Mensaje 22
Lectura bíblica: Col. 2:9-12, 18, 20-22; 1 Co. 1:30; Ef. 3:8
Después de que Pablo nos exhorta a estar alertas para que nadie nos lleve cautivos por medio de su filosofía y huecas sutilezas, él declara que en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (2:9). Luego, en el versículo 10, añade: “Y vosotros estáis llenos en El, que es la Cabeza de todo principado y potestad”. Estando en Cristo nada nos hace falta, puesto que en Él hemos sido perfeccionados y hechos completos. No hay razón alguna para recurrir a algo que no sea Cristo. Como veremos, las palabras de Pablo aquí se referían al culto a los ángeles.
Más adelante, en el versículo 11, Pablo dice que fuimos circuncidados en Cristo. Estar llenos en Él comunica una idea positiva, mientras que ser circuncidados implica desechar algo negativo, a saber, la carne, el yo y el hombre natural. Todas estas cosas las ha eliminado la circuncisión, la cual se efectúa en Cristo. En este mensaje, hablaremos por un lado de cómo llegamos a estar llenos en Cristo, y por otro, de cómo fuimos circuncidados.
En 2:9 Pablo dice: “Porque en El habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Esto significa que Cristo es la corporificación de la plenitud de la Deidad, es decir, que la plenitud del Dios Triuno habita en Cristo de una forma corporal. El hecho de que la plenitud de la Deidad habite corporalmente en Cristo significa que mora en Él de una manera real y práctica.
Ya que toda la plenitud de la Deidad está en Cristo, y en Él nosotros ya fuimos puestos (1 Co. 1:30), ya estamos llenos y completos en Él. El Nuevo Testamento revela claramente que todos los creyentes fuimos puestos en Cristo. Por consiguiente, ahora estamos identificados con Él y somos uno con Él. De este modo, todo lo que Él es y todo lo que Él tiene nos pertenece a nosotros, y todo lo que Él experimentó constituye nuestra historia. Así que, nosotros heredamos todo lo que Cristo experimentó y aquello por lo cual Él tuvo que pasar. Además, por ser uno con Él, participamos de todo lo que Él llevó a cabo, de todo lo que logró y de todo lo que obtuvo.
El matrimonio es un buen ejemplo de este hecho. Supongamos que una mujer pobre se casa con un hombre adinerado. Por estar unida a su esposo e identificada con él, ella participa de todo lo que él es y tiene. De la misma manera, nosotros somos miembros del Cristo todo-inclusivo. Fuimos puestos en Él, nos identificamos con Él, y estamos verdaderamente “casados” con Él. Por esto, ahora somos uno con Él. Todo aquello por lo cual Él tuvo que pasar constituye nuestra historia, y todo lo que Él obtuvo y logró forma parte de nuestra herencia. Estamos en este Cristo, y Él está en nosotros. Fuimos puestos en Él, ahora somos uno con Él y recibimos todo lo que Él es y tiene.
Algunos cristianos conocen este hecho a manera de doctrina, pero un simple entendimiento mental de nuestra unión con Cristo no es adecuado. Debemos ejercitar la fe, a fin de participar de todo lo que es nuestro en Cristo. No debemos considerarnos pobres, así como tampoco una mujer pobre debe seguir pensando que es pobre después de casarse con un hombre rico. Aunque se sienta así, ella debe recordarse a sí misma que las riquezas de su esposo ahora le pertenecen. De igual manera, nosotros somos uno con Cristo y no debemos considerarnos pobres. Al contrario, debemos tener plena certidumbre de lo que tenemos en Cristo.
A algunos cristianos, cuando oran, les gusta declarar cuán pobres, miserables e indignos son. Pero esta forma de orar refleja una falta de fe y certidumbre. Debemos creer con perfecta certidumbre que somos uno con el rico Cristo todo-inclusivo, con Aquel que es la corporificación de toda la plenitud del Dios Triuno. Si tenemos perfecta certidumbre al respecto, jamás nos consideraremos pobres.
No crea en sus sentimientos y más bien ponga su mirada en Cristo. Ejercite su fe para ver lo que Él es, lo que Él tuvo que pasar, lo que Él obtuvo y logró, y dónde Él está hoy. Debido a que Él está en el tercer cielo y nosotros somos uno con Él, nosotros también estamos en el tercer cielo. En Cristo no sólo somos millonarios, sino multimillonarios. Fuimos puestos en este Cristo, quien es inescrutablemente rico.
En este Cristo somos hechos perfectos, completos. En Él no nos falta nada. No hable de cuánto le hace falta a usted. Puesto que usted está en Cristo, a usted no le falta nada. En Él está la plenitud, la perfección, el completamiento. De hecho, Él mismo es la plenitud, la perfección y el completamiento. Por estar en Él, nosotros estamos completos y somos hechos perfectos; nada nos hace falta. Somos aquellos que poseen las riquezas de Cristo.
En Efesios 3:8 Pablo habla de las inescrutables riquezas de Cristo. Somos más que multimillonarios, pues las riquezas que poseemos son tantas que no se pueden contar. Sencillamente, no tenemos idea de cuán vastas son las riquezas que poseemos en Cristo. A menudo hemos orado: “Señor, soy pobre y miserable”, pero creo que muy pocos hemos orado de la siguiente manera: “Señor, te doy gracias porque soy rico y porque estoy completo y lleno. Puesto que estoy en Ti, Señor Jesús, soy más rico que el hombre más acaudalado. No me falta nada”. Espero que después de leer este mensaje, empiece a orar de esta manera. Dígale al Señor, a los ángeles e incluso a los demonios que usted es más rico que cualquier multimillonario terrenal porque está en Cristo, en Aquel cuyas riquezas son inescrutables.
En 2:10 Pablo dice que Cristo es la Cabeza de todo principado y potestad. Los principados y potestades mencionados aquí son los poderes angelicales, en particular los ángeles caídos que aún ocupan posiciones de poder. Según la revelación completa que nos presenta la Biblia, después de que Dios creó el universo, lo puso bajo el control de un arcángel y otros ángeles principales. Cuando este arcángel se rebeló contra Dios y se convirtió en Satanás, muchos de los ángeles que le ayudaban a regir el universo se convirtieron en gobernadores malignos y potestades en los lugares celestiales. En Efesios 6:12 se les describe como los principados, las potestades, los gobernadores del mundo de estas tinieblas, las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Estas huestes angelicales rigen sobre las naciones. Por eso en el libro de Daniel se mencionan el príncipe de Grecia y el príncipe de Persia. (Aquí un príncipe denota uno de los poderes angelicales o principados). Esto significa que hoy en día todas las naciones de la tierra se encuentran bajo el gobierno de las potestades de las regiones celestes, aunque no todos ellos son malignos. Sin embargo, Cristo es la Cabeza de todo principado y potestad.
Ya que Cristo es nuestra perfección y completamiento, no necesitamos otros principados y potestades como objetos de adoración porque Él es la Cabeza de todos ellos. Recordemos que los colosenses se habían extraviado al rendir culto a los ángeles. Fue por esto que Pablo les dijo que Cristo es la Cabeza de todos los ángeles, y que, puesto que nosotros estamos en Él, no necesitamos adorar a los ángeles.
Los colosenses adoraban a los ángeles debido a la influencia de la enseñanza herética que afirmaba que Dios es demasiado grande para ser adorado directamente por seres humanos minúsculos. Según esta falsa doctrina, nosotros debíamos humillarnos y adorar a los ángeles, teniéndolos por mediadores entre Dios y nosotros. Los que adoran a los ángeles de esta manera, argumentan que ellos adoran a Dios, y no a los ídolos. Afirman que simplemente están adorando a Dios por medio de los ángeles, que, según ellos, son seres superiores a nosotros. Esta herejía prevaleció en Asia Menor, y Pablo sintió la carga de mostrarles su error. ¡Cuán equivocados estaban los colosenses al tomar a los ángeles como mediadores! Sólo hay un Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre (1 Ti. 2:5). Puesto que los colosenses estaban en Aquel que es la Cabeza de todos los ángeles y puesto que estaban llenos en Él, no carecían de nada. No tenían ninguna necesidad de recurrir a la mediación de los ángeles. La función de los ángeles es servirnos y protegernos, y no ser mediadores entre nosotros y Dios. Todos los santos tienen por lo menos un ángel, un guardaespaldas angelical, asignado para servirles y protegerles. Esto lo comprueban las palabras del Señor en Mateo 18:10, donde nos exhorta a no despreciar “a uno de estos pequeños, porque ... sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de Mi Padre que está en los cielos”. Asimismo, cuando Pedro fue liberado de la prisión y estaba tocando a la puerta de la entrada, los que estaban dentro de la casa contestaron a la joven que insistía en que era Pedro el que estaba tocando: “Es su ángel” (Hch. 12:15). Los ángeles nos sirven y nos pueden proteger, pero no debemos considerarlos mediadores. Ellos son servidores y no deberíamos adorarlos. Nosotros estamos identificados con Aquel que es la Cabeza de todos los ángeles, y estamos llenos en Él. Si vemos esto claramente, jamás seremos engañados al grado de adorar a los ángeles. Antes bien, tendremos el conocimiento adecuado de que, en un sentido muy real, somos muy superiores a los ángeles porque somos uno con Aquel que es la Cabeza de ellos. De hecho, somos compañeros del Cristo que es la Cabeza de ellos, y en Él estamos completos.
El hecho de estar llenos en Cristo es contrario a la adoración de los ángeles. Ya que somos uno con Cristo, nunca deberíamos adorar a los ángeles.
En el versículo 11 Pablo dice: “En El también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al despojaros del cuerpo carnal, en la circuncisión de Cristo”. Aquí Pablo habla de una circuncisión no hecha a mano. Esto ciertamente difiere de lo que practicaban los judíos, lo cual se llevaba a cabo con un cuchillo. Aparte de esta circuncisión física, existe otra clase de circuncisión, la circuncisión en Cristo, la cual no es hecha a mano. Ésta es la circuncisión espiritual y se refiere al bautismo apropiado, el cual nos despoja del cuerpo carnal por medio de la virtud eficaz de la muerte de Cristo. Como veremos más adelante, esto es contrario al ascetismo.
La circuncisión que se efectúa en Cristo tiene que ver con Su muerte y con el poder del Espíritu. Cuando Cristo fue crucificado, se llevó a cabo la circuncisión auténtica, práctica y universal. Su crucifixión cortó todas las cosas negativas, entre las cuales estaban nuestra carne, nuestro hombre natural y nuestro yo. Sin embargo, además de la muerte de Cristo, necesitamos al Espíritu como el poder. Si tenemos la crucifixión de Cristo sin el Espíritu, el poder, no dispondremos de los medios para aplicar la crucifixión de Cristo a nuestra vida diaria y para obtener su efecto sobre nosotros. La crucifixión de Cristo llega a ser práctica y eficaz por medio del Espíritu; ésta es aplicada a nosotros por el Espíritu como poder. Luego bajo el poder del Espíritu, somos circuncidados de una manera real y práctica. En esto consiste la circuncisión en Cristo, una circuncisión no hecha a mano. Lo que la constituye una circuncisión no hecha a mano es el hecho de que esta circuncisión fue lograda por la muerte de Cristo y es aplicada, ejecutada y llevada a cabo por el Espíritu poderoso. Ésta es la circuncisión que todos hemos recibido.
Por un lado, estamos llenos en Cristo y, por otro, fuimos circuncidados en Él. Puesto que estamos llenos en Él, no nos falta nada; y puesto que en Él fuimos circuncidados, todas las cosas negativas han sido eliminadas. Por consiguiente, por un lado, estamos completos y, por otro, todos los obstáculos han sido eliminados y no tenemos más problemas. Por consiguiente, en cuanto a las cosas positivas, no carecemos de nada, y en cuanto a las cosas negativas, ya no nos perturba nada.
Sin embargo, debemos ejercitar la fe y no mirarnos a nosotros mismos. No debemos fijarnos en nuestros sentimientos ni en nuestras circunstancias. Éstas indican que nos falta todo lo positivo y que nos perturba todo lo negativo. En cambio, los hechos declaran que no estamos en nosotros mismos, sino en Cristo. Puesto que estamos en Él, estamos llenos en un sentido muy positivo y fuimos circuncidados para que nos fuera quitado todo lo negativo.
En el versículo 11, Pablo habla de despojarse del cuerpo carnal. La palabra despojarse significa quitarse una prenda, desvestirse. La circuncisión que fue efectuada por la muerte de Cristo y que es aplicada por el Espíritu poderoso nos despoja del cuerpo carnal. Nuestro cuerpo carnal fue puesto en la cruz con Cristo y nos fue quitado. Debemos ejercitar nuestra fe al respecto y no considerar nuestro yo ni nuestro entorno. Ejercitemos nuestra fe y digamos: “¡Amén! Fuimos despojados del cuerpo carnal en la cruz y mediante el Espíritu poderoso”.
Esta circuncisión se realiza en la circuncisión de Cristo; no es una circuncisión hecha a mano. La circuncisión de Cristo se efectuó mediante Su crucifixión. Nuestra carne fue anulada por Su muerte en la cruz.
Además, la circuncisión en Cristo ocurre por medio del bautismo. En el versículo 12 Pablo dice: “Sepultados juntamente con El en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados juntamente con El, mediante la fe de la operación de Dios, quien le levantó de los muertos”. Fuimos sepultados juntamente con Cristo en el bautismo. Ser sepultado en el bautismo significa despojarse del cuerpo carnal, es decir, quitárselo. Además, en Cristo fuimos resucitados juntamente, mediante la fe de la operación de Dios. En el bautismo existe el aspecto de ser sepultados, lo cual equivale a poner fin a nuestra carne, y el aspecto de ser levantados, lo cual significa hacer germinar nuestro espíritu. En el aspecto de ser levantados somos vivificados en Cristo por la vida divina.
En este versículo Pablo dice que esto se lleva a cabo mediante la fe de la operación de Dios. La fe no proviene de nosotros, sino que es un don de Dios (Ef. 2:8). Cuanto más nos volvemos a Dios y tenemos contacto con Él, más fe tenemos. El Señor es el Autor y Perfeccionador de nuestra fe (He. 12:2). Por tanto, cuanto más permanecemos en Él, más se nos infunde Él como nuestra fe. Por medio de esta fe viva producida por la operación del Dios vivo, experimentamos la vida de resurrección, representada por el aspecto de ser levantados en el bautismo. Hoy en día, muchos cristianos descuidan la verdadera operación del bautismo y prestan mayor atención al agua que debe usarse o a la manera en que se debe sumergir a las personas. El bautismo genuino implica una operación en la cual somos sepultados y aniquilados, y dicha operación requiere el ejercicio de la fe. Quien lleva a cabo la operación es el Espíritu. Por consiguiente, cuando bautizamos a alguien, debemos ejercitar la fe para ver que en ese momento está ocurriendo una operación que pone fin al viejo ser del que está siendo bautizado. Debemos tener fe en la operación de Dios, el Dios Triuno, quien levantó a Cristo de los muertos.
Cuando bautizamos a un nuevo creyente, debemos darnos cuenta de que él es introducido en una operación divina que le pondrá fin y lo sepultará. Debemos tener fe en la operación del Dios Triuno. Por esta fe, obtenemos la realidad de la terminación y de la sepultura del viejo hombre, el yo, la carne y la vida natural. El Dios Triuno que opera honrará esta fe al hacer que estas verdades sean reales para nosotros. La sepultura y la terminación del viejo hombre, efectuadas mediante el bautismo, constituyen la verdadera circuncisión.
Ya que los colosenses habían recibido esta circuncisión, no necesitaban practicar el ascetismo. Ser circuncidado en la circuncisión de Cristo es algo contrario al ascetismo (2:20-22). Quienes han sido sepultados y terminados, y ahora descansan en la tumba, no necesitan el ascetismo. No hay ninguna razón para que traten sus cuerpos severamente. Esto es contrario al principio espiritual, según el cual morimos y nos despojamos del cuerpo carnal que el ascetismo intenta disciplinar. Toda forma de ascetismo intenta poner fin a la lujuria de la carne. Según la enseñanza y la práctica del ascetismo, tratar duramente al cuerpo elimina la lujuria y restringe la entrega desmedida a los placeres. Éste es el principio básico del ascetismo. En la India, algunos practican el ascetismo acostándose en una cama de clavos; y cada vez que sus apetitos carnales se despiertan, se inclinan con presión sobre los clavos, pensando que el dolor restringirá sus pasiones. Este principio explica las reglas ascéticas en cuanto al comer alimentos deliciosos. El ascetismo enseña que disfrutar de los alimentos complace la carne. Por esta razón, se les enseña a los ascéticos a escoger alimentos desabridos.
Como mencionaremos más adelante en otro mensaje, el duro trato del cuerpo no tiene “valor alguno contra los apetitos de la carne” (2:23). Las diferentes prácticas del ascetismo no sirven para restringir los apetitos de la carne. El concepto de Pablo en Colosenses 2 era que los creyentes no tenían ninguna necesidad de practicar el ascetismo puesto que ya habían sido circuncidados en la circuncisión de Cristo, efectuada por la muerte de Cristo y aplicada por el Espíritu, y debido a que en dicha circuncisión ellos ya habían sido sepultados y terminados. Maltratar el cuerpo con el propósito de restringir los apetitos de la carne es una locura y no sirve para nada. La circuncisión en Cristo ciertamente es contraria al ascetismo.
En este mensaje vimos que, en cuanto a lo positivo, estamos llenos en Cristo, y con respecto a lo negativo, fuimos circuncidados en Él. Por consiguiente, no tenemos ninguna necesidad de adorar a los ángeles ni de practicar el ascetismo. Estas prácticas prevalecían entre los colosenses, pero nosotros debemos rechazarlas con firmeza. No adoramos ángeles, ni practicamos el ascetismo; simplemente estamos en Cristo. En Él estamos llenos y nada nos hace falta. En Él fuimos circuncidados de todo lo negativo. Es por eso que no requerimos del ascetismo para restringir los apetitos de la carne. Éste era el concepto del apóstol Pablo. Creo firmemente que lo que él escribió en Colosenses 2 será de mucho provecho para nosotros hoy.