Mensaje 14
Lectura bíblica: Jos. 17:3-4; 20:1-9; 22:10-34
En este mensaje tengo la carga de dar una palabra adicional sobre tres asuntos particulares relacionados con la asignación de la buena tierra: el caso de las hijas de Zelofehad, las ciudades de refugio y el retorno de las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés a sus tierras al oriente del Jordán. En tipología, estos tres asuntos nos muestran algunos detalles relacionados con el disfrute de Cristo.
Zelofehad, un descendiente de Manasés, tuvo cinco hijas, pero ningún hijo (17:3). Las hijas reclamaron para sí el derecho de heredar la heredad de su padre, a fin de que ésta permaneciese en su tribu (v. 4; Nm. 27:1-11). Según la ordenación de Dios, sólo los hombres tenían derecho a recibir herencia. Sin embargo, aquí algunas mujeres solicitaron una herencia, y Dios honró su pedido.
Las cinco hijas de Zelofehad poseían la vida de su padre. Esto indica que a fin de heredar a Cristo como nuestra buena tierra, es necesaria la genealogía apropiada; es decir, es imprescindible que el origen de nuestra vida sea el apropiado. En la Biblia, la herencia de una persona es determinada según la genealogía. La genealogía tiene que ver con la vida, y esta vida se relaciona con las tribus, las casas y las familias. El hecho de que las hijas de Zelofehad constituyeran una de las familias de Manasés, hijo de José, indica que el origen de la vida de ellas era el apropiado. El disfrute de Cristo como nuestra heredad depende en gran medida de la vida que hemos recibido en Él.
La familia paterna representa a la iglesia. En la iglesia estamos en posición de heredar a Cristo para nuestro disfrute. Esto quiere decir que si hemos de disfrutar a Cristo como nuestra herencia, participando de Sus riquezas, es imprescindible que participemos de la vida de iglesia. Nuestra comunión con los santos en la vida de iglesia es crucial para nuestro disfrute de Cristo. Si perdemos nuestra comunión con los santos, perderemos nuestro disfrute de Cristo. Aquellos que abandonan la vida de iglesia con la correspondiente comunión de vida, espontáneamente pierden su derecho a heredar el disfrute de Cristo.
Las mujeres representan a los más débiles. A los ojos de Dios, todos nosotros somos mujeres; todos somos los más débiles. Únicamente Cristo es el Fuerte. En términos espirituales, en todo el universo únicamente hay un varón: Dios corporificado en Cristo. Todos los creyentes, incluyendo a los hermanos, son mujeres. Por tanto, las cinco hijas de Zelofehad nos tipifican a todos nosotros.
Particularmente, las hijas de Zelofehad, por ser mujeres, tipifican a los más débiles en la vida de iglesia. Nosotros hemos nacido de Dios y participamos en la vida de iglesia, por lo cual estamos en posición de heredar a Cristo como nuestra buena tierra para nuestro disfrute. Sin embargo, tal vez seamos débiles, pues carecemos de la capacidad o la fuerza necesarias para disfrutar a Cristo. Quizás anhelemos de todo corazón disfrutar a Cristo, pero carezcamos de la capacidad o la fuerza necesarias para disfrutarlo. ¿Cómo, entonces, podremos heredar a Cristo como la buena tierra? Debemos tomar el camino de la comunión, lo cual es indicado por el contacto que las hijas de Zelofehad tuvieron con sus parientes. En la tribu de Manasés ciertamente había muchas otras familias con varones, que representan a los más fuertes. Al acudir a sus parientes más fuertes, los más débiles pudieron conservar el nombre de su padre y su heredad dentro de la tribu, lo cual representa conservar el disfrute de Cristo. Hoy quizás usted sea débil; pero en la casa de Dios, la iglesia, hay otros más fuertes. Mediante la comunión, especialmente en los grupos vitales, los más débiles pueden ser fortalecidos por los más fuertes y, por tanto, podrán disfrutar a Cristo como su heredad.
Las ciudades de refugio (Jos. 20:1-9) fueron establecidas por Josué para aquellos de entre los hijos de Israel que cometiesen homicidio sin intención. Si ellos lograban escapar del vengador de la sangre huyendo a una ciudad de refugio (v. 5), estarían protegidos. A la muerte del sumo sacerdote, el homicida sería liberado y podría volver a su ciudad (v. 6).
Las ciudades de refugio representan al Cristo todo-inclusivo como lugar al que podemos escapar cuando nos damos cuenta de que somos pecaminosos. El Cristo todo-inclusivo como corporificación del Dios redentor es la ciudad de refugio donde somos resguardados, cubiertos y escondidos. Cristo no es sólo nuestro Salvador, sino también nuestro refugio. Siempre que la “tormenta” de nuestro pecado viene, podemos correr a Cristo como nuestro refugio a fin de permanecer con Él. Entonces, en virtud de la muerte de Cristo, representada por la muerte del sumo sacerdote, nosotros somos liberados.
Rubén, Gad y la media tribu de Manasés heredaron las tierras al oriente del Jordán (22:9). Moisés les encargó combatir junto con sus hermanos al oeste del Jordán antes de disfrutar de sus heredades al este del Jordán (Nm. 32:20-22). Después que estas tribus combatieron junto a sus hermanos, ellos estaban capacitados para regresar a su tierra y disfrutar de su herencia. Esto indica que no podemos disfrutar a Cristo sin el Cuerpo. Tenemos que ser uno con el Cuerpo para participar en la herencia de Cristo.
Cuando Rubén, Gad, y la media tribu de Manasés regresaron para disfrutar su herencia de la tierra, ellos edificaron un enorme altar junto al Jordán (Jos. 22:10). Esto ofendió a las otras tribus e hizo que los hijos de Israel en Canaán subieran a librar batalla contra ellos (vs. 11-20). A la postre, las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés les explicaron a las otras tribus que habían edificado ese altar no para presentar ofrendas, sino como testimonio (vs. 21-29). Cuando Finees el sacerdote, los príncipes de la asamblea y los cabezas de los millares de Israel que estaban con él escucharon esta explicación, les pareció bien todo ello (v. 30).
El relato en Josué 22 nos muestra que no importa cuál sea la situación en la que se encuentre el pueblo de Dios actualmente, no se nos permite establecer otro altar para adorar a Dios ni para tener comunión con Dios. En la economía de Dios, el pueblo de Dios debía tener un solo altar, en Jerusalén. Todo el pueblo de Dios debía ir allá para ofrecer a Dios sus sacrificios a fin de adorarle y tener comunión con Él. Esto indica que en lo referente a nuestro disfrute de Cristo, debemos evitar la división a toda costa. No obstante, en ciertos lugares han habido disidentes que, sin preocuparse por guardar la unanimidad en el recobro del Señor, han formado divisiones al erigir otro altar.
Es muy significativo que en un pasaje de la santa Palabra que trata sobre la herencia de la buena tierra, encontremos un relato sobre la edificación de otro altar. Este relato nos muestra que tenemos que evitar la división. Para disfrutar al Cristo todo-inclusivo como nuestra buena tierra, es imprescindible constituir un solo pueblo, un solo Cuerpo, una sola iglesia universal que testifique en pro de Cristo.