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Mensajes del libro «Estudio-Vida de 2 Timoteo»
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Mensaje 1

LA VACUNA CONTRA LA DECADENCIA DE LA IGLESIA: LAS PROVISIONES DIVINAS

  Lectura bíblica: 2 Ti. 1:1-14

  La segunda epístola a Timoteo, la última que escribió Pablo, empieza con estas palabras: “Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, según la promesa de vida, la cual es en Cristo Jesús, a Timoteo, amado hijo: Gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor”. Este libro fue escrito en un tiempo en que las iglesias establecidas por medio del ministerio del apóstol en el mundo gentil se estaban degradando y el apóstol estaba confinado a una prisión lejana. Muchos le habían dado la espalda y lo habían abandonado (1:15; 4:16), incluso algunos de sus colaboradores (4:10). Era una situación desalentadora y decepcionante, especialmente para su joven colaborador e hijo espiritual, Timoteo. Por esta razón, al principio de esta epístola, la cual sirve para animar, fortalecer y confirmar a los creyentes, él le reafirmó a Timoteo que era apóstol de Cristo, no sólo por la voluntad de Dios, sino también según la promesa de vida, la cual es en Cristo Jesús. Esto implica que aunque las iglesias se degraden, y muchos de los santos caigan en infidelidad, la vida eterna, la vida divina, la vida increada de Dios, que Él prometió en Sus santas Escrituras y dio al apóstol y a todos los creyentes, permanece inmutable para siempre. Con esta vida inmutable y sobre ella, el sólido fundamento de Dios fue puesto y allí permanece inconmovible a través de la ola de degradación (2:19). Por medio de tal vida, aquellos que buscan al Señor con un corazón puro pueden soportar la prueba de la decadencia de la iglesia. Esta vida, de la cual Pablo en su primera epístola exhorta a Timoteo y a otros que echen mano (6:12, 19), debe de haber animado y fortalecido mucho al apóstol en tiempos peligrosos.

  De entre todas sus epístolas, sólo en 1 y 2 Timoteo el apóstol menciona la misericordia de Dios en su saludo inicial. Cuando se trata de rescatar al hombre caído, el brazo de la misericordia es más largo que el de la gracia. Cuando las iglesias se degradan, la misericordia de Dios se hace imprescindible.

I. EL TEMA DEL LIBRO: LA VACUNA CONTRA LA DECADENCIA DE LA IGLESIA

  En el momento en que Pablo escribió esta epístola, él tenía muy presente que las iglesias habían empezado a degradarse. No obstante, como alguien que había aprendido a echar mano de la vida eterna, él no estaba desalentado ni decepcionado. En su interior había algo que permanecía inalterable: la vida eterna, increada e incorruptible de Dios. Por mucho que cambien las circunstancias, la vida eterna permanece igual. Debido a que Pablo era consolado en la vida de Dios y no se sentía decepcionado con la situación, él escribió una segunda epístola a Timoteo, no sólo para consolar y fortalecer a su joven colaborador, sino también para vacunar a todo el Cuerpo de Cristo en contra de la decadencia de la iglesia.

  No debemos considerar la segunda epístola a Timoteo meramente como una carta pastoral, como suelen llamarla. Si tenemos la debida perspicacia, comprenderemos que la intención de Pablo, la cual Dios le había infundido, era la de vacunar a los creyentes contra la decadencia de la iglesia. Pablo había previsto esta decadencia; sin embargo, en lo profundo de su ser él se sentía consolado, no porque tuviera argumentos lógicos, sino porque se aferraba a la vida eterna, que Dios había prometido en las santas Escrituras. La vida misma que Dios había prometido en las Escrituras habitaba en Pablo. La intención de Pablo al escribir esta epístola era, por tanto, alentar y fortalecer a Timoteo, y también “inyectar” una sustancia divina en la iglesia para vacunarla contra el germen de la decadencia. Alabamos al Señor porque esta vacuna ha sido eficaz. Es cierto que en el transcurso de los siglos la iglesia ha sufrido deterioro, pero no ha sido exterminada. Pablo, anticipándose a lo que podía suceder, vacunó a la iglesia contra la decadencia. Incluso hoy, en el recobro del Señor, estamos disfrutando de los beneficios de esa vacuna.

  En este mensaje, mi carga es compartirles acerca de ocho elementos básicos que se incluyen en esta vacuna. Las provisiones divinas que componen esta vacuna son: una conciencia pura, una fe no fingida, el don divino, un espíritu fortalecido, la gracia eterna, la vida incorruptible, las sanas palabras y el Espíritu que mora en nosotros. Estos ingredientes de la dosis maravillosa administrada por Pablo se encuentran en 1:1-14.

II. INTRODUCCIÓN

  Los versículos 1 y 2 son unas palabras de introducción. En el versículo 1 Pablo declara que él era apóstol, no sólo por la voluntad de Dios, sino también según la promesa de vida que es en Cristo Jesús. La expresión “la promesa de vida” no significa que tenemos únicamente la promesa, y no la vida; más bien, significa que hemos recibido la vida prometida. Otra expresión similar a ésta es “la promesa del Espíritu”, la cual aparece en Gálatas 3:14. Esta expresión no significa que hemos recibido únicamente la promesa y no el Espíritu; más bien, significa que hemos recibido al Espíritu que había sido prometido. Bajo el mismo principio, las palabras “la promesa de vida” denotan la vida prometida. Pablo era apóstol según la vida que Dios había prometido, la misma que Pablo había recibido y que moraba en él. Pablo llegó a ser apóstol en virtud de esta vida.

  La vida eterna según la cual Pablo fue hecho apóstol es una vida incorruptible e inmutable, ya que es, en efecto, el propio Dios Triuno procesado. Debido a que esta vida moraba en Pablo, ni siquiera el Imperio Romano pudo prevalecer contra él en ninguna de las ocasiones que lo sometió a juicio. Pablo fue fortalecido por el Dios Triuno procesado como vida.

  En ningún otro versículo, excepto en la introducción de esta epístola, Pablo declara que él era apóstol según la promesa de vida. Hay otro pasaje en el cual también nos dice que era apóstol por la voluntad de Dios (Ef. 1:1). Son muy pocos los maestros cristianos que recalcan que Pablo era apóstol no sólo por la voluntad de Dios, sino también según la promesa de la vida eterna. La razón por la cual los cristianos recalcan mucho la voluntad de Dios y no hablan de la promesa de vida, es que ellos mismos no han visto que todo gira en torno a la vida eterna. Lo que hagamos y seamos en el recobro del Señor hoy debe conformarse a la vida eterna y llevarse a cabo mediante dicha vida. ¡Alabado sea el Señor porque en virtud de esta vida participamos hoy en Su recobro!

III. LAS PROVISIONES DIVINAS QUE SE ENCUENTRAN EN ESTA VACUNA

  La vida mencionada en el versículo 1 incluye los ocho elementos básicos presentes en esta vacuna. Esto significa que la vida eterna incluye una conciencia pura, una fe no fingida, el don divino, un espíritu fortalecido, la gracia eterna, el elemento de incorrupción, las sanas palabras y el Espíritu que mora en nosotros. Si poseemos esta vida, que de hecho es el Dios Triuno procesado, tenemos entonces una conciencia pura, una fe no fingida y todas las demás provisiones halladas en esta vacuna divina. Examinemos ahora cada una de estas provisiones.

A. Una conciencia pura

  En el versículo 3 Pablo dice: “Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis antepasados con una conciencia pura, mientras sin cesar me acuerdo de ti en mis peticiones noche y día”. En este versículo “servir” significa servir a Dios en adoración (Hch. 24:14; Fil. 3:3). Pablo siguió en los pasos de sus antepasados, sirviendo a Dios con una conciencia pura. En tiempos de degradación, uno necesita una conciencia pura, una conciencia purificada de toda contaminación, para poder servir a Dios.

  Tengo plena certeza de que todos los santos que son sinceros, veraces y fieles al Señor en Su recobro no sólo poseen una buena conciencia, sino también una conciencia pura. Con relación a esto, no debemos aceptar ninguna mentira del enemigo. Cuanto más dudemos de que tenemos una conciencia pura, más sentiremos que nuestra conciencia no es pura. Debemos declarar: “Satanás, ¡aléjate de mí! Yo tengo una conciencia pura. Satanás, ¿no sabes que toda mi vida es para el Señor y nada más? Únicamente vivo por el Señor, por Su recobro, por Su iglesia y por Sus intereses”. Cuanto más testifiquemos de una manera sincera que tenemos una conciencia pura, más nos percataremos de que nuestra conciencia es realmente pura. La única manera en que podemos tener una conciencia pura es que declararemos por fe, con sinceridad, con veracidad y con firmeza que tenemos una conciencia pura delante del Señor. No preste atención a sus dudas ni crea las mentiras del enemigo. La sangre del Señor prevalece contra él. No crea al enemigo cuando le diga que usted es débil, o cuando le acuse de ser impuro y de no tener una buena conciencia. ¿No ama usted al Señor? ¿No se ha entregado usted por completo al Señor y Su iglesia? Aprenda a decirle al enemigo: “Satanás, me has estado engañando por mucho tiempo. No te creeré más ni permitiré que sigas estorbando mi avance. Toda mi vida es para el Señor, y tengo una conciencia pura”.

  La vida eterna es la que nos fortalece para declararle esto al enemigo. Es por eso que digo que una conciencia que es pura y buena forma parte de las provisiones de la vida eterna. La vida eterna que está en nosotros, es lo que nos fortalece para declarar que tenemos una conciencia pura.

B. Una fe no fingida

  El versículo 5 dice: “Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy persuadido de que en ti también”. Aquí Pablo le recuerda a Timoteo de la fe no fingida que está en él. Esta fe había habitado primero en su abuela, después en su madre y ahora moraba en él. Hoy alabamos al Señor porque esta fe está también en nosotros. Puesto que tenemos la vida eterna, tenemos una fe no fingida.

  La fe se refiere a la unión orgánica que tenemos con el Dios Triuno, la cual hace posible que Dios se infunda en nosotros por medio de Su Palabra y en Su Espíritu. Cuanto más contacto tengamos con la Palabra ejercitando nuestro espíritu, más contacto tendremos con el Señor y más de Él se infundirá en nosotros. Como resultado, nuestra fe será fortalecida. Esta fe es de hecho el reflejo de la vida eterna que hemos recibido. Por consiguiente, repito una vez más que la fe se refiere a la unión orgánica entre nosotros y el Dios Triuno, en virtud de la cual tenemos contacto con el Dios vivo mediante Su Palabra y por Su Espíritu, a fin de que Él se infunda en nosotros.

C. El don divino

  En el versículo 6 Pablo añade: “Por esta causa te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos”. Esto fue escrito para animar y fortalecer a Timoteo en su ministerio para el Señor, a fin de que su ministerio fuese debilitado por el encarcelamiento de Pablo y la situación degradada de las iglesias. Aquí Pablo parecía decir a Timoteo: “Timoteo, te exhorto a que avives el fuego del don de Dios que está en ti. Dentro de ti, hay algo que está ardiendo, pero no es suficiente que sólo esté ardiendo; debes avivar el fuego de dicho don. Ese algo que está en ti es un don de Dios. Puesto que ya tienes una fe no fingida, te recuerdo que avives el fuego de este don”.

  Es bastante difícil definir lo que Pablo quiere decir en el versículo 6 con la expresión “el don de Dios”. Tal vez se refiera a una función o aptitud espiritual particular, a algo que ardía en Timoteo y lo capacitaba para ejercer una función específica.

  Todos los santos que están en el recobro del Señor debieran avivar el fuego del don de Dios que está en ellos. Sin embargo, en las reuniones, muchos santos parecen apagar el fuego. Especialmente en las reuniones de la iglesia, debemos avivar el fuego del don que está en nosotros. Si lo hacemos, el fuego se acrecentará y brillará con más intensidad, y se manifestarán las riquezas de Cristo. Todos los santos deben sentirse animados por el hecho de que tienen la vida eterna, una conciencia pura y una fe no fingida. Por ello, deben avivar el fuego del don de Dios.

D. Un espíritu fortalecido

  En el versículo 7 Pablo añade: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura”. Aquí el espíritu denota nuestro espíritu humano, el cual ha sido regenerado y habitado por el Espíritu Santo (Jn. 3:5-6; Ro. 8:16). Avivar el fuego del don de Dios está relacionado con nuestro espíritu regenerado.

  Pablo declara que tenemos un espíritu de poder, de amor y de cordura. La frase “de poder” se refiere a nuestra voluntad; la frase “de amor”, a nuestra parte emotiva; y la frase “de cordura”, a nuestra mente. Esto indica que tener una voluntad fuerte, una parte emotiva llena de amor y una mente sobria, está estrechamente relacionado con tener un espíritu fuerte, con el cual podemos ejercer el don de Dios que está en nosotros.

  Es necesario que creamos que Dios nos ha dado tal espíritu, y debemos alabarle por ello. No debemos decir que no sentimos que tenemos un espíritu de amor, de poder y de cordura. Por lo general uno no siente que tiene órganos en su cuerpo, a menos que alguno de ellos tenga algún problema. En circunstancias normales, ¿está usted consciente de que tenga un hígado? Aunque yo no me percato de mi hígado, sí sé que tengo este órgano y que éste funciona. Asimismo, quizás no sintamos que tenemos la clase de espíritu que se describe en el versículo 7; no obstante, debemos creer en las palabras de Pablo y ejercitar nuestro espíritu.

  En el versículo 8 Pablo dice: “Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso Suyo, sino sufre el mal junto con el evangelio según el poder de Dios”. Aquí vemos la razón por la cual Pablo mandó a Timoteo en los dos versículos anteriores que avivara el fuego del don de Dios que estaba en él. Debemos hacer lo mismo para no avergonzarnos del testimonio del Señor. No avergonzarnos del testimonio de nuestro Señor es resistir la corriente de degradación de las iglesias que están en decadencia. También debemos estar preparados para sufrir el mal junto con el evangelio. Ya que el evangelio, personificado aquí, sufría persecución, Timoteo debía sufrir el mal juntamente con el evangelio. Hemos de sobrellevar la persecución juntamente con el evangelio según la medida del poder de Dios, y no según nuestra limitada fuerza natural.

E. La gracia eterna

  En 1:9-10a Pablo, refiriéndose a Dios, dice: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito Suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús”. Dios no sólo nos salvó para que disfrutemos Su bendición, sino que también nos llamó con llamamiento santo, un llamamiento que tiene una meta específica, la de cumplir Su propósito. El propósito aquí se refiere al plan de Dios conforme a Su voluntad de ponernos en Cristo y hacernos uno con Él para que participemos de Su vida y posición, a fin de ser Su testimonio. La gracia es la provisión de vida que Dios nos ha dado para que expresemos Su propósito en nuestro vivir.

  La gracia nos fue dada en Cristo antes de que el mundo comenzara. A esto se refiere la expresión “antes de los tiempos de los siglos”. Esto pone un fundamento seguro e inconmovible que permanece firme frente a las olas de la corriente de decadencia y pone en evidencia cuán inútiles son los esfuerzos del enemigo por contrarrestar el propósito eterno de Dios. A fin de fortalecer a Timoteo, el apóstol identificó el ministerio de ellos con esta gracia eterna, un fundamento seguro.

  En el versículo 9 Pablo declara que la gracia de Dios nos fue dada antes de los tiempos de los siglos, y luego en el versículo 10 dice que esta gracia ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús. La gracia de Dios nos fue dada en la eternidad, pero nos fue manifestada y aplicada por medio de la primera venida de nuestro Señor, en la cual Él anuló la muerte y nos trajo vida. Puesto que esta gracia fue manifestada por la aparición de Cristo, los santos del Antiguo Testamento, tales como Abraham y David, no la experimentaron. La gracia que nos estaba destinada vino con la aparición del Señor Jesús. Esta gracia no es meramente una bendición, sino una Persona, el Dios Triuno dado a nosotros como nuestro disfrute. Esta gracia vino cuando el Señor Jesús fue manifestado, y ahora está con nosotros.

F. La vida incorruptible

  La última parte del versículo 10 declara acerca de Cristo: “El cual anuló la muerte y sacó a luz la vida y la incorrupción por medio del evangelio”. Cristo anuló la muerte, dejándola sin efecto, mediante Su muerte, con la cual destruyó al diablo (He. 2:14), y por medio de Su resurrección, que sorbe la muerte (1 Co. 15:52-54).

  La vida eterna de Dios es dada a todos los que creen en Cristo (1 Ti. 1:16) y también es el elemento principal de la gracia divina que nos fue dada (Ro. 5:17, 21). Esta vida venció la muerte (Hch. 2:24) y la sorberá (2 Co. 5:4). Pablo era apóstol según la promesa de tal vida (2 Ti. 1:1). Esta vida y la incorrupción que es consecuencia de la misma, han sido sacadas a la luz y hechas visibles a los hombres por medio de la predicación del evangelio.

  La vida es el elemento divino, Dios mismo, impartido a nuestro espíritu, y la incorrupción es la consecuencia de que la vida sature nuestro cuerpo (Ro. 8:11). Esta vida e incorrupción pueden contrarrestar la muerte y la corrupción que provienen de la decadencia de las iglesias.

  En 2 Timoteo 1:11 dice: “Del cual yo fui constituido heraldo, apóstol y maestro”. El pronombre relativo “el cual” se refiere al evangelio de la gracia divina y la vida eterna, y corresponde al evangelio presentado en gracia y en vida por el apóstol Juan (Jn. 1:4, 16-17). Fue para este evangelio que Pablo fue constituido heraldo, apóstol y maestro. Un heraldo anuncia y proclama el evangelio, un apóstol establece y confirma a las iglesias donde Dios puede ejercer Su administración, y un maestro da instrucciones a las iglesias, a todos los santos.

  En el versículo 12 Pablo añade: “Por esta causa asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy persuadido de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. El apóstol sufría por una sola causa, la causa del más alto nivel: proclamar las buenas nuevas del evangelio de gracia y vida, confirmar a las iglesias e instruir a los santos. Tal causa debe de haber animado y fortalecido a Timoteo, mientras éste afrontaba el deterioro de las iglesias que estaban en decadencia. Ya que Pablo no estaba avergonzado, Timoteo tampoco debía estarlo.

  En el versículo 12 Pablo declara: “Yo sé a quién he creído”. El apóstol creía en una persona viviente, Cristo, el Hijo del Dios vivo, quien es la corporificación de la gracia divina y de la vida eterna, y no en una cosa ni en un asunto. La vida eterna que está en Cristo es poderosa; basta y sobra para sostener hasta el fin a aquel que sufre por Su causa, y para guardarlo a fin de que pueda heredar la gloria venidera. La gracia que se halla en Él es más que suficiente para proveer a Su enviado de todo lo necesario para acabar la carrera de su ministerio hasta obtener la recompensa en gloria (4:7-8). Por lo tanto, Él podía guardar lo que el apóstol le había confiado, para el día del regreso del Señor. Tal seguridad también debe de haber alentado y fortalecido al débil y afligido Timoteo.

  Las palabras “mi depósito” se refieren a lo que Pablo había encomendado al Señor. El apóstol había encomendado todo su ser y su glorioso futuro a Aquel que es poderoso para guardar, por medio de Su vida y gracia, ese depósito para el día de Su segunda manifestación.

G. Las sanas palabras

  En el versículo 13 Pablo continúa diciendo: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y el amor que son en Cristo Jesús”. Lo dicho en el versículo 12 es una forma, o sea un ejemplo, de las sanas palabras. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo son palabras de vida (Jn. 6:63); por ende, son palabras sanas. Aquí la palabra “sanas” alude a la sanidad de la vida.

H. El Espíritu que mora en nosotros

  En el versículo 14 Pablo concluye, diciendo: “Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros”. El Espíritu Santo mora en nuestro espíritu (Ro. 8:16); por ende, para guardar el buen depósito por el Espíritu Santo, debemos ejercitar nuestro espíritu.

  Hemos señalado que el Espíritu es la forma consumada en la que el Dios Triuno se relaciona con el hombre. ¡Alabado sea el Señor porque ahora este Espíritu mora en nuestro espíritu!

  Damos gracias al Señor por todas las provisiones divinas que se incluyen en esta vacuna contra la decadencia de la iglesia. Cuanto más experimentemos estas provisiones, más vacunados seremos contra cualquier índole de decadencia. Con esta maravillosa vacuna, tendremos suficiente base para declarar que en el recobro del Señor no existe decadencia alguna.

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