Mensaje 11
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Lectura bíblica: Jos. 13; Jos. 14; Jos. 15; Jos. 16; Jos. 17
En la economía de Dios encontramos algo designado como la asignación de la tierra. Después que Josué tomó posesión de la tierra, Dios le ordenó asignar por heredad la tierra que habían poseído e incluso la tierra que todavía no habían poseído, porque a los ojos de Dios toda esa tierra estaba destinada para Israel. En este mensaje empezaremos a considerar la asignación de la tierra. En particular, nos esforzaremos por ver el significado intrínseco de la asignación de la buena tierra.
En Su sabiduría, Dios no asignó a los hijos de Israel la buena tierra como un todo; más bien, Él asignó la tierra, esto es, Cristo, a las diferentes tribus. Todas las tribus no eran iguales; ellas diferían entre sí.
En Génesis 49 Jacob, el padre de las doce tribus, bendijo a cada uno de sus hijos pronunciando una profecía (véase Estudio-vida de Génesis, mensajes 98-107). La bendición de Jacob a Judá revela que Dios consideraba a Judá un león triple: un cachorro de león, un león maduro y una leona (v. 9). Por ser un cachorro, Judá podía crecer y llegar a ser fuerte; por ser un león, Judá podía pelear; y por ser una leona, Judá podía tener crías. Benjamín, en cambio, era lobo rapaz (v. 27), y Dan era serpiente en el camino, que muerde los talones del caballo obstaculizando el avance del pueblo de Dios (v. 17). Zabulón era puerto para las naves (v. 13), y Neftalí era cierva suelta (v. 21).
Debido a que las tribus diferían entre sí, Dios no podía dar la misma tierra de la misma manera a todas las tribus. Todas las tribus eran poseedoras de la tierra, pero las tribus poseían porciones particulares de la tierra en conformidad con lo que ellas eran. La mejor porción de la tierra fue asignada a Judá. A Dan se le asignó una porción, pero ellos no desposeyeron a los cananeos que ocupaban dicha tierra. Dan formaba parte del pueblo de Dios, pero sus acciones estaban bajo el principio que es propio del enemigo de Dios.
El cumplimiento de este tipo referente a la asignación de la tierra puede verse entre nosotros hoy. Todos poseemos al mismo Cristo, pero experimentamos a Cristo de diferentes maneras. La tierra (Cristo) que poseemos corresponde a lo que somos.
En Levítico 1, Cristo es revelado como cinco clases de holocausto: un novillo, una oveja del rebaño, una cabra, una tórtola y un palomino. Estas ofrendas tipifican a un único Cristo, pero eran ofrecidas según la capacidad del oferente, lo cual indica que nuestras experiencias de Cristo difieren tanto en tamaño como en la manera de ser ofrecidas. El tamaño y la manera no dependen de Cristo, sino de la experiencia y disfrute de Cristo que nosotros tengamos. Mientras que la experiencia de Cristo que tuvo Pablo es tipificada por un novillo, la experiencia de Cristo que tienen muchos creyentes hoy es tipificada por un palomino.
En Levítico 2, Cristo también es revelado como tres clases de ofrendas de harina: flor de harina, hojaldre y grano que permanece en espigas. Si somos débiles y no podemos comer el hojaldre, podemos comer la flor de harina. A medida que crezcamos podremos experimentar a Cristo como el hojaldre. El apóstol Pablo era plenamente maduro y estaba lleno de energía. Él era una persona que comía el grano en la espiga. Una vez más, podemos ver que solamente hay un Cristo —un Cristo en muchos tipos y tamaños—, pero podemos experimentarlo en diferentes maneras y en grados diferentes, como flor de harina, hojaldre y grano en la espiga.
El significado intrínseco de la asignación de la tierra es que quienes toman posesión de la tierra son diferentes entre sí. Esto indica que la experiencia que el pueblo de Dios tiene de Cristo no es igual en todos los casos. Según la ordenación de Dios, la asignación de la buena tierra al pueblo de Dios se efectúa en medidas diferentes. El Nuevo Testamento claramente nos dice que cada uno debe pensar de sí “conforme a la medida de fe que Dios ha repartido a cada uno” (Ro. 12:3). También nos dice que “no todos los miembros tienen la misma función” (v. 4). Por tanto, Dios da gracia a cada miembro conforme a la función que desempeña en el Cuerpo (Ef. 4:7). En esto consiste la ordenación de Dios y la asignación divina.
Nuestro himnario [en inglés], que fue compilado en 1963 y 1964, ejemplifica esta asignación. Les pido que comparen el himno de John Nelson Darby sobre la exaltación de Cristo (Himnos, #66) con el himno de Charles Wesley sobre la encarnación de Cristo (Himnos, #49). Aquí está el texto del himno de Darby:
Consideremos ahora el texto del himno de Wesley:
Al comparar estos dos himnos vemos que el himno de Darby es más elevado que el de Wesley. Esto indica que la experiencia que Darby tuvo de Cristo tal como es expresada en este himno suyo, era más elevada que la que Wesley expresa en el suyo. Aunque tanto Darby como Wesley experimentaron a Cristo como un novillo, el novillo de Darby era más grande que el de Wesley.
Si procedemos a comparar las experiencias que ellos tuvieron de Cristo con la experiencia expresada en Himnos, #258, veremos que este himno expresa una experiencia inferior de Cristo:
Los himnos en nuestro himnario están dispuestos en orden según el contenido teológico así como según la experiencia espiritual. De los 1,080 himnos originales en nuestro himnario, aproximadamente 700 himnos fueron seleccionados de diferentes himnarios. Hallamos que en todos estos himnos faltaba algo con respecto al Cristo todo-inclusivo y universalmente extenso, al Espíritu de Cristo compuesto y vivificante, a la vida divina y con respecto a la iglesia. A fin de subsanar tales carencias, compusimos más de 200 nuevos himnos que tratan sobre Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia. Consideremos, por ejemplo, Himnos, #213:
Las palabras de este himno son sencillas, pero son muy ricas respecto a la experiencia de Cristo como vida. Esto muestra que los himnos en el recobro del Señor están llenos de la verdad y tocan ricamente la experiencia de Cristo, lo cual indica nuestra rica asignación divina.
Los himnos son poesía, y cada poema expresa los sentimientos del escritor. Al decir sentimientos, nos referimos a mucho más que simplemente las sensaciones, pues este término implica el sentir, la comprensión, el entendimiento y el aprecio. Cuanto más consideremos nuestro sentimiento, más sentiremos la carga de escribir poesía. La clase de sentimiento expresado en un determinado himno refleja la medida en que tal escritor disfruta a Cristo; es decir, indica cuál sea el “tamaño” del Cristo experimentado y disfrutado por aquel escritor. Por tanto, Wesley escribió su himno sobre la encarnación de Cristo conforme a su propio sentimiento, y Darby escribió su himno sobre la exaltación de Cristo conforme a su propio sentimiento. Ambos himnos fueron escritos en conformidad con la medida de Cristo disfrutada por los respectivos escritores.
Ahora, quisiera decir algo con respecto a Himnos, #68, un himno que escribí sobre la exaltación de Cristo conforme a mi propio sentimiento:
Si consideramos lo que este himno dice con respecto a que Cristo es Dios mezclado con el hombre, que Él se vistió de la naturaleza humana, que Él murió conforme al plan de Dios, que Él fue resucitado con un cuerpo, ascendió como hombre, se sentó en los lugares celestiales y fue coronado con la gloria de Dios, comprenderemos que este himno está lleno de verdad y de iluminación. Este himno expresa mi sentimiento santo, celestial y espiritual; es decir, expresa al Cristo que conozco y a quien he ganado, experimentado y disfrutado.
Hemos visto que el significado intrínseco de la asignación de la buena tierra es que nosotros, los que tomamos posesión de la tierra, experimentamos al mismo Cristo de diferentes maneras. Consideremos ahora los detalles relacionados con la asignación de la tierra tal como es descrita del capítulo 13 al 17.
Josué 13:1-7 habla de la tierra que quedaba por poseer. Cuando Josué ya era viejo, Jehová le dijo: “Tú eres viejo y avanzado en años, y queda todavía mucha tierra por poseer” (v. 1).
Las regiones de la tierra que todavía quedaban por poseer incluían las regiones de los filisteos, los gesureos, los cananeos, los giblitas y todo el Líbano (vs. 2-6a).
En el versículo 6b, Jehová promete echar de delante de los hijos de Israel a todos los habitantes de la tierra que quedaba por poseer.
Jehová le encargó a Josué asignar por heredad a Israel la tierra que quedaba por poseer, tal como Él lo había mandado. Jehová le dijo a Josué que repartiera esta tierra en heredad a las nueve tribus y a la media tribu de Manasés (vs. 6c-7; 14:1-2).
La tierra al oriente del Jordán había sido asignada a las dos tribus y media por Moisés (13:8-13, 15-32; 14:3a).
No se le asignó tierra a la tribu de Leví porque las ofrendas de Jehová, el Dios de Israel, eran su heredad (13:14). El versículo 33 añade que el propio Dios de Israel sería la heredad de la tribu de Leví. Así pues, los hijos de Israel repartieron la tierra tal como Jehová se lo había mandado a Moisés. No dieron porción a los levitas en la tierra, sino sólo ciudades en que morasen, con sus pastizales para sus ganados y sus bienes (14:4-5).
Josué 14:6—15:63 describe la tierra asignada a la tribu de Judá.
El primer asunto abordado aquí es el reclamo de Caleb (14:6-15; 15:13-19). Caleb reclamó para sí Hebrón con la región montañosa (14:10-15). Tal reclamo concordaba con el juramento de Moisés y la promesa de Jehová (14:6-9a; Nm. 14:24; 32:12; Dt. 1:36). Esta tierra le fue prometida a Caleb porque él había seguido cumplidamente a Jehová su Dios (Jos. 14:9b). Caleb tomó posesión de la tierra que Moisés y Jehová le habían prometido (15:13-15), después de lo cual el yerno de Caleb obtuvo los manantiales de aquella región de la tierra (vs. 16-19).
La parte que tocó en suerte a la tribu de los hijos de Judá se extendía hasta la frontera con Edom, teniendo el desierto de Zin al sur, el extremo sur de la buena tierra (15:1).
La tierra asignada a la tribu de Judá incluía ciento doce ciudades con sus villas y aldeas (vs. 21-62).
Los hijos de Judá no pudieron desposeer a los jebuseos, los habitantes de Jerusalén, quienes moraron con los hijos de Judá en Jerusalén (v. 63).
Los capítulos 16 y 17 describen la tierra asignada a la tribu de José.
La parte que tocó en suerte a los hijos de José se extendía desde Jericó hasta Bet-el y hasta el mar (16:1-4).
La tierra asignada a los hijos de Efraín, el segundo hijo de José, se extendía desde Jericó hasta el mar, pasando por el río Jordán (vs. 5-8).
Esta tierra asignada incluía ciertas ciudades con sus aldeas que fueron apartadas para los hijos de Efraín en medio de la heredad de los hijos de Manasés (v. 9).
Los hijos de Efraín no desposeyeron a los cananeos que moraban en Gezer. Por tanto, los cananeos moraban en medio de Efraín y fueron sometidos a trabajos forzados (v. 10).
Josué 17:1-18 presenta la tierra asignada a Manasés, el primogénito de José.
Galaad y Basán, al este del Jordán, fueron asignados a Maquir, el primogénito de Manasés (vs. 1b, 5b, 6b).
La tierra asignada a los otros hijos de Manasés se extendía por el sur hasta Efraín, por el oeste hasta el mar, por el norte hasta Aser y por el este hasta Isacar (vs. 1a, 2, 5a, 7-10).
A Manasés le fueron dadas algunas ciudades con sus aldeas en la tierra de las dos tribus de Isacar y de Aser (v. 11).
Zelofehad, perteneciente a la cuarta generación de Manasés, no tuvo hijos sino hijas. Sus hijas reclamaron para sí heredad entre sus hermanos conforme al mandamiento que Jehová hizo a Moisés (vs. 3-5a, 6a; Nm. 27:1-11).
Los hijos de Manasés no pudieron desposeer a los de las ciudades ubicadas en su tierra, sino que los cananeos persistieron en habitar en aquella tierra. Cuando los hijos de Manasés se hicieron fuertes, sometieron a los cananeos a trabajos forzados, pero no los desposeyeron por completo (Jos. 17:12-13).
Los hijos de José pidieron más tierra porque eran pueblo numeroso. Josué los alentó a que desposeyeran la región montañosa con su valle, aun cuando los cananeos tuviesen carros de hierro y fuesen fuertes (vs. 14-18).