Mensaje 33
Zacarías 3:9 dice: “Porque he aquí ésta es la piedra que puse delante de Josué; sobre esta única piedra hay siete ojos: he aquí Yo grabaré su escultura, dice Jehová de los ejércitos, y quitaré la iniquidad de esta tierra en un día”. La alusión a la piedra grabada indica que Cristo es dicha piedra. Es difícil entender este asunto de grabar sobre la piedra. En pocas palabras, significa que en la cruz Dios grabó [o juzgó] al Señor Jesús, la piedra de construcción, para quitar la iniquidad de Su pueblo. En un solo día, al ser grabado en la cruz, el Señor Jesús quitó todos los pecados del pueblo de Dios. Esto equivale a Juan 1:29, donde leemos: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Basándonos en la segunda mitad de Zacarías 3:9 sabemos que la piedra que tiene siete ojos es Cristo.
Zacarías 4:2 dice: “Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He mirado, y he aquí un candelero todo de oro, con un depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelero, y siete tubos para las lámparas que están encima de él”. En Zacarías 3:9 la piedra de construcción tiene siete ojos, y en este versículo el candelero tiene siete lámparas. Si ejercitamos nuestro espíritu para ver este asunto, sin duda comprenderemos que el candelero equivale a la piedra. Tanto la piedra como el candelero son Cristo. Obviamente, la piedra es necesaria para el edificio, y el candelero para dar luz, para iluminar. Sobre la piedra había siete ojos, y sobre el candelero había siete lámparas. De manera que las siete lámparas del candelero deben de ser los siete ojos de la piedra.
Pasando a Zacarías 4:10, leemos: “¿Quién menospreció el día de las pequeñeces? Estos siete se alegrarán cuando vean la plomada en la mano de Zorobabel: éstos son los ojos de Jehová, que recorren toda la tierra”. Este versículo comienza con una referencia al “día de las pequeñeces”. A los ojos del hombre, el recobro de la edificación no fue gran cosa. Pero nadie debe menospreciarlo. Del mismo modo, el recobro de la vida de iglesia hoy, no es gran cosa ante los hombres; es algo pequeño. Pero nadie debe menospreciarlo. Este versículo también habla de “estos siete”, refiriéndose a las siete lámparas del versículo 2. Luego se nos dice que “esos siete” son “los ojos de Jehová, que recorren toda la tierra”. Esto demuestra que la piedra de construcción que tiene los siete ojos no es otro que Jehová, el propio Señor Dios.
Basándonos en esto, llegamos al libro de Apocalipsis. Digo nuevamente que la mayoría de los símbolos y demás puntos cruciales de Apocalipsis no son cosas nuevas; son un desarrollo de cosas que ya aparecían en el Antiguo Testamento. En los capítulos cuatro y cinco de Apocalipsis, se abarca en más detalle lo dicho acerca de los siete ojos y las siete lámparas. Apocalipsis 4:5 dice: “Y del trono salían relámpagos y voces y truenos; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete Espíritus de Dios”. Observen que estas siete lámparas no están en el candelero, sino que arden delante del trono. Las siete lámparas que arden delante del trono son los siete Espíritu de Dios. En Zacarías 3 y 4 tenemos los siete ojos y las siete lámparas, pero no los siete Espíritus. En Apocalipsis las siete lámparas han ido más lejos y ahora son los siete Espíritus. En 4:5 se nos dice explícitamente que las siete lámparas son los siete Espíritus de Dios.
En Apocalipsis 5:6 leemos: “Y vi en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, un Cordero en pie, como recién inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra”. Este Cordero tiene siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios. En 4:5 las siete lámparas son los siete Espíritus de Dios y en 5:6 los siete ojos del Cordero son los siete Espíritus de Dios. Aquí se nos dice algo que no se menciona en Zacarías, pues los siete ojos no sólo son los siete ojos de la piedra, sino también los siete ojos del Cordero. Los siete ojos del Cordero son los siete Espíritus de Dios que son enviados a recorrer toda la tierra. Esta es una alusión a Zacarías 4:10, donde se nos dice que los siete ojos de Jehová “recorren toda la tierra”. En Zacarías 3 y 4 vemos los siete ojos de la piedra, las siete lámparas del candelero y los siete ojos del Señor. Por lo tanto, el Señor es la piedra, y la piedra también es el candelero. La piedra es tanto el candelero como el propio Jehová Dios. Estos tres —Jehová, el candelero y la piedra— son uno solo. En Zacarías vemos que los siete ojos son las siete lámparas. Pero llegamos a un desarrollo más detallado en Apocalipsis: las siete lámparas ya no están simplemente en el candelero, sino que también arden delante del trono. Estas siete lámparas son los siete Espíritus de Dios. Finalmente, estos siete Espíritus son los siete ojos del Cordero, quien está en el centro mismo de la administración de Dios. Ojalá este cuadro cause una profunda impresión en nosotros.
Según el contexto de Zacarías y también de Apocalipsis, el propósito de todo esto es que sea construido el edificio de Dios. La piedra y el candelero se mencionan en Zacarías al mismo tiempo que Zorobabel reconstruye el templo. En Apocalipsis tenemos primero los siete candeleros que simbolizan las siete iglesias locales. Más adelante tenemos el trono ante el cual arden las siete lámparas. Por último vemos que este trono es el centro de la Nueva Jerusalén. Lo anterior revela que la Nueva Jerusalén es creada por medio de los siete Espíritus que arden ante el trono. Podemos ver, entonces, que los siete ojos, las siete lámparas, los siete Espíritus, la piedra, el candelero, Jehová, Dios y el Cordero, tienen como objetivo la edificación del templo, que es la iglesia hoy, y será la Nueva Jerusalén, la morada de Dios, por la eternidad.
Supongamos que sólo tuviéramos dos libros, el Evangelio de Juan y Apocalipsis, escritos ambos por el apóstol Juan. Si leyéramos estos dos libros reiteradamente, ¿qué veríamos? Empecemos con el capítulo uno de Juan. El versículo 1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”, y en el versículo 14 leemos: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros ... lleno de gracia y de realidad”. En el versículo 29 leemos: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Según Juan 1, hay muchas palabras que describen a esta persona: el Verbo, Dios, la carne y el Cordero. En el versículo 4 leemos: “En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. En El también había gracia y realidad. Cuando Pedro fue traído a esta persona tan admirable, su nombre fue cambiado de Simón a Cefas, que significa piedra (v. 42). Cuando Natanael conoció al Señor, éste dijo: “De cierto, de cierto os digo: Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre” (v. 51). Esto nos recuerda el sueño de Jacob, cuyo punto central fue Bet-el (Gn. 28:10-22). El capítulo uno de Juan, que abarca desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura, incluye muchas cosas. En la eternidad pasada estaba el Verbo, y en la eternidad futura estará Bet-el, la casa o la morada de Dios. Esta será la Nueva Jerusalén. Este capítulo va de eternidad a eternidad. Por supuesto, Juan usa veinte capítulos más para desarrollar los puntos mencionados en el primero.
Después de mucho tiempo, cuando Juan era ya de edad avanzada y estaba en el exilio en la isla de Patmos, el Señor le mandó que escribiera el Apocalipsis, que no sólo fue el último de sus escritos, sino también el último libro de toda la Biblia. Apocalipsis 1:4 dice: “Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros de parte de Aquel que es y que era y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de Su trono”. En los capítulos cuatro y cinco vemos que los siete Espíritus son las siete lámparas y los siete ojos mencionados en Zacarías. Las siete lámparas, que según Zacarías son los siete ojos de la piedra y también del Señor, ahora son los siete Espíritus de Dios; y éstos son los siete ojos del Cordero redentor. Apocalipsis 5:5-6 revela que el Cordero redentor es el León que vence. Como tal, El derrotó por completo al enemigo de Dios. Todos los enemigos, o sea, las serpientes y los escorpiones, fueron devorados por el León. Por haber hecho esto, El está calificado para ser el Cordero redentor. Como Cordero, El quitó todos los pecados, es decir, la iniquidad, del pueblo de Dios el día que Dios lo quebrantó en la cruz. Finalmente El llega a ser la piedra de construcción, por haber logrado esto como Cordero redentor. A los ojos de Dios, cuando los edificadores judíos rechazaron al Señor, no rechazaron solamente al Cordero, sino también la piedra angular del edificio de Dios. El día de Su muerte, era el Cordero, pero en la resurrección Dios lo hizo la piedra cimera. Por lo tanto, después de Su muerte y resurrección, llega a ser el León-Cordero-piedra. Todos los enemigos fueron derrotados; todos los pecados fueron erradicados; y El vino a ser la piedra angular del edificio de Dios. Sobre esta piedra hay siete ojos, los cuales resplandecen y arden delante del trono de Dios para llevar a cabo Su economía eterna. En la actualidad lo principal no es el León ni el Cordero sino la piedra. ¿Dónde estamos hoy? ¿Estamos con el León y el Cordero, o estamos con la piedra? La mayoría de los cristianos están solamente con el Cordero, y son pocos los que están con el León. Muchos himnos dicen: “Digno es el Cordero”, pero me gustaría oír himnos que dijeran: “Digno es el León”. También necesitamos himnos que digan: “Digna es la piedra” y “Dignos son los siete ojos”. ¡Qué gran escasez hay en el cristianismo de hoy! Muchos de ellos pelean, discuten y debaten, pero desconocen que Cristo es la piedra de construcción.
Tenemos que avanzar y ver los siete ojos de la piedra. Ya vimos que los siete ojos son los siete Espíritus de Dios enviados a recorrer la tierra. Los siete ojos son las siete lámparas que arden delante del trono. Sin duda alguna, arden para iluminar, escudriñar, exponer y juzgar. Las lámparas traen juicio, mientras que los siete ojos transmiten e inculcan algo. En tanto que mis ojos estén fijos sobre ustedes, sea que yo esté contento o triste, ellos infundirán en ustedes algo de mí. Mis ojos no son lámparas que ardan, sino lámparas que comunican algo. Un hermano que esté dedicado a la tipografía, usa en su oficio una máquina que imprime tipos o caracteres por medio de un proceso llamado foto composición. Dicha máquina copia los caracteres que van a imprimirse, sobre un papel fotosensible. Tiene cuatro lámparas que parecen cuatro ojos, las cuales irradian intensos rayos de luz a través de un disco que tiene los caracteres, y después de que los rayos son reflejados por dos espejos, marcan el papel fotográfico. De este modo la forma exacta del carácter que aparece en el disco pasa al papel. Podríamos decir que mediante este proceso la imagen del disco es infundida en el papel fotográfico. Igualmente, por medio de los siete ojos, algo de Cristo nos es infundido.
No sólo tenemos las siete lámparas que arden, escudriñan, exponen y juzgan, y los siete ojos que infunden algo, sino que también tenemos los siete Espíritus que imparten vida. Puesto que el Espíritu es el Espíritu de vida (Ro. 8:2), los siete Espíritus principalmente imparten vida. Si solamente tuviésemos las siete lámparas y no los siete ojos ni los siete Espíritus, seríamos consumidos. Las siete lámparas no son sólo las siete lámparas, sino también los siete ojos que nos infunden y comunican algo y los siete Espíritus que nos imparten vida. Gloria al Señor que nos ilumina, nos escudriña, nos expone y nos juzga a fin de impartirnos vida. El no es sólo las siete lámparas sino también los siete Espíritus.
Consideren su propia experiencia. Cuando llegamos a la vida de la iglesia, percibimos cierta iluminación en nuestro interior, sobre nosotros y a nuestro alrededor. Esa iluminación nos escudriñó, nos expuso y nos juzgó. Todos los que estamos en la vida de la iglesia hemos pasado por esta iluminación que nos escudriñó y que juzgó cosas escondidas en las profundidades de nuestro ser. Cuando estas cosas fueron traídas a la luz, sentimos condenación. Pero alabamos al Señor porque mediante este juicio se nos impartió vida. Aunque no usábamos la palabra infundir, indudablemente eso fue lo que experimentamos. De ahí en adelante, el Señor Jesús llega a ser muy querido para nosotros. Por esta infusión, empezamos a amar al Señor más que antes.
Esta experiencia es lo que edifica. Sólo hay un lugar en el que podemos tener una experiencia así: Bet-el. Tengo la plena certeza de que si usted no tienen la intención de participar en la edificación de la morada de Dios, no pasará por esta experiencia. Algunos al oír esto, podrían decir: “El Señor no es tan exclusivista como usted”. En algunos aspectos el Señor es aún más exclusivista que yo; El es más estricto. Usted no puede experimentar lo descrito en este mensaje a menos que esté en Bet-el. Aun si sólo tenemos la intención de ir a Bet-el, igual que Jacob, experimentaremos estas cosas. Sólo en la iglesia local podemos experimentar lo pertinente a la morada de Dios. Esta experiencia no puede darse en ningún otro lugar.
Una vez más llegamos a la Trinidad. Según la enseñanza tradicional acerca de la Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu son tres personas separadas y distintas. En cierto aspecto estoy de acuerdo. Yo personalmente he usado estos términos. Por ejemplo, uno de los himnos que escribí dice: “¡Padre, Hijo y Espíritu, misterio! Uno en substancia y en persona tres”. Conozco todas estas cosas. En la enseñanza tradicional, el Hijo es la segunda persona y el Espíritu la tercera. En el libro de Apocalipsis el Espíritu Santo ha llegado a ser siete Espíritus. ¿Se han dado cuenta ustedes de que estos siete Espíritus son los siete ojos de la segunda persona? Entonces, ¿cómo pueden ser los siete Espíritus una persona separada? ¿Son acaso la segunda persona y los siete Espíritus, que son los ojos de la segunda persona, dos personas separadas? No podemos entender la Trinidad usando términos tradicionales. Cuanto más usamos estas expresiones, más nos enredaremos. Decir que los siete Espíritus son los siete ojos de la segunda persona no es ni mi definición ni mi interpretación; es lo que leo en los versículos de Apocalipsis. Los que estuvieron en el concilio de Nicea probablemente no entendían claramente lo que son los siete Espíritus. Puesto que ellos no comprendían esto claramente, ¿cómo podemos nosotros seguir su credo? Si lo seguimos estamos ciegos. Nosotros no seguimos nada ciegamente. Los que se nos oponen dicen que ellos sostienen ese credo, pero nosotros creemos la palabra pura de la Biblia. Si los padres de la iglesia hubiesen visto que el Espíritu Santo es los siete Espíritus, quien es los ojos de la segunda persona, habría sido menos probable que formularan un credo. Habrían comprendido que es imposible establecer un credo. Cualquier credo que no incluya toda la Biblia, aunque sólo le falte una frase, es incompleto. Por más de cincuenta años hemos declarado que no deseamos tener ningún credo. Nuestro único credo es la Santa Biblia, la cual consta del Antiguo Testamento y el Nuevo. Por supuesto, cuando hicimos dicha declaración hace más de cincuenta años, no habíamos visto esto de los siete Espíritus. Vimos este asunto hace menos de veinte años. Gradualmente en estos últimos doce años, este tema se nos ha esclarecido.
Quisiera dirigir una pregunta a los que se nos oponen: ¿No creen ustedes que el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, es los siete Espíritus que se mencionan en Apocalipsis? Sin embargo, los siete Espíritus son los ojos de la segunda persona. ¿Son ellos, entonces, dos personas separadas? No tengo la intención de debatir asuntos doctrinales; mi deseo es referirme a la realidad del edificio de Dios. Para nosotros hoy, la Trinidad no debe ser un tema doctrinal, sino que debemos experimentar al Dios Triuno impartido a nosotros.
Ya vimos que, según el Evangelio de Juan, el Verbo eterno, quien es Dios, se hizo carne, y que esta carne era el Cordero de Dios. En Apocalipsis vemos que el Cordero vino a ser el León. El Cordero también es la piedra que tiene siete ojos, y esos ojos son las siete lámparas que iluminan, escudriñan, exponen y juzgan. Las siete lámparas también son los siete Espíritus de Dios, que se imparten como vida en los que han sido juzgados. Además, los siete Espíritus son los siete ojos del Redentor, los cuales nos infunden lo que El es y lo que logró, a fin de que lleguemos a ser piedras para el edificio de Dios al estar en Su naturaleza. No se conforme con las enseñanzas tradicionales ni sigue apegado a ninguna doctrina. Debemos ver que el Dios Triuno es muy maravilloso. El es el Verbo, Dios mismo, y se hizo carne para ser el Cordero de Dios. En Juan 14 dijo que El y el Padre son uno solo y que el Espíritu es El mismo. Esta persona maravillosa es el León, el Cordero y la piedra que tiene siete ojos. Con éstos El nos observa y nos infunde lo que El es y lo que ha logrado, obtenido y realizado, a fin de hacernos materiales para el edificio de Dios. Estos siete ojos son los siete Espíritus, que fueron enviados del trono de Dios a recorrer toda la tierra.
No debemos tener la Trinidad como una doctrina, sino que debemos experimentar las riquezas maravillosas, misteriosas y excelentes de nuestro Dios. Todas estas riquezas no sólo nos traen redención y regeneración, sino también transformación y edificación. ¡Cuánto necesitamos la luz para ver todo esto! No debemos ser superficiales, y nunca debemos ser distraídos con el cristianismo de hoy. Por el contrario, debemos hacer a un lado lo que dicen los opositores y asirnos de la Biblia, la palabra pura y la luz actual. Tenemos que ver esta luz. Cuando tratamos de comprender la Biblia de un modo “teológico” o cuando acudimos a la Biblia en busca de teología, recibimos muerte. No podemos conocer la Biblia de un modo “teológico”.
Veamos ahora diez expresiones cruciales que aparecen en el Evangelio de Juan y en Apocalipsis. En primer lugar, en Juan 1:1, tenemos el Verbo eterno. “El principio” al que alude este versículo se refiere indudablemente a la eternidad pasada, lo cual indica que el Verbo es el Verbo eterno. Este versículo afirma claramente que el Verbo era Dios. Un día este Verbo, que era Dios, se hizo carne (Jn. 1:14). Dentro de la terminología teológica, estamos acostumbrados a decir que el Hijo de Dios se encarnó. Esto es correcto, por supuesto. Sin embargo, si uno lee el Nuevo Testamento, no hallará ningún pasaje que diga que el Hijo de Dios se encarnó. Aunque éste es un hecho aceptado, el Nuevo Testamento no lo expresa de ese modo. Esta es la enseñanza teológica tradicional de la encarnación. Pero no me entiendan mal ni piensen que yo no creo que la encarnación sea la encarnación del Hijo de Dios. Creo en esto tanto como ustedes. Pero el Nuevo Testamento dice que el Verbo, quien existía desde el principio, se hizo carne. No sólo fue el Hijo de Dios el que se hizo carne; fue el mismo Dios. Juan el Bautista, el precursor de Cristo, dijo del Verbo encarnado: “He aquí el Cordero de Dios”. Así que, en la primera mitad de Juan 1 tenemos al Verbo, a Dios, la carne y el Cordero.
En Apocalipsis vemos que el Cordero de Dios es el León. Uno de los ancianos angélicos, no un ser humano, presentó a Cristo como el León de la tribu de Judá (5:5). En Apocalipsis 5:6 dice que el Cordero tiene siete ojos. La mención del León está relacionada con Génesis 49, y lo dicho acerca de los siete ojos está conectado con Zacarías, el cual habla de los siete ojos que hay sobre la piedra. Así que el Cordero también es la piedra. Dicho de otro modo, el Redentor que quitó el pecado del mundo se hizo la piedra de edificación y el edificador.
Este concepto no es nuevo. Antes de que el Señor Jesús fuera crucificado, dio a entender a los edificadores judíos que ellos estaban rechazando no sólo al Redentor sino también la piedra angular (Mt. 21:42). Creo que mientras el Señor Jesús les hablaba, estaba consciente de que El era la piedra de la cual había hablado Zacarías 3:9, la que tenía los siete ojos, y que también, al ser tallada, quitaría la iniquidad del pueblo en un solo día. El sabía que Dios lo grabaría, lo quebrantaría, para quitar la iniquidad del pueblo en un solo día, a fin de obtener Su edificio.
El Cordero y la piedra, es decir, la redención y la edificación, están conectados por los siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios y las siete lámparas que arden delante del trono de la administración de Dios. De manera que tenemos al Verbo, a Dios, la carne, el Cordero, el León, la piedra, los siete ojos, los siete Espíritus y las siete lámparas. Por último, tenemos el edificio, la morada eterna de Dios, la Nueva Jerusalén. Ninguna de estas expresiones es mi interpretación personal; sólo estoy citando la Biblia. Solamente estoy mostrando diez puntos cruciales hallados en ella: el Verbo, Dios, la carne, el Cordero, el León, la piedra, los siete ojos, los siete Espíritus, las siete lámparas y la Nueva Jerusalén. Cuando juntamos todas estas expresiones, como piezas de un rompecabezas que están esparcidas por los diferentes libros de la Biblia, verdaderamente podemos ver algo. Si oramos con relación a estos diez asuntos, tendremos la visión de que la Nueva Jerusalén es el aumento consumado de Dios.
En el principio existía el Verbo, la expresión, de Dios. Un día, Dios mismo, expresado como Verbo, se hizo carne. Este fue el primer paso por el cual se agrandó. Esta carne era el Cordero del Dios justo, el Dios que juzga y condena el pecado. El cordero quitó el pecado y así cumplió las justas exigencias de Dios. Este fue el segundo paso en el agrandamiento de Dios. Cuando fue crucificado, fue grabado, y esto quitó la iniquidad del pueblo de Dios en un solo día. Además de esto, El también es el León, lo cual indica que El derrotó a todos los enemigos. Como León, El venció por completo al enemigo. El es tanto el Cordero redentor como el León vencedor y, como tal, trae el agrandamiento de Dios. Este León-Cordero ahora es la piedra. ¿Sabe usted qué es el Señor Jesús hoy? El es la piedra. El es el Cordero y también el León, lo cual le permite ser la piedra. Después de quitar la iniquidad y de derrotar a todos los enemigos, El construye un edificio. Esta no es la era del Cordero y el León solamente; es, ante todo, la era de la piedra. Ahora podemos entender por qué el Señor Jesús, en Su última visita a Jerusalén les indicó a los constructores judíos que ellos estaban rechazando no sólo al Cordero, el Redentor, y al León, el vencedor, sino también la piedra, la cabeza del ángulo. Después de que el Señor murió y resucitó, la era se convirtió en la era de la iglesia, la cual es el edificio de Dios. Con relación al edificio de Dios, Cristo es la roca. El mismo le dijo a Pedro: “Tú eres Pedro [una piedra], y sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). Después de la crucifixión y la resurrección, la era vino a ser la era de la roca, la era de la piedra. Esta es la era del edificio.
El cristianismo, errando el blanco, ha convertido esta era casi exclusivamente en una era de redención. Algunos cristianos, conocidos como los cristianos de la vida interior, han ido un poco más allá y hablan del León vencedor. Parece que a lo largo de los siglos nadie se ha percatado de que ésta no es sólo la era de redención y de vencer, sino que es principalmente la era de edificación. Ahora Cristo es la piedra. Todos debemos ver que esta edad es la edad de edificar. Alabamos al Señor porque El ahora es el León-Cordero-piedra. Su victoria y Su redención lo condujeron a ser la piedra. Si El no hubiese derrotado al enemigo y quitado la iniquidad, no le habría sido posible edificar la morada de Dios. ¡Aleluya, nuestro Señor Jesús es el León-Cordero-piedra!
Esta piedra tiene siete ojos. Este es el punto crucial. Los siete ojos son los siete Espíritus de Dios, y éstos son las siete lámparas que arden y flamean. ¿Cuál es la función de los ojos? Ver, por supuesto. Sin embargo, los siete ojos de Cristo no tienen la función principal de ver cosas, sino de vernos a nosotros, de observarnos. Sin duda alguna, los siete ojos de la piedra de construcción nos infunden y nos comunican algo. Cuando El nos mira, podemos saber si está contento o no. No es necesario que nos diga nada. Al mirarnos, nos comunica todo lo que El es. Por consiguiente, la función de los ojos es infundir y comunicar algo. Como mencionamos antes, los siete Espíritus de Dios imparten vida porque, en la Biblia, el Espíritu es el Espíritu de vida. Las siete lámparas iluminan, escudriñan, exponen y juzgan al hombre dentro del mover de Dios. De este modo Dios lleva a cabo Su administración. En el libro de Apocalipsis podemos ver que los ojos infunden y comunican algo, que el Espíritu de Dios imparte vida, y que las siete lámparas iluminan, escudriñan, exponen y juzgan. Todo esto tiene como meta la Nueva Jerusalén. Antes de venir a la iglesia, nunca habíamos oído nada semejante. Pero después de llegar a ser parte de la iglesia, experimentamos algo que brillaba en nosotros y que escudriñaba todos los secretos de nuestra vida.
Antes de venir a la iglesia, yo fui salvo y amaba al Señor. Yo no amaba al mundo. Era un cristiano joven bastante recto y buscaba al Señor, estudiaba la Biblia, y oraba todos los días. Sin embargo, después de que vine a la iglesia, fui escudriñado por completo, no por algún maestro, sino por algo que había en mi interior. En ese entonces yo no conocía las expresiones que conocemos hoy. No obstante, experimenté este escrutinio y lo confesé todo al Señor. Antes de acudir a cada reunión de la iglesia, yo confesaba todos mis pecados uno por uno. ¡Qué escrutinio tan profundo era ése! Muchos entre nosotros han tenido experiencias similares. Fue así como tuve la experiencia de ser iluminado, escudriñado, expuesto y juzgado por el Señor. Todavía recuerdo el juicio por el que pasaba mientras iba a las reuniones. Me aborrecía a mí mismo, mi naturaleza, mi viejo hombre y mi disposición. ¡Cuánto me aborrecía y me juzgaba a mí mismo! Experimentaba esto principalmente en la mesa del Señor. Por una parte, yo recordaba al Señor, pero por otra, estaba bajo Su juicio. Era como si me dijera: “Tú eres muy carnal, muy natural y estás muy centrado en ti mismo. Estás todavía muy metido en la vieja creación”. Al sentarme a la mesa del Señor, estaba bajo Su juicio internamente. Esta era la obra de las lámparas que resplandecían en la iglesia. Nunca antes había experimentado esto.
Como resultado de la llama de las siete lámparas, llegué a amar, estimar y querer al Señor Jesús. Nunca antes había tenido yo un sentir tan profundo de lo valioso y lo amoroso que es el Señor. De este modo el Señor Jesús se infundía en mi ser. ¡Cuán precioso, querido y disponible era el Señor para mí! El era mi amado tesoro. Lo amaba más que nunca. El había sido verdaderamente infundido en mí. Puedo dar testimonio de que durante esa época yo estaba en el tercer cielo y que todos los pecados y debilidades estaban bajo mis pies. Yo no necesitaba tratar de vencer nada.
Después de que algo nos fue infundido, nos fue impartida la vida. Las siete lámparas llegaron a ser los siete ojos, y éstos, a su vez, llegaron a ser los siete Espíritus. Después de que el Señor Jesús me iluminó, me escudriñó, me expuso y me juzgó, se infundió en mí, y esta infusión hizo que la vida me fuera impartida. Así recibí más vida, la vida que es Cristo mismo. Se me añadió más de Cristo. El se impartió en lo profundo de mi ser. En aquellos días yo no tenía la terminología, pero sí tenía la experiencia. Como resultado de esto, recibí transformación y aprendí a amar a la iglesia y a todos los santos que se reunían conmigo. Esto era el edificio.
Por último, este edifico tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén, que será el agrandamiento final y eterno de nuestro maravilloso Dios. Si usted desea entender el Evangelio de Juan, el libro de Apocalipsis y la Biblia misma, debe ver las siete lámparas, los siete ojos y los siete Espíritus de Dios. Finalmente, surgirá la Nueva Jerusalén, donde los siete Espíritus que están delante del trono administrativo de Dios llegarán a ser el agua de vida, la cual fluirá del trono. En la Nueva Jerusalén, las siete lámparas que están delante del trono administrativo se convertirán en el agua de vida que brota del trono que imparte vida, y la piedra misma será la lámpara que irradiará a Dios por toda la ciudad eternamente. Estos son los puntos cruciales de la revelación que contiene la Biblia. Ojalá todos nosotros los podamos ver.