Mensaje 11
Lectura bíblica: Col. 1:24-26
En Colosenses 1:25 Pablo dice que él fue “hecho ministro, según la mayordomía de Dios”. La mayordomía de Dios es necesaria para que Dios pueda expresarse plenamente.
Es importante entender el significado preciso de la palabra mayordomía. La palabra griega traducida mayordomía aquí es oikonomía, que es la misma palabra griega que aparece en Efesios 1:10 y 3:9. Esta palabra aparece también en Efesios 3:2, donde Pablo habla de la mayordomía de la gracia que le fue dada. Antiguamente, la palabra oikonomía se usaba para denotar una mayordomía, una dispensación o una administración. En la época en que vivía Pablo, las familias ricas solían tener mayordomos cuya responsabilidad consistía en distribuir los alimentos y demás provisiones a los miembros de la familia. Nuestro Padre tiene una gran familia, una familia divina. Puesto que las riquezas que Él posee son tan vastas, se requieren muchos mayordomos en Su casa para dispensar tales riquezas a Sus hijos. Dicha dispensación es una mayordomía. Por ende, la mayordomía denota una dispensación.
La palabra dispensación en este contexto no denota una era particular en la cual Dios se relaciona con los hombres de una manera determinada; más bien, se refiere al hecho de que Dios dispensa Sus riquezas en Sus escogidos. Dicha dispensación es la mayordomía de la cual proviene el ministerio de los ministros de Dios, un ministerio que dispensa. Tal ministerio también es la administración de Dios. Hoy en día, Dios lleva a cabo Su administración dispensando o impartiendo lo que Él es en nosotros. Esta mayordomía, dispensación o administración es Su economía. En la economía neotestamentaria de Dios existe la urgente necesidad de que se ejerza la mayordomía de Dios.
Hemos hecho notar que la mayordomía se refiere a la dispensación o distribución de las riquezas entre los miembros de una familia real o de clase alta. La familia real de Dios es rica en Cristo. Conforme a la Epístola a los Colosenses, la familia de Dios es especialmente rica en el Cristo que es preeminente y todo-inclusivo, la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación y el Primogénito de entre los muertos. Las riquezas de este Cristo, quien es la expresión plena del Dios Triuno, deben ser dispensadas o impartidas a los miembros de la familia de Dios. Este servicio, el cual es llamado la mayordomía de Dios en 1:25, fue la obra del apóstol Pablo. Hoy en día, ésta también debe ser nuestra obra.
En el cristianismo actual no hay muchos ministros u obreros que lleven a cabo la mayordomía de Dios. Esto significa que no hay muchos que estén en realidad dispensando las riquezas de Cristo a los miembros de la familia real de Dios. Se necesita la mayordomía de Dios para que este Cristo rico, preeminente, y todo-inclusivo, sea impartido a los miembros de Su Cuerpo.
Esta mayordomía es el ministerio del Nuevo Testamento. El ministerio neotestamentario consiste en impartir las inescrutables riquezas del Cristo todo-inclusivo, en los miembros de la familia de Dios. El apóstol Pablo impartía las riquezas de Cristo en los santos. Esto es también lo que hacemos en el ministerio hoy.
La mayordomía de Dios es según la economía de Dios. Con respecto a Dios, es Su economía, y con respecto a nosotros es una cuestión de mayordomía. Todos los santos, sin importar cuán insignificantes nos parezcan, tienen un ministerio según la economía de Dios. Esto significa que cada santo puede impartir las riquezas de Cristo en los demás.
El deseo del corazón de Dios consiste en impartirse en el hombre. Éste es el tema central de toda la Biblia. La economía de Dios consiste en llevar a cabo la impartición de Sí mismo en el hombre. Nosotros participamos en esta economía al ejercer nuestra mayordomía, nuestro ministerio, el cual consiste en dispensar las riquezas de Cristo. Una vez que las riquezas de Cristo han sido impartidas en nosotros, debemos tomar la carga de impartirlas en los demás. Con respecto a Dios, estas riquezas son Su economía, y con respecto a nosotros, son una mayordomía; y cuando ministramos dichas riquezas en los demás, éstas se convierten en la dispensación de Dios. Cuando la economía de Dios llega a nosotros, ésta se convierte en nuestra mayordomía. Cuando ejercemos nuestra mayordomía impartiendo a Cristo en los demás, ésta se convierte en la dispensación de Dios en ellos. Por tanto, tenemos la economía, la mayordomía y la dispensación.
Aquellos que han recibido la responsabilidad de cuidar a las iglesias locales deben participar en la mayordomía de Dios. Esto significa que los ancianos deben ser los primeros en impartir las riquezas de Cristo en los demás. A pesar de que Cristo es todo-inclusivo y es preeminente, aún se requiere que Él sea impartido en los miembros de la familia de Dios. Tal dispensación se lleva a cabo por medio de la mayordomía. Por consiguiente, la mayordomía es crucial, puesto que es el medio por el cual el Cristo inescrutablemente rico es impartido a los miembros de Su Cuerpo. Los que toman la delantera en el recobro del Señor y tienen a su cargo el cuidado de las iglesias, deben comprender que ellos tienen parte en esta mayordomía divina. No estamos aquí para llevar a cabo una obra cristiana común. Por ejemplo, no nos interesa meramente enseñar la Biblia de una forma externa; más bien, deseamos servir las riquezas de Cristo a todos los miembros de la familia de Dios. En nuestras conversaciones, debemos ministrar las riquezas de Cristo. Incluso cuando somos invitados a las casas de los santos para cenar con ellos, debemos dispensar las riquezas de Cristo. En esto consiste la mayordomía de Dios.
Cada miembro del Cuerpo de Cristo tiene parte en esta mayordomía. En Efesios 3:8 Pablo dijo que él era “menos que el más pequeño de todos los santos”, lo cual indica que era aun más pequeño que nosotros. Si Pablo pudo ser mayordomo, entonces nosotros también podemos ser mayordomos y, por ende, impartir las riquezas de Cristo en los demás. Por ejemplo, al predicar el evangelio, no debemos preocuparnos meramente por ganar almas; más bien, debemos predicar el evangelio para llevar a cabo la mayordomía, la cual consiste en impartir las riquezas de Cristo en otros. Día tras día debemos cumplir nuestra mayordomía impartiendo al Dios Triuno en el hombre. ¡Alabado sea el Señor porque todos podemos participar en esta mayordomía! Todos tenemos el privilegio de dispensar las inescrutables riquezas de Cristo en los demás. Por consiguiente, no debemos simplemente predicar el evangelio o enseñar la Biblia; debemos también impartir las riquezas de Cristo en los demás.
Tenemos muchas oportunidades de ministrar las riquezas de Cristo a los santos. Supongamos que estamos ayudando a una familia a cambiarse de casa. No deberíamos simplemente cargar los muebles, sino que deberíamos suministrar las riquezas de Cristo a los miembros de esa familia, especialmente a la hermana. Si sólo ayudamos en la mudanza, sin impartirles las riquezas de Cristo, puede ser que en realidad estemos estorbando. Nuestra intención al ayudar a dicha familia en la mudanza debe ser que las riquezas de Cristo les sean impartidas. Todo lo que hagamos en tal servicio debe ser hecho con Cristo.
Otra oportunidad para ministrar las riquezas de Cristo a los demás se presenta cuando hospedamos o cuando somos hospedados. Tanto el anfitrión como el huésped deben ministrar las riquezas de Cristo.
Quiera el Señor abrir nuestros ojos para que veamos que todos tenemos parte en esta mayordomía de Dios. En todos los aspectos prácticos de la vida de iglesia, incluso en tales cosas como servir de ujieres o limpiar el salón de reuniones, debemos impartir a Cristo en otros. Primeramente, debemos llenarnos nosotros de Cristo y después ministrar las riquezas de Cristo a los demás. Ésta es nuestra mayordomía.
En 1:24 Pablo dice: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y de mi parte completo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo, que es la iglesia”. Las aflicciones de Cristo pertenecen a dos categorías: las que sufrió para lograr la redención, las cuales fueron cumplidas por Cristo mismo, y las que sufrió para producir y edificar la iglesia, las cuales necesitan ser completadas por los apóstoles y los creyentes.
El hecho de que Pablo mencionara las aflicciones de Cristo en relación con la mayordomía de Dios, indica que la mayordomía sólo se puede llevar a cabo a través de los sufrimientos. Si deseamos participar en la mayordomía de Dios, debemos estar preparados para sufrir. Todos aquellos que participan en el servicio de la iglesia o en el ministerio, deben estar preparados para participar en las aflicciones propias de un mayordomo. Esto significa que debemos estar dispuestos a pagar el precio que sea necesario para cumplir con nuestra mayordomía.
Hemos dicho que cuando hospedamos o somos hospedados, debemos cumplir con nuestra mayordomía al impartir las riquezas de Cristo en los demás. Sin embargo, es posible que al hospedar experimentemos cierta clase de sufrimientos. Del mismo modo, ser huésped en una casa también puede traernos sufrimientos. Yo he estado hospedado en las casas de muchos santos. Los anfitriones siempre me han atendido de una manera maravillosa, haciendo todo lo posible para suplir mis necesidades. Aun así, he sufrido por el simple hecho de no estar en mi propia casa. Por muy maravillosa que sea la hospitalidad, siempre me siento contento de regresar a casa. No obstante, me alegra poder testificar que muchos han hablado de la alimentación, edificación y fortalecimiento que recibieron como huéspedes o anfitriones. Esto indica que llevar a cabo la mayordomía de Dios al impartirles las riquezas de Cristo a los miembros de la familia real de Dios, justifica toda clase de sufrimientos, sean grandes o pequeños. Como veremos en el siguiente mensaje, los sufrimientos en los que participamos, contribuyen a la edificación del Cuerpo de Cristo. No tienen nada que ver con el cumplimiento de la redención.
Refiriéndose al Cuerpo de Cristo, la iglesia, Pablo dice en 1:25: “De la cual fui hecho ministro, según la mayordomía de Dios que me fue dada para con vosotros, para completar la palabra de Dios”. Aquí Pablo dice que, como mayordomo, él fue hecho ministro de la iglesia.
En 1:25 Pablo habla también de completar la palabra de Dios. La palabra de Dios es la revelación divina, la cual fue completada sólo cuando el Nuevo Testamento terminó de escribirse. En el Nuevo Testamento, los apóstoles, especialmente el apóstol Pablo, completaron la palabra de Dios en cuanto al misterio de Dios, que es Cristo, y al misterio de Cristo, que es la iglesia, para darnos una revelación completa de la economía de Dios. Según 1:26, la palabra de Dios es “el misterio que había estado oculto desde los siglos y desde las generaciones, pero que ahora ha sido manifestado a Sus santos”. Este misterio oculto está relacionado con Cristo y la iglesia, la Cabeza y el Cuerpo. La revelación de este misterio por parte del apóstol Pablo, es la parte más significativa del completamiento de la palabra de Dios como revelación divina.
La expresión “desde los siglos” significa desde la eternidad, y “desde las generaciones” significa desde los tiempos. El misterio tocante a Cristo y la iglesia estaba escondido desde la eternidad y desde los tiempos hasta la era del Nuevo Testamento, en la cual ha sido manifestado a los santos, incluyendo a todos los que creemos en Cristo.
Antes de la época de Pablo, la revelación divina no había sido completada. En el Antiguo Testamento, antes de que Pablo iniciara su ministerio, la revelación de Dios ya había sido dada. Aun más, Dios se había revelado por medio de los acontecimientos que se narran en los Evangelios y en una parte del libro de los Hechos. Sin embargo, era necesario que Pablo escribiese varias epístolas acerca del Cristo que es el misterio de Dios y de la iglesia que es el misterio de Cristo, para que la revelación divina fuese completada. El completamiento de la revelación divina puede verse especialmente en cuatro de sus epístolas: Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses.
Aunque la revelación divina fue completada mediante los apóstoles, y especialmente por medio de Pablo, en un sentido práctico también necesita ser completada por medio de nosotros hoy. Esto quiere decir que, al ponernos en contacto con la gente, debemos predicarle la palabra completa, de una manera progresiva, continua y gradual. Predicar la palabra completa, o predicarla plenamente, equivale a completar la palabra. Hoy en día, entre tantos cristianos, ciertamente existe la urgente necesidad de completar la palabra de esta manera. Hace poco, una revista afirmaba que hay cincuenta millones de cristianos regenerados en los Estados Unidos. ¿Cuántos de ellos conocen el propósito de Dios al salvarlos? Muy pocos. En el cristianismo la palabra de Dios ha sido predicada, pero no ha sido predicada plenamente. La predicación del cristianismo actual no ha completado la palabra de Dios. Por consiguiente, aún persiste la necesidad de completarla.
Hemos hecho notar que la palabra de Dios, la cual requiere ser completada, es el misterio mencionado en 1:26. Muchos cristianos predican la palabra de Dios, pero muy pocos enseñan lo que es el misterio de Dios. La palabra de Dios que se predica en el evangelio pleno, no tiene nada que ver con el hecho de escapar del infierno y de ir al cielo, ni tampoco con el hecho de tener paz y gozo y una vida feliz. La palabra que necesita ser completada es “el misterio que había estado oculto desde los siglos y desde las generaciones”. Este misterio estaba oculto, escondido. Si no estuviera oculto, ya no sería un misterio. El misterio que había estado oculto desde los siglos y las generaciones es la palabra de Dios que ahora debe ser completada mediante la predicación de los santos. Este misterio escondido, que ahora ha sido manifestado a los santos de Dios, es “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (v. 27). Aunque he escuchado la predicación del evangelio por muchos años, rara vez he escuchado un mensaje que dijera que cuando alguien crea en Jesucristo, Cristo no sólo lo salvará, sino que también entrará en su espíritu y permanecerá allí como su vida. La mayor parte de la predicación que se escucha en el cristianismo de hoy no dice esto. Es por eso que persiste la necesidad de completar la palabra de Dios.
Si no ministramos las riquezas de Cristo a los demás, ellos no tendrán el suficiente conocimiento de la revelación divina. En cuanto a la revelación misma, no le falta nada. Ésta fue completada hace siglos. Pero en la práctica, puede haber todavía una carencia, especialmente si no cumplimos con nuestra parte en la mayordomía de Dios. Todos debemos llevar a cabo nuestra responsabilidad de completar la palabra de Dios.
Los que son nuevos en el recobro del Señor necesitan que se les complete la palabra de Dios. Por ejemplo, puede ser que un creyente nuevo crea firmemente que Cristo es Dios y también el Creador. Sin embargo, quizás no haya visto que todo-inclusivo Cristo es, ni lo haya experimentado como tal. Tal vez no se haya dado cuenta de que, como hombre, Cristo también es una criatura. Al enterarse de este aspecto de Cristo, quizás se sienta perturbado. Esto indica que alguien necesita completarle la palabra de Dios en cuanto a este asunto, explicándole que aunque Cristo es Dios, también es hombre. Él es todo-inclusivo. En 1 Timoteo 2:5 Pablo habla del hombre Cristo Jesús. Además, después de la ascensión de Cristo, Esteban vio al Hijo del Hombre en los cielos (Hch. 7:56). Ciertamente un hombre es una criatura de carne y hueso. Después de la resurrección, el Señor les mostró a Sus discípulos que aún tenía un cuerpo de carne y hueso (Lc. 24:39). Puesto que el Cristo resucitado sigue siendo un hombre, con un cuerpo físico, es correcto decir que Él es una criatura. No obstante, debido a las tradiciones religiosas, tal vez no muchos creyentes estén dispuestos a hacer tal declaración acerca de Cristo. Para ellos, esta enseñanza suena herética. Debemos ayudarles a tomar la Palabra pura de Dios y creer todo lo que ella dice. Dicho de otro modo, debemos ayudarles a recibir la palabra de Dios en su totalidad.
En el recobro del Señor necesitamos más mayordomos que tengan la capacidad de completar la palabra de Dios. Todos debemos llevar esta carga. Debemos pasar más tiempo en la presencia del Señor de modo que Él sea nuestra porción para nuestro deleite, y así obtengamos las riquezas de Cristo para ministrarlas a los demás. De esta manera, seremos aquellos que completan la palabra de Dios. Entonces, por medio de nuestro ministerio, otros creyentes serán nutridos, fortalecidos, confirmados y edificados.
El Cuerpo de Cristo es edificado cuando todos los miembros desempeñan su mayordomía, ministrando las riquezas de Cristo. Espero que ejercitemos esta mayordomía aún entre nosotros; usted ministra las riquezas de Cristo a otros, y ellos ministran a Cristo en usted. Si ésta es nuestra situación, todos seremos nutridos y disfrutaremos a Cristo más que nunca. Así, a medida que ejercemos la mayordomía de impartir las riquezas de Cristo, se edificará la iglesia de una manera práctica.