Mensaje
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Lectura bíblica: 2 Co. 1:15-22
El pasaje de 2 Corintios 1:15—22 forma parte de la extensa introducción de este libro. Hemos señalado que Pablo escribió esta larga introducción para tranquilizar a los creyentes corintios y aliviarlos. Los corintios, quienes eran bastante complicados, hablaban de Pablo e incluso lo criticaban. Algunos tal vez decían: “Pablo nos dijo que vendría a Corinto, pero no ha venido todavía. Parece inconstante; dice que sí un día y que no al día siguiente. Así que Pablo no es fiel ni es digno de confianza. Que diga lo que quiera; siempre está cambiando de parecer”. Debido a que por lo menos algunos corintios tenían esa actitud, Pablo incluyó 1:15-22 en su introducción.
El versículo 15 dice: “Con esta confianza quise ir primero a vosotros, para que tuvieseis una doble gracia”. Con la expresión “esta confianza”, Pablo se refiere a lo que acababa de decir en los versículos del 12 al 14, que el testimonio de su conciencia era que él y sus colaboradores se conducían con sencillez y sinceridad de Dios, y no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios. Con esta confianza deseaba Pablo visitar a los corintios. Su intención y su decisión de visitar Corinto no se debían a la diplomacia ni era algo voluble. Pablo y sus colaboradores no vivían así; antes bien, vivían con la sencillez y sinceridad de Dios. Su sí era sí y su no era no. Ellos no decían que sí en un momento dado y que no, en otro.
En el versículo 15 Pablo hace mención de una segunda gracia dada a los corintios. Esta gracia alude a la doble gracia que las dos visitas del apóstol trajo a Corinto, la visita mencionada en este versículo y la que se menciona en el siguiente. Por la venida del apóstol, se impartió la gracia de Dios, es decir, se impartió a Dios como suministro de vida y disfrute espiritual en los creyentes. Las dos visitas de Pablo les brindaron a los corintios una doble porción de esta gracia.
El versículo 16 dice: “Y por vosotros pasar a Macedonia, y desde Macedonia venir otra vez a vosotros, y ser encaminados por vosotros a Judea”. Macedonia era una provincia del Imperio Romano situada al norte de Acaya, en la cual se encontraban las ciudades de Filipos y Tesalónica.
En el versículo 17, Pablo pregunta: “Así que, teniendo esta intención, ¿procedí acaso con inconstancia? ¿O lo que pienso hacer, lo pienso según la carne, para que haya en mí sí, sí y no, no?” La palabra “inconstancia” significa volubilidad, o sea que cambia de parecer con facilidad. Pablo indica aquí que él no procedió con inconstancia; pues no dijo que sí y después que no, y viceversa. Además, él no pensó hacer nada según la carne. Pablo no mostraba dos caras; él no decía que sí y que no al mismo tiempo, porque no hacía nada según la carne.
En el versículo 18, Pablo declara: “Mas, como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es sí y no”. La palabra “mas” presenta un contraste. En el versículo anterior, el apóstol se refiere a la acusación de que él era un hombre con doblez, o sea, un hombre de sí y no. En este versículo, él se defiende diciendo que puesto que Dios es fiel, la palabra de la predicación de ellos no era sí y no. Así que, no eran personas inconstantes, de sí y no. Lo que ellos eran concordaba con su predicación, es decir, vivían conforme a lo que predicaban. La palabra de la predicación de los apóstoles (1 Co. 1:18) en el versículo 18, la palabra que dirigían a los corintios, era su mensaje acerca de Cristo (v. 19).
En el versículo 18, Pablo indica que él era uno con Dios. Pablo no era inconstante; ya que no pronunciaba un sí y luego cambiaba a un no. Más bien, él era tan fiel como Dios. La palabra que él dirigía a los corintios, la palabra de su ministerio, no era sí y no. El no cambió de tono; su predicación llevaba la misma nota desde su primera visita a los corintios hasta la presente epístola. No había ningún cambio en la palabra del ministerio.
En el versículo 19, Pablo dice además: “Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que entre vosotros ha sido predicado por nosotros, por mí, Silvano y Timoteo, no ha sido sí y no; mas nuestra palabra ha sido sí en El”. La palabra “porque” presenta la razón por lo que fue mencionado en el versículo anterior. Dios es fiel e inmutable, especialmente en cuanto a Sus promesas acerca de Cristo. Por consiguiente, la palabra que los apóstoles predicaban acerca de Cristo también era inmutable, porque el mismo Cristo que Dios había prometido en Su palabra fiel y a quien ellos predicaban en su evangelio, no vino a ser sí o no. Más bien, en Él está el sí. Puesto que el Cristo a quien predicaban conforme a las promesas de Dios no vino a ser sí y no, la palabra que ellos predicaban acerca de Él tampoco era sí y no. No sólo su predicación era conforme a lo que Cristo es, sino también su vivir. Predicaban a Cristo y lo vivían. No eran hombres de sí y no, sino hombres que eran lo mismo que Cristo.
En el versículo 20, Pablo declara: “Porque para cuantas promesas hay de Dios, en El está el Sí, por lo cual también a través de El damos el Amén a Dios, para la gloria de Dios, por medio de nosotros”. Una vez más, la palabra “porque” explica lo que se ha mencionado en el versículo anterior. Cristo, a quien el Dios fiel prometió y a quien los apóstoles sinceros predicaron, no vino a ser sí y no, o sea, no hubo variación con Él, porque en Él está el Sí de todas las promesas de Dios, y por medio de Él, los apóstoles y los creyentes le dan el Amén a Dios para Su gloria. Cristo es el Sí, la respuesta encarnada, el cumplimiento de todas las promesas que Dios nos hizo. Este Amén es el Amén que damos a Dios por medio de Cristo (véase 1 Co. 14:16). Cristo es el Sí, y nosotros decimos Amén a este Sí delante de Dios. La frase “para la gloria” significa para la gloria de Dios. Cuando decimos “Amén” delante de Dios al hecho de que Cristo es el Sí, el cumplimiento, de todas las promesas de Dios, Dios es glorificado por medio de nosotros.
El “nosotros” del versículo 20 no solamente se refiere a los apóstoles, quienes predicaban a Cristo conforme a las promesas de Dios, sino también a los creyentes, los cuales recibieron a Cristo conforme a la predicación de los apóstoles. Por medio de ambos se da gloria a Dios cuando dicen “Amén” a Cristo, quien es el gran Sí de todas las promesas de Dios.
La decisión de ir a cierta ciudad no es un asunto de gran importancia. Ciertamente, no podemos comparar esta clase de decisión con la que una persona toma cuando decide casarse. No obstante, los corintios criticaban a Pablo por un asunto tan insignificante. Probablemente algunos dijeron: “Pablo dijo que vendría a Corinto y no ha venido. Esto demuestra que él es un hombre de sí y no”. Pablo se defendió frente a dicha acusación. Vemos así que aun en esta epístola cuyo fin era ofrecer consolación, se puede hallar discusión y vindicación.
En estos versículos Pablo parece decir: “Vosotros corintios estáis equivocados. Cuando decidí ir a Corinto, no tomé la decisión por mi propia cuenta, sino que la tomé en unión con el Cristo inmutable del Dios fiel”. Pablo, al vindicarse, habla de Dios y de Cristo, e indica a los complicados corintios que él era totalmente uno con Dios y con Cristo. Dios es fiel, y Pablo también era fiel. Cristo, el Hijo de Dios, es inmutable, y Pablo, quien era uno con este Cristo, también era inmutable. No tomó esta decisión conforme a la sabiduría humana, sino en unión con el Dios fiel y con el Cristo inmutable. Estos versículos nos indican claramente que Pablo vivía totalmente en Cristo y en Dios; él era uno con Dios y con Cristo.
En 1 Corintios se nos revela lo que Dios busca hoy. Dios desea obtener un pueblo que viva a Cristo y que sea uno con Él, un pueblo de esta índole, con el tiempo, llega a ser la iglesia. ¿Sabe usted qué es la iglesia? La iglesia es un pueblo colectivo que vive a Cristo y es uno con Dios. El deseo del corazón de Dios es obtener dicho pueblo, y esto es lo que Él se propuso en la eternidad. Esto se revela brevemente en 1 Corintios, donde Pablo exhorta a los creyentes a que se olvidaran del judaísmo, de la filosofía griega y de la sabiduría y cultura humanas, y que se dieran cuenta de que Dios desea obtener un pueblo que viva a Cristo y que sea uno con Él. Luego, en 2 Corintios, Pablo les muestra que él y sus colaboradores eran personas de esta índole. Todos los apóstoles eran uno con Dios y vivían a Cristo. Por consiguiente, aun en cosas insignificantes como ir a cierta ciudad, Pablo no tomaba la decisión en sí mismo, sino en Cristo y con Cristo. No tenía ninguna intención que no proviniese de Dios o que no tuviera que ver con Él. No; Pablo era uno con el Dios fiel, y vivía al Cristo inmutable. Su decisión de visitar a los corintios él la tomó en unión con el Cristo inmutable del Dios fiel.
En el versículo 21 Pablo añade: “Y el que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió, es Dios”. Tanto los apóstoles, que predicaban a Cristo conforme a las promesas de Dios y que vivían al Cristo que predicaban, como los creyentes, que recibieron a Cristo conforme a la predicación de los apóstoles, eran unidos a Cristo, hechos uno con Él, a través de quien decían, delante de Dios “Amén” al gran Sí de las promesas de Dios, el cual es Cristo mismo. Pero no eran ellos, sino Dios quien los adhería a Cristo. Su unión con Cristo no provenía de ellos mismos ni era realizada por ellos mismos, sino que provenía de Dios y era llevada a cabo también por medio de Dios.
Al principio del versículo 21, la conjunción griega traducida “y” en realidad indica un contraste, Pablo acababa de indicar que él era uno con el Dios fiel y que vivía al Cristo inmutable. Entonces, ¿por qué empieza el siguiente versículo con una palabra que implica un contraste? En el griego, el uso de esta palabra a menudo comunica un contraste no favorable. Pablo usa esta conjunción para indicar que aun el ser uno con Dios y el vivir a Cristo no provenía ni dependía de él. Así que, Pablo parecía decir: “Sí, yo soy uno con Dios y vivo a Cristo; pero eso no procede de mí, sino de Dios, quien nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo y quien nos ha ungido. El hecho de que yo sea uno con Dios y viva a Cristo, procede de Dios y no de mí mismo. No tengo ninguna base para gloriarme de eso. Sólo puedo gloriarme en Dios”.
En el versículo 21 Pablo habla de ser adherido firmemente con los creyentes a Cristo, el Ungido (Dn. 9:26; Jn 1:41). La frase griega traducida “nos adhiere firmemente con vosotros” también podría traducirse “nos conecta firmemente con vosotros”. La palabra “adhiere” significa literalmente establece. Dios establece a los apóstoles juntamente con los creyentes en Cristo. Esto significa que Dios adhiere los apóstoles juntamente con los creyentes a Cristo, conectando a los apóstoles y a los creyentes con Cristo, el Ungido. Por tanto, los apóstoles y los creyentes no sólo son uno con Cristo, el Ungido, sino también los unos con los otros, compartiendo la unción que Cristo ha recibido de Dios. Puesto que Dios nos ha adherido a Cristo, el Ungido, somos ungidos espontáneamente con Él por Dios.
Los versículos 21 y 22 son muy profundos, porque a pesar de que la palabra griega traducida “adhiere” en el versículo 21 significa establece, su verdadero significado aquí no es establecer sino adherir. En este versículo, Pablo no se está refiriendo al hecho de ser establecidos en Cristo, sino a que Dios nos adhiere a Cristo.
No debemos pasar por alto este versículo ni pensar que lo entendemos. ¿Qué quiere decir Pablo cuando declara que Dios “nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo”? El pronombre “nos” denota a los apóstoles, y “vosotros” alude a los creyentes. Además afirma que Dios adhiere los apóstoles junto con los creyentes a Cristo, y no en Cristo. La preposición original griega, aquí traducida “a”, implica un resultado, un fin determinado que está por venir. La misma preposición griega se traduce “para” con el mismo sentido en el libro de Romanos, donde aprendemos que hemos sido justificados “para vida eterna”, lo cual significa que la justificación da por resultado la vida, o que la justificación tiene como fin la vida. Así pues, en 1:21 Pablo declara que Dios adhiere los apóstoles junto con los creyentes con miras a un resultado determinado, y este resultado es que quedemos adheridos a Cristo.
En el griego, “Cristo” significa el Ungido. De hecho, “Cristo” es la forma españolizada del vocablo griego. Cristo, el Ungido, está lleno de ungüento, lleno de unción. ¡Aleluya, Dios adhiere los apóstoles junto con todos los creyentes al Ungido! Por estar adheridos a Él, el ungüento fluye en nosotros.
El versículo 21 declara que Dios nos ha adherido firmemente a Cristo y nos ha ungido. ¿Cómo nos unge Dios? Él nos unge al adherirnos al Ungido. Una vez más, podemos usar el ejemplo de la electricidad y los aparatos eléctricos. La planta eléctrica no necesita transmitir electricidad directamente a la lámpara. Cuando la lámpara está correctamente “adherida” al enchufe, la electricidad fluye a ella. Asimismo, nosotros somos ungidos al estar adheridos a Cristo, el Ungido. Como creyentes, todos hemos recibido al Espíritu de esta manera. Si alguien le pregunta si usted ha recibido al Espíritu, usted puede contestar: “He sido adherido al Ungido, y a diario recibo al Espíritu; soy ungido todos los días”.
Pablo se dio cuenta de que podía ser uno con el Dios fiel y vivir a Cristo porque él había sido adherido a Cristo y ungido por Dios. Puesto que Dios ungió a Pablo al adherirlo a Cristo, Pablo podía ser uno con Cristo y uno con el Dios fiel. Anunciar esta palabra constituye la verdadera predicación del evangelio completo.
¡Alabado sea el Señor porque hemos sido adheridos al Ungido! Por habernos unido al Ungido universal, también hemos sido ungidos. En el universo, una sola persona ha sido ungida por Dios, y esta persona es Cristo, el Ungido. Ahora todos estamos en el Ungido. Hemos sido ungidos al ser adheridos a Él. Ahora, por haber sido adheridos al Ungido, podemos ser uno con el Dios de resurrección y llevar una vida de resurrección.
En 1 Corintios 6, Pablo habla de ser miembros de Cristo. ¿Qué significa ser un miembro de Cristo? Significa que formamos parte del Ungido. ¡Aleluya que todos formamos parte del Ungido, porque Dios nos ha adherido a Él!
Quisiera llamar su atención al hecho de que en el versículo 21 el verbo “adhiere” está en tiempo presente, mientras que el verbo “ungió” está en tiempo pasado, lo cual no es muy común. Esto indica que el ungimiento se produjo antes de la adhesión. Esto debe llevarnos a hacernos la siguiente pregunta: ¿Cuándo fuimos ungidos? Fuimos ungidos cuando Cristo fue ungido. Cuando la Cabeza fue ungida, el Cuerpo fue ungido también, tal como lo indica el salmo 133. El ungüento derramado sobre la cabeza de Aarón descendió sobre la barba y bajó hasta el borde de sus vestiduras. Asimismo, el ungüento que se derrama sobre la Cabeza desciende sobre el Cuerpo. Por haber sido ungidos cuando Cristo fue ungido, esto quiere decir que fuimos ungidos incluso antes de nacer. Sin embargo, es durante el transcurso de nuestra vida que Dios nos adhiere a Cristo. Dios nos adhiere en la era presente, pero nos ungió mucho antes de que naciéramos, pues nos ungió cuando Cristo fue ungido. Quisiera repetir que como miembros del Cuerpo, fuimos ungidos al mismo tiempo que la Cabeza fue ungida. Si entendemos eso, comprenderemos por qué los verbos “adhiere” y “ungió” están en tiempos verbales distintos.
En el versículo 22, que contiene otra palabra muy profunda, Pablo, refiriéndose a Dios, dice: “El cual también nos ha sellado, y nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones”. El ungimiento del versículo anterior también significa sellar. Puesto que Dios nos ungió con Cristo, también nos selló en Él.
No debemos pensar que el sellado y la unción son dos cosas distintas. En realidad, la unción lleva implícita el sello. Al aplicarnos la unción, ésta se convierte en el sello. Así llegamos a ser diferentes a los otros. Además, el sello nos hace portar la apariencia de Dios. Supongamos por ejemplo que un sello de tinta estampa cierta imagen en un papel. El papel queda inmediatamente sellado y lleva la imagen del sello. El sello es la imagen. Siguiendo el mismo principio, cuando Dios nos unge, la unción nos sella. La unción imparte la esencia divina en nosotros, así como el sello de goma aplica el elemento de la tinta en el papel. Primero, por medio de la unción, Dios añade Su esencia a nosotros. Luego, esta unción nos sella con la esencia de Dios y hace de nosotros la imagen de Dios.
En el versículo 22 Pablo dice también que Dios nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones. Las arras del Espíritu son el Espíritu mismo como arras. El sello es una señal que nos marca como la herencia de Dios, Su posesión, o sea, indica que pertenecemos a Dios. Las arras garantizan que Dios es nuestra herencia, o posesión, y que Él nos pertenece. El Espíritu, que está dentro de nosotros, es las arras, la prenda, de que Dios es nuestra porción en Cristo.
Al adherirnos Dios a Cristo se producen tres resultados: primero, una unción que nos imparte los elementos de Dios; segundo, un sello que forma, con los elementos divinos, una impresión que expresa la imagen de Dios; y tercero, las arras que nos dan un anticipo como muestra y garantía de que gozaremos de la plenitud de Dios. Es por medio de estas tres experiencias que tenemos del Espíritu que unge, junto con la experiencia de la cruz, que el ministerio de Cristo es producido.
Estos tres —la unción, el sello y las arras— son una sola realidad que consta de tres aspectos. Primero somos ungidos, luego somos sellados y después recibimos la garantía de las arras. ¡Aleluya que tenemos la esencia, la imagen y la garantía! Todo esto no es más que el Dios procesado, quien ahora es el Espíritu. El Espíritu es el aceite con el cual somos ungidos, la esencia con la cual somos sellados y las arras que garantizan que Dios nos pertenece y que Él es nuestra porción. Por haber sido ungidos y sellados y por haber recibido las arras, podemos ser uno con el Dios fiel y vivir a Cristo. Ahora somos aptos y estamos equipados para vivir al Cristo inmutable.
Según lo que dice Pablo en el versículo 22, las arras del Espíritu se encuentran en nuestros corazones. El Espíritu, las arras de Dios como nuestra porción, es un anticipo para nosotros; por tanto, vemos aquí que Él está en nuestros corazones. En Romanos 5:5 y en Gálatas 4:6 se mencionan el amor, por ende, tratan del Espíritu que está en nuestro corazón. Pero Romanos 8:16 habla acerca de la obra del Espíritu, pues declara que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu. Nuestro corazón es el órgano que ama, mientras que nuestro espíritu es el órgano que labora.