Mensaje 10
El libro de Apocalipsis está muy bien escrito. Después del primer capítulo, los dos capítulos siguientes nos presentan una vista práctica y clara de las siete iglesias. Las siete iglesias son un excelente ejemplo que revela las iglesias locales, no en doctrina, sino en la práctica. Al considerar estas siete iglesias podemos ver claramente lo que es una iglesia local y lo que debería de ser.
Las siete epístolas que aparecen en los capítulos dos y tres presentan la crónica de la situación que existía entre las siete iglesias del tiempo en que fueron escritas. Sin embargo, puesto que este libro se caracteriza por señales proféticas, las situaciones de las siete iglesias también son señales y tienen un significado profético del progreso de la iglesia en siete etapas. La primera epístola, dirigida a la iglesia en Efeso, presenta un cuadro de la iglesia de finales de la primera etapa, durante la última parte del siglo primero. La segunda epístola, escrita a la iglesia en Esmirna, es figura de la iglesia que sufrió bajo la persecución del Imperio Romano, etapa que va desde la última parte del siglo primero hasta la primera parte del siglo cuarto, cuando Constantino el Grande, el césar del Imperio Romano, atribuyó a la iglesia el favor imperial. La tercera epístola, a la iglesia en Pérgamo, representa la iglesia mundana, la iglesia que se une con el mundo; esta etapa abarca desde el día en que Constantino acogió el cristianismo hasta cuando el sistema papal fue establecido durante la última parte del siglo sexto. La epístola a la iglesia en Tiatira muestra proféticamente la iglesia apóstata, que es la etapa abarcada desde el establecimiento del sistema papal, a fines del siglo sexto, hasta el fin de esta era, cuando Cristo venga. La quinta epístola, a la iglesia en Sardis, representa la iglesia protestante, desde la Reforma, en la primera parte del siglo dieciséis, hasta que Cristo venga. La sexta epístola, a la iglesia en Filadelfia, predice la iglesia del amor fraternal, el recobro de la vida apropiada de iglesia, que existió desde principios del siglo diecinueve, cuando surgieron los Hermanos en Inglaterra y sacaron la práctica de la vida de iglesia del sistema divisivo de las denominaciones, y estará hasta la segunda venida del Señor. La séptima epístola, a la iglesia en Laodicea, es una sombra de la decadencia de la iglesia de los Hermanos en el siglo diecinueve; abarca desde la última parte de ese siglo hasta que el Señor regrese. En este mensaje y en los siguientes seis, trataremos de cada una de estas iglesias.
En este mensaje veremos la iglesia en Efeso (2:1-7). Las palabras cruciales de este mensaje son amor, vida y luz. El requisito básico para la vida de la iglesia es nuestro amor hacia el Señor. Obviamente no hay ningún problema con el amor del Señor hacia nosotros. El nos ha amado y nos sigue amando. El problema está en nuestro amor hacia El. Aunque lo hayamos amado en el pasado, y lo sigamos amando en la actualidad, existe el peligro de que nuestro amor por el Señor se desvanezca. La epístola a la iglesia en Efeso nos previene al respecto. Esta carta también nos revela claramente el origen de la degradación de la vida de iglesia: el desvanecimiento del primer amor. Como veremos, el amor nos da la posición, la base, el derecho y el privilegio de comer del árbol de la vida. El amor nos suministra la vida. Si amamos al Señor, tenemos pleno derecho a disfrutarlo como el árbol de la vida, como nuestro suministro de vida. La luz siempre acompaña a la vida, y es producida por el abundante suministro de vida. La vida nos da luz. En el tabernáculo el candelero viene después de la mesa del pan de la proposición, lo cual indica que cuando disfrutamos a Cristo como nuestro suministro de vida, recibimos la luz de la vida. Es de vital importancia que amemos al Señor. Si tenemos amor, tendremos la vida, simbolizada por el árbol de la vida, y la luz, simbolizada por el candelero.
En síntesis, el problema de la iglesia en Efeso consistía en que el primer amor hacia el Señor se había desvanecido. Por esta razón el Señor tuvo que juzgar a esta iglesia, y le advirtió que si no se arrepentía, su candelero sería quitado. Todo aquel que se arrepintiera en medio de ellos y regresara al primer amor, sería un vencedor delante del Señor. El Señor prometió a los vencedores el derecho a disfrutarle a El como el árbol de la vida. Por supuesto, el candelero siempre permanecerá entre aquellos que han vencido. Sin embargo, si no nos arrepentimos de haber dejado nuestro primer amor hacia el Señor, perderemos el derecho de comer del árbol de la vida, y nuestro candelero será quitado. Si éste es el caso, estaremos sin amor y sin luz. ¡Que condición tan lastimosa sería!
Apocalipsis 2:1 nos dice: “Escribe al mensajero de la iglesia en Efeso: El que tiene las siete estrellas en Su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro”. Cada una de estas epístolas comienza con una descripción del que habla. Antes de dirigirse a las iglesias, el Señor declara quién es El. En la primera epístola El declara que El tiene las siete estrellas en Su diestra y que camina en medio de los siete candeleros de oro. Estas dos cosas demuestran que el Señor es normal, genuino y correcto. El cuida las iglesias sosteniendo en Su diestra a los que toman la iniciativa y caminando en medio de todas las iglesias. Los mensajeros de las iglesias, las personas espirituales, representados por las estrellas brillantes, que son los que se responsabilizan del testimonio de Jesús, están sostenidos por la diestra del Señor, y el Señor anda en medio de las iglesias, representadas por los siete candeleros de oro. ¡Que escena tan maravillosa! Mientras el Señor como nuestro Sumo Sacerdote intercede por nosotros, las iglesias, a la diestra de Dios (He. 7:25), sostiene a los mensajeros de las iglesias y anda en medio de ellas y las cuida.
La palabra Efeso en griego significa deseable. Esto indica que la iglesia primitiva, en sus postrimerías, era deseable al Señor; el Señor seguía esperando mucho de ella.
Consideremos ahora las virtudes de la iglesia en Efeso. Primeramente, ella hacía muchas cosas para el Señor. La iglesia en Efeso no era ociosa ni descuidada; laboraba mucho para el Señor.
Esta iglesia no solamente hacía obras para el Señor sino que también trabajaba para El (vs. 2-3). Debemos diferenciar entre obras y trabajos. Trabajar es más elevado que hacer obras. Hacer obras es común, mientras que laborar es algo especial. Los que sirvieron a tiempo completo durante la construcción del local de reunión en Anaheim, no solamente estuvieron activos, sino que trabajaron. Si hubiéramos contratado una compañía y hubiéramos empleado oficiales de construcción, ellos habrían hecho la obra sin laborar.
La iglesia en Efeso también tenía la virtud de perseverar. Esto indica que la iglesia estaba bajo aflicción y perseveró en el sufrimiento.
El Señor dice a la iglesia en Efeso: “No puedes soportar a los malos” (v. 2). Creo que las palabras que el Señor usa aquí se refieren a dos cosas: hombres malos y cosas malas. La iglesia en Efeso no toleraba ninguna cosa mala ni ningún hombre malo. Indudablemente era una buena iglesia.
El Señor también dijo: “Has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos” (v. 2). Esta iglesia tenía mucho discernimiento, y probaba a los falsos apóstoles y los rechazaba. Ella discernía que los que se decían ser apóstoles eran mentirosos. A lo largo de las generaciones, siempre ha habido falsos apóstoles. Incluso hoy sigue ocurriendo lo mismo.
En Apocalipsis 2:6 el Señor dice: “Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales Yo también aborrezco”. La iglesia en Efeso aborrece lo que aborrece el Señor: las obras de los nicolaítas. En cuanto a las virtudes, esta iglesia era buena, pura, justa y normal.
El Señor aborrece las obras de los nicolaítas. Si usted desea saber cuáles son las obras de los nicolaítas, lea el libro del hermano Nee titulado La ortodoxia de la iglesia. Las obras de los nicolaítas están relacionadas con la jerarquía entre los santos en la cual algunos se convierten en gobernantes de los demás. Esto trae como consecuencia el clero y el laicado. En la iglesia de Efeso no estaba presente la doctrina o la enseñanza de los nicolaítas. Esta se desarrolló más tarde. Pero sí existían sus obras y actividades, o sea, cierto tipo de jerarquía constituida de clérigos y laicos. La palabra nicolaítas es una latinización de la voz griega nicolaitai, cuya raíz es nicolaos, que a su vez se compone de dos palabras griegas: nico y laos. Nico significa conquistar o estar sobre otros. Laos quiere decir gente común, seglares o laicos. Nicolaos, pues, significa conquistador de gente común, persona que está sobre los laicos. La palabra nicolaítas se debe de referir a un grupo de personas que se consideran superiores a los creyentes comunes. Indudablemente esto constituye la jerarquía establecida y perpetuada por el catolicismo y el protestantismo. El Señor aborrece las obras y el proceder de los nicolaítas, y nosotros debemos aborrecer lo que el Señor aborrece.
Dios, en Su economía, tiene la intención de que todos los Suyos sean sacerdotes y le sirvan directamente. En Exodo 19:6 El les mandó a los hijos de Israel que fueran “un reino de sacerdotes”. Esto significa que Dios deseaba que todos fueran sacerdotes. Sin embargo, debido a que los israelitas adoraron al becerro de oro (Ex. 32:1-6), perdieron el sacerdocio, y solamente la tribu de Leví, debido a su fidelidad hacia Dios, fue escogida para reemplazar a toda la nación de Israel en el oficio de sacerdotes de Dios (Ex. 32:25-29; Dt. 33:8-10). Por consiguiente, hubo una clase mediadora entre Dios y los hijos de Israel. Esto se convirtió en un firme sistema dentro del judaísmo. En el Nuevo Testamento Dios ha vuelto a Su intención original de acuerdo con Su economía, y ha hecho sacerdotes a todos los que creen en Cristo (1:6; 5:10; 1 P. 2:5, 9). Pero durante la era de la iglesia primitiva, desde el siglo primero, surgieron los nicolaítas como una clase mediadora, lo cual corrompió la economía de Dios. De acuerdo con la historia de la iglesia, esto llegó a ser el sistema adoptado por la Iglesia Católica Romana y fue preservado por las iglesias protestantes. Hoy en la Iglesia Católica Romana está el sistema sacerdotal; en las iglesias estatales, el sistema clerical, y en las iglesias independientes, el sistema pastoral. Todos éstos son sistemas que tienen una clase mediadora, lo cual destruye el sacerdocio universal de los creyentes. De manera que tenemos dos clases distintas: el clero y el laicado. Pero en la vida apropiada de iglesia no debe haber ni clero ni laicado; todos los creyentes deben ser sacerdotes de Dios. La clase mediadora destruye al sacerdocio universal de la economía de Dios; es por eso que el Señor la aborrece. En Hechos 6:5 entre los siete que servían había uno llamado Nicolás. No hay indicio alguno en la historia de la iglesia de que éste haya sido el primer nicolaíta.
Aunque la iglesia en Efeso tenía tantas virtudes, estaba degradada porque había perdido su primer amor. En el versículo 4 el Señor dijo: “Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”. La palabra griega traducida primer es la misma que se traduce mejor en Lc. 15:22. Nuestro primer amor hacia el Señor debe ser nuestro mejor amor a El. La iglesia en Efeso había dejado este amor por el Señor.
La iglesia como Cuerpo de Cristo (Ef. 1:23) está relacionada con la vida; como nuevo hombre (Ef. 2:15), está relacionada con la persona de Cristo; y como novia de Cristo (Jn. 3:29) está relacionada con el amor. La Epístola [de Pablo] a los Efesios nos dice que para permanecer en la vida de la iglesia necesitamos ser fortalecidos en nuestro hombre interior para que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, podamos conocer el amor de Cristo que sobrepasa a todo entendimiento, para que seamos llenos hasta la medida de todas las riquezas de Dios (Ef. 3:16-19); y el objetivo de lo anterior es la vida de la iglesia a fin de que la gracia sea con todos los que aman al Señor Jesús (Ef. 6:24). Esta epístola dirigida a los efesios [en Apocalipsis 2], revela que la degradación de la iglesia comienza cuando dejamos nuestro primer amor hacia el Señor. Lo único que nos puede mantener en una relación apropiada con el Señor es nuestro amor por El. La iglesia en Efeso tenía buenas obras, trabajaba para el Señor, soportaba los sufrimientos y ponía a prueba a los falsos apóstoles, pero dejó su primer amor hacia el Señor. Dejar el primer amor fue la raíz de toda la degradación que hubo en las siguientes etapas de la iglesia.
Nosotros los que estamos hoy en las iglesias locales debemos estar conscientes de que podemos perder nuestro primer amor por el Señor. Es posible que hagamos obras y trabajemos para el Señor y tal vez seamos puros doctrinalmente y rectos espiritualmente, y aun así no tener el primer amor por el Señor. Es probable que en los años venideros no amemos al Señor tanto como ahora. Debemos estar alerta en cuanto a esto. Es mejor perder algo de nuestras obras que perder nuestro amor por el Señor. Nuestro amor por El debe ser nuestro primer amor. Todos debemos decir: “Señor, te amo. No amo lo que hago por Ti, ni aprecio mi labor. Señor te amo a Ti. Si laborar por Ti estorba mi amor por Ti, cesaré de hacer obras”. No permita que nada le separe del amor del Señor. Debemos cuidar el primer amor y constantemente amar al Señor.
Nunca olvidaré un párrafo corto que alguien escribió con respecto a John Nelson Darby. Dicho párrafo revela que cuando Darby era muy viejo, mientras viajaba, una noche se hospedó en un hotel. Cuando estaba preparándose para acostarse, oró de una manera simple: “Señor Jesús, te sigo amando”. Es admirable que un santo de edad avanzada diga esto. John Nelson Darby empezó a amar al Señor desde su juventud. Después de más de sesenta años, seguía amándolo. Todos debemos decirle diariamente al Señor: “Señor Jesús, te sigo amando. Tal vez yo cambie en todo lo demás, pero nunca dejaré de amarte. Quiero que mi amor por ti crezca siempre”. Leí ese párrafo sobre Darby hace más de veinte años, y no puedo describir la ayuda que me ha sido todo este tiempo.
Debemos decir constantemente: “Señor Jesús, te sigo amando”. Una vez que dejamos nuestro primer amor, nuestra degradación ha comenzado. Tal vez sigamos siendo los mismos en todo lo demás, en nuestras obras y actividades, pero nos hemos degradado porque hemos dejado nuestro primer amor. Con el tiempo, la iglesia en Efeso llegó a tener más obras y menos amor. Hoy nosotros debemos decir que deseamos más amor y menos obras. Cualquier cosa que hagamos, debemos hacerla por amor al Señor. El amor debe ser lo que nos motive a hacer obras para el Señor. Si el amor al Señor nos impide hacer cierta cosa, entonces no debemos hacerla. Debemos actuar así; de lo contrario no vamos a ser preservados en Su presencia.
En el versículo 5 vemos las consecuencias de la degradación de la iglesia: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te has arrepentido”. El resultado de la degradación de la iglesia es que ella pierde su testimonio. Perder el testimonio simplemente significa que el candelero es quitado. Si perdemos nuestro primer amor hacia el Señor y no nos arrepentimos, perderemos el testimonio del Señor y nos será quitado el candelero. Hace años el testimonio que tenían los Hermanos resplandecía, pero ése no es el caso hoy. No hay duda de que el candelero ha sido quitado de la mayoría de las asambleas de los Hermanos. Cuando usted entra en una de sus asambleas, no ve ningún brillo allí. No hay luz ni testimonio. Debemos tener cuidado y estar alerta constantemente para evitar que esto nos suceda. No piense que por el hecho de ser las iglesias locales, los candeleros y el testimonio de Jesús, no podemos perder nuestro testimonio. El día que perdamos nuestro primer amor hacia el Señor, será el día que perderemos el testimonio. En ese día el candelero será quitado.
La primera parte de 2:7 dice: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. Al comienzo de cada una de las siete epístolas que constan en los capítulos dos y tres, quien habla es el Señor (2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14); pero al final es el Espíritu el que habla a las iglesias (2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22). Esto demuestra una vez más que el Cristo que habla es el Espíritu. Cualquier cosa que Cristo diga equivale a lo que dice el Espíritu. Nadie puede refutar esto. ¿Quién estaba hablando a la iglesia en Efeso? Cristo, el Hijo del Hombre, el que tiene los mensajeros en Su diestra y anda entre las iglesias. Como lo indica el versículo 7, el que habla al fin y al cabo es el Espíritu. Esto muestra que Cristo es el Espíritu que habla. Esto no solamente indica que el Espíritu es el Señor y que el Señor es el Espíritu; también recalca que cuando la iglesia está en la oscuridad de la degradación, el Espíritu es de vital importancia, como lo indica la mención del Espíritu siete veces intensificado en 1:4. El mismo énfasis se ve en 14:13 y 22:17. Es una insensatez decir que hoy Cristo no es el Espíritu que nos habla, y no es correcto separar a Cristo del Espíritu que nos habla. Los dos son uno solo.
Si el que habla fuera Cristo solo y no fuera el Espíritu, no podría impartir Sus palabras en nuestro espíritu, y éstas no serían subjetivas ni nos afectarían. Pero, testificamos por experiencia, si abrimos nuestro espíritu al leer estas epístolas, el Espíritu inmediatamente nos imparte algo de Cristo al hablarnos. Debido a que el que nos habla no es el Cristo objetivo, sino el Espíritu subjetivo, El no solamente habla en la letra de la Biblia, sino que también habla a nuestro espíritu. Una vez que oímos Su hablar, algo indeleble es forjado en nosotros, y nada lo puede quitar. Nuestro Cristo hoy es el Espíritu que nos habla. Me regocijo por este hecho y lo proclamo con confianza.
Por un lado, cada una de las siete epístolas constituye lo que el Señor dice a cada iglesia en particular, pero por otro, constituye lo que el Espíritu dice a todas las iglesias. Cada iglesia debe prestar atención no sólo a la epístola que le es dirigida en particular, sino también a todas las epístolas dirigidas a las demás iglesias. Esto implica que todas las iglesias, como testimonio del Señor en el Espíritu, deberían ser idénticas. Puesto que hoy el Espíritu habla a las iglesias, debemos estar en las iglesias a fin de tener la posición correcta para escuchar lo que el Espíritu dice. De otra manera, ¿cómo podríamos escuchar?
El Espíritu habla a las iglesias, no a una religión, ni a una denominación, ni a un grupo de cristianos sinceros. Es por eso que pocos cristianos pueden oír lo que el Espíritu dice. El Espíritu ni siquiera le habla a una sola iglesia, sino a las iglesias. Aunque algunas “iglesias” quieren ser únicas, nosotros no debemos ser una iglesia única y particular. Si lo somos, perderemos el hablar del Espíritu, porque Sus palabras están dirigidas a las iglesias. En ninguna parte de las siete epístolas el Espíritu habla a una iglesia particular. Todas las iglesias deben ser comunes, no exclusivas. En los últimos años, he oído a muchos decir que cada iglesia debe distinguirse de las demás. Los que afirman esto dicen que cada iglesia debe tener su característica local. Aunque este concepto puede parecer atractivo, de hecho es repulsivo. Si ustedes hacen de la iglesia en su localidad algo único, se están separando de las demás iglesias. Si ustedes hacen esto, no podrán participar de lo que el Espíritu dice. ¿Qué es mejor, ser único o ser común? Aunque usted diga que es mejor ser común, en realidad a todos les gusta ser únicos. En lo más recóndito usted desea que la iglesia de su localidad sea única. Pero en las iglesias locales no traten de ser únicos. Todos debemos ser comunes y corrientes, porque el Espíritu habla a las iglesias, no a una iglesia en particular. Cuando estamos en la iglesia y entre las iglesias, tenemos la perspectiva y la posición correctas para oír lo que dice el Espíritu.
En las cosas espirituales, la vista depende del oído. El escritor de este libro primero oyó la voz (1:10) y luego recibió la visión (1:12). Si nuestros oídos están cerrados y no oyen, no podemos ver (Is. 6:9-10). Los judíos no atendían la palabra del Señor, y por eso no podían ver lo que el Señor estaba haciendo (Mt. 13:15; He. 28:27). El Señor siempre quiere abrir nuestros oídos para que oigamos Su voz (Job 33:14-16; Is. 50:4-5 Ex. 21:6) a fin de que veamos las cosas de acuerdo con Su economía. Los oídos pesados tienen que ser circuncidados (Jer. 6:10; Hch. 7:51). Los oídos de los pecadores necesitan ser limpiados con la sangre redentora y ungidos con el Espíritu (Lv. 14:14, 17, 28). Para servir al Señor como sacerdotes también necesitamos que nuestros oídos sean limpiados con la sangre redentora (Ex. 29:20; Lv. 8:23-24). En este libro a medida que el Espíritu habla a las iglesias, todos nosotros debemos abrir los oídos, circuncidarlos, lavarlos y ungirlos para oír lo que dice el Espíritu.
Aunque nuestra perspectiva y posición sea correcta, puede ser que no tengamos el oído apropiado para oír. El capítulo uno subraya el asunto de ver, y los capítulos dos y tres recalcan el oír. Necesitamos tanto oír como ver. ¿Cuál de nuestros sentidos es más importante, ver u oír? Supongamos que usted puede elegir entre oír y ver, ¿cuál elegiría? Tal vez digamos que ver es más importante que oír, pero oír es más profundo que ver. Por consiguiente, tenemos que decirle al Señor: “Señor, necesito tanto oír como ver. Ten misericordia de mí, Señor, y concédeme que mis oídos oigan y mis ojos vean”. Quizá tengamos que luchar con el Señor para pedirle que nos haga oír y ver.
Oír es más íntimo que ver. Nuestros amigos más cercanos nos hablan íntimamente. Si usted pierde la facultad de oír, no puede disfrutar de dicha intimidad. En el capítulo uno Juan vio; en los capítulos dos y tres, él oyó. Necesitamos ver la vida de iglesia y necesitamos oír el contenido íntimo de la vida de iglesia. Ver la iglesia es un cosa, pero oír lo que contiene la vida de iglesia íntimamente, es otra. Aunque muchos de nosotros hemos visto la iglesia, pocos hemos oído el contenido íntimo de la vida de la iglesia. Por consiguiente, necesitamos un oído que oiga. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.
Ahora llegamos a la promesa hecha a los vencedores: “Al que venza, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en el Paraíso de Dios” (v. 7). En las siete epístolas, vencer se refiere a vencer la situación degradada de las iglesias. En esta epístola en particular, vencer se refiere a recobrar nuestro primer amor hacia el Señor y aborrecer las obras de los nicolaítas, la jerarquía, la cual el Señor aborrece.
En Apocalipsis 2:7 el Señor dijo que al que venciera le daría a comer del árbol de la vida. La religión siempre enseña, pero el Señor da de comer (Jn. 6:35). El apóstol Pablo hacía lo mismo; alimentaba a los creyentes (1 Co. 3:2). Para tener una vida adecuada de iglesia y para recobrar la vida de iglesia, es decir, para crecer como es debido en la vida cristiana, lo que necesitamos no es simplemente comprender con la mente las enseñanzas, sino comer al Señor como nuestro pan de vida en nuestro espíritu (Jn. 6:57). Incluso las palabras de las Escrituras no deben ser consideradas sólo como doctrinas que educan nuestra mente, sino como alimento que nutre nuestro espíritu (Mt. 4:4; He. 5:12-14). En esta epístola el Señor promete darle a comer del árbol de la vida al que venza. Esto se remonta a Génesis 2:8-9, 16, donde Dios da un mandato al hombre en cuanto al asunto de comer. En la epístola dirigida a la iglesia en Pérgamo, el Señor les promete a los vencedores que comerían “del maná escondido” (2:17), como los hijos de Israel comieron el maná en el desierto (Ex. 16:14-16, 31). Y en la epístola a la iglesia en Laodicea, el Señor promete cenar con el que le abra la puerta (3:20). Aquí cenar no se refiere simplemente a comer algo, sino a comer de la abundancia de un banquete. Esto tal vez se refiera a los hijos de Israel cuando comían del rico producto de la buena tierra de Canaán (Jos. 5:10-12), lo cual indica que el Señor desea que Su pueblo vuelva a comer del alimento que Dios había provisto, el cual es tipificado por el árbol de la vida, el maná, y el producto de la buena tierra, que son tipos de los varios aspectos de Cristo como alimento para nosotros. La degradación de la iglesia hace que el pueblo de Dios deje de comer a Cristo como su alimento y recurra a las enseñanzas doctrinales para adquirir conocimiento. En la degradación de la iglesia se encuentran las enseñanzas de Balaam (2:14), la enseñanza de los Nicolaítas (2:15), la enseñanza de Jezabel (2:20), y la enseñanza de las profundidades de Satanás (2:24). Ahora en estas epístolas el Señor desea que de nuevo comamos de El como nuestra provisión nutritiva. Debemos comerle no solamente como el árbol de la vida y el maná escondido, sino también como un banquete lleno de Sus riquezas.
En el griego la palabra que aquí se traduce árbol, como en 1 Pedro 2:24, significa madero; no es la palabra que normalmente se traduce árbol. En la Biblia el árbol de la vida siempre representa a Cristo como corporificación de todas las riquezas de Dios (Col. 2:9) para nuestro alimento (Gn. 2:9; 3:22, 24; Ap. 22:2, 14, 19). Aquí representa al Cristo crucificado (implícito en el árbol como madero, 1 P. 2:24) y resucitado (implícito en la vida de Dios zoe, Jn. 11:25), quien ahora está en la iglesia, la consumación de la cual será la Nueva Jerusalén, donde el Cristo crucificado y resucitado será el árbol de la vida para los redimidos de Dios, a fin de que se alimenten de él por la eternidad (22:2, 14).
La intención original de Dios era que el hombre comiera del árbol de la vida (Gn. 2:9, 16). A causa de la caída, el camino al árbol de la vida le fue cerrado al hombre (Gn. 3:22-24). Mediante la redención efectuada por Cristo, el camino por el cual el hombre puede llegar al árbol de la vida, que es Dios mismo en Cristo como vida para el hombre, fue abierto de nuevo (He. 10:19-20). Pero en la degradación de la iglesia, la religión se infiltró con su conocimiento para impedir que los creyentes comieran a Cristo, el árbol de la vida. Así que, el Señor les prometió a los vencedores que como recompensa les daría a comer de Sí mismo, el árbol de la vida, en el Paraíso de Dios. Esto les motiva a abandonar la religión y su conocimiento y a disfrutarle nuevamente. Esta promesa del Señor restaura la iglesia a la intención original de Dios conforme a Su economía. Lo que el Señor quiere que hagan los vencedores es lo que toda la iglesia debería hacer en la economía de Dios. Por causa de la degradación de la iglesia, el Señor llamó a los vencedores para reemplazar a la iglesia en el cumplimiento de la economía de Dios
Comer del árbol de la vida no sólo constituía la intención original de Dios en cuanto al hombre, sino que también será el resultado eterno de la obra redentora de Dios. Todos los redimidos de Dios disfrutarán del árbol de la vida, el cual es Cristo con todas las riquezas divinas como la porción eterna de los redimidos, por la eternidad (22:2, 14, 19). Debido a la distracción causada por la religión y a la degradación de la iglesia, el Señor en Su sabiduría ofreció a Sus creyentes la recompensa de disfrutarlo a El en el reino venidero, con el fin de animarlos a vencer el conocimiento absorbente de la religión, impartido en forma de enseñanzas, y a regresar a disfrutarle a El mismo como suministro de vida en la vida de la iglesia hoy en día, a fin de que la economía de Dios sea cumplida.
Como ya vimos, a los vencedores que estaban en la iglesia en Efeso se les prometió que comerían del árbol de la vida. El árbol de la vida está en el paraíso de Dios. Si conocemos bien la Biblia, comprenderemos que el paraíso que se menciona en 2:7 no es el huerto de Edén, sino la Nueva Jerusalén venidera. El Paraíso mencionado en Lucas 23:43 es el lugar placentero y tranquilo donde están Abraham y todos los santos que ya murieron (Lc. 16:23-26). Como dijimos “el paraíso de Dios” que aparece en este versículo es la Nueva Jerusalén (3:12; 21:2, 10; 22:1-2, 14, 19) de la cual la iglesia es un anticipo hoy. Adán estuvo en el huerto de Edén, y Abraham y los demás santos que murieron están en el Paraíso. Nosotros estamos esperando entrar en otro paraíso, el paraíso de Dios que está en la Nueva Jerusalén. Mientras esperamos esto, tenemos una miniatura de la Nueva Jerusalén: la vida de iglesia. En la iglesia disfrutamos al Señor Jesús como el árbol de la vida. Ahora en la iglesia disfrutamos como anticipo al Cristo crucificado y resucitado, quien es el árbol de la vida, la provisión nutritiva para nuestro espíritu. Disfrutar, pues, del anticipo nos llevará a disfrutar de manera cabal al Cristo crucificado y resucitado, quien es el árbol de la vida, nuestro alimento de vida, en la Nueva Jerusalén por la eternidad. La promesa de comer del árbol de la vida hecha a los vencedores que había en Efeso, indica que ellos comerán a Cristo en la vida de iglesia hoy y en la Nueva Jerusalén por la eternidad. Esto lo podemos verificar con nuestra experiencia.
En realidad, “comer del árbol de la vida ... en el Paraíso de Dios” se refiere a un disfrute especial de Cristo como nuestro suministro de vida en la Nueva Jerusalén en el reino milenario venidero, debido a que ésta es una recompensa que el Señor prometió a los vencedores. Disfrutar a Cristo como el árbol de la vida en la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y en la tierra nueva será la porción común de todos los redimidos de Dios, mientras que disfrutarle de manera especial a El como el árbol de la vida en la Nueva Jerusalén durante el reino milenario venidero, es una recompensa dada solamente a los creyentes vencedores. Si vencemos todas las distracciones en la iglesia degradada y disfrutamos a Cristo como el árbol de la vida en la iglesia hoy día, recibiremos esta recompensa. De otro modo, perderemos este disfrute especial del reino venidero, aunque de todos modos disfrutaremos a Cristo como el árbol de la vida en la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad. Las promesas del Señor con respecto a la recompensa, y Sus predicciones con respecto a la pérdida, expresadas al final de cada una de las siete epístolas, se refieren a lo que El hará con Sus creyentes durante el reino milenario venidero. No tienen ninguna relación con el destino eterno de los creyentes, a saber, la salvación eterna o la perdición eterna.
Este asunto de comer del árbol de la vida nos regresa al principio (Gn. 2:9, 16) debido a que al comienzo estaba el árbol de la vida. El árbol de la vida siempre nos vuelve al principio cuando sólo estaba Dios. No había obras ni labores ni sufrimiento ni ninguna otra cosa, salvo Dios mismo. En la vida de la iglesia debemos volvernos al comienzo, a disfrutar a Dios como el árbol de la vida, olvidándonos de todo lo demás.
Cuando regresamos al principio, al árbol de la vida, disfrutamos a Cristo como el suministro de vida. Comer del árbol de la vida, es decir, disfrutar a Cristo como el suministro de vida, debe ser lo primordial en la vida de la iglesia. El contenido de la vida de la iglesia depende de cuánto disfrutemos a Cristo. Cuanto más le disfrutemos, más rico será el contenido. Para disfrutar a Cristo es menester que El sea nuestro primer amor. Si dejamos nuestro primer amor hacia el Señor, perderemos el disfrute y el testimonio de Jesús, y en consecuencia, nuestro candelero nos será quitado. Amar al Señor, disfrutarle y ser Su testimonio van juntos.
Si deseamos regresar al principio, debemos olvidarnos de todo y simplemente disfrutar a Cristo como el suministro de vida. Es por eso que debemos amarle sobre todas las cosas, sobre las obras que hacemos para El, y sobre todo lo que poseemos. Si sencillamente le amamos, volveremos al principio, donde sólo nos interesa Dios mismo como nuestro suministro de vida en el árbol de la vida. Esta es la manera apropiada de mantener la vida de la iglesia y de ser guardados en la vida de iglesia. En la iglesia tenemos el amor más grande, el árbol de la vida como nuestro suministro de vida y el candelero con su luz brillante. ¡Que maravilloso! Cuanto más amamos al Señor, más derecho tenemos de comerlo y disfrutarlo como el árbol de la vida. Entonces, como resultado, la luz de Su testimonio brillará en todo su esplendor.