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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Colosenses»
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Mensaje 33

VIVIMOS A CRISTO Y NO LA CULTURA PARA EL NUEVO HOMBRE

  Lectura bíblica: Col. 2:2; 3:4, 10-11, 15-16; 4:2

  No es fácil entender el libro de Colosenses. Dudo que muchos de los que han leído esta epístola, e incluso nosotros mismos, hayamos visto verdaderamente la revelación que contiene. Debido a esto, muchos lectores centran su atención en versículos como 2:2, que habla de que nuestros corazones sean consolados. El enfoque central de Colosenses no es que nuestros corazones sean consolados; más bien, el enfoque central es Cristo como misterio de Dios. Aun el versículo 2 del capítulo dos, que habla acerca del consuelo de nuestros corazones, lo expresa claramente: “Para que sean consolados sus corazones, entrelazados ellos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de la perfecta certidumbre de entendimiento, hasta alcanzar el pleno conocimiento del misterio de Dios, es decir, Cristo”. El consuelo de nuestros corazones da por resultado que obtengamos el pleno conocimiento de Cristo como misterio de Dios. Por consiguiente, el enfoque central no es que nuestros corazones sean consolados, sino Cristo, el misterio de Dios.

LOS ELEMENTOS DE LA CULTURA

  Los que leen el Nuevo Testamento entienden fácilmente los asuntos que Pablo confronta en libros como Corintios y Gálatas. En 1 Corintios, Pablo expone varios asuntos negativos, incluso cosas pecaminosas, que impedían que los corintios disfrutaran de Cristo y de la vida de iglesia. En Gálatas, Pablo habla en contra de la ley y la religión judía. Sin embargo, no es fácil saber con certeza lo que Pablo confronta en la Epístola a los Colosenses. Algunos expositores de la Biblia han dicho que Pablo combate el culto a los ángeles y el ascetismo. Aunque es cierto, esto sólo toca la fachada de esta epístola. En realidad, en Colosenses Pablo ataca el asunto oculto de la cultura humana. El uso de la palabra “bárbaro” en 3:11 lo indica claramente. Esta palabra no se usa ni en 1 Corintios 12:13 ni en Gálatas 3:28, que son versículos paralelos de Colosenses 3:11. El uso de la palabra “bárbaro” en Colosenses indica que esta epístola confronta la cultura.

  Los problemas entre los creyentes colosenses tenían su origen en la cultura, en las culturas judía y griega. Sin duda, todas las iglesias de Asia Menor habían sido saturadas de la cultura judía, especialmente en lo que tenía que ver con las observancias religiosas, y también de la cultura griega, especialmente en lo relacionado con la filosofía. En los tiempos de Pablo, la cultura de los pueblos de la región mediterránea, se componía principalmente de tres elementos: de la religión judía, de la filosofía griega y de la política romana. Dos de estos elementos —la religión judía y la filosofía griega— habían invadido la iglesia.

  Así como la cultura ejercía una fuerte influencia sobre los creyentes colosenses, hoy la cultura ejerce también una fuerte influencia sobre nosotros. Inconscientemente, nos encontramos bajo la influencia de la cultura en la cual nacimos. Es como si los elementos religiosos y filosóficos de la cultura formaran parte de nuestro ser. En muchos grupos del cristianismo también se puede observar el elemento político.

UNA ADVERTENCIA ACERCA DE LA HUMILDAD Y DEL CULTO A LOS ÁNGELES

  En 2:18 Pablo dice: “Que nadie, con humildad autoimpuesta y culto a los ángeles, os defraude juzgándoos indignos de vuestro premio, hablando constantemente de lo que ha visto, vanamente hinchado por la mente puesta en la carne”. Aquí, Pablo exhorta a los creyentes a no ser defraudados por la humildad. Él no les da advertencias en cuanto a los apetitos de la carne. La humildad es una de las mejores virtudes humanas. En muchas enseñanzas éticas se le da un valor elevado a la humildad. En cierto sentido, la humildad es una virtud aun más excelente que el amor. Sin embargo, incluso la humildad puede ser usada para engañar a los creyentes y privarlos del disfrute de Cristo.

  En este versículo, Pablo también nos da una advertencia respecto a no caer en el engaño del culto a los ángeles. La humildad está relacionada con la filosofía ética, mientras que el culto a los ángeles se relaciona con la religión. El culto a los ángeles no es algo rudimentario. Al contrario, aunque es idolatría, es una forma refinada, culta y avanzada de ella. Ciertamente, se trata de algo más refinado que el culto pagano a los animales. El culto a los ángeles es la adoración de seres celestiales que están cerca de Dios. La ley fue dada por medio de estos seres. En 2:18 Pablo se refiere tanto a la filosofía como a la religión. Estos aspectos de la cultura pueden ser usados por el enemigo para defraudarnos y así privarnos de Cristo.

  El principio es el mismo hoy en día. Satanás, quien es sutil, sigue usando la ética y la religión para defraudar a los cristianos y privarlos del disfrute de Cristo. Al decir esto, no me estoy refiriendo a los católicos, sino especialmente a nosotros, que estamos en el recobro del Señor. Quizás algunos concordarían en que la humildad podría defraudarlos y privarlos de Cristo, pero no reconocen que han sido privados de Él por el culto a los ángeles. Aunque en realidad no adoremos a los ángeles, es posible que los admiremos. Además, es posible que sintamos admiración por cosas que no son Dios mismo.

DEFRAUDADOS POR LA INFLUENCIA DE LA CULTURA

  Si profundizamos el libro de Colosenses, descubriremos que no combate el pecado ni la ley, sino la cultura humana. La cultura es la manera espontánea en que todos los seres humanos se conducen. Esto se aplica a las sociedades primitivas, así como también a los países desarrollados. El principio es el mismo en todas partes. La gente en todo el mundo se encuentra bajo la influencia de su cultura. A los del lejano Oriente puede parecerles difícil hablar espontáneamente en las reuniones, debido a que inconscientemente están bajo la influencia de la cultura oriental. Conforme al libro de Colosenses, es la cultura la que nos priva del disfrute de Cristo y entorpece la vida de la iglesia.

  El libro de Colosenses habla de nuestra necesidad actual. Lo que más nos estorba no son los asuntos pecaminosos, como consta en 1 Corintios, ni la ley, como vemos en Gálatas, sino el hecho de que inconsciente y subconscientemente todos estamos bajo la influencia de la cultura. Cuando entramos en la vida de la iglesia, trajimos nuestra cultura con nosotros. Esta cultura está ahora socavando nuestro disfrute de Cristo. La cultura es el método sistemático que hemos desarrollado para existir y mantener nuestro ser. Cuanto más desarrollada sea nuestra cultura, más criticaremos a los demás. Basándonos en la cultura que tengamos, desarrollaremos nuestra propia forma de ascetismo, nuestras propias prácticas, para restringir los apetitos de la carne. Nuestro ascetismo viene a ser el método que elaboramos para restringirnos a nosotros mismos y guardarnos de cometer actos pecaminosos.

CRISTO, NUESTRA VIDA

  El libro de Colosenses revela que Cristo lo es todo en la economía de Dios. Cristo es la porción de los santos, la imagen del Dios invisible, el Primogénito de la creación, el misterio de la economía de Dios, el Primogénito de entre los muertos, la plenitud de Dios, el misterio de Dios, Aquel en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, y el cuerpo de todas las sombras. Finalmente, este Cristo preeminente y todo-inclusivo, es el único constituyente del nuevo hombre. Además, como lo declara Pablo en 3:4, este Cristo es nuestra vida. La expresión “nuestra vida” indica claramente que debemos experimentar en nuestra vida diaria al Cristo revelado en esta epístola.

  Nuestra existencia física depende del hecho de que tengamos vida. Si su cuerpo no tiene vida, entonces, todo lo que tenga que ver con usted se ha terminado. Por ejemplo, si usted no tiene vida, no tendría sentido hablar acerca del amor o de la sumisión. Todo lo relativo a la conducta humana se basa en el hecho de tener una vida humana. Si la vida llega a su fin, todo lo demás también termina. Esto subraya la importancia de que Cristo sea nuestra vida. Es de suma importancia que veamos que el Cristo todo-inclusivo es nuestra vida. Conforme a la revelación del Nuevo Testamento, este Cristo ha sido procesado para ser el Espíritu vivificante y todo-inclusivo.

LA PAZ DE CRISTO Y LA PALABRA DE CRISTO

  En 3:15 y 16 Pablo nos exhorta a permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones y que la palabra de Cristo more ricamente en nosotros. Si permitimos que la paz de Cristo arbitre en nuestros corazones, esta paz solucionará todas las disputas entre nosotros. Los santos colosenses habían sido estorbados por los diferentes “ismos”, filosofías y prácticas. Así como se necesita un árbitro para resolver las disputas que surgen en un partido o competencia, también los colosenses necesitaban un árbitro que calmara todas las diferentes opiniones. Es muy significativo el hecho de que solamente en Colosenses, un libro que trata de la cultura con sus “ismos” y sus prácticas, Pablo hable del arbitraje interno que efectúa la paz de Cristo. Este árbitro aplaca todas las opiniones que proceden de nuestra cultura.

  Una vez que la paz de Cristo apacigua nuestras opiniones, la palabra de Cristo, la cual debe morar ricamente en nosotros, puede reemplazarlas. Así, en lugar de nuestras opiniones, tendremos la palabra de Cristo. El Nuevo Testamento revela claramente que la palabra de Cristo es el Espíritu. Además, Cristo es hoy el Espíritu vivificante. Nuestra vida cristiana depende totalmente del hecho de Cristo es el Espíritu viviente. No necesitamos “ismos”, filosofías, prácticas ni observancias. Lo que necesitamos es experimentar a Cristo como el Espíritu vivificante. Los hermanos no necesitan esforzarse por amar a sus esposas, ni las hermanas necesitan tratar de someterse a sus maridos. En lugar de ello, todos debemos tener contacto con Cristo y permitir que Él sea nuestro amor y sumisión. Hoy Cristo está en nuestro espíritu como Espíritu vivificante. Debemos decir: “Señor Jesús, te agradezco por estar aquí. Tú estás en mí todo el tiempo para ser todo lo que yo necesito”. Para poner esto en práctica, necesitamos la clara visión de que este Cristo lo es todo para nosotros. Esta visión acabará con nuestra filosofía, nuestro ascetismo, nuestras opiniones y toda clase de “ismos”. Acabará incluso con la influencia que la cultura ejerce sobre nuestra experiencia de Cristo. Así, en lugar de ser personas cultas, seremos personas ocupadas por Cristo y llenas y saturadas de Él.

  No hay duda de que nuestros corazones necesitan ser consolados y entrelazados en amor, al grado de alcanzar todas las riquezas de la plena certidumbre de entendimiento. Sin embargo, la meta de que nuestros corazones sean consolados es que tengamos el pleno conocimiento del Cristo que es el misterio de Dios. No debemos permitir que la preocupación por el bienestar de nuestro corazón nos impida ver que necesitamos que Cristo, el misterio de Dios, sea nuestro todo. En cada momento, debemos tomarle como nuestra vida y vivir por Él.

  Hemos hecho notar en repetidas ocasiones que Pablo, después de decirnos que Cristo es nuestra vida y el constituyente del nuevo hombre, nos exhorta a permitir que la paz de Cristo sea el árbitro en nosotros y que la palabra de Cristo habite en nosotros. Para entender completamente lo que significa el que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones, necesitamos conocer cuáles fueron las circunstancias bajo las cuales fue escrito el libro de Colosenses. Fue en Babel que surgieron las divisiones culturales entre la humanidad. Las opiniones que provienen de nuestra cultura se expresan principalmente en observancias religiosas y en preceptos filosóficos, representados respectivamente por los judíos y los griegos. Las opiniones culturales han fraccionado la humanidad en muchas naciones diferentes. No obstante, el propósito eterno de Dios consiste en obtener un pueblo corporativo que lo exprese como el Cuerpo de Cristo. Pero si la humanidad continúa dividida por opiniones culturales, ¿cómo puede llevarse a cabo el propósito de Dios? Resultaría imposible. Sin embargo, según Efesios 2:15, la muerte de Cristo en la cruz abolió todas las ordenanzas y diferencias culturales y puso fin a ellas. El propósito de Cristo al hacer esto era crear en Sí mismo un solo y nuevo hombre y, de esa manera, hacer la paz. Así pues, la paz lograda por Cristo se produjo al ser crucificadas las opiniones culturales. Cuando los judíos y los gentiles fueron creados para llegar a ser un solo y nuevo hombre, se hizo la paz. Es precisamente a esta paz, a la paz de Cristo, que Pablo se refiere en Colosenses 3:15.

NO HAY DISTINCIONES CULTURALES EN EL NUEVO HOMBRE

  Según 3:11, en el nuevo hombre no hay posibilidad alguna para que sigan existiendo distinciones culturales. Ya no existen más las distinciones entre el culto y el inculto, porque en el nuevo hombre Cristo es el todo y en todos. Después de decir esto, Pablo nos exhorta a nosotros, quienes hemos sido criados en muchos ambientes diferentes, a que permitamos que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones. Esta paz es el producto, el resultado, de la muerte de Cristo que puso fin a las diferencias culturales. Por consiguiente, cada vez que la paz de Cristo presida en nosotros, esta paz aplacará las opiniones culturales, las observancias religiosas y los conceptos filosóficos.

LA ORACIÓN GENUINA

  A menudo cuando oramos, no entramos en la oración genuina. Por experiencia aprendemos a diferenciar o discernir la oración genuina de la que no lo es. ¿Sabe usted por qué es tan difícil orar de una manera genuina? El mayor impedimento no es el pecado ni la mundanalidad, sino las opiniones culturales. Sin que nos demos cuenta, seguimos bajo el control de nuestras opiniones culturales. No obstante, si perseveramos en la oración, oraremos finalmente de una manera genuina. Esto se debe a que en nuestra oración hemos sido liberados de las opiniones culturales y hemos entrado en el espíritu. Cada vez que experimentamos la oración genuina, nos encontramos fuera de nuestra cultura, y particularmente, fuera de nuestras opiniones culturales. En los momentos en que oramos genuinamente, estamos en nuestro espíritu y somos un solo espíritu con el Señor. Es en esos momentos que vivimos a Cristo.

  Además, es en esos momentos de oración genuina que la muerte de Cristo opera dentro de nosotros de una manera prevaleciente para acabar con las cosas negativas que están presentes en nuestro ser. Asimismo, el poder de la resurrección de Cristo también prevalece en nosotros de manera espontánea. Como resultado, somos en realidad uno con Cristo y nos identificamos con Él. Son estas experiencias que tenemos durante los momentos de oración genuina, las que nos permiten saborear la vida cristiana normal.

  Cuanto más genuinas sean nuestras oraciones, más experimentaremos que salimos de nuestras opiniones culturales, que somos un solo espíritu con el Señor, y que vivimos a Cristo. Lo triste es que cuando dejamos de orar, automáticamente volvemos a nuestra cultura. Entonces, nos esforzamos por vivir conforme a nuestro propio ascetismo. Cuando experimentamos la oración genuina, nos encontramos lejos del ascetismo y de los demás “ismos”, porque somos uno con el Señor viviente. Además, cuando oramos con otros de esta manera, somos verdaderamente uno en el espíritu de oración. Entonces, tocamos la realidad del nuevo hombre, donde no hay griego ni judío, bárbaro ni escita, circuncisión ni incircuncisión. Nos damos cuenta de que el nuevo hombre está constituido de Cristo solo y que en esta esfera no hay diferencias de cultura. Sin embargo, cuando dejamos de orar, regresamos a nuestra vida natural con sus opiniones y esfuerzos. En lugar de vivir a Cristo siendo un solo espíritu con Él, nos restringimos a nosotros mismos conforme al ascetismo que nos hemos impuesto. En nuestra vida natural, tomamos la resolución de hacer el bien y nos esforzamos por cumplir lo que hemos determinado llevar a cabo. Esto es suprimir el yo, y no vivir a Cristo.

  Perseverar en la oración significa que nunca debemos dejar de estar en un espíritu de oración. Debemos permanecer en un estado de oración. Estar en esta condición requiere que abandonemos nuestras opiniones y seamos un solo espíritu con el Señor, que le vivamos y le tomemos como nuestra vida y nuestra persona. Espontáneamente, nos encontraremos lejos de todo lo que no es Cristo, y viviremos por esta persona viviente. Nuestro problema es que no permanecemos en este estado de oración. Ésta es la razón por la que Pablo nos exhorta a perseverar en oración. Debemos orar con perseverancia para ser preservados en este estado de oración. En otras palabras, lo que experimentamos en nuestro diario vivir debería ser el mismo que lo que experimentamos en momentos de oración genuina. Nuestra experiencia en la oración debe llegar a ser un modelo de nuestra vida cristiana cotidiana.

  En estos días, tenemos la carga de acudir al Señor para que nos muestre el verdadero significado de vivir a Cristo. Le damos las gracias por mostrarnos gradualmente lo que significa vivirle. Un aspecto de vivir a Cristo es poder mantenernos en un estado de oración. Cuando estamos en este estado, nos encontramos fuera de la cultura. Debido a que somos un solo espíritu con esta persona viviente, y le tomamos como nuestra vida y como nuestra persona, no tenemos que esforzarnos por vivir apropiadamente. En lugar de ello, a medida que somos uno con el Señor en el espíritu, la muerte de Cristo nos es aplicada, y el poder de Su resurrección llega a ser prevaleciente en nosotros. De este modo lo vivimos espontáneamente.

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