente reconciliados con Dios, y el Dios Triuno se ha forjado plenamente en ellos. Se comportan conforme a su constitución: llevan una vida crucificada que manifiesta la verdad e irradia el evangelio, son maduros y están listos para ser arrebatados. Su única meta, su único empeño, es agradar al Señor al vivir para Él. Ellos son personas que pueden hacer volver a otros a Dios de una manera completa. Por estar en el Lugar Santísimo, pueden traer allí a otras personas.
Finalmente, aquellos que han sido devueltos a Dios en el Lugar Santísimo, disfrutarán a Cristo a lo sumo y aun llegarán a ser justicia de Dios en Él. Pablo menciona esto en 5:21, donde dice: “Para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en El”. La justicia proviene de Dios para Su administración (Sal. 89:14; 97:2; Is. 32:1). Esta justicia es Cristo como nuestra justicia (Fil. 3:9; 1 Co. 1:30), quien nos hace justicia de Dios en Él, no solamente justos delante de Dios. Por medio de la obra redentora de Cristo, el hombre, quien es un pecador e incluso el pecado mismo, es hecho justicia de Dios, siendo reconciliado con el Dios justo, y también una nueva creación que vive para Dios con miras a Su propósito eterno. Los apóstoles tienen la comisión de ministrar a este Cristo, junto con todos los resultados gloriosos de Su logro maravilloso, a Sus creyentes, quienes son los miembros que forman Su Cuerpo. ¡A Él sea la gloria y la alabanza para siempre!
La expresión “en Él” significa en unión con Cristo, no sólo en cuanto a posición, sino también orgánicamente en resurrección. Nosotros éramos enemigos de Dios (Col. 1:21) por haber llegado a ser pecado, el cual provino de Satanás, quien se rebeló contra Dios. Cristo fue hecho pecado por nosotros al hacerse uno con nosotros por medio de la encarnación. Dios lo condenó en la carne como pecado en nuestro lugar, por medio de Su muerte, a fin de que fuésemos uno con Él en Su resurrección y fuésemos justicia de Dios. Por esta justicia, nosotros, los enemigos de Dios, pudimos ser reconciliados con Dios (2 Co. 5:18-20; Ro. 5:10).
En la unión orgánica con Cristo, aquellos que han sido devueltos totalmente a Dios son hechos justicia de Dios. Ellos no sólo llegan a ser justos, sino que ellos mismos son la justicia de Dios. Esto significa que no sólo llegan a ser personas justas, sino que llegan a ser la justicia misma.
Dios desea tener un pueblo en la tierra que no solamente sea justo; Él desea un pueblo que, a los ojos de Dios, del diablo, de los ángeles y de los demonios, sea la justicia misma de Dios. Ser hecho justo ante Dios es una cosa, y ser la justicia de Dios es otra muy distinta. Llegar a ser la justicia de Dios es el disfrute más elevado que podemos tener del Dios Triuno en Cristo.
En Adán, caímos tan bajo que llegamos a ser pecado. No solamente éramos pecaminosos ante Dios, sino que nos convertimos en el pecado mismo. Pero ahora en Cristo, habiendo sido devueltos completamente a Dios, podemos disfrutar a Cristo hasta el punto de ser, en Él, la justicia de Dios. ¡Qué salvación! ¡Qué reconciliación! Disfrutar esto equivale a estar en la cumbre de la salvación de Dios, a estar en la cumbre de nuestra santa Sion.