Mensaje 6
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Lectura bíblica: Cnt. 5:2-16; Cnt. 6:1-3
En 5:2—6:3 la amada de Cristo es llamada de manera más intensa a vivir detrás del velo por medio de cruz, después de la resurrección. En el tabernáculo celestial (He. 8:2; 9:11-12, 24), un velo separa el Lugar Santo del Lugar Santísimo. El velo, en tipología, es una figura de nuestra carne (10:19-20). Este velo debe ser rasgado a fin de que entremos en el Lugar Santísimo, lo cual indica que, por mucho que estemos en ascensión en nuestro espíritu, aún estamos en la vieja creación y todavía tenemos nuestra carne. Así que, incluso después de experimentar la vida en ascensión, todavía necesitamos la experiencia de la cruz.
No pensemos que mientras estamos en la vieja creación, podemos alcanzar un nivel de espiritualidad tal que nos libre de la carne. Consideremos el caso del apóstol Pablo, quien fue ciertamente una persona muy espiritual. Después de que Dios le había brindado a Pablo revelaciones muy elevadas, le fue dado “un aguijón en la carne” para recordarle que aún tenía la carne (2 Co. 12:7).
No nos creamos “santos” o ángeles. Somos creyentes y, como tales, nos hallamos en el proceso de la economía de Dios, la cual consiste primero en regenerar nuestro espíritu y luego en transformar nuestra alma, aunque la carne sigue estando presente. Debemos recordar que si no andamos con cuidado en cuanto a la carne, dañaremos nuestra vida espiritual.
Puesto que los cristianos a menudo toman el asunto de la carne a la ligera, las divisiones entre los creyentes son comunes. Según el libro de Hechos, Bernabé tuvo un desacuerdo con Pablo y se separó de él (15:35-39). Dicha división se debió a que Bernabé quería llevar a su primo Juan, que también se llamaba Marcos, con ellos en el viaje que tenían planeado para visitar a las iglesias. “Pero a Pablo no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado de ellos desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra. Y hubo un agudo conflicto entre ellos, hasta el punto que se separaron el uno del otro; Bernabé, tomando a Marcos, navegó a Chipre” (vs. 38-39). Todo argumento acarrea algo de la carne. Probablemente Pablo estaba en el espíritu cuando contendía con Bernabé, pero éste argumentaba según su carne. Esto indica que incluso en personas espirituales la carne sigue existiendo y puede causar daño.
No debemos pensar que por el hecho de vivir en ascensión, la carne ya no está presente en nosotros. Ciertamente la carne sigue existiendo. Podemos estar en ascensión, pero el velo, la carne, todavía está viva. Cuando Cristo fue crucificado, el velo del templo fue partido en dos de arriba abajo (Mt. 27:51). Con Cristo el velo fue partido, pero nuestro velo permanece. Por consiguiente, necesitamos un llamado más fuerte, no meramente a permanecer en ascensión, sino a aprender las lecciones de la cruz y a vivir detrás del velo. En nuestra experiencia, el velo, es decir, la carne, debe ser partido, y entonces podremos cruzar el velo partido para vivir en el Lugar Santísimo. Para esto, a diario debemos aprender la lección de la cruz.
Consideremos ahora el llamado más intenso de la cruz después de la resurrección y del fracaso de la que ama a Cristo (Cnt. 5:2-6:3).
En 5:2 el Amado la llama: “Yo dormía, pero mi corazón velaba. ¡Una voz! Mi amado llama: Abreme, hermana mía, amor mío, paloma mía, perfecta mía, Porque mi cabeza está llena de rocío, mis cabellos de las gotas de la noche”. El Amado, al llamar a la que lo ama, la considera como Su hermana. Esto significa que ella tenía la misma naturaleza que El. Aquí la amada se da cuenta de que su viejo hombre, el hombre exterior, fue crucificado y que su nuevo hombre, el hombre interior, vive. Ella oyó a su Amado tocando y pidiéndole que le abriera la puerta, recordándole Sus sufrimientos en Getsemaní durante Su crucifixión. Su cabeza está “llena de rocío” y Sus cabellos de “las gotas de la noche”, lo cual se refiere a los padecimientos que Cristo sufrió por la noche en Getsemaní antes de Su muerte.
El versículo 3 habla de su negativa: “Me he desnudado de mi ropa; ¿cómo me he de vestir de nuevo? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar?” El Amado llamó, pero ella lo rechazó. Puesto que ella se había despojado de su vieja manera de vivir, la de su viejo hombre, por medio de la obra de la cruz, ¿cómo podría ponérselo de nuevo? Eso requeriría que su Amado repitiera Sus sufrimientos en la crucifixión. Puesto que ella fue purificada por la sangre redentora, ¿cómo podría contaminarse, ya que esto requeriría que su Amado repitiera Sus sufrimientos mortales? Estas fueron las razones por las cuales no aceptó el llamado del Amado.
En los versículos 4 y 5, ella abre la puerta.
“Mi amado metió su mano por la abertura de la puerta, y mis entrañas se estremecieron por él” (v. 4). Su Amado mostró Su mano traspasada al meterla por la estrecha abertura de la puerta de ella, para lograr que las entrañas de ella se estremecieran por El. Por experiencia, sabemos que, por una parte, posiblemente rechazamos al Señor, pero por otra, no le cerramos completamente la puerta. Después de cerrar la puerta, dejamos una pequeña abertura por la cual el Señor puede extender la mano. Aquí la mano traspasada del Amado le recordó que El fue crucificado por ella.
“Yo me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra, que corría sobre la manecilla del cerrojo” (v. 5). Ella se levantó para abrirle la puerta a su Amado. Su acción le demostró a su Amado cuánto ella apreciaba Su dulce muerte.
“Abrí yo a mi amado; pero mi amado se había marchado, se había ido; mi alma desfalleció al oír su voz. Lo busqué, y no lo hallé; lo llamé, y no me respondió” (v. 6). Ella abrió a su Amado, pero El ya se había retirado, se había ido. Su alma se descorazonó cuando su Amado habló. Entonces ella lo buscó, y no lo encontró; lo llamó, pero El no contestó.
“Me hallaron los guardas que rondan la ciudad; me golpearon, me hirieron; me quitaron mi velo de encima los guardas de los muros” (v. 7). Los que cuidan al pueblo de Dios (He. 13:17), por desconocer el problema de la amada, la golpearon y la hirieron, pensando que eso la ayudaría. Los guardas del pueblo de Dios quitaron su velo, su manto, avergonzándola públicamente. A veces nos imaginamos que ayudamos a los demás reprendiéndolos, pero esta reprimenda los hiere en vez de ayudarles.
“Yo os conjuro, oh hijas de Jerusalén, si halláis a mi amado, ¿qué le habéis de decir? que estoy enferma de amor” (Cnt. 5:8). Esto indica que al sentirse profundamente el fracaso, ella sentía que aun los creyentes más jóvenes podían ayudarla. Ella les rogó a que hicieran saber a su Amado que estaba enferma de amor, considerando que su Amado podría tener alguna consideración por el amor que ella le tenía.
En el versículo 9 le plantean a ella la primera pregunta acerca de su Amado: “¿Qué es tu amado más que otro amado, oh la más hermosa de todas las mujeres? ¿Qué es tu amado más que otro amado, que así nos conjuras?” Considerando que ella es la mujer más hermosa, ellos le preguntaron qué tenía su Amado que no tuviera otro, para que así les implorara.
En los versículos del 10 al 16, ella contesta y da la impresión que ella tiene de su Amado, describiéndolo con muchas expresiones excelentes y detalladas.
“Mi amado es blanco y rojizo, señalado entre diez mil” (v. 10). Su Amado es puro y está lleno de vida y de poder, y El es señalado como bandera elevada contra el enemigo (Is. 59:19 y como Aquel que atrae a los pecadores (Jn. 12:32).
“Su cabeza es oro finísimo; sus cabellos crespos, negros como el cuervo” (Cnt. 5:11). La autoridad que el Amado posee, procede de Dios (1 Co. 11:3), y Su sumisión a Dios florece y es fuerte.
“Sus ojos, como palomas junto a los arroyos de las aguas, que se lavan con leche, y a la perfección colocados” (Cnt. 5:12). El expresa Su sentir con sencillez y pureza, y esta expresión fluye como el río de vida, distinto, claro y en el debido orden.
“Sus mejillas, como una era de especias aromáticas, macizos de perfumes; sus labios son lirios que destilan mirra líquida” (v. 13). Su rostro es hermoso y agradable por haber sufrido El las heridas y el menosprecio, y Su boca es pura, pues destila palabras dulces de gracia basadas en Su obra redentora.
“Sus manos son cilindros de oro engastados de berilo; su vientre es marfil tallado cubierto de zafiros” (v. 14). Sus obras están llenas del poder divino que ata y por la estabilidad de ellas se lleva a cabo la voluntad de Dios. Sus entrañas (Fil. 1:8) están llenas de sentimientos profundos y tiernos forjados por medio de Sus sufrimientos bajo una visión celestial y clara (Ex. 24:10).
“Sus piernas son columnas de mármol fundadas sobre basas de oro fino; Su aspecto como el Líbano, escogido como los cedros” (Cnt. 5:15). Su fuerza firme y sostenedora viene de la posición justa basada en la divina naturaleza de Dios, y Su expresión muestra que El ascendió a los cielos y que Su excelencia está por encima de los demás.
“Su paladar es la dulzura misma, y todo él deseable” (v. 16a). El sabor que El experimenta de lo divino es dulce, y El es todo un encanto y es muy deseable.
“Tal es mi amado, tal es mi amigo, oh hijas de Jerusalén” (v. 16b). Esta es la impresión del Amado por parte de la amada: lo percibe como su amigo.
A nosotros también nos pueden preguntar en qué nuestro Cristo es mejor que los demás, es decir, por qué nuestro Cristo nos resulta tan dulce. Muchos quizás no sepamos responder adecuadamente a esta pregunta. Si usted me preguntara, yo contestaría: “Mi Cristo es todo-inclusivo. Sus riquezas son inescrutables (Ef. 3:8). El es preeminente, el primero en todo (Col. 1:17-18): en toda la creación (v. 17), en resurrección (v. 18) y en todo en mi vivir. El es también la porción que Dios me ha asignado como mi disfrute (v. 12). Mi Cristo es el Hijo de Dios que se hizo hombre. El era carne, pero en Su resurrección se hizo el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45b). Además, mi Cristo tiene siete ojos, que son el Espíritu siete veces intensificado (Ap. 5:6)”. Olvidémonos de otras cosas; prediquemos y enseñemos exclusivamente el Cristo todo-inclusivo.
En Cantar de los cantares 6:1, vemos la segunda pregunta que le plantean acerca de su Amado: “¿A dónde se ha ido tu amado, oh la más hermosa de todas las mujeres? ¿A dónde se dirigió tu amado para que contigo lo busquemos?” Considerando todavía que ella era la mujer más hermosa, le preguntaban adónde se había ido su Amado porque querían buscarlo con ella, indicando que ellos habían sido atraídos por el testimonio que ella dio acerca de su Amado. Ella buscaba a Cristo, y su búsqueda influyó en los demás, los afectó y los atrajo.
Los versículos 2 y 3 constituyen su respuesta.
“Mi amado descendió a su huerto, a las eras de las especias, para apacentar en los huertos, y para recoger los lirios” (v. 2). Después de que ella buscó la ayuda de los demás, se dio cuenta que su Amado está en ella, o sea, dentro de Su huerto y dentro de todos los demás creyentes, quienes son Sus eras de especias; El se está nutriendo no sólo en ella, sino también en los demás creyentes, Sus huertos, y está recogiendo a los que son puros y confiados.
El huerto de Cristo está en nuestro espíritu, donde cultivamos todas las cosas hermosas, espirituales, divinas y celestiales, que tienen un sabor dulce para El. Podemos hacer esto solamente al vivir en nuestro espíritu. Lo más precioso para un creyente es vivir en el espíritu. Si vivimos en nuestro espíritu, éste se convierte en un huerto. El Señor nos alimenta, nos pastorea y nos apacienta para que cultivemos toda clase de especias y aromas que le satisfarán a El.
“Yo soy de mi amado, y mi amado es mío; él apacienta su rebaño entre los lirios” (v. 3). Ella les dice, según su fe, que pertenece a su Amado y que El le pertenece a ella; también les dice que ahora El está alimentando a los que son puros y confiados. Su palabra indica aquí que ahora ella es más madura en vida que cuando pronunció las mismas palabras en 2:16.