Mensaje 32
Lectura bíblica: Col. 3:4, 10-15; 1:25-27
Podemos dividir el libro de Colosenses en cuatro secciones. La primera de ellas es la introducción (1:1-8), y la última es la conclusión (4:7-18). La segunda sección (1:9—3:11) gira en torno a Cristo, Aquel que es preeminente y todo-inclusivo, y la centralidad y universalidad de Dios. Esta sección constituye el centro de la Epístola a los Colosenses y contiene su tema. La tercera sección (3:12—4:6) abarca la vida que llevan los santos en unión con Cristo. En esta epístola hallamos una revelación completa de Cristo. También se nos describe la vida que debemos llevar en unión con Cristo. Si verdaderamente conocemos a Cristo y lo experimentamos, viviremos en unión con Él.
En 1:9—3:11 descubrimos siete aspectos esenciales de Cristo: Cristo es la porción de los santos (1:9-14), el primero tanto en la creación como en la resurrección (1:15-23), el misterio de la economía de Dios (1:24-29), el misterio de Dios (2:1-7), el cuerpo de todas las sombras (2:8-23), la vida de los santos (3:1-4) y el constituyente del nuevo hombre (3:5-11). Estos aspectos de Cristo son presentados en una maravillosa secuencia. Primero, vemos que Cristo es la porción de los santos y, por último, que Él es el constituyente del nuevo hombre. Esto indica que el disfrute de Cristo como nuestra porción da por resultado final que lo experimentemos como el contenido y el constituyente del nuevo hombre. Cada vez que disfrutamos a Cristo, hay un resultado concreto que procede de dicho disfrute. Decir que disfrutar a Cristo como la porción de los santos nos lleva a experimentarlo a Él como el constituyente del nuevo hombre, quiere decir que el disfrute de Cristo redunda en la vida de iglesia. Sin embargo, debemos tener mucho cuidado de no menoscabar la profundidad de la revelación contenida en Colosenses. Pablo no nos dice, de manera elemental, que si disfrutamos a Cristo se producirá la iglesia. Por supuesto, esto es cierto, pero este entendimiento no comunica plenamente la revelación que aquí se presenta. Cristo es la porción todo-inclusiva de los santos, la cual es tipificada por la buena tierra. Es este Cristo que debemos disfrutar y si lo hacemos, el resultado será el nuevo hombre que tiene a Cristo por contenido. Al final, el Cristo que disfrutamos como nuestra porción llegará a ser el constituyente del nuevo hombre. En el nuevo hombre, Cristo es el todo y está en todos. Por lo tanto, es crucial que aprendamos a vivir a Cristo como el constituyente del nuevo hombre.
Si queremos vivir a Cristo como el constituyente del nuevo hombre, es menester que la paz de Cristo nos rija (3:12-15) y la palabra de Cristo habite en nosotros (3:16-17). La paz de Cristo debe ser el árbitro en nuestro ser, y la palabra de Cristo debe morar ricamente en nosotros. Como cristianos, tenemos trasfondos y conceptos diferentes. Estas diferencias nos llevan a tener desacuerdos entre nosotros; por consiguiente, necesitamos un árbitro. Este árbitro es la paz de Cristo. Es crucial que permitamos que la paz de Cristo presida en nuestros corazones y tenga la última palabra en cualquier controversia que haya entre nosotros.
Si recordamos el trasfondo del libro de Colosenses, nos daremos cuenta de que entre los creyentes de Colosas había varios partidos. Un grupo abogaba por las observancias judías, mientras que otro estaba a favor del gnosticismo. Estas diferentes preferencias dieron pie a opiniones encontradas. Por esta razón, Pablo les exhortó a permitir que la paz de Cristo fuera el árbitro en sus corazones. El árbitro no debería ser sus opiniones, conceptos, elecciones o preferencias; debería ser la paz de Cristo, a la cual fuimos llamados en un solo Cuerpo.
Hemos señalado que la paz de Cristo es la misma paz a la que Pablo se refiere en Efesios 2:15, donde dice que Cristo abolió “en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”. Esta paz es la unidad del nuevo hombre, el Cuerpo. Al abolir las ordenanzas, Cristo creó de dos pueblos distintos un solo y nuevo hombre. Ahora dentro de nosotros, los miembros del nuevo hombre, existe algo a lo que Pablo llama la paz de Cristo. Por lo tanto, la paz de Cristo es la unidad misma del nuevo hombre, el cual se compone de diferentes pueblos. Aparte de la obra de Cristo en la cruz, no puede haber unidad entre los diferentes pueblos. Pero Cristo, por medio de Su muerte, ha hecho la paz, es decir, Él ha producido la unidad. Esta unidad, la del nuevo hombre, está ahora dentro de nosotros. Por tanto, debemos permitir que esta unidad, la paz de Cristo, sea ahora el árbitro en nuestros corazones. Debe funcionar como un árbitro que resuelve todas las disputas que se presentan entre los distintos grupos. Debemos desechar nuestras opiniones, nuestros conceptos, y escuchar a lo que nos dice el árbitro que mora en nosotros. No es necesario discutir ni expresar nuestras opiniones. Simplemente debemos dejar que la paz de Cristo tome finalmente la decisión.
Supongamos que varios jóvenes vivan juntos en una casa de hermanos. En lugar de argumentar cada vez que tienen problemas, deberían permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en sus corazones. Deberían permitir que esta paz actúe como árbitro y tome la decisión final. De esta manera, ellos vivirán a Cristo como el constituyente del nuevo hombre.
Debemos permitir también que la palabra de Cristo habite en nosotros, que more en nosotros, que haga su hogar en nosotros. Debemos estar dispuestos a abandonar nuestros conceptos, nuestras opiniones, y cederle el lugar a la palabra de Cristo. Si queremos que la palabra de Cristo habite en nosotros, debemos vaciar todo nuestro ser interior. Todas nuestras partes internas —nuestra mente, nuestra parte emotiva, nuestra voluntad, nuestro corazón y nuestro espíritu— deben estar vacías y disponibles para ser llenas de la palabra de Cristo. Esta palabra no solamente debería morar en nosotros, sino también habitar en nosotros, hacer su hogar en cada parte de nuestro ser interior. ¡Oh, que cada lugar y cada rincón de nuestro ser sea habitado por la palabra de Cristo!
Si queremos vivir a Cristo como el constituyente del nuevo hombre, es necesario que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestro corazón, y que la palabra de Cristo sea el contenido de nuestro ser interior. Oramos para que todos los santos en el recobro del Señor le den lugar a la paz de Cristo, la cual arbitra, y a la palabra de Cristo, la cual mora en nosotros.
Hemos mencionado que la intención de Pablo en el libro de Colosenses era completar la palabra de Dios. Ésta era su meta principal al escribir esta epístola. En 1:25 y 26, Pablo dice: “De la cual fui hecho ministro, según la mayordomía de Dios que me fue dada para con vosotros, para completar la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y desde las generaciones, pero que ahora ha sido manifestado a Sus santos”. Estos versículos indican que la palabra de Dios, la cual fue completada por Pablo, es el misterio que ahora ha sido manifestado a los santos. Además, el versículo 27 nos muestra que este misterio es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria. El objetivo de este misterio es producir la iglesia.
En la época en que se escribió el libro de Colosenses, el judaísmo llevaba siglos de existencia, y la iglesia también había sido producida. Sin embargo, a pesar de que la iglesia ya existía, la palabra de Dios aún no había sido completada. Pablo estaba turbado por la situación que había en Colosas. Los creyentes judíos y gentiles habían dejado a un lado a Cristo y la iglesia, y toda su atención se centraba ahora en las observancias judaicas y en la filosofía pagana. Muchas personas, tanto judíos como cristianos, decían conocer a Dios y adorarle. Sin embargo, Cristo había sido puesto a un lado y también la verdadera vida de iglesia. Por consiguiente, Pablo escribió la Epístola a los Colosenses a fin de completar la palabra de Dios.
En principio, la situación actual es la misma que prevalecía en la época en que Pablo escribió a los colosenses. El judaísmo y el cristianismo han estado en la tierra durante siglos. Pero aunque los judíos tienen el Antiguo Testamento y los cristianos tienen la Biblia completa, son muy pocos los que verdaderamente experimentan a Cristo en función de la vida apropiada de iglesia. En efecto, no le prestan la debida atención a Cristo y pasan por alto la vida de iglesia. Por consiguiente, la palabra de Dios aún necesita ser completada de una manera práctica.
¿Qué significa completar la palabra de Dios, completar la revelación divina? En palabras sencillas, completar la palabra de Dios significa experimentar a Cristo de manera subjetiva y disfrutarle en nuestro diario vivir para que la vida apropiada de iglesia pueda surgir y expresar a Dios. Esta revelación es el completamiento de la palabra de Dios.
Hoy en día, los cristianos participan en obras de toda índole en nombre del Señor. Pero, ¿dónde se experimenta a Cristo, y dónde se practica la vida de iglesia? Pablo sabía que ni el judaísmo ni ninguna otra religión podía cumplir el deseo del corazón de Dios. El deseo de Dios es que se produzca la vida de iglesia y esto sólo sucederá cuando Su pueblo experimente a Cristo de una manera personal. Dios desea obtener un organismo, el Cuerpo de Cristo, y que éste se produzca al experimentar los creyentes a Cristo. En la época de Pablo, había muchos judíos y también muchos cristianos. Pero al considerar la situación, Pablo podía haber preguntado: “¿Dónde están los que experimentan a Cristo, y dónde está la iglesia que cumple el deseo que está en el corazón de Dios?”. Deberíamos hacernos la misma pregunta hoy.
Debemos reconocer que a nosotros mismos nos falta experimentar más a Cristo. Hemos sido iluminados para ver que Dios no quiere nada que no sea el Cristo que edifica la vida de iglesia. No obstante, en nuestra experiencia, no tenemos suficiente de Cristo. Esto significa que, de una manera práctica, nos hace falta también el completamiento de la palabra de Dios. No tenemos suficiente de Cristo como para que se produzca la iglesia. Sabemos que lo único que importa es el Cristo que edifica la iglesia. Sin embargo, aún nos hace falta más de Cristo. Antes de que ministremos a Cristo a los demás, debemos ministrárnoslo a nosotros mismos. Para hacer esto, debemos dedicar más tiempo a orar-leer y a tener comunión acerca del libro de Colosenses. Si lo hacemos, empezaremos a experimentar las riquezas de Cristo contenidas en esta epístola. Como resultado, empezaremos a experimentar a Cristo de una manera adecuada para que se produzca la vida apropiada de iglesia.
Debido a que los colosenses no experimentaron debidamente a Cristo para la vida de iglesia, se infiltraron en la iglesia otros elementos aparte de Cristo. Hoy sucede lo mismo entre los cristianos. El pueblo de Dios conoce algo de la Biblia, y conoce a Dios hasta cierto punto, pero son muy pocos los cristianos que experimentan a Cristo como el Espíritu vivificante de una manera viviente y práctica en su vida diaria. Es crucial que experimentemos de manera práctica al Cristo revelado en Colosenses. Todos los días debemos disfrutar al Cristo preeminente y todo-inclusivo, quien es el constituyente del nuevo hombre. Todos debemos orar para poder experimentar a Cristo cada día de una manera real y viviente. Si experimentamos a Cristo en nuestra vida diaria, tendremos más Cristo que compartir en las reuniones de la iglesia. Finalmente, la vida de iglesia será enriquecida a través de nuestras experiencias de Cristo.
El problema que había en Colosas no era asuntos pecaminosos, como sucedía en Corintio; era la cultura. El ascetismo y la filosofía constituían los productos más importantes que ofrecía la cultura. La gente inculta es salvaje, y no practica ninguna forma de ascetismo. Asimismo, aquellos que pertenecen a una cultura inferior no tienen filosofía. Cuanto más culta sea la gente, más elevada será su filosofía. Los griegos habían desarrollado mucho su filosofía, mientras que los judíos eran conocidos por sus observancias religiosas. La mayoría de las observancias religiosas están relacionadas con la represión de la carne y la supresión del yo. La iglesia en Colosas estaba compuesta de griegos y judíos. Con respecto a los griegos, el problema era la filosofía, y con respecto a los judíos, el problema era las prácticas religiosas. Esto indica que las distintas prácticas culturales habían invadido por completo la vida de iglesia.
En 3:10 y 11 Pablo dice que en el nuevo hombre “no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. Decir que no hay griego ni judío significa que no hay lugar para la filosofía ni para las observancias religiosas. Si comparamos Colosenses 3:11 con pasajes paralelos como 1 Corintios 12:13 y Gálatas 3:28, nos daremos cuenta de que Pablo menciona a los bárbaros y escitas solamente en Colosenses. Los creyentes colosenses prestaban mucha atención a los asuntos de cultura y no querían ser como los bárbaros ni como los escitas. Por consiguiente, Pablo les dijo que en la iglesia, como nuevo hombre, no hay lugar para los cultos ni para los incultos. No hay lugar para la filosofía, el ascetismo ni las observancias. En el nuevo hombre, Cristo es el todo y está en todos. El nuevo hombre está constituido de Cristo, y no de ningún elemento de la cultura.
Los colosenses no eran tan pecaminosos como los corintios. Sin embargo, los creyentes colosenses reemplazaron a Cristo, el constituyente del nuevo hombre, por distintos aspectos de la cultura. Algunos apreciaban la filosofía, mientras que otros valoraban las observancias religiosas. Estas dos cosas tuvieron cabida en la iglesia y reemplazaron a Cristo. No obstante, en el nuevo hombre, no hay lugar para ninguna cosa que no sea Cristo mismo.
El entendimiento que hemos adquirido acerca del constituyente del nuevo hombre no debería quedar en mera doctrina para nosotros. Debemos darnos cuenta de que cada uno de nosotros tiene su propia clase de filosofía y ascetismo. El hecho de que criticamos a los demás demuestra que nos aferramos a nuestra propia filosofía. Además, desde un plano humano, es preferible tener alguna forma de filosofía y ascetismo, que ser incultos. En Corinto, había casos de fornicación, pero en Colosas la gente era culta y tenía dominio propio. No obstante, su cultura y refinamiento se habían convertido en un sustituto de Cristo. Por más elevada que fuese su cultura, ésta no era Cristo.
No considere su ascetismo como si fuese algo de Cristo. Tal vez usted trate de adornar su ascetismo diciendo que esto es llevar la cruz. Sin embargo, incluso lo que llamamos llevar la cruz o renunciar al yo pueden ser formas sutiles de ascetismo. Por ejemplo, cuando una esposa contraría a su esposo, tal vez el esposo trate de contener su enojo. Esto es una forma de ascetismo; no es ni llevar la cruz ni renunciar al yo. Mientras el hermano trata de contenerse, puede decir en su interior: “No voy a perder la calma. De ningún modo pelearé con mi esposa ni discutiré con ella”. Este hermano puede dar la impresión de ser victorioso, pero la alabanza de dicha “victoria” hay que dársela, no a Cristo, sino al ascetismo del hermano. En esa situación, él se valió de su filosofía y ascetismo en lugar de Cristo.
Por experiencia he aprendido a ver la diferencia entre reprimir mi yo y vivir por Cristo. Ahora, en lugar de tratar de anularme a mí mismo, me vuelvo al Señor y digo: “Señor Jesús, Tú estás aquí. Necesito que Tú vivas en mí”. Así, en lugar de vivir por mi propia filosofía o ascetismo, vivo por Cristo, quien el Espíritu vivificante.
La vida cristiana no es una vida de “ismos” ni prácticas. Es una vida en la cual tomamos a Cristo como una persona viviente. En Gálatas 2:20 Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. El hecho de que Cristo viva en nosotros es muy diferente de la práctica del ascetismo, de reprimirse, de negarse a sí mismo, y de lo que a veces llamamos llevar la cruz. ¡Qué gran diferencia existe entre la salvación que Dios nos otorga y religiones como el hinduismo y el budismo! La salvación de Dios tiene que ver con el hecho de que Cristo vive en nosotros. En la salvación de Dios no tienen cabida nuestros esfuerzos ni nuestras prácticas. La salvación de Dios tiene únicamente que ver con Cristo. En lugar de tratar de negarnos al yo y llevar la cruz de una manera religiosa, simplemente deberíamos permitir que la persona viviente de Cristo viva en nosotros momento a momento. Si su esposa lo contraría, no intente hacer nada. Simplemente deje que Cristo viva en usted. La vida cristiana está totalmente relacionada con el hecho de que una persona viviente vive en nosotros.
En los Evangelios se nos exhorta a negarnos a nosotros mismos y a tomar la cruz. Sin embargo, es fácil aplicar estas palabras conforme a nuestro entendimiento natural, pero vivir a Cristo no corresponde al concepto natural. El pensamiento de negar al yo y de suprimir los apetitos de la carne, concuerda muy bien con nuestros conceptos naturales, pero no el pensamiento de que Cristo es la persona viviente que mora en nuestro espíritu como Espíritu todo-inclusivo y vivificante. Cristo pasó por el proceso de la encarnación, la crucifixión y la resurrección, y ahora es el Espíritu que mora en nuestro espíritu para ser nuestra vida de una manera práctica.
Podemos tener un conocimiento doctrinal según el cual la vida cristiana es Cristo que vive en nosotros, pero puede ser el caso que en nuestra vida diaria vivamos conforme a ciertas prácticas. En lugar de vivir a Cristo, es posible que tratemos de negarnos al yo o de llevar la cruz. Por consiguiente, puede ser que en realidad sigamos viviendo según nuestra filosofía y forma de ascetismo. Esto significa que en nuestra vida cotidiana, Cristo es reemplazado por nuestra propia filosofía y ascetismo.
En el libro de Colosenses, Pablo hace notar que Cristo debe ser el todo y en todos. En el nuevo hombre, no hay lugar para la cultura ni para prácticas personales. La intención de Dios en Su economía es que Cristo sea el todo. Cristo debe ser nuestra vida, nuestro vivir, nuestra paciencia, nuestra santidad, nuestra bondad. Cristo debe ser la manera en que nos relacionamos con nuestra esposa o marido. En cada momento de nuestro diario vivir, Cristo debe ser todo lo que necesitamos. En lugar de vivir por ciertas prácticas, deberíamos vivir simplemente a Cristo.
Es muy significativo que después de que Pablo abarca tantos asuntos importantes en Colosenses, dice que la paz de Cristo debe ser el árbitro en nuestros corazones, y que la palabra de Cristo debe habitar ricamente en nosotros. Cada vez que pensamos que nuestra filosofía es mejor que la de los demás, empezamos a criticar. Esto era lo que sucedía entre los colosenses. Había rivalidades y críticas entre los que tenían una formación griega y los que tenían una formación judía. Ésta es la razón por la cual Pablo les exhortó que la paz de Cristo fuese el árbitro en ellos. Él estaba alentando a los santos a que se olvidaran de su filosofía y de su cultura. La cultura y la filosofía no deben ser la norma ni el árbitro. El árbitro es la paz de Cristo. Debemos abandonar nuestras prácticas culturales y permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones. Era como si Pablo estuviera diciendo a los santos colosenses: “Y la paz de Cristo presida en vosotros. Vosotros, creyentes colosenses, habéis tomado la filosofía como vuestra norma. Debéis dejar que la paz de Cristo sea vuestra norma. Debéis abandonar vuestra cultura y vuestra filosofía”.
En 3:16 Pablo continúa exhortando a los santos: “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros”. Por un lado, debemos desechar nuestras normas culturales, y por otro, debemos ser llenos de la palabra de Cristo. Esto significa que debemos permitir que la palabra de Cristo llene nuestra mente, nuestra parte emotiva, nuestra voluntad, y nuestros pensamientos y consideraciones. Cada célula de nuestro ser debe ser ocupada por la palabra de Cristo.
El deseo de Dios es que vivamos a Cristo en cada momento y que no demos cabida alguna a la cultura ni a la filosofía. Nuestra única práctica debe ser la persona viviente de Cristo. En segundo lugar, debemos desechar nuestras normas culturales. Nuestra norma no debe ser ninguna especie de cultura; más bien, debe ser la paz de Cristo, que mora en nosotros. En tercer lugar, debemos permitir que la palabra de Cristo llene todo nuestro ser. Debemos permitir que todo nuestro ser sea empapado y saturado de la palabra de Cristo. Si hacemos estas tres cosas, espontáneamente experimentaremos a Cristo. Y no sólo tendremos una revelación elevada de Cristo, sino que también lo experimentaremos de una manera práctica en nuestra vida diaria.