Mensaje
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Lectura bíblica: 2 Co. 4:1-18
En el mensaje anterior hicimos notar que el tercer capítulo de 2 Corintios trata de la doctrina, mientras que el cuarto capítulo de 2 Corintios trata de la experiencia. Además, vimos que lo que Pablo dice en el capítulo cuatro es una confirmación, basada en su propia experiencia, de lo que él declara acerca del ministerio en el capítulo tres. Cada materia principal del capítulo tres que está relacionada con el ministerio, tiene un paralelo en el capítulo cuatro. Por tanto, la vida corresponde al Espíritu, la renovación, a la transformación, y el peso de gloria, a los grados de gloria. Pero, ¿qué corresponde a la justicia mencionada en el tercer capítulo de 2 Corintios? Si hemos de contestar correctamente esta pregunta, debemos decir algo más acerca de la justicia.
La justicia se refiere a una condición, un estado, donde todo está en buen orden. Donde está la justicia, allí no hay perturbación, confusión ni desorden. Por ejemplo, en la reunión de la iglesia a menudo se puede ver manifestada la justicia, porque en la reunión todo está correcto y en buen orden. Como resultado, la reunión se encuentra en una condición, en un estado, de justicia. Pero supongamos que los hermanos argumentan, las hermanas están enojadas y los niños corren por todo el local. ¡Qué desorden habría! En esa clase de situación, una condición de desorden, no habría ninguna justicia. La justicia alude a un estado donde todo está en buen orden.
En 2 Pedro 3:13 se dice: “Pero nosotros esperamos, según Su promesa, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”. El hecho de que la justicia more en los cielos nuevos y en la tierra nueva, indica que todo estará en buen orden, que nada estará mal, que no habrá desorden ni confusión. En lugar de desorden y confusión, habrá paz y orden. A los ojos de Dios, ese estado es la justicia. Todo lo que se halle en los cielos nuevos y en la tierra nueva, será justicia. Nada estará en desorden; por el contrario, todo allí estará ordenado. Esta condición de orden es una condición de justicia.
En 4:8 Pablo habla de ser oprimido en todo aspecto, o de ser atacado por todos lados. Por mucho que él era oprimido o atacado, en él no había ninguna perturbación; antes bien, en él vemos la manifestación de la vida. Esta manifestación produjo un estado de paz y de tranquilidad.
Supongamos que su cónyuge, sus hijos y su familia política le causan a usted problemas por todos lados. Sin embargo, en lugar de sentirse molesto y atormentado, usted manifiesta la vida. Esto significa que la vida emana de usted en esa situación, y como resultado, usted estará en condiciones de paz y de orden. A pesar de los problemas que le sobrevienen por todos lados, usted permanece en esa condición ordenada y apacible. El Espíritu procesado, el Espíritu “cocinado”, que está dentro de usted y que usted experimenta como vida, pacifica toda la situación. Ésta es la justicia.
En 4:8 y 9 Pablo habla de ser oprimido, de estar en apuros, y de ser perseguido y derribado. Podríamos pensar que tal situación redundaría en confusión. Pero si usted se encuentra en tal situación y aun así todo llega a estar en tranquilidad y orden, la vida se ha manifestado en esas circunstancias. Además, ese estado de orden es un estado de justicia.
Cada vez que el Espíritu se expresa como vida, habrá justicia. Donde haya justicia, allí todo estará tranquilo, pacífico y ordenado. Si usted experimenta esto en su vida familiar, sus hijos se tranquilizarán, y su cónyuge será sometido. Una vida así siempre tranquiliza el desorden. Cuando otros reciban esta vida de parte de usted, ellos también disfrutarán de un estado pacifico.
La vida de iglesia es una vida de justicia. En la vida de iglesia, todo debe estar tranquilo, pacífico y ordenado. Ciertamente, el milenio, el reino de mil años, estará lleno de justicia. Puesto que en el reino habrá justicia, allí habrá también paz. El reino es simplemente una esfera de justicia y de paz. Esta justicia es el resultado de la vida.
Según la Biblia, en el milenio, la muerte será limitada y restringida en gran manera (Is. 65:20). Allí habrá abundancia de vida. Como resultado, en el milenio el medio ambiente será tranquilo. La Biblia usa la palabra justicia para denotar dicho estado y dicha condición de paz.
Después del milenio, vendrán los cielos nuevos y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén. En la Nueva Jerusalén, no habrá muerte, y la vida fluirá para mantener una condición pacífica (Ap. 21:4; 22:1). Ésta será una justicia eterna. Entonces todos viviremos y expresaremos la vida divina en una condición de justicia. La vida de iglesia de hoy debe ser una miniatura de esa clase de condición. Lo mismo debe ser verdad con respecto a nuestra vida de familia. Por la misericordia y la gracia del Señor, nuestra vida de iglesia y de familia debe estar llena de vida y de justicia.
Un vivir que rebosa de vida y de justicia es una confirmación del ministerio del nuevo pacto. Según lo que Pablo nos dice en el tercer capítulo de 2 Corintios, el ministerio del nuevo pacto es el ministerio del Espíritu y de la justicia. Este ministerio suministra a Cristo como el Espíritu y como la justicia a los demás. En el cuarto capítulo de 2 Corintios, Pablo presenta la experiencia del Espíritu y de la justicia. Cuando experimentamos al Espíritu, la vida se manifiesta. Cuando la vida se manifiesta, somos llevados a una condición de paz, donde nada está mal o desordenado. Ésta es la justicia, un estado donde todo está vivo, recto y ordenado. A los ojos de Dios, ésta es la justicia. Los apóstoles experimentaron al Espíritu, manifestaron la vida y vivieron en una condición de justicia. Vemos una vez más que su vivir y su ministerio eran uno.
Hemos visto que la renovación del capítulo cuatro corresponde con la transformación del capítulo tres. En 4:16 Pablo declara: “Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. La traducción, “nuestro hombre exterior se va desgastando”, es correcta. No obstante, muchos de nosotros preferiríamos decir que nuestro hombre interior está siendo consumido, desmoronado, acabado. La diferencia radica en que “se va desgastando” es activo, mientras que “ser consumido” es pasivo.
Podemos ejemplificar esto con la caída de las hojas de un árbol. En el otoño, muchos árboles pierden sus hojas, y durante el invierno, estos árboles están como adormecidos. Por una parte, la caída de las hojas de un árbol es activa, y por otro, es pasiva. Es activa en el sentido de que los árboles sueltan sus hojas. Ninguna fuerza exterior provoca la caída de las hojas. El árbol mismo es el que suelta sus hojas. Podemos decir que cuando un árbol suelta sus hojas, se va desgastando. Esto es algo activo. Pero en otro sentido, los árboles son forzados a soltar sus hojas. Si un árbol pudiera hablar, diría: “¡Ayúdenme! No quiero perder mis hojas. Me gustaría que la temporada pasara directamente del otoño a la primavera; así no perdería mis hojas”. La pérdida de las hojas por parte del árbol también se puede considerar como algo pasivo. Las palabras de Pablo “nuestro hombre exterior se va desgastando” son activas, pero también se pueden entender como si estuvieran en la voz pasiva. Por tanto, podemos decir que nuestro hombre exterior está siendo consumido, o desmoronado.
Apliquemos ahora este entendimiento a nuestra experiencia cotidiana. Supongamos que un hermano es oprimido por todos lados. Ciertamente una persona oprimida o atacada de esta forma se desgastaría, sería consumida. Si usted fuera el que sufriera esa opresión, acaso no exclamaría: “Rescátenme por favor, estoy siendo consumido. Todos ustedes me están desmoronando y desgastando. Estoy siendo consumido por todos ustedes”. No obstante, este hermano, junto con todos nosotros, debe darse cuenta de que así como un árbol está destinado a perder sus hojas, nuestro destino es que nuestro hombre exterior sea consumido.
Aquel que creó los árboles decidió que muchas clases de árboles soltaran sus hojas. Como “árboles” cristianos, nosotros también estamos destinados a “soltar nuestras hojas”. Puesto que nuestro destino es soltar nuestras hojas, con el tiempo, algo o alguien nos obligará a soltarlas. Dios nunca quiso que nuestro hombre exterior sobreviviera tanto tiempo. Por el contrario, Él determinó que nuestro viejo hombre, el hombre exterior, se desgastara, que fuera consumido. Por tanto, el destino del hombre exterior es morir. Tal vez usted tiene una larga vida, pero finalmente su hombre exterior morirá. La intención de Dios no es prolongar la vida de nuestro hombre exterior. Así que, no pida que Él le ayude a preservar su hombre exterior, ni pida que le rescate de aquellas cosas o personas que le consumen. Antes bien, usted debe decir: “Señor, te doy gracias. Todas estas personas y cosas me ayudan a soltar mis hojas más pronto y más rápido. Señor, quiero cooperar. Quiero soltar mis hojas más rápido, porque entonces maduraré más pronto. ¡Señor, te alabo por esta ayuda!”
El Señor usa nuestra vida matrimonial para consumir nuestro hombre exterior. Antes de casarse, un hermano joven tal vez sueñe con la clase de hermana con la cual se casará. Luego, buscará la hermana de sus sueños. Asimismo, las hermanas jóvenes buscan un “héroe” por esposo. Todos los jóvenes sueñan acerca de su futura vida matrimonial. Algunos tal vez viajan de una iglesia local a otra esperando encontrar al hermano o a la hermana de su predilección. Pero, jóvenes, por más astutos que sean, no podrán vencer a Dios. El ya ha determinado el destino de ustedes en cuanto a la vida matrimonial. No necesitan gastar tanta energía buscando la esposa o el marido de sus sueños. Antes bien, sencillamente deben orar: “Señor, Tú ya determinaste mi destino. No necesito viajar de un lugar a otro, buscando un cónyuge; más bien, quiero ser el Isaac de hoy, que espera que le mandes al cónyuge que Tú ya determinaste”. Con todo, dudo que muchos jóvenes sigan este camino o tomen este consejo. Sin embargo, estoy seguro de que después de algunos años de vida matrimonial, ellos adorarán al Señor y le dirán: “Señor, Tú eres soberano. No he sido yo el que ha elegido, sino que Tú así lo destinaste”.
Hermanos, les aseguro que el Señor les dará la esposa más conveniente para que les aflija e incluso les ataque, a fin de que su hombre exterior sea consumido. Toda esposa conoce el mejor momento de atacar a su marido. Ciertamente, esto es soberano del Señor. A veces, cuando usted comete un error, su esposa se mostrará muy amable y le dirá que no se preocupe por ello. Pero cuando usted no ha cometido ningún error, le atacará fuertemente sin haber motivo. De hecho, sí hay motivo: Dios en Su soberanía le permite eso a ella para que usted, como árbol, suelte sus hojas.
Por una parte, el árbol suelta sus hojas por sí mismo; por otra, la estación y el entorno obligan al árbol a hacer eso. Cuando llega el otoño, el árbol debe soltar sus hojas, por muy verde y floreciente que haya estado durante el verano. Asimismo, cuando llegan las estaciones del otoño y el invierno en la vida cristiana, es posible que seamos oprimidos por los miembros de nuestra familia. Durante la época de frío severo, nos vemos obligados a soltar nuestras hojas. Esto significa que, por una parte, nuestro hombre exterior se va desgastando, y que por otra, está siendo consumido.
Cuando experimentamos el desgastamiento de nuestro hombre exterior, tal vez le decimos al Señor que no podemos soportar más esa situación. No obstante, el Señor quizás nos diga que debemos soportarla por más tiempo, pues nuestro destino es que nuestro hombre exterior sea consumido. Así entiendo yo este asunto conforme a mi experiencia.
Por experiencia puedo testificar también que el desgastamiento, el ser consumidos, tiene un resultado, el cual es la renovación del hombre interior. Sí, nuestro hombre exterior se va desgastando, pero nuestro hombre interior se renueva. Si se nos diera a escoger, por supuesto escogeríamos la renovación y evitaríamos el desgastamiento. Pero si pudiéramos evitar el desgastamiento del hombre exterior, no se produciría la renovación del hombre interior. Todos preferimos ser como árboles que siempre están verdes. En cierto sentido, cuando entra la primavera, dichos árboles no están tan frescos. Pero los árboles que sueltan sus hojas y que están adormecidos durante el invierno, están frescos cuando llega la primavera. En el mismo principio, cuando experimentamos el desgastamiento del hombre exterior, disfrutamos la renovación del hombre interior.
En el tercer capítulo de 2 Corintios Pablo habla de la transformación. En el proceso de transformación, se añade a nuestro ser un elemento divino, el cual llega a ser parte de nuestra constitución. Esta constitución produce una transformación. Como hemos visto, en el cuarto capítulo de 2 Corintios, la transformación llega a ser la renovación. Esta renovación no simplemente incluye la adición del elemento divino a nuestro ser. De hecho, nuestra vieja naturaleza, nuestro hombre exterior, es eliminada para que la vida divina que está en nosotros, es decir, el Espíritu de vida, tenga la oportunidad de desarrollarse. Este desarrollo de la vida que está en nosotros es la renovación. Una vez más, podemos usar los árboles como ejemplo de esto. Durante el invierno, los árboles están adormecidos, pero en la primavera podemos ver en ellos el desarrollo de la vida interior. En esto no se ve solamente la transformación, sino también la renovación.
La transformación es un asunto de constitución; la renovación supone un reemplazo. Ser renovado significa que el hombre exterior es consumido. Así como el árbol suelta sus hojas, el viejo elemento del hombre exterior se desgasta. El resultado de esto es que la vida interior se desarrolla de una manera fresca. Cuando llega la primavera, el árbol se llena de lozanía, se vuelve fresco y vigoroso, echa nuevas hojas, y finalmente, florece y da fruto. Éste es un cuadro de la renovación de nuestro hombre interior. Por la experiencia que tenemos de esta renovación, pasamos de gloria en gloria. La gloria va en aumento de un nivel a otro, de la gloria del presente a la gloria eterna.