Mensaje
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Lectura bíblica: 2 Co. 8:1-15
Pablo escribió las epístolas de 1 y 2 Corintios como un padre amoroso. En su primera epístola, él disciplinó a los corintios. Los padres sabemos que al disciplinar a los hijos, corremos el riesgo de alejarlos de nosotros. Si un padre disciplina a su hijo sin restringirse, el hijo querrá irse de la casa. Habiendo escrito Pablo 1 Corintios, le preocupaba cómo reaccionarían los creyentes corintios ante su disciplina. Él estaba un poco inquieto al respecto e incluso se lamentó por haber escrito la epístola. Le preocupaba que toda la iglesia que estaba en Corinto se apartara de él. Debido a su profunda preocupación, él esperaba ansiosamente que Tito le trajera noticias con respecto a la manera en que los corintios respondieron a su primera epístola. En el capítulo dos, Pablo no tuvo reposo en su espíritu por no haber encontrado a Tito. Pero vemos, en el capítulo siete, que Tito llegó con buenas noticias.
La primera epístola de Pablo había causado tristeza a los corintios, pero aquella tristeza produjo arrepentimiento para salvación, y esa salvación fue una plena reconciliación. Cuando Pablo oyó estas buenas nuevas, él estaba fuera de sí por el gozo que sentía. Como dice en 7:13: “Nos gozamos más abundantemente por el gozo de Tito”. Cuando Pablo escribió su segunda epístola, se encontraba en un ambiente de aliento y gozo. Así que, al leer nosotros el capítulo siete, podemos percibir el sentir que había en el espíritu de Pablo, un sentir de profunda preocupación por la iglesia que estaba en Corinto.
Todos los que desean cuidar de las iglesias o servir al Señor deben admirar el espíritu que Pablo manifiesta en el capítulo siete. Aquí vemos la apropiada actitud que es necesaria para servir al Señor. También podemos ver que en tiempos antiguos la comunión que existía entre los creyentes y los apóstoles no era tan superficial como sucede entre los creyentes de hoy. En tiempos de antaño, los creyentes estaban en los corazones de los apóstoles, y los apóstoles, en los corazones de los creyentes. La comunión que disfrutaban entre ellos era muy profunda. Vivían juntos en una comunión tan profunda, que incluso estaban dispuestos a morir juntos.
La situación que existe entre muchos cristianos de hoy es muy diferente. Hay cristianos que viajan de grupo en grupo sin tener una comunión profunda con nadie. Para ellos, un grupo cristiano es como un hotel donde llega la gente, se queda por un rato y luego se va. La comunión que disfrutamos en el recobro del Señor no debe ser así. Las iglesias locales no deben ser moteles para los que viajan de lugar en lugar. Como miembros de la familia de nuestro Padre, nuestra comunión debe ser profunda; debemos llevarnos los unos a los otros en nuestros corazones, y no debe haber ninguna separación entre nosotros. Aun cuando algunos miembros nos disciplinen, debemos seguir amando a la familia de la iglesia y no abandonarla nunca.
Los capítulos ocho y nueve de 2 Corintios tratan de la comunión del apóstol en cuanto a la ministración a los santos necesitados. Aparentemente esto no tiene nada que ver con lo que Pablo ha abarcado en los capítulos seis y siete. En 2 Corintios 6 y 7 vemos la obra de la reconciliación que Pablo lleva a cabo, y en los capítulos ocho y nueve, la ministración a los santos necesitados. Sin la reconciliación descrita en los capítulos seis y siete, no se podría llevar a cabo la ministración a los santos necesitados presentada en los capítulos ocho y nueve. Por tanto, la ministración descrita en estos capítulos surge de la obra de reconciliación mencionada en los capítulos anteriores. Esto significa que si deseamos llevar a cabo un ministerio adecuado para los santos necesitados, debemos ser reconciliados con Dios, esto es, traídos de nuevo a Él por completo. Debemos vivir en Dios, y no permitir que nada nos separe de Él. La ministración para los santos necesitados narrada en los capítulos ocho y nueve es extraordinaria. Si queremos experimentar esta extraordinaria ministración, la cual se lleva a cabo para los santos necesitados de otras partes del mundo, necesitamos llevar una vida reconciliada, es decir, una vida plenamente reconciliada con Dios.
En su segunda epístola, Pablo primero les mostró a los creyentes corintios que los apóstoles, como ministros del nuevo pacto, habían recibido el ministerio que consistía en plenamente reconciliar con Dios al pueblo de Dios. Luego, en el capítulo seis, Pablo llevó a cabo dicho ministerio haciendo una obra extraordinaria que consistía en reconciliar con Dios de forma completa a los creyentes corintios, quienes se hallaban distraídos. Después de concluir dicha obra, él tuvo comunión con ellos diciéndoles que debían llevar a cabo un ministerio dirigido a ayudar a los santos necesitados.
En estos capítulos, la secuencia es importante. Si los capítulos ocho y nueve se encontraran al principio de este libro, ciertamente estarían fuera de lugar. Pero, en lugar de ello, un capítulo sigue al otro, como los peldaños de una escalera. Yo creo que mientras Pablo escribía esta epístola, él sentía que iba escalando paso a paso. Él no les presentó el ministerio que consiste en cuidar a los santos necesitados sino hasta después de haber realizado la excelente labor de reconciliar con Dios, de llevarlos de nuevo a Él, a los distraídos santos. Por tanto, no debemos pensar que estos capítulos están separados y aislados. Aparentemente, los capítulos ocho y nueve tratan de un tema diferente al de los capítulos seis y siete, pero, de hecho, según el pensamiento de Pablo, todos estos capítulos están conectados.
Mediante la obra reconciliadora de Pablo, los santos de Corinto fueron llevados de nuevo a Dios, se arrepintieron y recibieron más salvación. Luego, en 8:1, Pablo declara: “Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado en las iglesias de Macedonia”. La palabra “asimismo” indica que se habían hecho ciertos preparativos y que existía un ambiente y una condición propicias para que el escritor presentara algo adicional. Por tanto, Pablo prosigue a hablar de la gracia que Dios concedió a las iglesias de Macedonia. Su objetivo era que los creyentes corintios participaran en abastecer a los santos necesitados.
Hoy en día es común que los cristianos recauden fondos para satisfacer necesidades materiales. A menudo se envían cartas para alentar a los cristianos a ofrendar. Si compara dichas cartas con lo que escribió Pablo en 2 Corintios 8 y 9, se pone de manifiesto que ellas no tienen ningún valor. Comparadas con lo que Pablo escribió, carecen totalmente de valor, de vida y de espíritu. Cuando mucho, no hacen más que exhortar a los demás a que den dinero. En cierto sentido, en estos capítulos Pablo sí está recaudando fondos, pero su proceder al manejar las necesidades materiales es totalmente en el Espíritu y está lleno de vida, algo muy distinto de lo que hacen las organizaciones cristianas de hoy. Pablo no habla de dinero meramente; él habla de la gracia de Dios, y lo hace de una manera llena de vida y del Espíritu. Lo que escribe Pablo en estos capítulos tiene un considerable peso espiritual.
Si leemos 8:1-15 detenidamente, veremos que en este pasaje se habla de la gracia de cuatro entidades: Dios, los dadores, los apóstoles y Cristo. Por tanto, podemos hablar de una gracia cuádruple: la gracia de Dios, la gracia de los dadores, la gracia de los apóstoles y la gracia de Cristo. Pablo ciertamente no realiza una simple recaudación de fondos; más bien, él procura motivar a los santos a que participen en la suministración a los santos necesitados. Para participar en el ministerio dirigido a ayudar a los santos necesitados, necesitamos una gracia cuádruple.
En 8:1 Pablo menciona la gracia de Dios que se había dado en las iglesias de Macedonia. Esta gracia es el Cristo resucitado hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) para introducir en nosotros al Dios procesado en resurrección a fin de que sea nuestra vida y suministro de vida. La gracia es en realidad el Dios Triuno hecho nuestra vida y el todo para nosotros. Por medio de esta gracia, los creyentes macedonios vencieron la usurpación de las riquezas temporales e inciertas, y se hicieron generosos en la ministración a los santos necesitados.
En el día de Pentecostés, los creyentes juntaron todas sus posesiones y tuvieron todas las cosas en común. Hechos 2:44 y 45 dice: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno”. Ellos practicaban lo que podríamos llamar una vida comunitaria. Esta práctica seguía en vigencia en Hechos 4: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (v. 32). A lo largo de los siglos, muchos creyentes han valorado mucho la vida comunitaria de Hechos 2 y 4, y también han intentado tener todas las cosas en común. Un grupo del norte de China practicó esta clase de vida comunitaria. Todo aquel que se unía a ese grupo debía consentir renunciar a sus posesiones materiales y tener todas las cosas en común. Con todo, la vida comunitaria de Hechos no duró mucho. Vemos que ya para el capítulo seis empezaron a surgir problemas, y no mucho tiempo después, la vida comunitaria había llegado a su fin. En los escritos de Pablo se ve claramente que ya no se practicaba la vida comunitaria descrita en Hechos 2 y 4. Las epístolas de Pablo nos permiten ver que el vivir cristiano apropiado no es un vivir comunitario, un vivir en el que se tiene todas las cosas en común, sino uno que consiste en vivir por la gracia. Esta gracia procede de cuatro direcciones: de Dios, de Cristo, de los apóstoles y de los santos.
Pablo, refiriéndose todavía a la gracia de Dios que se había dado en las iglesias de Macedonia, declara en el versículo 2: “Que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su liberalidad”. Los macedonios se encontraban atribulados, sufriendo. Esta tribulación fue una prueba que les mostraba en qué medida Dios los aprobaba. A eso se refiere Pablo cuando habla de prueba de tribulación [o aprobación por la tribulación, gr.]. Siempre que nos encontremos atribulados o sufriendo, debemos darnos cuenta de que Dios nos ha puesto a prueba para ver dónde estamos y qué somos. El resultado de esta prueba de tribulación, de sufrimiento, es la aprobación. Si podemos soportar la prueba y somos aprobados por Dios, el resultado será una aprobación por tribulación. Los macedonios se encontraban en esa clase de situación.
En el versículo 2 Pablo relaciona “la abundancia de su gozo” con “su profunda pobreza”. Esto parece ser una combinación poco usual. ¿Cómo podían los macedonios estar en profunda pobreza y al mismo tiempo tener abundancia de gozo? No obstante, los macedonios tenían pobreza y gozo.
En el caso de los macedonios, la abundancia de su gozo y la profundidad de su pobreza “abundaron en riquezas de su liberalidad”. La palabra griega traducida “liberalidad” se traduce también simplicidad y sencillez (véase 1:12 y Romanos 12:8). La palabra liberalidad implica cierta generosidad al dar a otros. Los macedonios, pese a ser muy pobres, eran generosos; tenían las riquezas de su liberalidad.
Si hemos de ser generosos, debemos ser sencillos y simples. Una persona complicada no puede ser generosa. Las personas sencillas y simples siempre poseerán las riquezas de la liberalidad. Al enterarse ellos de que hay necesidad entre los santos, inmediatamente decidirán dar algo. Pero las personas complicadas lo piensan mucho y luego deciden dar mucho menos de lo que habían planeado originalmente. Esto no es sencillez, simplicidad, generosidad, ni liberalidad. Todos debemos ser generosos y liberales en nuestro modo de abastecer a otros. Para esto, debemos ser sencillos y simples.
Cuando yo era joven, me preguntaba por qué el Señor Jesús le dio a Judas la responsabilidad del dinero. Él sabía que Judas era un ladrón, y aún así lo puso ala cargo del dinero. Me parecía que el Señor debió haberle confiado esto a Juan o a Pedro. Pero el Señor Jesús, quien no amaba al dinero, sino que era generoso y liberal, permitió que Judas guardara el dinero. Ciertamente el Señor era simple, sencillo, generoso y liberal.
Pablo dice a continuación en 8:3 y 4: “Pues doy testimonio de que, conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas, por su propia voluntad, con muchos ruegos nos pidieron la gracia y la participación en la ministración a los santos”. Aunque los macedonios eran pobres y se hallaban en tribulación, dieron generosamente y por su propia cuenta, es decir, voluntariamente. Ellos pudieron hacer esto mediante la gracia de Dios, o sea, por medio del Cristo resucitado, quien, como Espíritu vivificante moraba en ellos. Este Cristo es la gracia de Dios que opera en los creyentes y los motiva a vencer el control que las posesiones materiales ejercen sobre ellos, en particular, a vencer el apego a las riquezas. Los macedonios se encontraban en profunda pobreza, pero la gracia que operaba en ellos les capacitó para vencer el apego a las riquezas y las posesiones materiales, y para usarlas con el fin de cumplir el propósito de Dios.
Necesitamos gracia para vencer la usurpación de las posesiones materiales. Dar continuamente por gracia es más difícil que juntar todas nuestras posesiones y tenerlo todo en común. En 1 Corintios 16, Pablo nos dice que apartemos cierta cantidad de dinero el primer día de cada semana. Para dar continuamente de esta manera se requiere la gracia, porque va en contra de nuestra naturaleza humana caída. Si queremos dar continuamente, no solamente una vez por todas, necesitamos que la gracia divina nos motive desde nuestro interior. Se requiere la gracia para tener un ministerio que venza el apego a las riquezas y las posesiones materiales, y las use para el propósito de Dios.
El versículo 4 dice: “Con muchos ruegos nos pidieron la gracia y la participación en la ministración a los santos”. La palabra griega traducida “gracia” es cáris, que significa gracia, don o favor. Aquí el significado es favor (Vincent). Los creyentes macedonios pidieron con muchos ruegos que los apóstoles les hicieran el favor de permitirles participar, tener comunión, en la ministración a los santos necesitados. En lugar de que los apóstoles pidieran a los santos que participaran en este asunto, fueron los creyentes macedonios los que rogaron a los apóstoles que les permitiesen participar. Consideraban como un favor, una gracia, el que los apóstoles les concedieran tal porción.
Los macedonios querían dar bienes materiales a los creyentes judíos, pero no podían hacerlo por sí mismos. Necesitaban a los apóstoles tanto en el aspecto material como en el espiritual. Por tanto, rogaron a los apóstoles que les permitiesen participar en esta gracia, que les diesen esta gracia, a fin de participar en tal ministerio espiritual. Aunque este ministerio tenía que ver con bienes materiales, Pablo lo convirtió en un ministerio espiritual.
De hecho, Pablo no era un recaudador de fondos. Él era uno que tomó un ministerio que tenía que ver con cosas materiales y lo convirtió en un asunto espiritual lleno de vida, del Espíritu y de edificación. Los macedonios, por su parte, necesitaban la gracia del apóstol para poder participar en la ministración de bienes materiales de una manera llena de vida. Sin esto, la ministración a los santos necesitados de parte de los macedonios habría consistido sólo de lo material; no habría sido una ministración espiritual llena de vida, que redundara en la edificación del Cuerpo de Cristo.
Los macedonios, según su sentir, tenían por gracia el hecho de participar en la ministración a los santos necesitados. Aquella participación era también una comunión en el Cuerpo de Cristo. Por esta razón, le rogaron al apóstol que les diera la gracia de participar en ella.
Bajo el ministerio de los apóstoles, la acción de dar suministro material se convirtió en un asunto espiritual lleno de vida y de edificación. Esto es totalmente distinto de la recaudación de fondos que se practica hoy en día, la cual carece de vida, de espíritu y no edifica el Cuerpo de Cristo. Si queremos que nuestra dádiva material se convierta en un ministerio espiritual de vida y de edificación, necesitamos la gracia que viene de Dios y también de los apóstoles.
El versículo 5 dice: “Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por medio de la voluntad de Dios”. Este versículo indica que el Señor prefiere mucho más a los creyentes mismos que las posesiones de ellos. Los macedonios se dieron no sólo al Señor sino también a los apóstoles, para ser uno con ellos en el cumplimiento de su ministerio. Por medio de la voluntad de Dios, por medio del agente divino soberano, los creyentes se dieron primeramente al Señor, y luego a los apóstoles.
En el versículo 6 Pablo añade: “De manera que rogamos a Tito que tal como comenzó antes, asimismo acabase entre vosotros también esta gracia”. Esta gracia denota la acción de dar. La palabra “también” indica que además de esta gracia, la gracia de dar, Tito también completó otras gracias entre los creyentes macedonios.
En el versículo 7 Pablo declara: “Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en conocimiento, en toda solicitud, y en el amor que está en vosotros el cual recibisteis de nosotros, abundad también en esta gracia”. Aquí Pablo habla “del amor que está en vosotros el cual recibisteis de nosotros”. Esto indica que el amor que estaba en los creyentes les había sido infundido por los apóstoles.
En el versículo 7, la gracia alude al amor que ellos mostraron al dar bienes materiales a los santos necesitados. La gracia de los creyentes fue resultado de que la gracia de Dios los motivara. En la comunión acerca de la ministración a los santos, el apóstol se refiere a la gracia de Dios, la cual fue dada a los creyentes macedonios con la intención de motivarlos y capacitarlos a dar con liberalidad; también se refiere a la gracia de los apóstoles, la cual permitió que los creyentes participaran en la ministración a los santos necesitados, y a la gracia de los creyentes, la cual era su ministración de cosas materiales a los necesitados. Esto indica que cuando los creyentes ofrezcan al Señor las posesiones materiales con cualquier propósito, dicha acción debe estar absolutamente relacionada con la gracia, y no con maniobras humanas.
En los versículos 8 y 9, Pablo dice además: “No digo esto como mandato, sino para poner a prueba, por medio de la solicitud de otros, también la autenticidad del amor vuestro. Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros por Su pobreza fueseis enriquecidos”. El hecho de que el Señor Jesús, siendo rico, se hiciera pobre por causa nuestra, es una gracia para nosotros. Según el mismo principio, es gracia para otros que por amor a ellos sacrifiquemos nuestras riquezas materiales.
Aparentemente, el que el Señor Jesús se hiciera pobre no tiene nada que ver con la ministración de bienes materiales a los santos necesitados. Pero de hecho, si el Señor Jesús no se hubiese hecho pobre, Él no podría ser nuestra gracia. Supongamos que el Señor Jesús jamás se hubiese hecho hombre. ¿Cómo, entonces, podría Él ser nuestra vida? ¿Cómo podría ser la gracia que opera en nosotros, que nos motiva, fortalece y abastece para que llevemos a cabo la ministración a los santos necesitados? Sería imposible. Es crucial que entendamos que Cristo puede operar en nosotros hoy gracias a que Él se hizo pobre. El hecho de que se hiciera pobre por nosotros debe sernos un ejemplo. Por una parte, Él es la vida que está en nosotros; por otra parte, Él es el modelo, el ejemplo, que seguimos de manera externa. La vida del Señor, quien, siendo rico, se hizo pobre, es la vida que está en nosotros. Cristo por ser tal persona, quien es tanto nuestra vida como nuestro modelo, es gracia para nosotros. Todos debemos recibir gracia de parte del Señor Jesús. Entonces, esta gracia nos capacitará para hacer lo que el Señor Jesús hizo, lo cual fue hacerse pobre por los demás. Aunque nos encontremos en profunda pobreza, tendremos algo que compartir con los santos necesitados. Tenemos una vida interna que nos capacita para hacernos pobres por amor a los demás, y un modelo externo que podemos seguir. Recibamos esta gracia.
Si dicha gracia es lo que nos motiva a dar a otros, lo que les demos se convertirá en gracia para ellos. Por nuestra parte, nosotros damos cosas materiales para ayudarlos, pero estas cosas materiales van acompañadas de una gracia espiritual. Cuando proveemos cosas materiales a los santos necesitados de manera correcta, o sea, en espíritu y con vida, la vida y el espíritu acompañan este suministro. Como resultado, los santos necesitados no solamente reciben cosas materiales, sino también las riquezas de la vida.
En este mensaje hemos hecho notar que la ministración a los santos necesitados exige que recibamos la gracia de Dios, de los apóstoles y del Señor Jesucristo. Al recibir esta triple gracia, podremos suministrar a otros dándoles una dádiva material en gracia. Todo lo que hagamos al ayudar a los santos, además de ser una ministración de bienes materiales que satisfaga sus necesidades, será también para ellos una suministración de vida. De esta manera les hacemos llegar las riquezas espirituales a los santos necesitados. Esta forma de dar se necesita hoy entre nosotros.
Nuestras dádivas materiales deben ser espirituales, estar llenas de vida y edificar a los santos y al Cuerpo de Cristo. Para esto se necesita que tengamos la seguridad de que lo hagamos todo en espíritu, con vida y para la edificación de la iglesia cuando demos algo material al Señor. Dar de esta manera es el fruto, el resultado, de haber sido plenamente reconciliados con Dios. Sólo aquellos que han sido reconciliados con Dios en plenitud pueden participar en una ministración de bienes materiales que proporcione a los santos necesitados el suministro de vida que les trae fortalecimiento espiritual y que edifique el Cuerpo de Cristo.