Mensaje 7
Lectura bíblica: Jos. 6
Josué 6 relata la primera batalla librada por Israel en Canaán así como la destrucción que causaron. A fin de ganar la buena tierra, los hijos de Israel tenían que derrotar a su enemigo y expulsar a las fuerzas malignas. No obstante, no era necesario que los hijos de Israel lucharan. Cuando ellos cruzaron el Jordán, Dios fue quien lo hizo todo. Bajo el mismo principio, tampoco fue necesario que el pueblo de Dios luchara para destruir a Jericó. Únicamente debían creer en Dios y confiar en Él, escuchar las instrucciones provenientes del Capitán del ejército de Israel y exaltar a Cristo portando el Arca. Esto nos muestra que en la guerra espiritual, lo primero que debemos hacer es exaltar a Cristo.
Jericó estaba fuertemente fortificada. Pero cuando el rey escuchó acerca de lo que Jehová había hecho por Su pueblo, se derritió su corazón y no hubo más espíritu ni valentía en él. Al no saber qué hacer, cerró las puertas de la ciudad y se valió de los muros de la ciudad para protegerse él mismo y a su pueblo consigo. Cesó todo tráfico, de modo que nadie entraba en la ciudad ni salía de ella. Esto indica que las potestades de las tinieblas habían sido atadas, que las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes habían sido verdaderamente atadas. El rey puso su confianza en el muro, pues sabía que los israelitas no poseían las armas necesarias para derribarlo. Aunque los israelitas habían cruzado el río Jordán, el rey pensaba que ellos no podían traspasar el muro de la ciudad. Él no había pensado en lo que Dios podía hacer. Para Dios, era muy fácil destruir el muro.
En el versículo 2, Jehová le dijo a Josué que Él había entregado en sus manos a Jericó, a su rey y a sus valientes guerreros. Después, Dios dio instrucciones a Josué para que los hombres de guerra con los sacerdotes que portaban el Arca rodeasen la ciudad, yendo alrededor de ella una vez. Ellos debían hacer esto durante seis días. A otros siete sacerdotes se les encargó llevar siete trompetas de cuernos de carnero delante del Arca de Jehová. Los sacerdotes no tocarían las trompetas conforme a su propia voluntad; más bien, debían esperar que el capitán les diera la orden. Todos ellos requerían de ciertas instrucciones y dirección, tal como nosotros hoy en día necesitamos ser dirigidos y guiados por el Espíritu.
Durante los primeros seis días, el ejército de Israel simplemente anduvo alrededor de la ciudad con el Arca, que tipifica a Cristo como corporificación de Dios. Creo que gran parte del pueblo de Jericó estaba apostado en el muro observando, preguntándose qué era lo que el pueblo de Israel hacía. En el séptimo día, el Sábado, la situación fue diferente. En realidad, Israel no tuvo que luchar, sino que disfrutó del sábado, es decir, disfrutó del reposo. Ellos marcharon alrededor de la ciudad siete veces y, entonces, el capitán visible dio la orden: “¡Gritad!”. Los sacerdotes tocaron las trompetas, el pueblo gritó, y el muro se desplomó. La ciudad fue completamente destruida, y se pronunció una maldición sobre cualquiera que se levantara para reedificar Jericó. La manera en que Israel conquistó Jericó constituyó un testimonio prevaleciente de que el Dios de Israel, Jehová, es el Dios vivo y verdadero.
Podemos aplicar este relato de la destrucción de Jericó al asunto de la predicación del evangelio. Al tomar la carga de visitar a los pecadores, debemos percatarnos de que cada pecador es “una ciudad fortificada” que se encuentra bajo maldición. Al enfrentarnos ante tal ciudad fortificada, tenemos que ser pacientes, considerando cuándo debemos guardar silencio y cuándo debemos hablar. Esto quiere decir que debemos ser guiados por el Señor. En el momento correcto, la declaración apropiada será muy eficaz y habrá un día Sábado en el que podremos gritar: “¡Alabado sea el Señor! ¡Jesús es el Señor! ¡Cristo es victorioso!”. El “muro” se desplomará, y podremos derrotar a todos los demonios y tomar posesión de ese pecador para Cristo.
Consideremos ahora los diversos temas involucrados en la destrucción de Jericó, tal como se describe en Josué 6.
En el versículo 1 vemos la reacción de Jericó a Israel. Jericó estaba bien cerrada a causa de los hijos de Israel. Nadie salía de la ciudad ni entraba en ella. El pueblo de Jericó estaba limitado y era incapaz de hacer cualquier cosa. Esto indica que incluso antes de que Israel subiera a tomar la ciudad, Jericó ya había sido derrotada.
Según el versículo 2, Jehová le prometió a Josué que Él había entregado en sus manos a Jericó, a su rey y a sus valientes guerreros.
Los versículos del 3 al 5 relatan las instrucciones que Jehová, el Capitán de Su ejército, dio a Josué.
En primer lugar, Jehová le encargó a Josué que todos los hombres de guerra rodearan la ciudad (v. 3a).
Jehová también instruyó a Josué que los hombres de guerra rodeasen la ciudad una vez al día durante seis días (v. 3b).
Además, Jehová instruyó a Josué que siete sacerdotes debían llevar siete trompetas de cuernos de carnero delante del Arca (v. 4a).
En el séptimo día, todos los hombres de guerra debían dar siete vueltas a la ciudad, y todos los sacerdotes debían tocar las trompetas (v. 4b). Esto representa el acto de declarar, proclamar, a Cristo.
Según el versículo 5a, cuando los sacerdotes tocaran las trompetas, todo el pueblo debía gritar a gran voz.
Jehová prosiguió dándole instrucciones a Josué al decirle que cuando el pueblo gritase a gran voz, el muro de la ciudad se desplomaría. Entonces, ellos debían subir a la ciudad, cada uno derecho hacia adelante (v. 5b).
Luego, este capítulo nos muestra el encargo hecho por Josué al pueblo en conformidad con las instrucciones de Jehová, y después relata las acciones del pueblo realizadas en conformidad con el encargo de Jehová (vs. 6-17a, 18-21, 24).
Al rodear la ciudad, los hombres armados pasaron delante del Arca de Jehová. Los siete sacerdotes pasaron delante de Jehová y tocaron las trompetas, y el Arca de Jehová iba tras ellos. Los hombres armados iban delante de los sacerdotes que tocaban las trompetas, y la retaguardia iba tras el Arca, mientras las trompetas sonaban continuamente (vs. 6-9).
Josué mandó al pueblo que no gritara, que no dejaran oír sus voces ni pronunciaran palabra alguna hasta el día en que él les dijera: “¡Gritad!”. Entonces, ellos gritarían (v. 10). Había un tiempo para permanecer callados y había un tiempo para gritar. Aquí, permanecer callados significa ser uno con el Señor para llevar a cabo algo de la manera dispuesta por el Señor, sin expresar pensamiento, opinión o sentir alguno.
El Arca de Jehová rodeó la ciudad, yendo alrededor de ella una vez, e hizo lo mismo el segundo día, rodeando la ciudad una vez. Esto fue hecho durante seis días. Después, en el séptimo día, ellos rodearon la ciudad de esa misma manera siete veces (vs. 11-15).
El séptimo día, cuando rodearon la ciudad por séptima vez aquel día, los sacerdotes tocaron las trompetas, y Josué dijo al pueblo: “¡Gritad!”. El pueblo gritó a gran voz, y el muro se desplomó. Entonces el pueblo subió a la ciudad, cada uno derecho hacia adelante, y la tomaron, destruyéndola por completo a filo de espada, y quemaron a fuego la ciudad (vs. 16, 20-21, 24a).
La victoria sobre Jericó en la primera batalla que Israel libró después de cruzar el Jordán no fue obtenida en virtud de que Israel combatiera, sino en virtud de que tocaron las trompetas y dieron gritos, es decir, al dar testimonio de Dios y proclamarlo juntamente con Su Arca, por fe en las palabras de instrucción dadas por Dios (vs. 2-5). Estos fueron los factores vitales que les permitieron obtener la victoria.
Ellos no tomaron nada de lo que debía ser destruido, pero rescataron toda la plata, el oro y los objetos de bronce y de hierro, santificándolos para Jehová y poniéndolos en el tesoro de la casa de Jehová (vs. 18-19, 24b).
Este capítulo no sólo habla de la destrucción de Jericó, sino también de la salvación provista a Rahab y su familia (vs. 17b, 22-23, 25). Esto se hizo a fin de cumplir la promesa hecha a Rahab (v. 22). Josué les conservó la vida a Rahab y a la casa de su padre, y no destruyó ninguna de sus posesiones, y ella moró en Israel (v. 25).
Finalmente, este capítulo nos habla del juramento que hizo el pueblo maldiciendo a Jericó. “En aquel tiempo Josué le hizo al pueblo un juramento, diciendo: ¡Maldito delante de Jehová el hombre que se levante y reedifique esta ciudad de Jericó! A costa de su primogénito echará los cimientos de ella, y a costa de su hijo menor asentará las puertas” (v. 26). Lo dicho aquí se cumplió con Hiel en 1 Reyes 16:34.