Mensaje 4
Lectura bíblica: 2 Ts. 2:13-17; 3:1-5
En este mensaje abarcaremos 2:13—3:5, un pasaje de 2 Tesalonicenses que contiene más palabras de aliento. En estos versículos Pablo abarca varios asuntos que son muy preciosos. En 2:13 Pablo dice: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación en santificación por el Espíritu y en la fe en la verdad”. Dios nos amó (v. 16), nos escogió desde el principio y nos llamó mediante el evangelio (v. 14). Él nos escogió para salvación, la cual se efectúa mediante la santificación por el Espíritu, y nos llamó para que alcanzásemos la gloria del Señor. Ahora Él nos lleva adelante con consolación eterna y buena esperanza en gracia.
Pablo, en sus palabras de aliento, les recuerda a los creyentes jóvenes de la elección de Dios. Les dice que desde el principio, esto es, desde la eternidad pasada (véase Ef. 1:4), Dios los escogió. Ciertamente es muy alentador saber que antes de que existiera el tiempo, Dios nos hubiera escogido. Esto quiere decir que nuestra salvación no comenzó en el tiempo; más bien, comenzó en la eternidad. En la eternidad pasada Dios pensó en nosotros y nos eligió. Desde el principio, Dios nos escogió para salvación.
La salvación para la cual fuimos escogidos por Dios es una salvación que se efectúa en la santificación por el Espíritu. La santificación por el Espíritu es la transformación divina. Por medio de ella, somos completamente salvos de todas las cosas viejas y negativas, y somos hechos una nueva creación para alcanzar la gloria del Señor.
La santificación depende de la transformación, y la transformación implica un proceso. Ahora, los que hemos sido salvos estamos en el proceso de ser santificados, transformados.
Podemos usar la preparación de los alimentos para explicar el proceso de la santificación. Se puede comparar la vida de iglesia con una cocina. Cuando Dios nos llamó y nos salvó, Él nos compró como quien compra víveres en un gran supermercado. Cuando Dios salió a comprarnos, nos llamó. Ahora nos hallamos en el proceso de “preparación” en la “cocina” de la iglesia. El proceso de preparación en el que estamos es la santificación, la transformación.
Ya que la vida de iglesia es el lugar donde Dios cocina, la iglesia no siempre se verá muy limpia y ordenada. Éste es particularmente el caso de las cocinas donde se preparan buenos platillos. No espere que su iglesia local sea perfecta. La cocina es un lugar donde tiene lugar un proceso. Mientras este proceso se lleva a cabo, hay muchas cosas que todavía no están listas; no obstante, se encuentran en el proceso de ser preparadas. A veces me preguntan cómo puedo tolerar las situaciones que se presentan en la iglesia. Yo les respondo: “¿Por qué no habría de tolerarla? La iglesia es una cocina. Espere un poco y verá los resultados de la labor que se está realizando en la cocina”.
Según 2:13, la salvación se efectúa en santificación. Eso significa que la salvación no produce el resultado inmediato de llevarnos al cielo. No, la salvación de Dios se lleva a cabo ahora mismo en santificación. Dios nos está santificando. Esto debe hacernos recordar las palabras de Pablo en 1 Tesalonicenses 5:23, donde dice: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo”. Actualmente todos nos hallamos en el proceso de santificación, en la “cocina” de la vida de iglesia. Todos sabemos lo que significa ser cocinados en esta cocina. Sin embargo, quienes no están en esta cocina, no saben a qué nos referimos cuando decimos que estamos en el proceso de ser cocinados.
No esperen que todo sea maravilloso y ordenado en la vida de iglesia. No existe ninguna iglesia local de la tierra que sea así. Además, no debemos pensar que las iglesias locales de la época de Pablo eran mejores que las iglesias de hoy. Al contrario, puesto que hemos mejorado en nuestra manera de cocinar, es posible que hoy las iglesias locales del recobro del Señor sean mejores que las iglesias de los días de Pablo.
Por lo general, el desorden en una cocina es indicio de que se están preparando allí excelentes platillos. Tal vez la cocina esté desordenada, pero la comida que se está preparando será muy deliciosa. Si quieren que la comida de su iglesia local sea sabrosa, tienen que estar dispuestos a tolerar cierto desorden en su cocina.
Supongamos que usted me invita a cenar a su casa. Si yo viera que en su cocina todo está limpio y ordenado, podría sentirme decepcionado pensando que quizás no habrá preparado mucho que comer. Pero si veo que su cocina está desordenada debido a la preparación de los alimentos, sabré que se está preparando un banquete. En una casa donde nadie cocina, tal vez la cocina se mantenga muy limpia y ordenada; en cambio, donde se están preparando suculentos platillos, la cocina no se verá muy ordenada. Si en una iglesia todo está limpio y ordenado, eso puede indicar que nadie está cocinando. Eso querría decir que hay carencias en el proceso de santificación.
Puedo testificar que la cocina de la iglesia en Anaheim está desordenada. Esto comprueba que en Anaheim estamos en el proceso de la santificación. Dios, conforme a Su elección, nos ha sometido al proceso de la santificación. En la iglesia en Anaheim muchos estamos siendo “cocinados”, es decir, estamos siendo santificados y transformados. A menudo, mientras estoy siendo cocinado, me pregunto qué está pasando. Luego, el Señor me recuerda que yo le he pedido que me transforme y que también he ministrado acerca de la transformación. En lo que respecta a Anaheim, puedo decir que yo “cocino” a los ancianos, y que los ancianos “me cocinan” a mí. Además, los ancianos están “siendo cocinados” por los santos. Pareciera que hay ciertos hermanos y hermanas que han sido puestos especialmente para cocinar a los ancianos. En realidad, nadie es cocinado en la cocina de la vida de iglesia por la mano humana; antes bien, es el Señor quien nos cocina según Su sabiduría y soberanía.
Dios nos eligió para salvación en santificación y no meramente para que nuestros pecados fueran perdonados. Para recibir el perdón de pecados, uno no necesita ser cocinado; sólo basta orar, diciendo: “Señor Jesús, me arrepiento. Confieso que soy pecador. Pero, Señor, creo en Ti, y te agradezco por morir en la cruz por mis pecados”. Una persona que ora de esta manera puede ser salva y recibir el perdón de sus pecados; pero en esto no consiste la santificación. Después de experimentar el perdón, tenemos que pasar por el proceso de santificación.
El Señor quiere santificarnos, es decir, transformarnos. La transformación es un proceso que no siempre es agradable. Sin embargo, es necesario que aprendamos a disfrutar al Señor, aun mientras estamos siendo cocinados.
En el versículo 13 Pablo nos dice que la santificación se efectúa por el Espíritu. ¿Sabe usted dónde está el Espíritu? Es preciso que usted comprenda que el Espíritu está en usted, con el propósito de santificarlo. En 1 Tesalonicenses 4 Pablo habla de la santificación, y esta santificación se lleva a cabo por el Espíritu. De hecho, el propio Espíritu que mora en nosotros es nuestra santificación. El Espíritu mora en nosotros con un solo propósito: santificarnos, transformarnos, cambiarnos metabólicamente. En esto consiste la santificación por el Espíritu.
En el versículo 13 Pablo también habla de fe en la verdad. La fe en la verdad es una experiencia que precede a la salvación en santificación por el Espíritu. Dios nos escogió desde el principio para la fe en la verdad y para salvación en santificación por el Espíritu.
En el versículo 14 Pablo añade: “A lo cual también os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo”. Las palabras “a lo cual” se refieren a la salvación en santificación por el Espíritu y a la fe en la verdad, que se mencionan en el versículo 13. En la eternidad, Dios nos escogió para salvación en santificación por el Espíritu y en la fe en la verdad; luego, en el tiempo, nos llamó para que alcanzásemos la gloria de nuestro Señor. La salvación en santificación por el Espíritu y en la fe en la verdad, denota el procedimiento; mientras que alcanzar la gloria de nuestro Señor es la meta.
Dios primero nos escogió y después nos llamó. Nos escogió para la fe en la verdad y para salvación en santificación por el Espíritu. Luego, por medio del evangelio, Él nos llamó para que alcanzásemos la gloria del Señor Jesucristo. La gloria del Señor significa que Él es el Hijo de Dios Padre, y que, como tal, posee la vida y la naturaleza del Padre para expresarle. Por tanto, alcanzar la gloria del Señor significa estar en la misma posición que el Hijo de Dios para expresarle.
Dudo que la mayoría de los cristianos de hoy entiendan lo que significa ser llamado para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo. En el versículo 14 Pablo no dice que Dios nos llamó para alcanzar el perdón, la justificación o la reconciliación; él dice que Dios nos llamó para alcanzar la gloria del Señor Jesús. En Juan 17:22 el Señor, en Su oración al Padre, dijo: “La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno”. La gloria que el Padre le dio al Hijo es la filiación con la vida y la naturaleza divinas del Padre (Jn. 5:26). La filiación fue dada para que el Hijo pudiera expresar al Padre en Su plenitud (Jn. 1:18; 14:9; Col. 2:9; He. 1:3). El Hijo ha dado esta gloria a Sus creyentes para que ellos también puedan tener la filiación con la vida y la naturaleza divinas del Padre (Jn. 17:2; 2 P. 1:4) a fin de expresar al Padre en el Hijo, en Su plenitud (Jn. 1:16). Dudo que muchos cristianos tengan este entendimiento con respecto a la gloria del Señor Jesús.
La gloria del Señor Jesús se debe al hecho de que el Padre le dio Su vida y Su naturaleza para que expresara al Padre. Ésta es la gloria que el Hijo nos ha dado. Esto significa que el Hijo nos ha dado la vida y la naturaleza del Padre para que pudiéramos expresarle. ¡Qué gloria tan maravillosa! Dios nos llamó para que alcanzáramos esta gloria, la gloria de la vida y naturaleza divinas, a fin de que expresáramos al Ser divino. Aunque es probable que usted nunca hubiera reflexionado sobre esto, ésta es la verdad que es según la revelación del Nuevo Testamento. ¡Aleluya por esta gloria tan maravillosa!
En 2:15 Pablo añade: “Así que, hermanos, estad firmes, y retened las instrucciones que os han sido entregadas y en que habéis sido enseñados, sea por palabra, o por carta nuestra”. [La expresión “las instrucciones ... entregadas” también se puede traducir “tradiciones”; así que,] no debemos pensar que las tradiciones son siempre malas. Las tradiciones a las cuales se refiere Pablo aquí son excelentes. Debemos estar firmes y retener dichas instrucciones.
El versículo 16 dice: “Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza en la gracia”. Según este versículo, lo que tenemos no es una consolación temporal ni un fortalecimiento transitorio, sino una consolación eterna. Esta consolación eterna se debe a la vida divina y nos basta en cualquier ambiente y situación en que nos encontremos. Por ello, va acompañada de buena esperanza.
La consolación eterna está relacionada con la vida divina. Cada vez que usted se sienta desalentado, debe recordar que la vida divina está en usted. Si tan solo reflexiona un poco sobre el hecho de que la vida divina está en su interior, será consolado. ¿Sabe usted qué clase de vida tiene? Usted tiene la vida de Dios. La vida que le ha sido dada es la vida de Dios mismo. La consolación eterna, por ende, es en realidad la vida eterna.
Podemos ser consolados simplemente al reflexionar un poco sobre la vida eterna que hemos recibido. Si usted se siente débil, recuerde que tiene la vida eterna. Esto lo fortalecerá y consolará. Esta consolación eterna es suficiente en cualquier entorno y situación en que usted se encuentre. Dios nos amó y nos dio consolación eterna.
Dios nos ha dado también buena esperanza en la gracia. Ésta es la esperanza de gloria (Col. 1:27), la cual es la esperanza en la venida del Señor (1 Ts. 1:3), cuando seremos o resucitados o transfigurados para entrar en la gloria (1 Ts. 4:13-14; Fil. 3:21; He. 2:10). Esta buena esperanza se basa en la gracia, la cual es nada menos que el Dios Triuno, quien se procesó para llegar a ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Es en esta gracia que tenemos buena esperanza. Podemos afirmar que la gracia es Dios mismo, en Cristo, quien se da a nosotros para que lo disfrutemos y seamos santificados por Su Espíritu, y confortados y confirmados con consolación eterna y buena esperanza.
Algunos santos me han dicho: “Hermano Lee, le hemos oído ministrar por muchos años, y usted realmente habla de una sola cosa. Es maravilloso que pueda dar miles de mensajes sobre lo mismo”. En realidad, esta manera de ministrar no es mía; es la manera que se muestra en la Biblia y también la manera que practicaba Pablo. ¿No han notado que en Romanos Pablo habla de una manera, y luego en 1 Corintios habla de lo mismo, pero de otra manera? Ahora vemos que en 2 Tesalonicenses 2 él habla otra vez de lo mismo, aunque de una manera diferente.
A mí me gusta especialmente la última parte del capítulo dos, los versículos del 13 al 17, porque en estos versículos Pablo presenta asuntos que son muy importantes para los nuevos creyentes. Su forma de escribir es sencilla, pero el contenido es muy profundo. Primero, Pablo dice que Dios nos escogió desde el principio para salvación en santificación por el Espíritu. Luego, dice que Dios nos llamó por medio del evangelio para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo. En el versículo 16 Pablo dice que se nos dio consolación eterna y buena esperanza en la gracia. Pablo no usa la expresión “consolación eterna” en ninguno de sus otros libros. Juan habla de esto mismo, pero emplea diferentes términos. En 2:16 Pablo se refiere a la vida eterna como consolación eterna. En este versículo, el pronombre relativo “el cual” podría referirse tanto al Señor Jesucristo como a Dios el Padre; sin embargo, la frase “nos amó y nos dio” está en singular. Esto indica que Pablo consideraba al Señor y al Padre como uno solo.
Debemos aprender a usar las expresiones que Pablo usó, expresiones tales como consolación eterna. Si notamos que un hermano está débil o desalentado, podemos decirle: “Hermano, ¿acaso no has recibido consolación eterna? La consolación eterna es la vida eterna que está en ti”.
Supongamos que una persona que tiene un diamante en su bolsillo se siente muy triste. Si tan sólo ella viera el diamante, se sentiría consolada y se alegraría. Nosotros poseemos el verdadero diamante, y este diamante es la vida eterna como nuestra consolación eterna. ¿Se dan cuenta ustedes de que tienen este diamante en su bolsillo? ¿Por qué, entonces, ponen su mirada en sus problemas y sufrimientos en vez de ponerla en el diamante? ¡Oh, alabado sea el Señor por el diamante de la consolación eterna! Esta consolación es la vida eterna y la buena esperanza en la gracia.
En el versículo 17 Pablo, refiriéndose al Señor Jesucristo y a Dios el Padre, dice: “Conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena obra y palabra”. Si queremos que Dios nos conforte, debemos confortarnos a nosotros mismos. Si nos ayudamos a nosotros mismos, Dios nos ayudará. Pero si no nos ayudamos a nosotros mismos, Dios no nos ayudará. Si usted no está dispuesto a comer la comida que está sobre la mesa, nadie podrá hacer nada para ayudarlo. Pero si usted está dispuesto a comer, todos estarán dispuestos a ayudarlo. Este ejemplo nos muestra que tenemos que confortarnos y confirmarnos a nosotros mismos, para que así Dios pueda confortarnos y confirmarnos.
En 3:1 Pablo dice: “Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada, así como lo es entre vosotros”. Si la palabra del Señor ha de ser glorificada, es necesario que los creyentes manifiesten y expresen en su vivir las riquezas divinas contenidas en la palabra del Señor. Todos debemos aprender a permitir que la palabra del Señor corra y a hacer que la palabra del Señor sea glorificada en nosotros.
El versículo 2 dice: “Y para que seamos librados de hombres porfiados y malignos; porque no es de todos la fe”. Los ministros de la palabra de Dios necesitan que los santos ofrezcan tal oración por ellos.
En el versículo 3 Pablo declara: “Pero fiel es el Señor, que os confirmará y guardará del maligno”. Somos guardados por medio de la consolación eterna y la buena esperanza (2:16-17). La vida eterna es lo único que nos puede guardar del maligno. El mundo entero yace en poder del maligno (1 Jn. 5:19), pero la vida divina, la cual tenemos por haber nacido de Dios, nos protege y guarda del maligno (4, 1 Jn. 5:18; 3:9). Tenemos una parte en nosotros que ha sido regenerada, que ha nacido de Dios. Esa parte, la cual es en realidad el Señor mismo, siempre nos guarda.
En el versículo 4 Pablo añade: “Y tenemos confianza respecto a vosotros en el Señor, en que hacéis y haréis lo que os hemos mandado”. Esta exhortación es muy similar a las exhortaciones que encontramos en 1 Tesalonicenses 4:2-4, 9-12; 5:11-22; 2 Tesalonicenses 2:2, 15; 3:6, 10, 12-15.
En el versículo 5 Pablo concluye diciendo: “Y el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y a la perseverancia de Cristo”. El Señor encamina nuestros corazones a través de la dirección del Espíritu, mediante el cual el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (Ro. 8:14; 5:5). El amor de Dios mencionado en este versículo es nuestro amor para con Dios, el cual procede del amor de Dios (1 Jn. 4:19) que ha sido derramado en nuestros corazones. En términos positivos, necesitamos disfrutar del amor de Dios para poder amarle y vivir para Él; en términos negativos, necesitamos perseverar con la perseverancia de Cristo para poder soportar los sufrimientos, así como Él lo hizo, y así resistir a Satanás, el enemigo de Dios.
En 2:13—3:5 Pablo habla una vez más de la fe, del amor y de la esperanza. Esto indica que 2 Tesalonicenses es la continuación de 1 Tesalonicenses. Esta sección de 2 Tesalonicenses es una conclusión que Pablo dirige a los nuevos creyentes en cuanto a la estructura básica de la vida cristiana para la vida de iglesia. Como hemos mencionado, esta estructura básica incluye la fe, el amor y la esperanza. Por la fe fuimos salvos y entramos en el proceso de la santificación. Fuimos llamados para alcanzar la gloria del Señor, y tenemos consolación eterna, la cual es la vida eterna, y también buena esperanza en la gracia. Ahora, según 3:5, necesitamos que el Señor encamine nuestros corazones al amor de Dios y a la perseverancia de Cristo.