Mensaje 13
Lectura bíblica: Jos. 21:43; 13:33; Dt. 8:7-10
Desde el primer siglo d. C. hasta el quinto siglo surgieron muchas enseñanzas y debates con respecto a la cristología, es decir, el estudio de la persona de Cristo. Todo el Antiguo Testamento, desde Génesis hasta Malaquías, es un libro sobre cristología. En el Antiguo Testamento encontramos muchos tipos de Cristo, y cada uno de estos tipos se relaciona con el estudio de Cristo. El tipo completo, cabal y consumado de Cristo es la buena tierra. Mi carga en este mensaje es que consideremos diez aspectos del Cristo todo-inclusivo, quien es tipificado por la buena tierra.
En la eternidad, Cristo era únicamente Dios y no hombre. Él era el Hijo de Dios como corporificación de Dios (Jn. 1:18), y la Palabra de Dios como definición de Dios (v. 1).
Un día el Cristo eterno entró en el tiempo, al hacerse carne en Su encarnación. En Su encarnación, Cristo, el Hijo de Dios, vino “en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3). Él no era pecaminoso, pero al ser hecho carne, llegó a ser algo que guardaba cierta relación con el pecado.
Por medio de la encarnación, el Dios santo, ilimitado e infinito salió de la eternidad, y con divinidad Él entró en el tiempo y en el vientre de una virgen, permaneciendo allí por nueve meses. Mateo 1:20 indica que Aquel que fue engendrado en el vientre de María era Dios mismo. Primero, Cristo fue engendrado en una virgen humana, y después, como hombre, Él nació de ella. Por tanto, Cristo ahora es el Dios-hombre; Él no solamente posee divinidad, sino también humanidad. Esto revela que la encarnación significa que el hombre ha sido añadido a Dios.
Mientras que en la eternidad Cristo era solamente Dios, en Su encarnación Él llegó a ser el Dios-hombre. En Cristo, el Dios-hombre, la naturaleza divina y la humana se han mezclado, se han compenetrado mutuamente. Sin embargo, en este mezclarse, en esta compenetración, las dos naturalezas siguen siendo distintas entre sí, por lo cual no se ha producido una tercera naturaleza. La naturaleza humana y la naturaleza divina permanecen distintas, pero ellas se han mezclado como uno. Éste es Cristo en Su encarnación.
Es difícil para nosotros imaginar que el Dios todopoderoso e ilimitado pudiese llegar a ser un bebé en el pesebre. Incluso durante Su infancia, Cristo era un Dios-hombre. De una manera lenta y gradual, Cristo pasó por Su niñez y alcanzó la madurez humana. Por treinta años, Cristo en Su humanidad vivió en una región menospreciada, en el pueblo menospreciado de Nazaret y en la casa de un carpintero pobre. Después, Él salió de allí para enseñar Dios a la gente, ministrar Dios a las personas y expresar los atributos de Dios mediante Sus virtudes humanas.
Este Dios-hombre expresó a Dios en el hombre, mediante el hombre y con el hombre. Aunque no era una persona erudita, Su hablar estaba lleno de sabiduría. Aunque era humilde, Él no sólo hablaba con poder sino también con autoridad. En cada una de las virtudes de esta persona había algo divino, pues Él era el Dios-hombre, esto es, Dios con los atributos divinos expresado en el hombre con las virtudes humanas. Él era Dios que vivía como un hombre, Dios que vivía una vida humana.
En Su crucifixión Cristo murió como Cordero de Dios para quitar el pecado del hombre (Jn. 1:29), como serpiente de bronce (3:14) para destruir a la antigua serpiente, Satanás (He. 2:14), y como grano de trigo para liberar la vida divina que estaba dentro del cascarón de Su humanidad (Jn. 12:24). La vida divina, la cual estaba escondida en Su humanidad, debía ser liberada a fin de aumentar y multiplicarse. Por tanto, Cristo no sólo murió para quitar el pecado y destruir a Satanás, sino también para que la vida divina fuese liberada.
Por Su muerte en la cruz, Cristo también puso fin al viejo hombre y a la vieja creación. Mediante la encarnación Cristo se hizo hombre, y este hombre era la vieja creación. Cuando Cristo murió, el viejo hombre en su totalidad y en su máxima consumación también murió. Por tanto, cuando Cristo fue crucificado como un hombre, ello puso fin al viejo hombre (Ro. 6:6); más aún, cuando Cristo se hizo hombre, también fue hecho una criatura, el Primogénito de toda creación (Col. 1:15). Esta criatura no era de la nueva creación, sino de la vieja creación. Cuando Cristo fue crucificado como criatura, la vieja creación en su totalidad fue aniquilada.
Además, en Su crucifixión Cristo abolió “en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas” (Ef. 2:15). Aquí, la palabra ordenanzas se refiere a los ritos, las formas o maneras de vivir y adorar, que generan enemistad y división. Debido a que cada nación y cultura posee sus propias ordenanzas particulares, hoy en día hay miles de diferentes maneras de vivir. No obstante, en Su crucifixión Cristo abolió todas estas ordenanzas. Ahora entre nosotros en la vida de iglesia sólo hay una manera de vivir: tomar a Cristo como nuestra vida, nuestro vivir, e incluso como nuestro estilo de vida, y vivirle.
Después que el Señor Jesús murió, “uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua” (Jn. 19:34). La sangre efectúa la redención y así quita los pecados (He. 9:22) para comprar la iglesia (Hch. 20:28). El agua imparte vida, ministra a Dios mismo como vida a nuestro ser. La sangre de Cristo nos ha redimido, y la vida divina de Cristo fluyó al interior de nuestro ser como un río que nos ministra a Dios. Ahora, como creyentes en Cristo, hemos sido redimidos y llevados de regreso a Dios, y Dios fluye como agua viva en nuestro ser.
Por medio de la crucifixión de Cristo, el pecado ha sido quitado, Satanás ha sido destruido, la vida divina ha sido liberada, el viejo hombre ha sido aniquilado, se ha puesto fin a la vieja creación, las ordenanzas han sido abolidas, hemos sido redimidos y llevados de regreso a Dios, y ahora Dios fluye como agua viva en nuestro ser. Todos debemos tener tal visión de la crucifixión de Cristo.
En Su resurrección Cristo llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. Hechos 13:33 indica que la resurrección fue un nacimiento para el hombre Jesús. Él fue engendrado por Dios en Su resurrección para ser el Hijo primogénito de Dios con muchos otros hermanos (Ro. 8:29). Desde la eternidad Él era el Hijo unigénito de Dios (Jn. 1:18; 3:16). Después de la encarnación, mediante la resurrección, Él fue engendrado por Dios en Su humanidad para ser el Hijo primogénito de Dios. Podemos decir que en Su resurrección, Su humanidad fue “hijificada”; más aún, la resurrección de Cristo no sólo fue un nacimiento para Él, sino también para Sus millones de creyentes, quienes fueron regenerados por Dios en la resurrección de Cristo (1 P. 1:3) a fin de ser los muchos hijos de Dios y los muchos hermanos de Cristo (He. 2:10-12).
En resurrección Cristo también llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), compuesto de Su divinidad, humanidad, muerte y resurrección. Este Espíritu es la consumación del Dios Triuno y la realidad de la resurrección. De hecho, este Espíritu es el propio Cristo, el Cristo pneumático. Según Juan 11:25 la resurrección es Cristo mismo, y Cristo es ahora el Espíritu vivificante. Por tanto, el Espíritu vivificante es la realidad de la resurrección. Cuando vivimos en este Espíritu, vivimos en resurrección. Cuando amamos a los demás en el Espíritu, los amamos en resurrección.
En Su ascensión Cristo fue hecho Señor para poseer toda la tierra y fue hecho Cristo para recibir la comisión de Dios que consiste en llevar a cabo la economía de Dios (Hch. 2:36; 10:36). Él también es el Soberano de los reyes de la tierra (Ap. 1:5) a fin de ser el Salvador para salvar al pueblo escogido de Dios (Hch. 5:31).
Hoy en día, Cristo está en el Cuerpo. En Su Cuerpo, Cristo se ha ensanchado, ha aumentado y se ha multiplicado. Originalmente, el Dios-hombre era un solo individuo, pero ahora Él es el Dios-hombre corporativo y universal. Al respecto, 1 Corintios 12:12 dice: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también el Cristo”. Esto se refiere al Cristo corporativo, el cual se compone de Cristo como la Cabeza y de la iglesia como Su Cuerpo, del cual todos los creyentes son miembros. Todos los creyentes de Cristo están unidos a Él orgánicamente y tienen como su elemento constitutivo la vida y el elemento de Cristo, por lo cual han llegado a ser Su Cuerpo, un organismo, que expresa a Cristo. Por tanto, Cristo no solamente es la Cabeza, sino también el Cuerpo.
En Su venida Cristo vendrá como un relámpago, en un abrir y cerrar de ojos (Lc. 17:24). No tenemos expresiones humanas que describan tal advenimiento, pero en Su venida Él será extraordinario para nosotros.
En el reino milenario Cristo, el Rey, reinará sobre toda la tierra con Sus vencedores, Sus co-reyes (Ap. 20:4, 6).
En la Nueva Jerusalén Cristo será la ciudad santa. La Nueva Jerusalén será la manifestación consumada de Cristo como corporificación del Dios Triuno.
El Cristo a quien nosotros conocemos, disfrutamos, poseemos y experimentamos, está tipificado por la espaciosa buena tierra, una tierra de montes, ríos, arroyos y llanuras (Dt. 8:7-10). Según el libro de Josué, éste no sólo es el Cristo de las tribus de Judá y de Benjamín, sino también de la tribu de Leví. En el recobro del Señor nosotros somos los levitas de hoy. La porción de Judá es nuestra porción, y la porción de Benjamín también es nuestra porción. Esto quiere decir que disfrutamos todas las experiencias de Cristo en las doce tribus, incluyendo a los primeros apóstoles, los padres de la iglesia, los mártires, los reformadores, los protestantes, los místicos, los hermanos moravos, la Asamblea de los Hermanos, los cristianos de la vida interior, los evangélicos y los pentecostales. A esto nos referimos en el prefacio de la Versión Recobro, que dice:
A través de los siglos, el entendimiento que los santos han tenido de la revelación divina siempre se ha basado en la luz que ellos recibieron, y dicho entendimiento ha tenido un progreso paulatino y constante. La consumación de este entendimiento constituye la base de esta traducción y de sus respectivas anotaciones. Por consiguiente, esta traducción y las notas de pie de página pueden considerarse la “cristalización” del entendimiento de la revelación divina que los santos de todas partes han recibido en los últimos dos mil años. Esperamos que la Versión Recobro pase a las futuras generaciones lo que ha recibido y prepare el terreno para ellas.