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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 2 Pedro»
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Mensaje 1

LA PROVISIÓN DIVINA

(1)

  Lectura bíblica: 2 P. 1:1-4

  El tema de 1 Pedro es la vida cristiana bajo el gobierno de Dios. El libro de 2 Pedro es la continuación de 1 Pedro y, como tal, también recalca el gobierno de Dios. No obstante, en esta epístola también se nos habla de la provisión divina. Por lo tanto, podemos decir que el tema de 2 Pedro es la provisión divina y el gobierno divino.

  El gobierno de Dios siempre viene acompañado de la provisión divina. Dios nos concede Su provisión a fin de que podamos cooperar con Su gobierno. En otras palabras, si hemos de llevar a cabo el gobierno de Dios, necesitamos la provisión divina que Él nos suministra, es decir, necesitamos el suministro divino. En 2 Pedro el escritor primeramente nos presenta el suministro divino. Vemos cómo el poder de Dios nos provee todo el suministro que necesitamos. Éste es el significado principal de este libro. Además, la epístola de 2 Pedro, como continuación de lo revelado en 1 Pedro, nos muestra el mismo cuadro del gobierno de Dios. Así, pues, en 2 Pedro se nos habla de la provisión divina y el gobierno divino.

SIMÓN PEDRO, ESCLAVO Y APÓSTOL

  La introducción de esta epístola se halla en 2 Pedro 1:1 y 2. El versículo 1 dice: “Simón Pedro, esclavo y apóstol de Jesucristo, a los que se les ha asignado, en la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Simón era el nombre anterior de Pedro, y Pedro era el nuevo nombre que el Señor le dio (Jn. 1:41-42). Simón se refiere a su viejo hombre engendrado por nacimiento, mientras que Pedro alude a su nuevo hombre que fue producido por la regeneración. Aquí se combinan ambos nombres, lo cual significa que el viejo hombre, Simón, había llegado a ser el nuevo hombre, Pedro.

  El nombre Simón Pedro quizás haga alusión al universo viejo y al universo nuevo. Esta epístola nos muestra que bajo el gobierno de Dios el universo viejo vendrá a ser el universo nuevo (3:10-13). Podríamos decir que el cielo nuevo y la tierra nueva están representados por Pedro, y que el universo viejo está representado por Simón. En los cuatro Evangelios vemos a Simón, el viejo hombre que representa la vieja creación, y aquí, en las epístolas de Pedro, vemos a un nuevo hombre, a una persona nueva, la cual representa el nuevo universo.

  En 1:1 Pedro se refiere a sí mismo como “esclavo y apóstol de Jesucristo”. En la primera epístola él sólo menciona que es apóstol, pero en ningún momento dice que sea esclavo. Sin embargo, aquí Pedro dice que es tanto esclavo como apóstol de Jesucristo. La palabra esclavo hace referencia a la sumisión de Pedro hacia el Señor, y la palabra apóstol, a la comisión que el Señor le dio. La sumisión y la comisión dejan implícito un tráfico en dos direcciones, entre nosotros y el Señor. Una vez que nos sometamos a Él, Él nos encomendará algo. Así que, la palabra esclavo recalca la sumisión, mientras que la palabra apóstol hace hincapié en la comisión que se recibe de parte del Señor.

A LOS QUE SE LES HA ASIGNADO UNA FE IGUALMENTE PRECIOSA QUE LA NUESTRA

  La frase “a los que se les ha asignado”, que aparece en 1:1, se refiere a los creyentes judíos que se hallaban dispersos en el mundo gentil. En 1 Pedro 1:1 Pedro se refiere a ellos como “los peregrinos de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia”.

  En 2 Pedro 1:1, Pedro habla de los “que se les ha asignado ... una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Así como a los hijos de Israel se les asignó una porción de la buena tierra (Jos. 14:1-5), de la misma manera a nosotros se nos ha asignado una fe preciosa. Esto implica que todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad (2 P. 1:3), constituyen la verdadera herencia que Dios les ha otorgado a los creyentes en el Nuevo Testamento. Entre ellas se incluye la naturaleza divina (v. 4) de la cual participan los creyentes por medio de la fe igualmente preciosa, conforme a las preciosas y grandísimas promesas.

  Los hijos de Israel, conforme a sus doce tribus, habían de tomar posesión de la buena tierra. El Señor le dijo a Josué que repartiera a cada una de las doce tribus una porción de la tierra. Esto se hizo mediante el Urim y el Tumim, que estaban en el pectoral del sumo sacerdote. Por medio del pectoral, en el que estaban el Urim y el Tumim, Dios pudo hablar con Su pueblo. Dios utilizó el Urim y el Tumim para revelar Su voluntad, y fue por medio de tales instrumentos que Josué pudo conocer las instrucciones de Dios respecto a la porción que le correspondía a cada tribu. Una vez más, Pedro usa un término del Antiguo Testamento para describir una realidad del Nuevo Testamento.

  Como sabemos, la buena tierra, la porción que fue asignada a los hijos de Israel en la época del Antiguo Testamento, tipifica al Cristo todo-inclusivo. Ahora, según nos lo revela el Nuevo Testamento, nuestra porción es Cristo. Colosenses 1:12 alude al hecho de que Cristo es nuestra porción: “Dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la porción de los santos en luz”. Así como la buena tierra fue la porción dada a los santos antiguotestamentarios, de la misma manera Cristo es la porción de los creyentes neotestamentarios. Además, en el Antiguo Testamento, lo que les fue repartido a las doce tribus fue la buena tierra, mientras que en el Nuevo Testamento, lo que se nos reparte a nosotros es una fe preciosa.

  La frase se les ha asignado ... una fe igualmente preciosa que la nuestra es muy difícil de traducir y de exponer. ¿Cómo puede la fe ser nuestra porción asignada? Según nos lo revela la Biblia, Cristo es nuestra porción. Esto significa que Cristo es quien nos ha sido asignado. Sin embargo, aquí Pedro dice que se nos ha asignado una fe preciosa. ¿Cómo debemos entender esto? Pues bien, decir que Cristo es nuestra porción podría en cierto modo ser una afirmación doctrinal, pero decir que la fe es nuestra porción tiene mucho más que ver con nuestra experiencia. Si Cristo fuera solamente Cristo para nosotros y no la fe, no podríamos participar de Él, ni Él podría ser nuestra porción. Así que, para que podamos participar de Cristo, Él debe llegar a ser nuestra fe.

  En 1:1 Pedro habla de aquellos que se les ha asignado una fe “igualmente preciosa que la nuestra”. La palabra griega traducida “igualmente” literalmente significa “de igual valor u honra”; por ende, “igualmente preciosa”. No significa que todos reciban la misma medida de fe, sino una fe de igual valor y honra. Las porciones de fe que recibimos son iguales no en cuanto a medida o cantidad, sino en cuanto a calidad. Por ejemplo, las porciones de la buena tierra que fueron asignadas a cada una de las doce tribus, diferían en tamaño. Judá recibió una porción más grande que Benjamín. Pero a pesar de que las porciones diferían en tamaño, todas eran iguales en cuanto a calidad; es decir, la calidad de la tierra era la misma para cada tribu. Por lo tanto, cada una de las porciones era igualmente preciosa que las demás. Este mismo principio se aplica a la frase una fe igualmente preciosa que la nuestra.

  Hemos visto que hoy nuestra porción comprende todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Esto incluye la naturaleza divina, de la cual participan los creyentes por medio de la fe “igualmente preciosa”, conforme a las preciosas y grandísimas promesas. Todos estos elementos en conjunto constituyen nuestra porción. No olviden que la porción que se nos ha asignado comprende todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, lo cual incluye la naturaleza divina de la cual somos partícipes. Todo esto constituye la herencia que Dios ha dado a los que creen en Cristo.

  ¿En qué consiste nuestra verdadera herencia? Nuestra herencia consiste en todas las cosas que pertenecen a la vida —lo cual es interno— y a la piedad —lo cual es externo—. Nuestra porción incluye la naturaleza divina, de la cual participamos por medio de la común fe, la cual es “igualmente preciosa”. Cuando se combinan todos estos elementos —la fe, la naturaleza divina, las preciosas y grandísimas promesas, la vida y la piedad—, tenemos la totalidad de la herencia que nos ha sido asignada.

  Pedro también dice que la fe que se les ha asignado a los creyentes es igualmente preciosa “que la nuestra”. El pronombre nuestra se refiere al apóstol Pedro y a todos los demás creyentes de la tierra judía. Todos los creyentes del mundo gentil participan de la misma fe preciosa junto con todos los creyentes de la tierra judía. Esta fe les permite dar sustantividad a la bendición de vida contenida en el Nuevo Testamento, la cual es la porción común que Dios les asignó.

LA JUSTICIA DE NUESTRO DIOS Y SALVADOR JESUCRISTO

  El versículo 1 también dice: “En la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo”. La preposición griega traducida “en” en este versículo puede significar o “en la esfera de” o “por medio de”. A todos nosotros se nos asignó una fe igualmente preciosa en la esfera de, o por medio de, la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Jesucristo es tanto nuestro Dios como nuestro Salvador. Esto indica que Jesucristo es Dios mismo, quien llega a ser nuestro Salvador. Él es el Dios que adoramos, el mismo que llegó a ser nuestro Salvador, a fin de salvarnos. En tiempos de Pedro, esta verdad designaba a los creyentes de Cristo y los separaba de los judíos, quienes no creían que Jesucristo era Dios, y de los romanos, quienes consideraban que su Dios era césar, y no Jesucristo.

  La justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo es un asunto de suma importancia que debe ser entendido adecuadamente. Noten que aquí Pedro no habla solamente de la justicia de nuestro Dios, sino también de la justicia de nuestro Salvador. Según lo que Pablo dice en Romanos, la justicia de Dios es una cosa, y la justicia de Cristo es otra. Sin embargo, Pedro aquí combina estas dos clases de justicia cuando nos habla de la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo. ¿Es ésta la justicia de Dios, o la justicia de Cristo? Por supuesto, la mayoría de nosotros diría que es ambas: la justicia de Dios y de Cristo. Pero, ¿cómo es que la justicia de Cristo llega a ser la justicia de Dios?

  La palabra griega traducida “justicia” en 1:1 también puede ser traducida “equidad”. Nuestro Dios es un Dios justo. En Su justicia, Él asignó la fe preciosa, como porción divina, a todos los que creen en Cristo, tanto judíos como gentiles, sin acepción de personas. Ahora Él no solamente es nuestro Dios, sino también nuestro Salvador. Así que ahora Su justicia no es solamente la justicia de Dios o de Cristo, sino la justicia de nuestro Dios y de nuestro Salvador Jesucristo. Dado que el Señor es nuestro Salvador, Su justicia representa Su acción de justicia, Su muerte en la cruz, en la cual demostró absoluta obediencia (Fil. 2:8) y por medio de la cual hizo propiciación por los pecados de todo el mundo (1 Jn. 2:2), de modo que pudiéramos ser justificados por Dios (Ro. 5:18). Puesto que el Señor es nuestro Dios, Su justicia es Su equidad, ya que, con base en la acción justa, la cual es la obra redentora de nuestro Salvador Jesucristo (3:24-25), Él justifica a todos los que creen en Cristo (v. 26), tanto judíos como gentiles (v. 30). En la esfera de esta justicia doble y por medio de ella, la justicia de nuestro Dios y de nuestro Salvador Jesucristo, la fe preciosa, lo que da sustantividad a la bendición del Nuevo Testamento, fue asignada igualmente a todos los creyentes de todas las naciones.

  Examinemos ahora este asunto más detenidamente. Gracias a la encarnación, Dios no es solamente nuestro Dios, sino también nuestro Salvador. Ésta es la razón por la cual Pedro nos habla de nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Es por ello que la justicia no es solamente la justicia de Dios o la justicia de Cristo, sino la justicia tanto de nuestro Dios como de nuestro Salvador. Puesto que Cristo es nuestro Salvador, Su justicia consta de Su acción justa. Romanos 5:18 dice: “Así que, tal como por un solo delito resultó la condenación para todos los hombres, así también por un solo acto de justicia resultó la justificación de vida para todos los hombres”. Este acto de justicia consistió en la muerte de Cristo en la cruz, en lo cual demostró absoluta obediencia a Dios. Por medio de Su crucifixión, Cristo hizo propiciación por los pecados de todo el mundo e hizo posible que nosotros pudiéramos ser justificados por Dios. Ahora, Dios, mediante Su justicia, justifica a todos los creyentes en Cristo. El acto de justicia por parte de Cristo es la base sobre la cual Dios ahora nos justifica. Por lo tanto, la justicia de Cristo como nuestro Salvador consiste en el hecho de haber muerto en la cruz por nuestra redención. Dado que Él es Dios, Su justicia consiste en el hecho de haber justificado a todos los creyentes con base en la muerte redentora de Cristo.

  Esto nos permite ver que en 1:1 se combinan dos tipos de justicia: la justicia de Dios y la justicia de Cristo. La justicia de Cristo efectuó la redención, y ahora Dios, en Su justicia, nos justifica. Es en la esfera de esta justicia doble y mediante ella que la fe preciosa nos ha sido asignada igualmente a todos los creyentes.

  Lo que Pedro dice acerca de la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo es muy significativo y tiene muchas implicaciones. El pensamiento predominante entre los judíos de la época de Pedro era que Dios les había dado a ellos ciertas bendiciones para su deleite, y que dichas bendiciones les habían sido dadas conforme a su propia justicia. Los judíos pensaban que si vivían y obraban justamente, podrían estar delante de Dios en virtud de su propia justicia. La justicia de ellos estaba basada en la ley. Es por ello que se le llama la justicia que es por la ley. Esto quiere decir que nuestra propia justicia es la justicia que es por la ley. Pablo se refiere a esto en Romanos 10:3, donde dice: “Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios”. En Filipenses 3:9 Pablo declaró que su deseo era ser hallado en Cristo, “no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por medio de la fe en Cristo, la justicia procedente de Dios basada en la fe”. No es según esta clase de justicia, la justicia basada en la ley, que Dios nos asignó nuestra porción neotestamentaria. La porción neotestamentaria nos fue asignada por Dios en una justicia que es tanto la justicia de Dios como la justicia de Cristo, y también mediante dicha justicia. La justicia de Dios es contraria a nuestra propia justicia, y la justicia de Cristo es contraria a la justicia de la ley.

  Hemos hablado acerca de cuatro tipos de justicia: nuestra propia justicia, la justicia de Dios, la justicia que es por la ley y la justicia de Cristo. La fe preciosa no nos fue asignada por medio de nuestra propia justicia ni por medio de la justicia que es por la ley, sino por medio de la justicia de Dios y la justicia de Cristo. Es en la esfera de esta justicia doble y mediante ella que Dios nos ha asignado nuestra porción neotestamentaria. Por consiguiente, debemos tener claro que la porción que se nos ha asignado es una cosa, y que la justicia doble es otra cosa. La porción se refiere a la herencia que Dios nos asignó, y la justicia denota el medio o instrumento por el cual nos ha sido asignada dicha herencia.

  Hemos visto que la herencia neotestamentaria comprende todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, incluyendo también a la naturaleza divina. Esta herencia también tiene que ver con la fe y con las preciosas y grandísimas promesas. La suma de todos estos asuntos equivale a la herencia neotestamentaria. ¿Por qué medios nos dio Dios esta porción? ¿En qué esfera nos la asignó? Es menester que quede grabado en todos nosotros que nuestra porción nos fue asignada en la esfera de una justicia doble, y mediante dicha justicia: la justicia de Dios y de nuestro Salvador Jesucristo. No nos fue asignada por medio de la justicia de los hombres, que es también la justicia basada en la ley, sino por medio de la justicia de Dios, la cual es la justicia de Cristo.

  Lo que Pedro dice en cuanto a la justicia de nuestro Dios y Salvador indica claramente que la dispensación ha cambiado. En el Antiguo Testamento la base sobre la cual las personas eran bendecidas era su propia justicia, la cual era conforme a la ley. Esto significa que ellas eran bendecidas según la justicia de los hombres, que es también la justicia procedente de la ley. Pero ahora, en el Nuevo Testamento, Dios nos da una porción maravillosa no por causa de nuestra propia justicia, que es según la ley, sino por causa de Su justicia, la cual se basa en la obra redentora de Cristo. Aquí Pedro parece decir: “Hermanos judíos, debéis saber que la dispensación ha cambiado. No retornéis a la ley. Dios no nos ha asignado nuestra herencia neotestamentaria según una justicia que nosotros mismos podamos alcanzar guardando la ley, sino según Su propia justicia, la cual fue satisfecha mediante la muerte de Cristo. La justicia de Cristo satisface la justicia de Dios. Es en virtud de esta justicia que Dios nos da la bendición neotestamentaria. De manera que la era ha cambiado. Por tanto, no retornéis a la ley ni a Moisés, sino, más bien, acercaros a Cristo. La justicia que tenemos no es nuestra propia justicia, que es según la ley de Moisés, sino la justicia de Dios, la cual fue satisfecha por el acto de justicia realizado por Cristo en la cruz. Es en esta justicia y por medio de ella que Dios nos ha asignado a todos igualmente nuestra herencia neotestamentaria”. Espero que todos podamos entender claramente esta justicia doble.

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