Mensaje 66
Los números básicos que se ven en la Nueva Jerusalén son doce y uno. Uno es el número de unicidad. Hay un solo Dios, una sola ciudad, un solo trono, un solo río, una sola calle y un solo árbol de vida. Por consiguiente, el uno es el número básico de la iglesia y del edificio de Dios en Su economía. Esta idea no es mía, pues la expresa Pablo en Ef. 4:3-6, donde habla de un Cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo y un Dios y Padre. Tenemos un solo Dios, un solo trono, una sola administración, una sola autoridad, un solo fluir, un solo camino y un solo árbol. Si vemos esto, seremos guardados para siempre en la unidad.
Esta unidad procede del único Dios, Aquel que es el origen de todas las cosas. El trono, el río, la calle y el árbol proceden de El. El es la única fuente de todo y es el apoyo, y el sostenimiento del edificio del único Dios.
La situación que predomina hoy en la cristiandad es bastante diferente. El cristianismo está lleno de confusión y división. Hay millares de divisiones en el cristianismo actual. Nadie sabe cuántas divisiones hay en los llamados grupos libres. En éstos casi todos afirman ser algo. ¡Cuánto agradecemos al Señor por abrir nuestros ojos y mostrarnos Su único camino! No tenemos nada que no sea el Dios único que está en el único trono con el fluir, con el suministro de vida. Por consiguiente, tenemos un solo testimonio y estamos en una sola iglesia.
La iglesia está constituida por lo divino y lo humano; es una entidad corporativa que consta de Dios y el hombre, y es la morada de ambos, pues ahora nosotros moramos en Dios y El en nosotros. Hoy, la vida de iglesia es una miniatura de la Nueva Jerusalén que estará en el cielo nuevo y la tierra nueva. Quienes estamos en la iglesia podemos testificar que verdaderamente somos uno. Somos uno en Dios, uno en Su autoridad, uno en Su expresión, uno en el fluir, uno en vida y participamos de un solo árbol. En esta unidad moramos en Dios, y El habita en nosotros; por consiguiente somos Su testimonio.
En este mensaje abarcaremos el deleite y las bendiciones de las cuales participan los redimidos de Dios en la eternidad. El primer aspecto crucial de nuestro disfrute en la eternidad será la ciudad santa (22:14, 19). Apocalipsis 22:19 dice: “Y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del árbol de la vida, y de la santa ciudad, de los cuales se ha escrito en este libro”. Esto indica que tener parte en la ciudad santa representa mucho para nosotros.
La ciudad santa, de la cual nosotros participaremos y la cual disfrutamos, es Dios mezclado con todos Sus santos. En esta única entidad, la ciudad santa, no solamente disfrutaremos a Dios, sino también a Dios mezclado en todos los santos. Disfrutaremos a Dios los unos en los otros, y unos a otros nos disfrutaremos en Dios. Yo lo disfrutaré a usted en Dios, y usted me disfrutará a mí en Dios. Aunque este deleite es misterioso, tenemos hoy un anticipo del mismo en la vida de iglesia donde disfrutamos a Dios los unos en los otros, y unos a otros en Dios. Esta vida es divina, celestial y comunitaria.
El hombre fue creado por Dios con el deseo de tener una vida comunitaria. Nuestra naturaleza humana anhela vivir en comunidad. Para cumplir este deseo la gente va a clubs nocturnos y a fiestas. Sin embargo, ni los clubs nocturnos ni las fiestas satisfacen esta necesidad. Aunque la gente tiene hambre y sed de una vida comunitaria apropiada, está envenenada por los clubs y las fiestas mundanas. En vez de recibir la bebida apropiada para saciar su sed, son envenenados. Solamente hay una clase de fiesta que es pura, alegre, alimenticia, resplandeciente, satisfactoria y edificante, y ésta es la iglesia. Día tras día los que estamos en la vida de iglesia asistimos a una fiesta celestial. Esta fiesta es santa, divina y espiritual. Es la fiesta de Dios mezclado con el hombre. ¡Qué deleite es asistir a esta fiesta!
En mi experiencia de casi cincuenta años en la vida de iglesia, he llegado a conocer el carácter de los jóvenes. Los jóvenes son bastante astutos y exigentes, y pueden traspasar los corazones de sus padres o el de los ancianos de la iglesia. Los ancianos son el blanco de los dardos de los jóvenes. Con frecuencia les he dicho a algunos de esos jóvenes sagaces: “Si la iglesia y los ancianos no le agradan, ¿por qué no se va a otro lugar, tal vez a las montañas para vivir allí solo? Así no lo molestarían ni la iglesia ni los ancianos”. Ellos contestan que nunca dejarían la vida de iglesia debido a la comunión que disfrutan en ella.
El deseo que tenemos de una vida de comunidad no puede ser completamente satisfecho por nuestra vida matrimonial ni por nuestra vida familiar. Es posible que usted tenga muchos hermanos, hermanas, primos, sobrinas, sobrinos y a muchos parientes, pero ellos no pueden satisfacer el deseo interno que usted tiene de una vida comunitaria. Este deseo por la vida de iglesia, es un deseo creado por Dios y sólo puede ser satisfecho en la iglesia.
Nosotros los cristianos somos como ovejas que andan en rebaños. Hace años observé algunos rebaños en Escocia. Noté que las ovejas disfrutan la vida colectiva. Se movían juntas de un lado a otro, comían juntas y dormían juntas. Siempre estaban juntas como rebaño. Nosotros los cristianos tenemos ese mismo deseo, el deseo de la vida de iglesia.
¡Cuánto disfrutamos a Dios en la vida de iglesia! Es posible que alguien diga: “Dios es omnipresente, y puedo disfrutarlo en cualquier parte, en la casa o en la calle. No necesito la vida de iglesia para disfrutar a Dios”. Podemos testificar que no hay comparación entre el disfrute que se tiene de Dios en la iglesia y el que se tiene fuera de ella. Es cierto que usted puede disfrutar a Dios en todo lugar, pero no de la misma manera que lo puede disfrutar en la iglesia. En la vida de iglesia estamos fuera de nosotros mismos disfrutando al Señor. La vida de iglesia es una vida en la que Dios se mezcla con el hombre. En esta maravillosa vida mezclada, cada día disfrutamos a Dios en todos los amados santos, y disfrutamos a los santos en Dios. Este deleite es el primer aspecto de la porción eterna que tenemos en la ciudad santa. El deleite de esta ciudad, la cual es una composición de Dios mezclado con todos los santos, es nuestra porción eterna. En esta ciudad Dios y el Cordero serán la morada donde reposaremos (21:3). En la ciudad santa también disfrutamos a Dios y al Cordero como nuestro templo donde serviremos y adoraremos a Dios (21:22).
El segundo aspecto del deleite que tendremos en la eternidad es el árbol de la vida (22:14, 19). El árbol de la vida es Cristo, el Hijo de Dios, el Cordero redentor, como nuestro suministro de vida. Este árbol es rico, fresco y confortante. Fuimos redimidos para tener derecho al árbol de la vida.
Apocalipsis 22:14 dice: “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad”. Este versículo puede considerarse una promesa de que se puede disfrutar el árbol de la vida, el cual es Cristo con todas las riquezas de la vida; la segunda parte del versículo 17 puede considerarse un llamado a beber del agua de vida, que es el Espíritu vivificante. Por consiguiente, el libro de Apocalipsis termina en una promesa y un llamado, el fin de los cuales tiene que ver con comer al Cristo todo-inclusivo y con beberlo como Espíritu vivificante.
Después que el hombre fue creado, fue puesto delante del árbol de la vida (Gn. 2:8-9), lo cual significa que el hombre tenía el privilegio de participar del árbol. Pero debido a la caída del hombre, el acceso al árbol de la vida fue cerrado al hombre por la santidad, la justicia y la gloria de Dios (Gn. 3:24). Mediante la redención que Cristo efectuó, la cual cumplió todos los requerimientos de la gloria, la santidad y la justicia de Dios, el camino al árbol de la vida quedó abierto otra vez a los creyentes (He. 10:19-20). Así que, los creyentes que lavan sus ropas en la sangre redentora de Cristo tienen derecho a disfrutar del árbol de la vida como su eterna porción en la ciudad santa, que es el paraíso de Dios en la eternidad (2:7).
En este versículo las vestiduras representan la conducta de los creyentes. Lavar nuestras vestiduras equivale a mantener limpia nuestra conducta por el lavamiento de la sangre del Cordero (7:14; 1 Jn. 1:7). Esto nos da el derecho de participar del árbol de la vida y entrar en la ciudad. Entrar por las puertas en la ciudad es entrar a la Nueva Jerusalén como la esfera de la bendición eterna de Dios, por la regeneración producida mediante el Cristo que vence la muerte e imparte la vida. Tanto el árbol de la vida como la ciudad serán nuestro deleite en la eternidad.
Otro aspecto del deleite y de la bendición de los redimidos de Dios en la eternidad es el agua de vida (22:17; 21:6). El agua de vida es el Espíritu vivificante como nuestra bebida eterna. Necesitamos comer y beber. No es muy agradable comer sin tener nada de beber. ¡Aleluya, en la eternidad tendremos comida, el árbol de la vida, y bebida, el Espíritu vivificante! Recuerde que el Espíritu vivificante es en realidad el Dios Triuno que fluye como nuestra bebida.
Debido a que muchos cristianos tienen una idea errónea, que proviene de enseñanzas tradicionales, piensan que el Espíritu es una entidad separada del Hijo y del Padre. Para ellos, el Espíritu es simplemente el Espíritu. Sin embargo, Juan 15:26 dice: “Pero cuando venga el Consolador, a quien Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de realidad, el cual procede del Padre, El dará testimonio acerca de Mí”. El sentido de la preposición griega traducida “de” debe leerse “de con”. El Espíritu de realidad es enviado por el Hijo, no solamente del Padre, sino también con El. Por consiguiente, el Consolador viene del Padre y con el Padre, quien es el origen. Cuando el Espíritu viene de la fuente, no deja la fuente; la fuente viene con El. El Espíritu viene del Padre y el Padre viene con el Espíritu. El Espíritu enviado por el Hijo viene con el Padre y da testimonio del Hijo. Por lo tanto, Su testimonio en cuanto al Hijo se relaciona con el Dios Triuno.
Aunque esto es difícil de explicar, es fácil de entender si examinamos nuestra experiencia. Cuando decimos: “Oh Señor Jesús”, recibimos al Espíritu. Pero cuando el Espíritu viene, tenemos el sentir profundo que el Hijo y el Padre también vienen. Esto indica que este Espíritu es el Espíritu todo-inclusivo. Cuando El viene a nosotros, viene con el Hijo y con el Padre. Por consiguiente, nuestra bebida eterna, el Espíritu vivificante, no es nada menos que el Dios Triuno. ¡Qué deleite tan maravilloso es éste! Si ponemos nuestra atención simplemente en el entendimiento doctrinal, perderemos el deleite. Pero si nos interesa la experiencia genuina que tenemos en nuestro espíritu, diremos: “Ahora entiendo que la bebida que disfruto es el Dios Triuno que fluye en mi ser”.
Esta bebida eterna resplandece como el cristal (22:1). En el Espíritu vivificante no hay nada opaco. Cuando tomamos del Espíritu eterno, todo se vuelve transparente como cristal.
En la eternidad nosotros también disfrutaremos del trono de Dios y del Cordero (22:3). Es difícil determinar si el trono de Dios mencionado en Apocalipsis 21 y 22 es el trono de autoridad o el trono de gracia. En Hebreos 4 vemos el trono de gracia, pero en Apocalipsis 4 vemos el trono relacionado principalmente con la autoridad. Al final de la Biblia es tanto el trono de autoridad como el trono de gracia. Nosotros sabemos esto por el cuadro del capítulo veintidós. Ahí el trono de Dios y del Cordero se relaciona indudablemente con la administración divina. En consecuencia, es el trono de autoridad. Sin embargo, de este trono no brota autoridad sino el río de agua de vida, junto con el árbol de la vida como suministro de vida. Esto no se relaciona con la autoridad sino con la gracia.
Nunca debemos separar la autoridad de la gracia ni la gracia de la autoridad. La gracia y la autoridad van unidas. Si tenemos la gracia, estamos bajo la autoridad, y si estamos bajo autoridad, sin duda, participamos de la gracia. Si bien es cierto que como cristianos debemos reinar, no debemos hacerlo con autoridad, sino por medio del fluir de la vida. Los ancianos no deben ejercer su función valiéndose de la autoridad. El oficio de anciano, es decir, la representación de la autoridad, debe ejercerse mediante el fluir de la vida. Aunque el trono representa la autoridad, la autoridad de la Cabeza, de él brota el río de agua de vida. Cuando usted mira el trono, ve autoridad, pero cuando mira el río, ve el agua de vida y el árbol de vida. Esto significa que la función apropiada del anciano no consiste en ejercer autoridad sobre los demás, sino en infundirles vida. Reinamos, mas no con autoridad, sino por el fluir de la vida interior.
Hoy el Señor Jesús no reina simplemente con autoridad. El reina en la iglesia, entre las iglesias y sobre todas las iglesias por medio del fluir de Su vida como gracia. Cuanto más participamos de Su vida, más autoridad tenemos. Las personas que tienen madurez en vida son aquellos a quienes usted respeta en la vida de iglesia. Sin embargo, no se respeta a quienes asumen autoridad por su cuenta. Los santos, en lo profundo de su espíritu, no respetan a ancianos de esa clase. La verdadera expresión de autoridad es la vida. En vez de asumir autoridad, debemos vivir la vida de Cristo. El mismo Cristo a quien vivimos será nuestra autoridad. Disfrutaremos esta clase de autoridad por la eternidad. El trono, la fuente del suministro de vida con la autoridad divina, serán nuestro deleite eterno.
En la eternidad “no habrá más maldición”. En vez de maldición, el trono de Dios y del Cordero será nuestra porción eterna. La maldición vino por la caída de Adán (Gn. 3:17) y fue juzgada por la redención que Cristo efectuó (Gá. 3:13). Puesto que en el cielo nuevo y la tierra nueva no habrá caída, tampoco habrá maldición.
Pocos cristianos entienden todo lo que incluye la maldición. Cosas como el odio, las críticas y los chismes están incluidos en la maldición. Si alguien de la iglesia en Anaheim continúa difundiendo chismes, esto indica que en la iglesia aún hay una maldición pequeña y sutil. Si los hermanos y las hermanas se critican los unos a los otros, esto también es señal de que la iglesia está bajo la maldición. Además, si algunos santos están débiles hasta el extremo de estar muertos, eso es una evidencia de la maldición. No haber más maldición equivale a no haber chismes ni odio ni críticas ni debilidad ni muerte. Cuando no hay maldición, todo es apacible, placentero, sólido y lleno de vida.
No me gusta estar presente cuando en un hogar el esposo y la esposa discuten. Cuando alcanzo a oír un altercado, inmediatamente me retiro de ese lugar porque no quiero participar de la maldición. No quiero ver la maldición ni tocarla ni estar bajo ella. Si presencio el alegato, me será muy difícil olvidar la impresión que me produzca. Cada vez que vea al hermano o la hermana recordaré el incidente. En algunas ocasiones al acercarme a la casa de un hermano o una hermana, he oído por casualidad un alegato entre ellos. Me alejo de inmediato y no vuelvo hasta que todo está en silencio. Entonces llamo a la puerta y soy recibido con un placentero: “¡Alabado sea el Señor! ¡Amén!” Esto es maravilloso. Ciertamente disfruto al estar con un matrimonio que alaba al Señor. Me agrada que la impresión que recibo por sus alabanzas esté conmigo siempre.
¿Se ha dado cuenta usted hasta donde se extiende la maldición? ¿Ha pensado alguna vez que “no más maldición” incluye no más alegatos? Cuando no hay maldición todo es pacífico, placentero, lleno de vida, resplandeciente, puro y perfecto. Cuando estemos en la Nueva Jerusalén, participaremos de esta gran bendición. Sin embargo, todos anhelamos decir que en la iglesia ahora no hay maldición. Ojalá que ésta sea la situación en todas las iglesias locales.
Apocalipsis 22:3 también dice: “Sus esclavos le servirán”. Servir a Dios y al Cordero también será una bendición para los redimidos de Dios en la eternidad. En este versículo se indica que servirán a Dios y al Cordero; Dios y el Cordero son uno en la eternidad. Lo mismo se ve en el pronombre “Su” del versículo siguiente.
Aunque los redimidos de Dios servirán a Dios y al Cordero en la eternidad, no lo harán en calidad de sacerdotes. Siendo exactos, en el cielo nuevo y en la tierra nueva no habrá sacerdotes. Se tendrá el servicio pero no habrá sacerdocio. El servicio sacerdotal siempre incluye el aspecto de la redención. Debido a que en el cielo nuevo y en la tierra nueva no existirá el problema del pecado, no habrá necesidad de redención. Por lo tanto, no habrá servicio sacerdotal. Pero nosotros seguiremos siendo los siervos de Dios y del Cordero, y le serviremos por la eternidad.
El versículo 4 dice: “Y verán Su rostro”. Esto también será una bendición que disfrutarán los redimidos de Dios en la eternidad. “Su” en este versículo se refiere a Dios y al Cordero. Mirar Su rostro significa ver la cara de Dios y del Cordero.
Los redimidos de Dios tendrán en sus frentes el nombre de Dios y del Cordero (v. 4). Esto será otra bendición que tendrán los redimidos de Dios en la eternidad. No tendremos dos nombres, sino uno solo: el nombre de Dios y del Cordero. Esto es similar a Mateo 28:19, donde se habla de ser bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En la eternidad Dios y el Cordero tendrán un solo nombre. Debido a que le pertenecemos, Su nombre estará escrito para siempre en nuestras frentes. No solamente le perteneceremos a El, sino que también seremos uno con El.
El versículo 5 dice: “No habrá más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará”. Ser iluminados por el Señor Dios es otra bendición que recibirán los redimidos de Dios en la eternidad. No tendremos necesidad de lámpara, la luz hecha por el hombre, ni del sol, la luz creada por Dios. Dios mismo resplandecerá sobre nosotros, y viviremos bajo Su iluminación.
El versículo 5 añade: “Y reinarán por los siglos de los siglos”. Reinar por los siglos de los siglos será la bendición final asignada a los redimidos de Dios en la eternidad. Estas son las bendiciones que disfrutaremos por la eternidad en el cielo nuevo y la tierra nueva.