Mensaje 5
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Lectura bíblica: 2 Ts. 1:3-5, 10-11; 2:13-14, 16
Los libros de 1 y 2 Tesalonicenses tienen un total de ocho capítulos. El tema en todos estos capítulos es el mismo: una vida santa para la vida de iglesia. Cada vez que leamos 1 y 2 Tesalonicenses, no debemos distraernos con otros asuntos. Por supuesto, en los ocho capítulos de estos dos libros se abordan otros asuntos; así que, debemos tener cuidado de no distraernos con ellos. Cuando leamos 1 y 2 Tesalonicenses, debemos tener presente que la idea central de estas epístolas es: una vida santa para la vida de iglesia.
La estructura de esta vida santa para la vida de iglesia se compone de fe, amor y esperanza; y la manera en que podemos vivir tal vida es ser santificados por completo. En 1 Tesalonicenses 5:23 Pablo dice: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Si deseamos ser santificados por completo, necesitamos que nuestro corazón sea afirmado irreprensible en santidad, y tenemos que guardar nuestro vaso, nuestro cuerpo, en santificación y honor. Además, todas las partes de nuestro ser —nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo— deben ser guardados perfectos. Esto tiene como fin que todo nuestro ser sea santificado, de modo que podamos llevar una vida santa para la vida apropiada de iglesia.
En 2 Tesalonicenses Pablo repite muchas de las cosas que menciona en 1 Tesalonicenses. Pablo, al igual que un padre que ama a sus hijos, repite las mismas cosas. Ésta es una característica de los padres que se acentúa cada vez más a medida que pasan los años. Ellos les dicen a sus hijos las mismas cosas una y otra vez. Así que, 2 Tesalonicenses repite y desarrolla más ampliamente lo dicho en 1 Tesalonicenses. Repite las mismas cosas junto con algunas advertencias y correcciones. En 2 Tesalonicenses 2 Pablo dice a los creyentes que no se dejen engañar. También los corrige para traerlos de nuevo al camino correcto. No obstante, el tema principal —una vida santa para la vida de iglesia— es el mismo en ambos libros. Además, tanto en 1 Tesalonicenses como en 2 Tesalonicenses vemos la estructura básica de la vida cristiana, la cual incluye la fe, el amor y la esperanza.
En 2 Tesalonicenses 1:3 y 4 Pablo dice: “Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es propio, por cuanto vuestra fe crece sobremanera, y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con el otro; tanto, que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros entre las iglesias de Dios, por vuestra perseverancia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis”. En el versículo 3 Pablo habla del amor y de la fe de los creyentes. Dice que su fe crece y que su amor abunda. En 1 Tesalonicenses 3:2 Pablo dice que había enviado a Timoteo para confirmar y alentar a los tesalonicenses respecto a su fe. En 1 Tesalonicenses 3:10 vemos que Pablo estaba ansioso por verlos nuevamente a fin de completar lo que faltaba a su fe. Además, en 1 Tesalonicenses 3:12 Pablo insta a los creyentes a crecer en amor: “Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros”. Luego, en 1 Tesalonicenses 4:9, Pablo les dice a los creyentes que de Dios habían sido enseñados a amarse unos a otros. Por lo tanto, en 1 Tesalonicenses Pablo deseaba que la fe de los creyentes fuera perfeccionada y que el amor de ellos creciera y abundara. Ahora, en 2 Tesalonicenses 1:3, Pablo alienta a los nuevos creyentes de Tesalónica al decirles que los apóstoles daban gracias a Dios porque la fe de ellos crecía sobremanera y porque su amor abundaba. Esto indica que Pablo, al hablarles nuevamente sobre la fe y el amor, añade palabras de aliento.
¿Pero en qué parte de 2 Tesalonicenses Pablo habla de la esperanza? La primera referencia que Pablo hace respecto a la esperanza de los creyentes se encuentra en 1:4, donde él dice que se gloriaba de la perseverancia y fe de los creyentes en todas sus persecuciones y tribulaciones. La esperanza está implícita en la palabra “perseverancia”. La perseverancia de ellos provenía de la esperanza en el regreso del Señor y fue sostenida por la misma. La perseverancia que proviene de la esperanza siempre está acompañada de la fe. Es por ello que Pablo habla de la perseverancia y de la fe de ellos. En 2:16 Pablo habla nuevamente de la esperanza: “Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza en la gracia”. Pablo, como excelente escritor que era, en sus epístolas a los tesalonicenses se refería continuamente a la estructura básica, cuyos elementos eran la fe, el amor y la esperanza.
En 1 Tesalonicenses 3 Pablo habla de la santidad; en el capítulo cuatro, habla de la santificación; y en el capítulo cinco, habla de ser santificados. En 1 Tesalonicenses 3:13 él dice: “Para afirmar vuestros corazones irreprensibles en santidad delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos Sus santos”. En 1 Tesalonicenses 4:3, él dice: “Pues ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación”, y en el versículo 4 dice: “Que cada uno de vosotros sepa poseer su propio vaso en santificación y honor”. Luego, en 1 Tesalonicenses 5:23, Pablo dice: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Ésta es la santidad y la santificación de las cuales se habla en 1 Tesalonicenses y las cuales se requieren para llevar una vida santa para la vida de iglesia, una vida compuesta de tres elementos: fe, amor y esperanza.
En 2 Tesalonicenses 2:13 Pablo dice algo más acerca de la santificación: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación en santificación por el Espíritu y en la fe en la verdad”. Dios nos escogió para salvación en santificación, y esta santificación se efectúa por el Espíritu. Lo que Pablo dice aquí sobre la santificación hace alusión a todo lo que él dijo acerca de la santidad y la santificación en 1 Tesalonicenses. En otras palabras, él aquí se está refiriendo a lo que dijo respecto de la necesidad de que nuestro corazón sea afirmado irreprensible en santidad, de que nuestro cuerpo sea guardado en santificación y de que el Dios de paz nos santifique por completo.
En 2:13, ni la santificación ni la salvación son temas sencillos. Cuando era joven, yo pensaba que la salvación de Dios era un tema muy sencillo. Al principio estaba muy ansioso por saber si realmente había sido salvo. Con el tiempo, me di cuenta de que efectivamente había sido salvo. A partir de entonces la salvación llegó a ser el tema principal de mis conversaciones con los demás. Cada vez que conocía a alguien por primera vez, quería saber si era salvo o no. Poco a poco fui comprendiendo que la salvación no es un tema tan sencillo. Hoy en día, si me preguntaran si ya soy salvo, respondería: “Fui salvo, aún estoy siendo salvo, y seré salvo. Al final, seré salvo de manera completa, plena y cabal”.
Otra pregunta que me podrían hacer acerca de mi experiencia de salvación sería: “Hermano Lee, usted dice que fue salvo, que está siendo salvo y que será completamente salvo. Díganos en qué medida ha sido salvo. Además, ¿qué tanto está siendo usted salvo día tras día? Sabemos que usted ha sido cristiano por más de cincuenta años. Díganos, por favor, ¿cuánto ha sido salvo y cuánto aún le falta por ser salvo?”. Me valgo de este tipo de preguntas para mostrarles que la salvación no es un tema tan sencillo.
Si alguien llegara a preguntarle a usted si ha sido salvo y en qué medida ha sido salvo, usted debería decir: “Yo se qué fui salvo; mas no sabría decirle qué tanto he sido salvo. Lo que sí sé es que necesito ser salvo mucho más. He participado de la salvación de Dios hasta cierto grado, pero necesito participar de ella a un grado mucho mayor”.
En 2:13 Pablo dice que Dios nos escogió para salvación. Esta salvación comprende un largo período. Hasta donde entendemos, la salvación empieza con la regeneración y concluye con la glorificación. Pese a que nos encontrábamos en una condición caída, y éramos pecaminosos y estábamos muertos, Dios vino y nos regeneró. Por medio de la regeneración, empezamos a participar de la salvación de Dios. Sin embargo, en lo que a esta salvación se refiere aún nos queda mucho camino por recorrer.
Podemos asemejar el transcurso de la salvación de Dios a un gran puente. El puente de la salvación empieza en el tiempo y se extiende hasta la eternidad. Si ustedes me preguntaran en qué parte del puente me encuentro, les diría que no lo sé. Lo que sí sé es que aún no he terminado de cruzarlo. Sé que me encuentro en algún punto del puente de la salvación, pero sólo Dios sabe exactamente dónde estoy.
Si bien no sabemos dónde nos encontramos en el puente de la salvación de Dios, sí podemos saber con certeza que nunca perderemos nuestra salvación ni nuestra regeneración. Una vez que somos regenerados, somos regenerados por la eternidad. La regeneración es algo que se experimenta una vez y para siempre. Puede compararse con el nacimiento que tuvimos como seres humanos. Una vez que una persona nace, nunca dejará de ser un ser humano, una persona. Bajo el mismo principio, la regeneración se experimenta una vez y para siempre, por la eternidad.
El grado al que hayamos sido salvos depende de la medida en la que hayamos sido santificados. Cuánto más santificados seamos, más salvos seremos. Quizás ayer usted se encontraba más adelante en el puente de la salvación que hoy. Tal vez ello se deba a que usted se enojó en la mañana con su cónyuge, lo cual le hizo retroceder un poco. Este descuido le hizo perder un poco de su santificación, y por tanto, hoy no está tan santificado como lo estaba ayer.
Suponga que una de sus amistades pasadas le visita y lo invita a participar en cierto entretenimiento mundano. Si usted acepta su invitación, perderá aun más santificación y retrocederá aun más en el puente de la salvación; sin embargo, si en vez de ello rechaza la invitación, y además de eso le predica el evangelio a su amigo y le ayuda a hacerse cristiano, usted recuperará la santificación que había perdido y avanzará aun más en el puente de la salvación. Como resultado, usted será más santificado y más salvo. Lo que queremos decir es que lo que determina la medida en que hemos sido salvos, es el grado al que hayamos sido santificados. Es muy importante que veamos que la salvación de Dios no es tan sencilla y que está relacionada con la santificación.
Supongamos que un hermano joven se cansa de asistir a las reuniones de la iglesia, y un día, en vez de asistir a la reunión, decide ir a la playa. La próxima vez que venga a una reunión, probablemente se sentirá sumido en la muerte. Esto se debe a que él perdió algo de su santificación. No guardó su espíritu ni su alma ni su cuerpo.
Martín Lutero contendió ardientemente por la verdad de la justificación por la fe. Puesto que él participó en esa batalla, no debemos culparlo por no haber visto otros aspectos de la plena salvación de Dios. Lutero enseñó que la justificación era por la fe. Según esta verdad, si creemos en el Señor, seremos justificados. Sin embargo, en cierto sentido, la justificación es también una cuestión de grado. Por un lado, la Biblia dice que la justificación precede a la santificación (Ro. 6:19); pero, por otro, también nos muestra que la santificación ocurre primero, y que después viene la justificación (1 Co. 6:11). En este sentido, la justificación de Dios depende de la santificación, es decir que, si no hemos sido santificados, no podemos ser justificados.
La salvación que Dios nos ha concedido implica un proceso. Tiene un comienzo y tendrá una consumación. Una vez más, pongamos como ejemplo la vida humana. Nuestra vida comenzó desde el momento en que nacimos. Pero después de que nacimos, se comienza un largo proceso de crecimiento. Yo he estado creciendo en la vida humana por muchos años, y aún no he llegado a la consumación. El mismo principio se aplica a la salvación que Dios nos ha otorgado. Sin embargo, muchos cristianos tienen un concepto muy sencilla de la salvación. Además, la teología sistemática presenta la salvación como algo muy sencillo y bien definido. Pero la salvación de Dios no es tan sencilla y, en cierto sentido, no es tan fácil de definir. En vez de ello, vemos que la salvación tiene un comienzo, sigue un proceso y llega a una consumación. Ni siquiera nuestra vida humana es sencilla. ¿Por qué, entonces, debiéramos esperar que la plena salvación que Dios nos ha concedido fuera tan sencilla?
Es importante que tengamos el conocimiento correcto respecto de la salvación de Dios. Si entendemos correctamente este tema, comprenderemos que el grado al que hayamos sido salvos depende del grado al que hayamos sido santificados. Según las palabras de Pablo en 2:13, la salvación se lleva a cabo en santificación por el Espíritu.
Con respecto a nuestra experiencia de la salvación de Dios, unas veces avanzamos en el puente de la salvación hacia delante, y otras veces retrocedemos. Tal vez usted ceda a cierta tentación, y retroceda en el puente de la salvación. Sin embargo, aun en aquellos momentos, el Espíritu santificador continúa operando en usted y, como resultado, el paso que dio hacia atrás, puede ayudarle a avanzar aun más de lo que había avanzado antes. Por ejemplo, tal vez un hermano se enoje con su esposa y discuta con ella. Sin duda, su fracaso le hará retroceder en el puente de la salvación. No obstante, si este hermano se arrepiente y se vuelve al Señor, avanzará una vez más e irá más lejos de donde había llegado antes.
En nuestra experiencia, ninguno de nosotros avanza continuamente en el puente de la salvación, sino que más bien nos desplazamos hacia adelante a medida que retrocedemos y avanzamos. Aunque quizás ésta no sea una doctrina que se revela claramente en la Biblia, todos sabemos por experiencia que es así como avanzamos en el puente de la salvación de Dios.