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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Colosenses»
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Mensaje 2

INTRODUCCIÓN

  Col. 1:1-8 constituye la introducción de esta epístola, donde se nos presenta el propósito y el tema del libro. El propósito y el tema de Pablo no se mencionan de una forma explícita, sino indirectamente mediante los indicios que nos proporcionan estos versículos.

TRES INDICIOS

  El primero de estos indicios es la frase “la esperanza que os está guardada en los cielos” (v. 5). Otro indicio lo encontramos en la expresión “la palabra de la verdad del evangelio” (v. 5). Observemos que aquí Pablo habla de la palabra de la verdad del evangelio, y no simplemente de la palabra del evangelio. El tercer indicio se ve en las palabras “conocisteis la gracia de Dios en verdad” (v. 6). ¿Qué modifica la frase “en verdad”? De acuerdo con muchas versiones, esta frase modifica la palabra gracia, mientras que otras consideran dicha frase un adverbio que modifica el predicado “conocisteis”. Pero si entendemos que aquí la palabra verdad significa realidad, y no simplemente sinceridad, entonces es correcto deducir que la frase “en verdad” modifica el predicado “conocisteis”. Conforme a este entendimiento, Pablo está diciendo que debemos conocer la gracia de Dios en su realidad.

LA ESPERANZA QUE NOS ESTÁ GUARDADA

  Examinemos ahora la esperanza mencionada en el versículo 5. La esperanza, la fe y el amor mencionados en los versículos 4 y 5, son las mismas tres cosas que el apóstol recalcó en 1 Corintios 13:13. Allí, debido a la situación de los corintios, se dio énfasis al amor; aquí se da énfasis a la esperanza, la cual, hablando con propiedad, es Cristo mismo (v. 27), a fin de que Él sea revelado como el todo para nosotros. Algunos piensan que la esperanza que nos está guardada en los cielos se refiere a alguna bendición particular o a cierta clase de goce glorioso. Cuando era joven, se me dijo que, conforme a Juan 14, el Señor Jesús nos estaba preparando una mansión maravillosa en los cielos y que ésa era la esperanza que nos estaba guardada. ¡Qué error más grave! Nuestra esperanza es Cristo mismo. Según el versículo 27, Cristo en nosotros es la esperanza de gloria. Por un lado, Él está en los cielos, pero por otro, Él está en nosotros con el fin de ser nuestra esperanza.

LA FE Y EL AMOR

  Si queremos entender esto plenamente, tenemos que examinar la fe y el amor mencionados en el versículo 4. En este versículo Pablo dice: “Habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos”. Tener fe es tocar la realidad de lo que está en Cristo y recibirla; amar es experimentar y disfrutar lo que hemos recibido de Cristo; y tener esperanza es aguardar con certeza la glorificación en Cristo. Todo verdadero cristiano tiene fe en el Señor Jesús y amor para con todos los santos. Éstas son dos señales que distinguen a los verdaderos cristianos. Supongamos que yo me acercara a cierta persona y le dijera que creo en el Señor Jesús. Si esa persona no me responde en amor, es posible que no sea un verdadero creyente. El amor hacia los hermanos debe acompañar siempre a la fe en el Señor Jesús. El amor y la fe no pueden divorciarse.

  Desde el primer momento en que creímos en Cristo, sentimos espontáneamente amor por los demás creyentes, sin importar su nacionalidad. Conforme a mi naturaleza y mi trasfondo, jamás podría amar a los japoneses. De joven, incluso llegué a odiarlos por el daño que Japón le había causado a China. Sin embargo, después de que fui salvo y empecé a participar en el ministerio del Señor, fui invitado a Manchuria por algunos hermanos japoneses. Asistí a una pequeña reunión que se llevó a cabo en el hogar de un creyente japonés. En el momento en que entré en aquel cuarto, espontáneamente brotó en mí un amor hacia aquellos hermanos, y mi odio por los japoneses se desvaneció. Aquellos hermanos creían en el Señor Jesús, y yo también. Por lo tanto, nos podíamos amar mutuamente como creyentes de Cristo. Éste no es un amor natural, sino un amor que procede de nuestra fe en el Señor Jesús. Debemos amar a todos los santos, al igual que los colosenses, quienes no tuvieron en cuenta tanto la nacionalidad de ellos como el que fueran judíos o gentiles.

  En el recobro del Señor hay hermanos de diversas nacionalidades. Humanamente, es imposible ser uno. Pero alabamos al Señor porque sin importar cuál sea nuestra nacionalidad, nos amamos unos a otros debido a que todos tenemos fe en el Señor Jesús. Así, cuando me encuentro con hermanos de Japón, no siento que ellos sean japoneses y que yo sea un hermano chino. Por el contrario, lo único que siento es que todos somos hermanos santos en Cristo.

VIVIR A CRISTO Y ATESORAR LA ESPERANZA

  La razón por la que podemos amar a aquellos que por naturaleza nunca podríamos amar, es que tenemos una esperanza que nos está siendo reservada en los cielos. Si yo fuera el escritor de Colosenses, habría dicho “por causa de la esperanza en los cielos”. Sin embargo, Pablo incluyó las palabras “que os está guardada”. En realidad, la frase “la esperanza que os está guardada en los cielos” es muy subjetiva, pues tiene mucho que ver con nuestro diario vivir. De acuerdo con el contexto, el hecho de atesorar esperanza en los cielos tiene mucho que ver con la manera en que vivamos hoy. Cuanto más amemos a los santos, más esperanza nos será guardada en los cielos. Sin embargo, si no amamos a los santos, tendremos muy poca esperanza reservada para nosotros.

  Supongamos que un hermano ama a todos los santos, sin tomar en consideración la nacionalidad o el trasfondo cultural de ellos; mientras que otro los ama selectivamente, de acuerdo con su gusto y preferencia. El uno ama a todos los que tienen fe en Cristo, mientras que el otro ama solamente a un grupo selecto de santos. Cuando el Señor Jesús venga, ¿cuál de los dos tendrá una mayor esperanza? Ciertamente será aquél que ame a todos los santos. Esto indica que la medida de la esperanza que Cristo sea para nosotros en el futuro, dependerá de cuánto le vivamos hoy.

  Cuanto más vivamos a Cristo hoy, más esperanza nos será guardada en los cielos para nuestra glorificación. Pero si no vivimos a Cristo día tras día, Cristo ciertamente estará allí en los cielos, pero no nos será reservado como nuestra gloria. Por ejemplo, si usted deposita en el banco cierta cantidad de dinero que haya ganado, tendrá ciertos ahorros en su cuenta bancaria. Pero si usted se descuida y deja de ganar dinero, y no tiene nada que depositar en el banco, no tendrá ningún ahorro. Bajo este mismo principio, la cantidad de esperanza que nos sea reservada en los cielos, dependerá de la medida en que vivamos a Cristo hoy. Por tanto, debemos amar a los santos sin parcialidad, por causa de Aquel que es nuestra esperanza. Al vivir así, atesoramos para nosotros esperanza en los cielos.

  Pablo parecía estar diciendo en su epístola: “Queridos colosenses, si vosotros seguís las observancias judías o los preceptos gentiles, no guardaréis ninguna esperanza para vosotros en los cielos. Para ello, necesitáis vivir por Cristo. Un día, Cristo, quien es vuestra vida, aparecerá en gloria. Ahora, tanto Él como vosotros estáis escondidos en Dios, y Él es vuestra vida interior. No obstante, Él será manifestado en gloria, y vosotros seréis manifestados juntamente con Él. Sin embargo, debo advertiros de la importancia de vivir por Cristo hoy”.

  Efectivamente, Pablo dice en Filipenses 3:4 que Cristo es nuestra vida y que cuando Cristo se manifieste, nosotros seremos manifestados con Él en gloria. Pero supongamos que, en lugar de vivir por Él, viviéramos regidos por el yo y por nuestras preferencias, amando sólo a los santos que nos caen bien. Amar a los santos de una manera selectiva es vivir por el yo, y no por Cristo. Y si vivimos de esta manera, no estaremos contentos cuando el Señor Jesucristo se manifieste en gloria. Repito que la medida en que disfrutemos a Cristo como nuestra esperanza de gloria, dependerá de la medida en la que le expresemos hoy en nuestro vivir. Por tanto, el hecho de atesorar esperanza en los cielos, depende de nuestro vivir actual.

  Si vivimos a Cristo y somos uno con Él, debemos ser capaces de decir: “Señor Jesús, te amo, y te tomo como mi vida y como mi persona. Señor, quiero estar contigo en Tu gloria y verte cara a cara. Quiero disfrutar de Tu presencia, incluso de Tu presencia física, de una manera práctica. Señor, éste es mi anhelo y esperanza”. Si usted ora al Señor de esta manera cada día, se sentirá muy feliz cuando Él regrese.

  Pero supongamos que a usted no le preocupa el Señor ni tiene contacto con Él. Tal vez no peque ni lleve una vida mundana, pero vive continuamente en el yo. Puede ser que sienta respeto hacia el Señor Jesús por ser el Salvador y el Señor, pero es posible que aunque usted lo honre, Él no sea tan querido y precioso para usted, y que no tenga comunión íntima con Él, ni le viva ni le tome como su persona. Si ésta es la vida que usted lleva con respecto al Señor, ¿cree que estará lleno de emoción y dará gritos de alabanza cuando Él regrese? ¡Por supuesto que no! Por el contrario, usted, se alejará de Él avergonzado. El regreso de Cristo será glorioso para usted de acuerdo con la medida de esperanza que haya depositado en los cielos, al vivir a Cristo hoy.

CRISTO NUESTRA VIDA

  El hecho de atesorar esperanza en los cielos equivale al hecho de vivir a Cristo y tomarlo como nuestra persona. Colosenses 3:4 es el único versículo en la Biblia que dice que Cristo es nuestra vida. En Juan 14:6 el Señor Jesús dice: “Yo soy ... la vida”, pero en Colosenses 3:4 Pablo dice que Cristo es “nuestra vida”. Ésta es una expresión muy subjetiva. Ya que Cristo es nuestra vida, tenemos que vivir por Él; es así como atesoramos una esperanza para nosotros en los cielos. Esto es lo que significa amar a todos los santos a causa de la esperanza que nos está guardada en los cielos.

LA VERDAD DEL EVANGELIO

  En 1:5 Pablo añade: “De la cual antes oísteis en la palabra de la verdad del evangelio”. La verdad del evangelio se refiere a la realidad, los hechos reales, y no la doctrina del evangelio. “La palabra”, no la verdad, puede ser considerada como la doctrina del evangelio. Pero en nuestra predicación del evangelio no sólo debe estar presente la palabra del evangelio, sino también la verdad del evangelio, que es Cristo mismo. Cristo, la realidad del evangelio, debe ser la realidad de nuestra predicación.

  Sin embargo, en la predicación del evangelio, muchas veces sólo se trasmite la palabra, quizás la palabra persuasiva o elocuente, pero sin realidad. Esto quiere decir que Cristo no es ministrado como realidad a los oyentes. Pero nuestra predicación del evangelio debe ser diferente. Aunque no seamos muy elocuentes, los que escuchan deben percibir que la realidad de Cristo se está infundiendo en ellos. Al escuchar tal predicación, los oyentes serán empapados de Cristo como su realidad.

  Debemos decirle al Señor en oración que no nos interesa el conocimiento en letras, sino Su presencia, y que deseamos que Él se infunda en nosotros y nos sature de Sí mismo. Lo que queremos es estar bajo Su resplandor celestial; cuanto más permanezcamos bajo Su resplandor, más Su realidad saturará e impregnará nuestro ser. Ésta es la verdad, la cual es Cristo mismo.

  Los colosenses habían oído la palabra de la verdad del evangelio, o sea, la realidad misma del evangelio. Debido a esto, ellos podían atesorar para sí una esperanza en los cielos al vivir a Cristo, amando a los santos. Debido a que tomaban a Cristo como su vida, ellos podían amar a aquellos que, humanamente, les era imposible amar. Puesto que disfrutaban a Cristo como vida al absorberle como la verdad del evangelio, ellos podían experimentarlo como su esperanza. Por lo tanto, en estos versículos, tanto la esperanza como la verdad son el propio Cristo a quien experimentamos subjetivamente.

EL FRUTO DEL EVANGELIO

  El versículo 6 añade: “Que ha llegado a vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad”. El amor por los santos es el fruto producido por el evangelio. Cuando el evangelio es predicado en su realidad, lleva fruto. En aquellos que lo reciben, produce amor hacia todos los creyentes.

  La iglesia en Colosas estaba compuesta tanto de judíos como de gentiles. Era común que los judíos y los gentiles se despreciaran y se odiaran mutuamente. No obstante, después de creer en el Señor Jesús, los creyentes judíos y los creyentes gentiles de Calosas llegaron a amarse los unos a los otros. Aunque tal amor era humanamente imposible, éste fue el fruto del evangelio. El evangelio que crece y lleva fruto es Cristo mismo. Esto indica que en realidad era Cristo quien estaba creciendo en los colosenses desde el día en que ellos empezaron a oír la palabra de la verdad del evangelio.

CONOCER LA GRACIA DE DIOS EN VERDAD

  En este versículo, Pablo dice que los colosenses conocieron la gracia de Dios en verdad. [Según el griego, la palabra “conocisteis” denota un conocimiento pleno]. Por tanto, conocer la gracia de Dios en este contexto es conocerla plenamente, y no en parte. La gracia de Dios equivale a lo que Dios es para nosotros y lo que Él nos da en Cristo (Jn. 1:17; 1 Co. 15:10). De hecho, la gracia es Cristo mismo. En el primer capítulo del Evangelio de Juan se nos dice que el Verbo que estaba con Dios y que era Dios, se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de verdad (vs. 1, 14). Además, de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia (v. 16). Aquí la palabra “verdad” significa realidad. Conocer la gracia de Dios en verdad es conocerla por experiencia, en su realidad, y no sólo mentalmente, en palabras o doctrinas. La verdad es Cristo como realidad, y la gracia es Cristo como nuestro deleite. Al experimentar y disfrutar a Cristo, el Cristo que es la verdad llega a ser nuestra gracia. El evangelio crece en nosotros y lleva fruto a medida que disfrutamos a Cristo y lo experimentamos como nuestra gracia.

  En estos versículos vemos cuánto Cristo representa para nosotros: Él es nuestra esperanza, nuestra verdad, nuestra realidad y nuestra gracia. Sólo cuando Cristo llega a ser gracia para nosotros es que podemos disfrutarlo y experimentarlo. Cuanto más disfrutamos y experimentamos a Cristo, más crecemos en Él, llevamos fruto, vivimos por Él y atesoramos una esperanza para nosotros en los cielos.

  La expresión “en verdad” puede considerarse un adverbio que modifica al predicado “conocisteis” o un adjetivo que modifica al sustantivo gracia. La gracia de Dios es en verdad, es decir, en realidad, y no simplemente en doctrina o en conocimiento. Cuando escuchamos los mensajes dados en el recobro del Señor, muchas veces disfrutamos la gracia en realidad. Mediante el ministerio de la Palabra, la gracia en realidad se infunde en nosotros. Dicha gracia es sólida y sustancial; es por eso que podemos probarla, disfrutarla y vivir por ella.

  Si consideramos la frase “en verdad” como un adverbio que modifica al predicado “conocisteis”, vemos que nuestro conocimiento de la gracia no debe ser simplemente en doctrina, sino en realidad. En otras palabras, el conocimiento que obtenemos de Cristo como gracia debe ser en realidad. Por medio del evangelio, Cristo es transmitido a nosotros y se infunde en nosotros como verdad y como gracia; así, obtenemos a Cristo como nuestra realidad, la cual a la vez es nuestro deleite. Al vivir por el Cristo que experimentamos como verdad y gracia, atesoramos para nosotros una esperanza en los cielos.

UN MINISTRO DE CRISTO

  En el versículo 7 Pablo dice: “Como lo habéis aprendido de Epafras, nuestro consiervo amado, que es un fiel ministro de Cristo a favor vuestro”. Aquí Pablo declara que Epafras era un ministro de Cristo. Un ministro de Cristo no es solamente un siervo de Cristo, uno que sirve a Cristo, sino alguien que sirve a otros ministrándoles a Cristo.

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