Mensaje
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Lectura bíblica: 2 Co. 6:14-18; 7:1-11
Hemos visto que ser plenamente reconciliados con Dios equivale a experimentar plenamente la salvación de Dios. También hemos visto que ser plenamente reconciliados y salvos equivale a que nuestros corazones sean ensanchados. Ahora, en 6:14—7:1, examinemos una franca exhortación emitida por el ministerio de la reconciliación.
El versículo 14 dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” El apóstol profirió estas palabras basándose en el hecho de que su boca se había abierto para con los creyentes y en que su corazón se había ensanchado para con ellos, como dijo en el versículo 11. Habiendo establecido Pablo el hecho de que la plena reconciliación es la plena salvación, lo cual resulta en el ensanchamiento del corazón, él exhorta a los creyentes corintios a que no se unan en yugo desigual con los incrédulos.
La palabra “desigual” del versículo 14 implica una diferencia de género. Esto se refiere a Deuteronomio 22:10, donde se prohibe unir en un mismo yugo dos animales de especie diferente. Los creyentes y los incrédulos son personas diferentes. Debido a la naturaleza divina y a la posición santa de los creyentes, ellos no deben unirse en un mismo yugo con los incrédulos. Esto debe aplicarse a todas las relaciones íntimas que puedan existir entre creyentes e incrédulos, y no sólo al matrimonio y a los negocios.
Estas palabras indican que los creyentes corintios se habían unido en yugo desigual con los incrédulos, y ellos no se habían apartado para Dios separándose de la gente mundana, lo cual significa que no estaban completamente, reconciliados con Dios. Por eso, el apóstol les exhortó a que no se unieran en yugo desigual con los incrédulos, y a que se apartaran de ellos para poder ser completamente reconciliados con Dios, es decir, conducidos de nuevo a Él.
Según el Antiguo Testamento, el ganado pertenecía a dos categorías: los limpios y los inmundos. Los limpios rumiaban y tenían la pezuña hendida. Las ovejas y los bueyes eran animales limpios, mientras que los asnos, los caballos, las mulas y los cerdos, no lo eran. Por tanto, Deuteronomio 22:10 declara: “No ararás con buey y con asno juntamente”. Aquí vemos que la ley exigía que los hijos de Israel no debían unir bajo el mismo yugo a un animal limpio y a un animal inmundo, que no los debían unir con el mismo yugo. Un animal limpio, como por ejemplo el buey, se podía ofrecer a Dios, mas no un animal inmundo. Por consiguiente, el animal limpio y el inmundo eran desiguales.
En 6:14, a Pablo no le interesa meramente enseñar la ley; lo que sí le interesa es el significado espiritual de la ley. Hoy en día, nosotros, los creyentes, somos las personas limpias; somos los bueyes y los corderos que se ofrecen a Dios. Los incrédulos, en cambio, son inmundos, y no debemos unirnos en yugo desigual con ellos.
Unirnos en yugo desigual con los incrédulos equivale a ser distraídos de tal modo que nos apartamos de Dios. Liberarnos de ese yugo desigual equivale a volver a Dios y ser reconciliados con Él. Por ejemplo, un hermano no debe casarse con una persona incrédula. Casarse con un incrédulo es unirse en yugo desigual, lo cual alejaría de Dios al hermano. Asimismo, asociarse en un negocio con un incrédulo es también unirse en yugo desigual. Supongamos que un creyente y un incrédulo son socios en un negocio, y comparten los mismos intereses y metas. De hecho, ellos son un par unido en yugo desigual. Esta clase de asociación, de unión, debe terminar. Todo aquel que se involucre en una asociación de negocio de esta manera, se alejará de Dios a causa del negocio. El negocio lo alejará de Dios cada vez más. Todo hermano que se encuentre en una situación así, debe deshacerse de ese yugo desigual relacionado con el negocio y ser reconciliado con Dios, volver a Dios.
Además, la amistad con los incrédulos puede ponernos bajo un yugo desigual. A los jóvenes en especial, les gusta hacer amigos. Hermanos y hermanas jóvenes, si ustedes desarrollan amistades íntimas con incrédulos, eso les pondrá bajo un yugo desigual. Esta clase de relación los alejará de Dios. Sus amigos incrédulos no les ayudarán a acercarse más a Dios; por el contrario, los alejarán de Él. Mientras mantengan esa amistad desigual, serán distraídos y se alejarán más y más de Dios. Por tanto, Pablo nos exhorta a que no nos unamos en yugo desigual con los incrédulos, a fin de que seamos preservados en Dios y devueltos plenamente a Él.
En 6:14-16 el apóstol usa cinco ejemplos para describir la diferencia que existe entre los creyentes y los incrédulos diciendo que no puede haber: ningún compañerismo, ningún intercambio, entre la justicia y la injusticia; ninguna comunión entre la luz y las tinieblas; ninguna concordia, armonía, entre Cristo y Belial; ninguna parte, ninguna porción, compartida por un creyente y un incrédulo; ningún acuerdo, ningún consentimiento, entre el templo de Dios y los ídolos. Estos ejemplos también revelan el hecho de que los creyentes son justicia, luz, Cristo y el templo de Dios; y que los incrédulos son injusticia, tinieblas, Belial (Satanás, el diablo) e ídolos.
En el versículo 14 Pablo declara: “¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” No debe existir ninguna clase de comunicación entre la justicia y la injusticia; no debe haber ninguna relación, ningún compañerismo entre ellas. Asimismo, la luz y las tinieblas no tienen nada que ver la uno con la otra; no pueden tener ninguna comunión. Como creyentes, nosotros estamos en la luz. Si tenemos comunión, o amistad íntima, con los incrédulos, esa clase de amistad es comunión entre la luz y las tinieblas. Cuando un creyente se casa con un incrédulo, ese creyente participa de la comunión entre la luz y las tinieblas.
En el versículo 15 Pablo añade: “¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” Belial es otro nombre de Satanás, el diablo. No puede haber concordia entre Cristo y el diablo. Nosotros, los creyentes, somos de Cristo, y los incrédulos son de Satanás. Si amistamos con los incrédulos, esto significa que establecemos concordia entre Cristo y Satanás. El creyente no tiene parte alguna con el incrédulo.
En el versículo 16 Pablo dice además: “¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios viviente, como Dios dijo: ‘Habitaré entre ellos y entre ellos andaré, y seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo’ ”. Aquí vemos que no debe existir ningún acuerdo entre el templo de Dios y los ídolos. Los incrédulos tienen ídolos, pero nosotros somos el templo de Dios. ¿Cómo podría haber una relación estrecha entre los creyentes y los incrédulos?
En el versículo 16 Pablo dice que somos el templo del Dios viviente. Nuestro Dios es el Dios viviente y, como tal, Él mora en nosotros y anda entre nosotros a fin de ser nuestro Dios de manera subjetiva para que nosotros participemos de Él y seamos Su pueblo y así experimentarlo de una manera viviente.
En 1 Timoteo 3:15 Pablo declara que somos la iglesia del Dios viviente. El Dios viviente, quien vive en la iglesia, debe ser subjetivo para la iglesia y no objetivo. Un ídolo de un templo pagano no tiene vida. El Dios que no sólo vive en Su templo vivo, la iglesia, sino que también actúa y obra en él, es viviente. Debido a que Él es viviente, la iglesia también es viviente en Él, por Él y con Él. Por definición, el Dios viviente y la iglesia viviente, viven, actúan y obran juntos. La iglesia viviente es la casa y familia del Dios vivo. Por lo tanto, llega a ser la manifestación de Dios en la carne.
Dios dijo: “Habitaré entre ellos y entre ellos andaré, y seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo” (2 Co. 6:16). Ésta es nuestra situación hoy en día. Dios vive en nosotros, mora en nosotros y anda entre nosotros. Él es nuestro Dios y nosotros somos Su pueblo.
En el versículo 17 Pablo exhorta a los corintios, diciéndoles: “Por lo cual, ‘salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y Yo os recibiré’ ”. Apartarse significa ser reconciliados con Dios, ser conducidos de nuevo a Él (5:20) de modo práctico. La expresión “lo inmundo” denota lo que pertenece a la injusticia, a las tinieblas, a Belial, y a los ídolos, según se menciona en los versículos del 14 al 16. Al no tocar estas cosas inmundas, somos apartados para Dios y reconciliados con Él. Por tanto, dejar estas cosas y separarse de ellas equivale a ser traído de vuelta a Dios. Cuando nos separamos de esta manera, Dios nos recibe. Las palabras: “Yo os recibiré” aluden al hecho de que Dios recibe con gozo a los creyentes que han sido devueltos a Él, o sea, que han sido reconciliados completamente con Él.
El versículo 18 dice: “Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. Tener a Dios por Padre y ser hijos e hijas de Él es un asunto de vida, y es más profundo que tener a Dios por Dios y ser Su pueblo, como se menciona en el versículo 16. Dios es el que crea, y el Padre es el que engendra. Él nos regeneró y nos hizo hijos e hijas para Él.
El versículo 18 constituye la única ocasión en que el Nuevo Testamento indica que Dios tiene hijas. Generalmente dice que los creyentes son hijos de Dios. La razón por la que este versículo habla de hijos e hijas alude a una relación muy personal. Para muchos padres, los hijos son preciosos. Tengo entendido que en el oriente y en el occidente, los padres que tienen solamente hijas anhelan tener por lo menos un hijo. Sin embargo, aunque los hijos son preciosos, las hijas son queridas. Supongamos que un padre tuviera tres hijos y ninguna hija. Ciertamente él querría tener una hija; ella le sería muy querida. Muchos padres que tienen hijos e hijas les dirán que las hijas les son queridas y que los hijos les son preciosos.
Creo que en el versículo 18, Pablo desea que veamos que no sólo somos preciosos para Dios como hijos, sino que también le somos queridos para Él como hijas. ¿Quiere usted ser un hijo de Dios o una hija de Dios? Yo soy un hijo de Dios, pero también estoy contento de ser una hija de Dios. Me agrada ser precioso y querido para Él. Pablo, consciente de que podemos ser preciosos y queridos para el Padre, indica que somos hijos y también hijas de Él.
Según la Biblia, Dios no le da mucho énfasis a que seamos hombres o mujeres. En un sentido real y positivo, todos somos mujeres a los ojos de Dios. En 11:2, Pablo declara: “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo”. ¿Acaso no indica esto que para Dios, todos los creyentes son mujeres? Si no fuésemos mujeres a Sus ojos, ¿cómo podríamos formar parte de la virgen pura que es presentada a Cristo? Cristo ha de ser nuestro Marido, y nosotros hemos de ser Su esposa. En este sentido, todos somos mujeres. Incluso podemos usar una expresión poco común y afirmar que para Dios, somos hijos hembras. Cuando desempeñamos responsabilidades y llevamos a cabo la guerra espiritual, somos hijos. Debemos ser hijos fuertes cuando se trata de asumir nuestra responsabilidad y de llevar a cabo la guerra espiritual. Pero al mismo tiempo debemos ser hijas, muy queridas y preciosas para el Padre. Así que, por una parte, somos hijos preciosos, y por otra, somos hijas queridas.
En 7:1 Pablo dice: “Así que, amados, puesto que tenemos estas promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. El hecho de que Pablo use las palabras “así que” al principio de este versículo indica que el versículo 1 es la conclusión de la última parte del capítulo seis, y específicamente, de los versículos del 14 al 18. Las promesas aluden a las que se mencionan en 6:16-18. La contaminación de la carne es una referencia a las cosas materiales, mientras que la contaminación del espíritu es una referencia a las cosas del mundo espiritual, tales como los ídolos. Limpiarnos de toda contaminación de carne y de espíritu significa apartarnos de todas las distracciones para ser plenamente reconciliados con Dios.
En 7:1 Pablo habla de perfeccionar la santidad en el temor de Dios. La santidad consiste en estar apartado para Dios de todo lo que no sea Él. Perfeccionar la santidad es hacer que esta separación sea completa y perfecta, que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea completo y perfectamente apartado y santificado para Dios (1 Ts. 5:23), lo cual equivale a ser plenamente reconciliados con Dios.
La palabra “santos” no sólo significa santificados, apartados, para Dios, sino también diferentes, distintos, de todo lo común. Sólo Dios es diferente, distinto, de todas las cosas. Por lo tanto, Él es santo; la santidad es Su naturaleza. Según Efesios 1:4, Él nos escogió para que fuésemos santos, y nos hace santos impartiéndose a Sí mismo, el Santo, en nuestro ser, a fin de que todo nuestro ser sea impregnado y saturado de Su naturaleza santa. Nosotros los escogidos de Dios somos hechos santos al participar de la naturaleza divina de Dios (2 P. 1:4) y al permitir que todo nuestro sea empapado de Dios. Esto es diferente de llegar a una perfección o pureza inmaculada. La verdadera santidad hace que nuestro ser sea santo en la naturaleza y el carácter de Dios, tal como lo es Dios mismo.
En 7:1 Pablo menciona el temor de Dios. Este temor está relacionado con el hecho de no atreverse a tocar lo que no pertenezca a Dios o no esté relacionado con Él (6:17).
Hemos señalado que los creyentes son justicia, luz, Cristo y el templo. Cuando nos unimos en yugo desigual con los incrédulos, esto significa que en cierto sentido introducimos la justicia de Dios en la injusticia, la luz de Dios en las tinieblas, y a Cristo en el diablo, y que asociamos el templo de Dios con los ídolos. Los ídolos contaminan nuestro espíritu. Por consiguiente, tanto en el mundo espiritual como en el mundo físico, hay contaminación. Separarnos de la contaminación, de las cosas impuras, es de hecho reconciliarnos con Dios.
En el capítulo seis se ve a un Pablo que cumple verdaderamente el ministerio de la reconciliación. Él exhorta a los corintios a que se aparten de las cosas profanas. Separarse de lo profano equivale a ser reconciliados con Dios y santificados para Él. Por ende, ser plenamente salvos incluye la separación de lo inmundo, la santificación para Dios y la reconciliación con Dios. Ésta es la razón por la cual al comienzo de este capítulo Pablo habla de la salvación, y al final del mismo habla de la separación. La salvación es la separación, la separación es la santificación, y la santificación es la reconciliación.