Mensaje 6
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Lectura bíblica: 2 Ts. 1:3-5, 10-11; 2:13-14, 16
Los libros de 1 y 2 Tesalonicenses fueron escritos con un estilo muy sencillo porque eran cartas dirigidas a santos que recién empezaban la vida cristiana, que eran nuevos creyentes. Estas dos epístolas pueden compararse a los libros que se usan para estudiantes de escuela primaria. Aun así, hasta en escritos tan elementales como éstos podemos encontrar elementos básicos.
En 2 Tesalonicenses 2:13 Pablo habla de la salvación en santificación por el Espíritu. Aquí encontramos tres elementos básicos: la salvación, la santificación y el Espíritu. Todos estos términos se refieren a elementos básicos relacionados con la salvación de Dios.
Según lo que dice Pablo en 2:13, Dios nos escogió para salvación. La palabra “para” significa “con miras a”. Aquí Pablo dice que Dios nos escogió con miras a la salvación; nos escogió para que entrásemos en la salvación. En el mensaje anterior comparamos la salvación a un largo puente, un puente que abarca una gran distancia. El puente de la salvación de Dios se extiende del tiempo a la eternidad; nos lleva de la era presente a la eternidad. Dios nos escogió con el propósito de ponernos en este puente.
Para entender bien estos escritos sencillos dirigidos a los tesalonicenses, les sugiero que analicemos algunas de las palabras y expresiones que usa Pablo. En 2 Tesalonicenses 2:13 leemos: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación en santificación por el Espíritu y en la fe en la verdad”. La frase “desde el principio” en este versículo hace alusión a la eternidad pasada. El hecho de que Dios nos haya escogido corresponde a Su elección. Dios el Padre nos escogió, nos eligió, en la eternidad pasada. Pablo habla de esta elección en Efesios 1:4, donde dice: “Según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de El en amor”. En la eternidad pasada, Dios el Padre formuló un plan, un propósito. A fin de cumplir dicho propósito, Él nos escogió. Todos fuimos elegidos por Dios; fuimos escogidos según Su presciencia. Mucho antes de que naciéramos, aun antes de la fundación del mundo, Dios el Padre nos vio y nos conoció. Al vernos, Él se sintió muy complacido. Probablemente dijo respecto de usted: “Quiero a esta persona para Mi propósito eterno”.
El caso de Esaú y Jacob es un buen ejemplo de la elección de Dios. Romanos 9:13 dice: “Según está escrito: ‘A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí’”. Mientras Dios miraba a los gemelos, a Esaú y a Jacob, probablemente dijo: “No quiero a Esaú, el mayor de los dos; no me siento complacido con él. Prefiero al segundo, a Jacob, el suplantador”.
Si me pidieran que les explique por qué Dios amó a Jacob y aborreció a Esaú, les diría que no soy capaz de explicarlo. No tengo la menor idea por qué Dios amó a Jacob y aborreció a Esaú. Sólo Él sabe por qué. Dios tiene Sus gustos. La Biblia nos dice que Dios amó a Jacob y aborreció a Esaú, mas no nos da ninguna explicación de ello.
Cuando yo era joven, pensaba que Dios era injusto. A mi parecer, Esaú era mucho mejor que Jacob. Jacob era un ladrón y un engañador. Finalmente, no tuve otra alternativa que aceptar lo que la Biblia dice con respecto a que Dios amó a Jacob y aborreció a Esaú.
Como aquellos que han sido elegidos por Dios el Padre, todos somos Jacobs. Ninguno de nosotros es un Esaú. Ya que somos Jacobs, no debiéramos pensar que somos personas muy honorables. No, al igual que nuestro antepasado Jacob, somos suplantadores. No obstante, somos suplantadores que fueron escogidos por Dios el Padre en la eternidad pasada.
Quisiera dirigirme especialmente a los jóvenes. Ya que ustedes fueron elegidos por Dios en la eternidad pasada, es inútil que traten de escapar de Él. En realidad, Dios es un gran pescador, y Él los “atrapó” a ustedes. Ustedes cayeron en Su anzuelo en la eternidad. Por lo tanto, es imposible que logren zafarse de Su anzuelo.
En la eternidad pasada Dios tendió muchos anzuelos. El anzuelo en el que usted fue atrapado estuvo flotando libremente hasta que un día vino a usted, y usted quedó atrapado en él. Ahora usted no puede zafarse del anzuelo. Dios el Padre lo escogió a usted, y ya no puede escapar.
Después de que el hombre fue creado, cayó y se corrompió. Por ello, Dios el Hijo vino a redimirnos y a cumplir lo que Dios había planeado. Después de esto, Dios el Espíritu vino para aplicar lo que Dios había planeado y lo que Cristo, el Hijo de Dios, había realizado. Esta aplicación es la santificación.
Es probable que nosotros nunca hubiéramos pensado en Dios ni tenido ningún interés en Cristo. Sin embargo, un día fuimos atrapados por el Espíritu, y el Espíritu comenzó a aplicarnos lo que el Padre había planeado y lo que el Hijo realizó. Como resultado de ello, y aparentemente sin ningún motivo, creímos en el Señor Jesús.
Aunque nuestros amigos, vecinos, compañeros de escuela y colegas no crean en Cristo, nosotros no podemos evitar creer en Él. Yo puedo testificar de esto por experiencia propia. Un día, empecé a amar al Señor Jesús. A pesar de que nunca lo he visto, lo amo. ¡Él es tan bueno conmigo! Otros dirán que esto es mera superstición y pensarán que el Señor no significa nada. A ellos, les diría: “Tal vez a ustedes no les importe el Señor Jesús, pero yo lo amo”. Esto no es ninguna superstición. Es la aplicación del Espíritu.
Como hemos hecho notar, Pablo se refiere a la aplicación del Espíritu cuando habla de la santificación en 2:13. Cuando recibimos la aplicación del Espíritu, somos apartados para el Señor.
Mis amigos y compañeros de clase no lograban entender lo que me había sucedido, y ni yo mismo podía explicarlo. Lo único que sé es que a la edad de diecinueve años, de repente perdí interés en otras cosas y lo único que me interesaba era el Señor. Me encantaba orar, invocar el nombre del Señor, leer la Biblia, asistir a las reuniones y contarles a otros cuán adorable era el Señor Jesús. Algunos se preguntaban si alguien me pagaba por hacer esto. Yo les dije: “No he sido contratado por nadie; aun más, estoy dispuesto a gastar todo lo que tengo para imprimir los tratados que yo mismo he escrito”. Ésas fueron mis primeras experiencias de la santificación por el Espíritu.
Recuerdo que de joven me deleitaba en jugar fútbol. Después de que fui salvo, un día, mientras jugaba fútbol, alguien me pasó la pelota y una voz en mi interior me dijo: “¡Detente! No sigas jugando y abandona la cancha de fútbol”. Los demás jugadores se quedaron muy sorprendidos; no sabían qué me había sucedido. Simplemente me salí de la cancha y les dije que ya no jugaría más fútbol. Aquello fue una experiencia de la santificación por el Espíritu.
Muchos de nosotros podrían dar testimonios acerca de la santificación por el Espíritu. Aunque usted sea muy joven en el Señor, el Espíritu está siendo aplicado a usted. Todo lo que el Espíritu aplique a usted, es un aspecto de su santificación.
Debido a que hemos experimentado la aplicación del Espíritu, no sentimos libertad de hacer ciertas cosas que otros pueden hacer. Esto no tiene que ver con enseñanzas, sino con el hecho de que Dios el Espíritu vive dentro de nosotros.
Dios el Padre nos ama y nos escogió. Dios el Hijo murió por nosotros y efectuó la redención por nosotros. Ahora Dios el Espíritu ha venido para aplicar todo esto a nosotros.
Yo creo que muchas hermanas pueden testificar que la santificación del Espíritu ha afectado la manera en que hacen sus compras. Puesto que han sido santificadas por el Espíritu, hacen sus compras de manera diferente. Mientras toman la decisión de comprar o no comprar cierto artículo, el Espíritu que está en ellas quizás les diga: “Ni toques ese artículo”. De hecho, pareciera que la mayoría de las veces el Espíritu les dice que no y muy pocas veces les dice que sí. Nadie enseña a las hermanas a que cambien su manera de hacer las compras. Ellas cambian su manera de comprar debido a la santificación efectuada por el Espíritu. Es en esta santificación que somos salvos. En esto consiste la salvación en santificación por el Espíritu.
Es muy fácil que surjan riñas entre el esposo y la esposa. Esto es muy común en la vida matrimonial. Sin embargo, puedo testificar que debido a la santificación efectuada por el Espíritu he sido salvo muchas veces de discutir con mi esposa. Si no experimentara esta santificación, probablemente discutiría con mi esposa todos los días. Sin embargo, puedo testificar delante del Señor que en mi vida matrimonial he experimentado la salvación en santificación por el Espíritu, la cual me ha librado de discutir con mi esposa.
Cada día, e incluso minuto a minuto, estamos siendo santificados. Aquel que nos santifica es el Espíritu. Es por eso que la Biblia nos habla de la santificación efectuada por el Espíritu. Durante todo el día, el Espíritu, el tercero de la Trinidad, está santificándonos y aplicando lo que el Padre planeó y lo que el Hijo realizó. ¡Oh, tenemos una persona que nos santifica de una manera tan práctica, viviente y subjetiva!
Incluso cuando pecamos, el Espíritu nos santifica. Tal vez usted esté cometiendo un pecado, y aun en ese momento el Espíritu esté operando en usted para santificarlo. ¡Cuán lleno de gracia es Él!
En Hebreos 10:29, al Espíritu incluso se le llama el Espíritu de gracia. Todos nosotros, como creyentes de Cristo, hemos recibido al Espíritu de gracia. El Espíritu de gracia nos santifica incondicionalmente, es decir, sin ponernos ninguna condición. Al Espíritu se le encomendó la tarea de santificarnos. Él nos fue dado con el propósito de llevar a cabo de manera completa esta obra de santificación en nosotros.
La santificación nos aparta para Dios al poner sobre nosotros una marca. Esta marca es, de hecho, el propio Dios Triuno. Cuando somos santificados, nos es puesta la marca del Dios Triuno. Como resultado, otros pueden ver al Dios Triuno en nosotros. Además, esta marca crece y se intensifica cada vez más. Año tras año, esta marca se ha venido forjando profundamente en mi vida. Ésta es la obra santificadora del Espíritu. Por la obra santificadora del Espíritu estamos siendo salvos. Además, es de esta manera que llevamos una vida santa para la vida de iglesia.
Llevar una vida santa para la vida de iglesia equivale a que nuestro espíritu, alma y cuerpo sean guardados. Pablo habla de esto en 1 Tesalonicenses 5:23, donde dice: “Y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Es preciso que nuestro espíritu sea guardado de la muerte. Esto significa que debemos vivir en nuestro espíritu. Debemos tener contacto con Dios a cada momento y servirle de una manera viva. Debemos siempre recibir un sentir de parte de Él de forma directa. Además, nuestra conciencia debe estar libre de toda ofensa; es decir, debemos mantener nuestra conciencia, la parte principal de nuestro espíritu, en una condición que sea buena y pura. Guardar nuestro espíritu significa guardarlo de la muerte, de la contaminación y de las ofensas. Si hacemos esto, nuestro espíritu será viviente, capaz de percibir el sentir que da Dios, y además gozaremos también de paz en nuestra conciencia. Esto es lo que significa guardar nuestro espíritu.
Necesitamos también que nuestra alma sea guardada. Nuestra mente necesita ser renovada y transformada, y debe recuperar la sobriedad. Nuestra voluntad debe ser sumisa y flexible, y a la vez firme. Nuestra parte emotiva debe ser siempre equilibrada. Si nuestra parte emotiva es apropiada, amaremos lo que debemos amar y aborreceremos lo que debemos aborrecer. Ésta es la parte emotiva que satisface a Dios. Si ésta es la condición de nuestra mente, voluntad y parte emotiva, nuestra alma será guardada. No seremos injustos en ningún aspecto, y nuestra alma será recta en todo sentido.
Además de esto, también es necesario que nuestro cuerpo sea guardado. Si nuestro cuerpo ha de ser guardado, no debemos vivir más conforme al viejo hombre. Si dejamos de vivir según nuestro viejo hombre, nuestro cuerpo será esclavo de la justicia, en lugar de ser esclavo del pecado. En términos positivos, guardamos nuestro cuerpo al presentarlo a Dios en sacrificio vivo (Ro. 12:1). De este modo, nuestro cuerpo incluso llegará a ser un miembro de Cristo (1 Co. 6:15), lo cual nos permitirá vivir a Cristo, expresarle, magnificarle. Aun más, nuestro cuerpo llegará a ser el santuario del Espíritu Santo, donde Dios mora (1 Co. 6:19). Dios habita en nuestro cuerpo a fin de poder actuar y expresarse, a fin de ser glorificado. De esta manera, nuestro espíritu, alma y cuerpo serán guardados en el Dios Triuno. En esto consiste llevar una vida santa, y esto es lo que significa ser salvos en santificación por el Espíritu. Ésta es la vida que es apta para la vida de iglesia. La vida de iglesia depende de una vida santa que posee estas características.
En 1 y 2 Tesalonicenses, Pablo escribió a los nuevos creyentes acerca de ciertos asuntos básicos. Espero que todos prestemos atención a lo que Pablo dice en estos libros, para que día a día seamos santificados y sean guardados nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo, y también para que nuestro corazón, el delegado o representante de nuestra alma, pueda ser afirmado irreprensible en santidad. ¡Alabado sea el Señor porque es posible llevar tal vida santa para la vida de iglesia!