Mensaje
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Lectura bíblica: 2 Co. 7:2-7
El capítulo siete también forma parte de la sección de 2 Corintios que trata de los ministros del nuevo pacto. En esta sección, Pablo describe la clase de vida que llevan los ministros del nuevo pacto. En este mensaje procuraremos percibir el sentir que había en el espíritu de Pablo, según se expresa en 7:2-7. Al leer 7:2-16, lo crucial es percibir el sentir de Pablo y también su espíritu; aunque hacer esto no es cosa fácil.
Lo que vemos en 7:2-16 es la preocupación íntima que muestra la vida que ministra a otros. Todo creyente que ama al Señor y desea ceñirse a lo establecido por Dios, debe convertirse en un ministro del nuevo pacto. Si somos creyentes de Cristo, debemos ser ministros del Nuevo Testamento, ya sea que seamos apóstoles, evangelistas, ancianos o diáconos. Dicho ministro es una persona que suministra Cristo a los demás para que se edifique la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Cuando yo era joven, oí que todo creyente debe ser un predicador del evangelio. Ahora vemos que no debemos ser simplemente predicadores del evangelio, sino también ministros del nuevo pacto, personas que ministran a Cristo como vida para que la iglesia sea edificada como Cuerpo de Cristo. Este ministerio lo deben llevar a cabo no solamente los apóstoles y los ancianos, sino todos los miembros de la iglesia.
La meta actual del recobro del Señor es precisamente recobrar el que todos los creyentes impartan a Cristo a fin de que la iglesia sea edificada. Llegamos a este entendimiento basándonos en lo que expresó Pablo en Efesios 4, donde declara que los apóstoles, los profetas, los evangelistas, y los pastores y maestros perfeccionan a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo. Si queremos ser aquellos que edifican la iglesia, aquellos que ministran a Cristo para la edificación de la iglesia, debemos llevar una vida que ministre a Cristo a los demás. Si hemos de ser ministros del nuevo pacto, necesitamos llevar tal vida. Debemos llevar una vida que ministre a Cristo a los demás por causa de la iglesia.
Hace muchos años, leí varios libros en los que se alentaba a los creyentes a ser espirituales, santos y victoriosos. Pero jamás he leído un solo libro que nos exhortara a llevar una vida que ministre a Cristo a los demás. Muchos de nosotros hemos leído libros que tratan de cómo ser espirituales, de cómo llevar una vida santa, o de cómo ser victoriosos. Pero ¿ha leído usted alguna vez un libro que le explique cómo llevar una vida que ministre a Cristo a otros? No creo que ninguno de nosotros haya leído tal libro.
En los pasados cincuenta años he viajado a muchos lugares y me he encontrado con muchas clases de cristianos. Conocí específicamente a algunos que tenían fama de ser espirituales. Pero según mi parecer, ni siquiera estos hermanos, que supuestamente eran espirituales, llevaban una vida ministerial adecuada. Ellos se conducían de una manera muy cuidadosa con el fin de ser “espirituales”, “santos” y “victoriosos”. Pero no llevaban la vida característica de uno que ministra a Cristo a los demás. Por la gracia del Señor, y no por nuestros propios esfuerzos, todos debemos procurar llevar una vida que les ministra a otros.
La vida que ministra a Cristo a otros, la cual vemos en 2 Corintios, es una vida fructífera. Es posible ser “espirituales”, “santos” y “victoriosos”, y con todo, no llevar fruto. Esta clase de espiritualidad, santidad y victoria presenta problemas, pues es cuestionable si tales características son auténticas y genuinas. ¿Acaso no es extraño que alguien que es “espiritual” no lleve fruto? Según la Biblia, el objetivo de ser espiritual es llevar fruto. En el Evangelio de Juan, el Señor no pide que seamos espirituales, santos ni victoriosos; más bien, en Juan 15 Él nos dice que llevemos fruto, incluso que llevemos fruto abundante, el fruto que permanezca. Esto es llevar una vida que ministra a los demás.
Alrededor de mi casa hay varios árboles frutales: un durazno, un limón y un naranjo. Sin embargo, algunos de los árboles no daban fruto, aun después de mucho tiempo. Puesto que no daban fruto, pensábamos tal vez arrancarlos. Aunque estos árboles no daban fruto, seguían creciendo bastante. De hecho, estaban verdes y florecientes, llenos de hojas. No obstante, cuanto más crecían, más molesto me sentía a causa de ellos. A veces, cuando miraba aquellos árboles, decía: “Y ustedes árboles ¿qué están haciendo aquí? Están llenos de hojas verdes, y sus ramas siguen creciendo, pero no producen ningún fruto”. Podemos usar esto como ejemplo de los creyentes que, aunque sean “espirituales”, “santos” y “victoriosos”, no llevan fruto. No producen fruto porque no llevan una vida que ministra a otros. Es muy importante ver que todos debemos llevar una vida que ministra a Cristo a los demás.
En mis primeros años de creyente, oí varios mensajes sobre 2 Corintios 7. El énfasis de esos mensajes era el ser contristado según Dios. En ellos se decía que si somos contristados según Dios, no lamentaremos el ser contristados. Sin embargo, aunque escuché mensajes que trataban de este tema, no se me dijo nada respecto a que en este capítulo se puede percibir el sentir y el espíritu de Pablo. Aquí vemos su íntima preocupación.
Una persona puede ser entendida en los asuntos espirituales y poderosa en la predicación, y con todo, ser infructuosa. De hecho, en lugar de ser fructuosa y ministrar vida, es posible que mate a los demás. Puede ser que un hermano visite otra localidad y celebre conferencias, pero es posible que a muchos se les dé muerte como resultado de esas conferencias. Se les da muerte no con palabras erróneas, sino con palabras bien dichas. Además, al pastorear a los santos, puede ser que también demos muerte a los demás. La razón por esta muerte, esta falta de fruto, es que no tenemos una preocupación íntima. Es posible que a un hermano que da una conferencia en determinada iglesia sólo le preocupe dar mensajes, y que no sienta una preocupación genuina por la iglesia de esa localidad. Asimismo, es posible que visitemos a una familia para pastorearla, y no sintamos una verdadera preocupación por ella, sino que más bien, lo que nos preocupa sea exhibir nuestro conocimiento, espiritualidad, don o capacidad. Esto produce muerte.
Hay madres que al parecer les falta sabiduría. No obstante, a pesar de no ser muy instruidas, crían a sus hijos bien porque los aman y se preocupan por ellos. Algunas madrastras, por el contrario, tal vez sean muy letradas, talentosas e inteligentes, pero no tengan la debida preocupación por sus hijos. En el cuidado de los hijos, lo más importante no es el conocimiento ni la capacidad, sino el tener una verdadera preocupación por ellos. Esto mismo se aplica al cuidar de las iglesias y al pastorear a los santos. Lo que más se necesita es la preocupación íntima de una vida que ministra a otros. Los hermanos que dan conferencias a las iglesias deben sentir una preocupación genuina por ellas. No les debe interesar meramente dar excelentes mensajes que exhiban su conocimiento, talento o capacidad.
Cuando yo era joven, me inquietaba un poco el capítulo siete de 2 Corintios. Consideraba que la Biblia era un libro sagrado y clásico, y me parecía que 2 Corintios 7 no era un escrito clásico. Entendía por qué figuraban en la Biblia capítulos como Romanos 5 y Romanos 8, pero no sabía por qué se había incluido un capítulo como 2 Corintios 7. En el versículo 6, Pablo dice que fue consolado por la venida de Tito, y en el versículo 7, añade: “Y no sólo con su venida, sino también con la consolación con que él había sido consolado a causa de vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestro celo por mí, de manera que me regocijé aun más”. Me parecía que un versículo como éste no debía estar en la Biblia. ¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué 2 Corintios 7 se encuentra en el Nuevo Testamento? Si nunca ha pensado en ello, esto puede ser un indicio de que usted no lea la Palabra con cuidado. Puedo testificar que cuanto más atención presto a este capítulo, más me agrada, más aprendo de él y más me afecta.
Este capítulo revela que necesitamos tener una preocupación íntima. Si tenemos la capacidad de llevar a cabo una obra, mas no tenemos una preocupación íntima, nuestra obra será infructuosa. Lo que se necesita para establecer una vida de familia y de iglesia adecuadas, es una preocupación íntima. Lo fructíferos que seremos, es decir, el fruto que daremos, no depende de lo que podamos hacer, sino de que tengamos una preocupación íntima.
El hermano Nee nos dijo que en la predicación del evangelio, debemos preocuparnos genuinamente por los demás. Mientras tengamos una preocupación legítima por las personas, habrá muchas posibilidades de que seamos aptos para que Dios nos use a fin de que ellas sean salvas. Vemos un buen testimonio de esto en el libro Seen And Heard [Visto y oído]. En ese libro, el autor, James McKendrick, relata que una vez estuvo frente a un grupo de incrédulos y que se puso a llorar, sin decir una palabra. A pesar de no decir nada, muchos fueron salvos porque podían ver que él tenía una profunda preocupación por ellos. La elocuencia, el don y el poder nunca conmueven a las personas tan profundamente como la verdadera preocupación que mostramos para con ellas.
En 1 Corintios Pablo era como un padre que disciplinaba a sus propios hijos. Con todo, lo que lo motivaba a disciplinarlos era la preocupación profunda e íntima que él sentía por ellos. Por ejemplo, es posible que mientras una madre le esté dando una paliza a uno de sus hijos, el niño perciba que ella lo disciplina con un espíritu o actitud de amor. Por tanto, ella puede manifestar amor por su hijo aun mientras lo disciplina. Los niños saben cuando sus padres los disciplinan con un espíritu de amor y cuando no. Pablo escribió el libro de 1 Corintios con un espíritu de amor y de preocupación. Ciertamente, en toda la epístola de 2 Corintios, y particularmente en el capítulo siete, podemos ver la íntima preocupación que Pablo tenía por los creyentes.
En 2 Corintios 7 Pablo se mostró muy emotivo. En el versículo 13, él declara que se gozaba “más abundantemente por el gozo de Tito”. J. N. Darby hizo notar que no se puede traducir exactamente la expresión idiomática griega traducida “más abundantemente”. Pablo ministraba la vida de una manera muy humana y emotiva. Él era así de emotivo debido a que tenía una preocupación muy profunda e íntima por los creyentes. Sin esta clase de preocupación, jamás podríamos regocijarnos abundantemente como lo hacía Pablo; más bien, seríamos tan fríos como un congelador, sin preocuparnos en absoluto por los santos. En lugar de contagiarlos con nuestra ternura, los enfriaríamos más. Nada crece en un ambiente frío; necesitamos el clima de la primavera para que nos deshiele y caliente nuestra vida. Una vez más, se necesita una vida que ministre a otros. ¿Sabe usted qué es la vida que ministra a otros? Es una vida que consuela a los demás. Aprenda a hacer sentir bien a los demás. Esto es lo que significa mostrar una preocupación íntima por ellos.
Muchos han leído 2 Corintios 7 sin percibir la preocupación íntima que Pablo sentía por los demás. Sin esta clase de preocupación, no podremos llevar fruto. Si deseo ministrar vida a los santos, necesito mostrar una verdadera preocupación por ellos, una preocupación emotiva, profunda e íntima. Incluso debo preocuparme por ellos al grado en que, en ocasiones, ellos tengan la impresión de que me comporto neciamente o que estoy loco.
En 7:2 Pablo declara: “Dadnos cabida en vuestro corazón; a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, de nadie hemos tomado ventaja”. La exhortación franca que se encuentra en 6:14—7:1 se da de modo parentético para hacer que los corintios distraídos vuelvan a su Dios santo y dejen de tocar cosas que contaminan, a fin de que sean completamente reconciliados con Él. Así que, 7:2 es en realidad una continuación de 6:11-13, donde Pablo exhorta a los creyentes a que tengan un corazón ensanchado para con los apóstoles, a que les dieran cabida en sus corazones. Desde este versículo hasta el final del capítulo, el apóstol, en su ruego, expresó su preocupación íntima por los creyentes, para que ellos fuesen consolados y alentados a seguir adelante de manera positiva con el Señor después de ser plenamente reconciliados con Él.
Cuando Pablo declara: “Dadnos cabida”, de hecho decía a los corintios: “Hermanos, quisiera entrar en vosotros y morar en vosotros, pero estáis estrechos y os habéis cerrado. No tenéis un corazón ensanchado que nos reciba. Yo os amo, y vosotros me preocupáis. Por esto os exhorto a que os abráis y que nos deis cabida para que podamos entrar en vosotros y morar en vosotros”.
Si usted visita la iglesia de otra localidad sin tener la clase de espíritu que posee Pablo según el versículo 2, tal vez sentirá, sin darse cuenta, que usted es más conocedor de las cosas espirituales que los demás, y que tiene algo que ministrarles. Ésta no es la clase de actitud que necesitamos. En cambio, suponga que usted apela a los santos de la misma manera que lo hace Pablo en el versículo 2, pidiéndoles que le den cabida en sus corazones para que usted more en ellos. Ciertamente esto conmoverá muy profundamente a los demás.
En el versículo 2, Pablo dice que a nadie han agraviado, que a nadie han corrompido, que de nadie han tomado ventaja. Parece que Pablo se está justificando a sí mismo, pero con todo profiere esta justificación de una manera íntima y amorosa.
En el versículo 3, Pablo añade: “No lo digo para condenaros; pues ya he dicho antes que estáis en nuestro corazón, para morir juntos y para vivir juntos”. Aquí vemos la expresión de una relación muy íntima, no de palabras diplomáticas ni corteses. Pablo es franco en su manera de hablar, pero al mismo tiempo sus palabras son muy íntimas y conmovedoras. El hecho de que Pablo hablara a los corintios de esta manera muestra que entre él y ellos existía una relación íntima. Sólo a personas con quienes tenemos una íntima relación podemos hablarles de esta manera.
En el versículo 3 Pablo incluso declara que los corintios estaban en el corazón de los apóstoles, para morir juntos y para vivir juntos. Aquí Pablo parece decir: “No digo esto para condenaros, pues ya he dicho que vosotros estáis en nuestros corazones. Puesto que os tenemos en nuestros corazones y puesto que nuestros corazones están ensanchados, apelamos a vosotros que ensanchéis vuestros corazones y nos deis cabida. Corintios, vosotros estáis en nuestros corazones, para vivir juntos y para morir juntos”. ¡Qué palabras más profundas, tiernas e íntimas! ¡Cuán profundamente conmueven!
El versículo 4 añade: “Mucha franqueza tengo con vosotros; mucho me glorío con respecto de vosotros; lleno estoy de consolación; sobreabundo de gozo en toda tribulación nuestra”. En el griego esta frase significa literalmente que Pablo está lleno del consuelo, del gozo, lo cual se refiere a un consuelo específico y a un gozo específico. Aquí vemos también que las palabras de Pablo son íntimas y conmovedoras.
En el versículo 5 Pablo declara: “Porque de cierto, cuando vinimos a Macedonia, ningún reposo tuvo nuestra carne, sino que en todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores”. Aquí la palabra “carne” se refiere al hombre exterior, que incluye el cuerpo y el alma. Los conflictos por fuera y los temores por dentro tienen que ver con el cuerpo y el alma. El no tener reposo en la carne es diferente de no tener reposo en el espíritu.
El versículo 6 dice: “Pero Dios, que consuela a los abatidos, nos consoló con la venida de Tito”. Debido a su profunda preocupación con respecto a cómo responderían los creyentes corintios a su primera epístola, el apóstol no tenía reposo en su espíritu (2:13) e incluso estaba abatido, anhelando ver a Tito para obtener información acerca de la respuesta de los corintios. Ahora Tito no sólo había venido, sino que también había traído buenas nuevas de la respuesta positiva de ellos. Eso fue un gran consuelo para el apóstol.
En el versículo 7 Pablo añade: “Y no sólo con su venida, sino también con la consolación con que él había sido consolado a causa de vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestro celo por mí, de manera que me regocijé aun más”. Aquí se ve una vez más que Pablo se muestra muy emotivo debido a su preocupación.
Todos debemos ensanchar nuestros corazones, todos debemos ser plenamente reconciliados con Dios. Entonces llevaremos una vida que ministra a Cristo a los demás, una vida que puede llevar mucho fruto. La vida que ministra a los demás es lo único que nos capacita para llevar fruto. Llevar fruto es el producto de una vida que ministra a Cristo a otros.