Mensaje 59
Lectura bíblica: Col. 3:1-4; 1 Jn. 4:15, 1 Co. 6:17
Colosenses 3:1-4 deja implícito que con Cristo tenemos una sola posición, un solo vivir, un solo destino y una sola gloria. Puesto que Cristo y nosotros tenemos una misma posición, donde Él está, nosotros también estamos. Cristo y nosotros también compartimos la misma vida. La vida que Él tiene, nosotros también la tenemos. Además, tenemos un solo vivir con Cristo. Nuestro vivir es Su vivir. Cuando vivimos, Él vive, ya que vive en nuestro vivir. Si diariamente tenemos un solo vivir con Cristo de una manera concreta, entonces, todo lo que hacemos nosotros, Él lo hace también. Esto significa que cuando nosotros hablamos, Él habla. Pero cuando hacemos algo independientemente de Cristo, en realidad no tenemos un solo vivir con Él. Por ejemplo, si nos enojamos cuando Él no está enojado, en ese momento no llevamos un mismo vivir con Él. En ese caso nuestro vivir no corresponde con Su vivir. Si evitamos enojarnos, no debe ser porque estemos tratando de obedecer un mandato bíblico, sino porque nos hemos dado cuenta de que el Cristo que vive en nosotros no está enojado. Si todo lo que hacemos es controlar nuestro enojo, estaremos actuando de una manera religiosa; pero si el hecho de no enojarnos se debe a que vivimos en unión con Cristo, entonces somos uno con Él en vida y en nuestro vivir. ¡Alabado sea el Señor porque tenemos una sola posición, una sola vida y un solo vivir con Cristo!
Además de esto, con Cristo tenemos una sola gloria y un solo destino. La gloria es nuestro futuro y nuestro destino. El Señor Jesús está ahora en la gloria. No obstante, está en la gloria de una manera oculta para la humanidad. Es por eso que si le preguntamos a la gente del mundo dónde está Jesús, ellos contestarán que no saben. Pero nosotros sí sabemos: Él está en la gloria. Un día, Cristo no estará más en la gloria de una manera oculta, sino de una manera pública y manifiesta. Entonces, todos en la tierra sabrán que el Señor Jesús está en la gloria. El destino de Cristo es estar en la gloria de una manera visible, y éste es también nuestro destino. Por tanto podemos decir: “La gloria es nuestro destino. Vamos camino a la gloria. Nuestro destino no es simplemente los cielos, sino la gloria”. Puesto que la gloria es nuestro destino, finalmente tendremos una misma gloria juntamente con Cristo. No podemos describir esta gloria ahora porque aún no hemos entrado en ella. No obstante, creo que cuando estemos en la gloria, estaremos extasiados y rebozando de gozo. Sentiremos deseos de bailar, gritar y alabar al Señor. Cuando estemos en la gloria, nos daremos cuenta de cuán emocionante es nuestro Dios. Cuando estemos en la gloria con Cristo, estaremos también llenos de emoción.
En cuanto a nuestra posición, estamos en Cristo. Debido a que estamos en Él, estamos donde Él está, esto es, a la diestra de Dios (3:1). En Juan 17:24 el Señor Jesús oró: “Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo”. El hecho de estar donde el Señor Jesús está, no tiene nada que ver con un lugar geográfico. El Señor está en el Padre; así que Él oró para que los discípulos, quienes todavía no estaban en el Padre, fuesen introducidos en Él. Por tanto, el Señor oró para que ellos estuviesen donde Él está.
Es crucial entender que nuestra posición no es solamente estar en Cristo, sino también en el Padre. En el Evangelio de Juan se nos dice claramente que el Hijo está en el Padre (10:38; 14:10). Esto significa que la posición que le corresponde al Hijo es el Padre mismo. Puesto que hoy en día estamos en el Hijo, en Cristo, ciertamente estamos también en el Padre. El Padre, por supuesto, está en los cielos. Por consiguiente, nosotros también estamos en los cielos. No obstante, al decir esto, nuestro entendimiento es muy distinto al que tiene la mayoría de los cristianos. Por lo general, cuando los cristianos dicen que estaremos en los cielos, se refieren a estar en los cielos pero fuera del Padre; en cambio, cuando nosotros hablamos de estar en los cielos, queremos decir que estaremos en los cielos debido a que estaremos en el Padre. Esto es completamente distinto. Nosotros estamos en Cristo, en el Padre, y por lo tanto, estamos en los cielos.
Si nos detuviéramos aquí, no tendríamos más que un conocimiento doctrinal acerca de nuestra posición en Cristo. Sólo sabríamos que estamos en Cristo, en el Padre y en los cielos. Pero lo que hace que esto sea una realidad es el hecho de que somos un solo espíritu con el Señor (1 Co. 6:17). Es cuando estamos en el espíritu que estamos en Cristo, en el Padre y en los cielos en un sentido práctico y en términos de nuestra experiencia.
Para entender esto, usemos como ejemplo las lámparas de este salón, las cuales están conectadas a la central eléctrica mediante la corriente. Sin la corriente eléctrica, las lámparas estarían conectadas únicamente al salón de reuniones, pero no a la central eléctrica. Pero por medio de la corriente eléctrica, éstas están conectadas a la central eléctrica. Del mismo modo, por la trasmisión que experimentamos en nuestro espíritu estamos conectados con la central eléctrica celestial. ¡Alabado sea el Señor por la trasmisión celestial que corre desde los cielos hasta nuestro espíritu! Cada vez que experimentamos esta trasmisión, estamos verdaderamente en Cristo, en el Padre y en los cielos. Nuestro espíritu está conectado directamente con el cielo. La trasmisión celestial empieza en los cielos y termina en nuestro espíritu. Ya que experimentamos y disfrutamos de esta trasmisión única, no necesitamos ir al cielo para estar en él. Estamos en los cielos simplemente por estar en nuestro espíritu, donde experimentamos la trasmisión celestial. Tal como las lámparas del salón de reuniones están conectadas a la central eléctrica por medio de la corriente, así también nosotros estamos conectados a los cielos mediante la trasmisión divina que fluye desde el trono de Dios en los cielos hasta nuestro espíritu.
Al comienzo de mi vida cristiana, me esforzaba por entender, conforme a la Biblia, cómo podía estar en los cielos. Lo único que sabía era que yo estaba en la tierra, y no en los cielos, por muy feliz que estuviera en el Señor. Mas ahora sé que, debido a la trasmisión que fluye desde el trono de Dios en los cielos hasta mi espíritu, cuando disfruto al Señor en la tierra, simultáneamente estoy en los cielos.
En 3:1 Pablo dice que puesto que nosotros fuimos resucitados juntamente con Cristo, debemos buscar las cosas de arriba. Este versículo indica claramente que tenemos una misma posición juntamente con Cristo. De otro modo, ¿cómo podríamos buscar las cosas de arriba si no estuviésemos en los cielos tal como Él lo está? Para buscar las cosas de arriba, tenemos que estar en los cielos, donde están estas cosas.
Debemos ahora preguntarnos si estamos en los cielos o en la tierra. Al contestar esta pregunta, debemos tener cuidado. La manera correcta de responderla es decir que cuando estamos en el espíritu, estamos también en los cielos, mientras que cuando no estamos en el espíritu, estamos en la tierra e incluso, en un sentido práctico, debajo de ésta. Por experiencia sabemos que en un momento podemos estar en el espíritu, esto es, en los cielos, y que minutos después podemos caer en la tierra por no haber permanecido en nuestro espíritu. Por ejemplo, es posible que durante el tiempo que pasamos con el Señor por la mañana, estemos en los lugares celestiales por haber orado hasta el grado de estar en el Espíritu. Sin embargo, tal vez durante el desayuno nuestro cónyuge nos diga algo desagradable e inmediatamente nos salgamos del espíritu y regresemos a la carne. En ese momento dejaremos de estar en los cielos y nos encontraremos en la tierra. Este ejemplo muestra que sólo cuando estamos en el espíritu, estamos en los cielos. Cada vez que nos encontramos fuera del espíritu, somos terrenales
En 3:1 Pablo nos exhorta a buscar las cosas de arriba. La manera de buscar estas cosas es volvernos al espíritu e invocar al nombre del Señor. Nuestra experiencia testifica claramente que cuando nos volvemos a nuestro espíritu, tocamos los cielos, ya que nuestro espíritu es el destino final de la trasmisión divina, mientras que el trono de Dios en los cielos es donde esta trasmisión se origina. Por lo tanto, cuando nos volvemos a nuestro espíritu, somos arrebatados a los cielos. De este modo, en nuestra experiencia nos encontramos en Cristo, en el Padre y en los cielos. Entonces, estando en el espíritu, somos uno con Cristo con respecto a nuestra posición y como resultado de ello, buscamos las cosas de arriba.
En 3:3 y 4 Pablo habla de la vida en dos ocasiones, indicando que Cristo y nosotros compartimos una misma vida. En el versículo 3, él dice que nuestra vida “está escondida con Cristo en Dios”; luego, en el versículo 4 añade: “Cuando Cristo, nuestra vida, se manifieste”. Para poder entender qué clase de vida es ésta, debemos primero leer los versículos, luego verificar con nuestra experiencia, y después comparar estos versículos con otros.
Según nuestra experiencia y de acuerdo con la Palabra, la vida mencionada en Colosenses 3:3-4 es la vida de Cristo hecha nuestra vida. Si sólo fuera la vida de Cristo, no podría ser llamada “nuestra vida”. El hecho de que sea llamada “nuestra vida” indica que esta vida ha llegado a ser nuestra. Sin embargo, la vida que aquí se menciona no es nuestra vida natural, es decir, la vida que hemos heredado de Adán. Dicha vida jamás podría ser la vida que está escondida con Cristo en Dios. Dios nunca permitiría que la vida natural proveniente de Adán estuviera escondida en Él. La única vida que puede estar escondida con Cristo en Dios es la vida divina, la vida misma de Cristo. Es esta vida la que ha llegado a ser nuestra vida. El hecho de que Pablo use la expresión “nuestra vida”, indica que nosotros y Cristo, e incluso Dios, compartimos una misma vida. No debemos imaginarnos que Dios tiene una vida, que Cristo tiene otra vida, y que nosotros, quienes creemos en Cristo, tenemos aun otra vida; más bien, Dios, Cristo y los creyentes compartimos una misma vida. La vida de Dios es la vida de Cristo, y la vida de Cristo ha venido a ser nuestra vida. Podemos declarar que tenemos la misma vida que tiene Cristo, y que esta vida está escondida en Dios. ¡Cuán maravillosa es esta vida!
Es fácil entender la vida cristiana de una manera natural. Cuando vemos a una hermana suave, apacible y amable, pensamos que porque tiene estas características, ella está llena de la vida divina. Asimismo, es posible que cuando vemos a un hermano que es un orador elocuente y poderoso, pensemos que su poder y elocuencia son indicios de vida. Sin embargo, lo que vemos en ambos casos puede ser simplemente la vida natural, y no la vida de Cristo, la vida que está escondida con Cristo en Dios.
Tal vez usted se pregunte cómo discernir entre la vida natural y la vida de Cristo, la vida que está escondida en Dios. En primer lugar, la vida de Cristo es una vida crucificada; en segundo lugar, es una vida resucitada, y, en tercer lugar, es una vida que está escondida en Dios. Éstas son las tres características que diferencian la vida de Cristo de nuestra vida natural.
Quizás una hermana sea amable, suave y bondadosa; no obstante, ella puede ser todo esto en la vida natural, que es una vida que no ha sido crucificada. Esto lo demuestra el hecho de que cuando alguien la insulta o la maltrata, ella se derrumba y empieza a llorar. Sus lágrimas indican que ella vive conforme a la vida natural. Su vida no es una vida crucificada.
Mientras el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él siempre llevó una vida crucificada. A pesar de que fue criticado severamente e injuriado, Él no derramó lágrimas de autocompasión. En lugar de ello Él dijo: “Padre, te agradezco porque esto es conforme a Tu voluntad”. Su vida fue una vida crucificada.
Volviendo una vez más al ejemplo del hermano elocuente, vemos que este hermano bien puede estar en su vida natural. Él puede exhibir su elocuencia conforme a la vida natural, una vida que no ha sido crucificada.
Si una persona es verdaderamente uno en vida con Cristo, su vida será una vida crucificada. La vida que hemos recibido del Señor Jesús no es una vida “cruda”, es decir, una vida no procesada; antes bien, es una vida crucificada, una vida que ha pasado por un proceso y ha sido probada en todo aspecto. Si realmente conocemos esta vida, no nos lamentaremos cuando nos insulten. Al contrario, daremos gracias al Señor y aun le alabaremos con toda sinceridad.
Puede ser que cuando estemos en la carne y otros nos insulten, exclamemos “¡Amén!” o “¡Aleluya!”. Sin embargo, ese “Amén” o “Aleluya” es carnal. Si verdaderamente llevamos una vida crucificada, no diremos nada cuando otros nos insulten. Una persona que está en la cruz no dice ni “Amén” ni “Aleluya”. No dice absolutamente nada. La vida que debemos vivir hoy, debe ser esta vida crucificada.
La vida que Cristo y nosotros compartimos es también una vida resucitada. Nada puede oprimirla, ni siquiera la muerte. Además, en la resurrección no existen las lágrimas. Supongamos que una hermana empieza a llorar después de recibir críticas por la manera en que limpió uno de los cuartos del local. ¿Es ésta la vida resucitada? ¡Por supuesto que no! En la vida resucitada no tiene cabida el llanto, pero si esta hermana lleva una vida resucitada mientras limpia el local de reuniones, no se molestará si alguien critica su trabajo. Esto constituye otra diferencia entre la vida resucitada y la vida natural.
Si nuestra vida natural no ha pasado por la cruz, nuestro servicio en la iglesia no durará mucho. Si servimos conforme a la vida natural, nos ofenderemos fácilmente y finalmente dejaremos de servir. Pero si nuestra vida de servicio es una vida que ha sido crucificada y resucitada, nada podrá vencerla.
Además, la vida de Cristo es una vida que está escondida en Dios. Como hemos dicho, sólo la vida divina puede estar escondida en Dios. Aprecio mucho la palabra “escondida” (3:3). La vida de Cristo no es una vida que se exhibe, sino una vida escondida. Si usted sirve con esta vida, no querrá ser visto; antes bien, preferirá servir de una manera secreta. Nuestra vida natural es totalmente distinta a esto, ya que le gusta ser ostentosa. La religión actual resulta atractiva debido a este elemento de la vida natural. Por ejemplo, por lo general cuando se reúnen fondos, se acostumbra a darle un reconocimiento público a aquellos que donan grandes cantidades de dinero, mientras que se hace poca o ninguna mención de aquellos que donan poco. La religión alimenta la vida natural, pero en la iglesia se le da muerte a la vida natural.
Todo lo que hagamos en la iglesia debemos hacerlo por medio de la vida escondida en Dios. En Mateo 6, el Señor Jesús nos exhorta a hacer nuestras obras en secreto, y no delante de los hombres (vs.1-6, 16-18). Incluso cuando presentamos nuestra ofrenda al Señor, debemos hacerlo de una forma escondida. En todo cuanto hacemos, debemos llevar una vida escondida, una vida que está escondida con Cristo en Dios.
Examinemos ahora el asunto de tener un solo vivir con Cristo. No parece haber ningún indicio al respecto en Colosenses 3:1-4. La palabra vivir incluso no aparece, pero Pablo nos alienta a buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas. Esto se refiere a nuestro vivir. El hecho de buscar las cosas de arriba y el de fijar nuestra mente en ellas son asuntos relacionados con nuestro vivir. Nosotros no debemos vivir de una manera terrenal ni mundana; más bien, debemos vivir de una manera celestial, buscando las cosas de arriba y fijando nuestra mente en ellas.
Ahora debemos ver que el Señor Jesús tiene dos tipos de ministerio, Su ministerio en la tierra, antes de Su resurrección, y Su ministerio en los cielos. Mientras el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él llevó a cabo un ministerio extraordinario e hizo muchísimas cosas. Durante el transcurso de Su ministerio, Él realizó la redención por nosotros. Hebreos 1:3 nos dice que cuando el Señor concluyó Su ministerio en la tierra, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. Aunque Su ministerio terrenal ya ha terminado, Su ministerio en los cielos sigue adelante.
Hoy en día, Cristo está ministrando de una manera más elevada y extensa. Como Sumo Sacerdote, Él intercede por nosotros y cuida de todas las iglesias, trasmitiéndoles el suministro celestial. Cristo está más ocupado ahora que cuando estuvo en la tierra. Mientras estuvo en la tierra, Él cuidó principalmente de Sus discípulos, pero en los cielos, Él cuida de un gran número de iglesias y de millones de santos. Cristo no sólo intercede por nosotros, sino que también como Ministro celestial, Él ministra a nuestro favor. Además, conforme a Apocalipsis 5, Él, como Administrador celestial, ejecuta el gobierno universal de Dios. Él es el Cordero que tiene siete ojos y que lleva a cabo la administración de Dios. Como Sumo Sacerdote, intercede; como Ministro celestial, ministra; y como el Redentor que tiene los siete ojos de Dios, administra el gobierno de Dios para cumplir el propósito divino. Éstas son las cosas de arriba, en las cuales debemos fijar nuestra mente.
Buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas equivale a unirnos al Señor en Su ministerio celestial. Debemos unirnos a Aquel que intercede, ministra y lleva a cabo la administración de Dios. Nuestro vivir debe consistir en buscar continuamente las cosas celestiales y fijar nuestra mente en ellas. Esto significa que vivimos de tal modo que nos unimos a nuestro Cristo celestial en Su sacerdocio, ministerio y administración. Si todos viviéramos de esta manera, se elevaría considerablemente la condición de la vida de iglesia.
El concepto que Pablo tenía al escribir el libro de Colosenses, era que nosotros debíamos abandonar todas las cosas terrenales, como el judaísmo, el gnosticismo y el ascetismo, y debíamos volvernos a las cosas de arriba. Debemos unirnos a estas cosas al fijar nuestra mente en ellas. Cooperemos con Cristo en Su ministerio celestial. En nuestro vivir, lo único que debe preocuparnos es el sacerdocio, ministerio y administración celestial de Cristo. Debe preocuparnos que las iglesias estén abastecidas con la trasmisión celestial. Si ésta es nuestra preocupación, entonces buscamos las cosas de arriba y fijamos nuestra mente en ellas.
Puesto que Cristo intercede por cierta iglesia, también nosotros debemos sentir la carga de orar por ella. Le pediremos al Señor que trasmita Su suministro celestial a los santos de dicha localidad. Cada vez que nos informen que en cierto lugar hay alguna necesidad, debemos orar inmediatamente, uniéndonos a Cristo en Su intercesión por esa necesidad. Si hacemos esto, fijaremos nuestra mente en las cosas de arriba.
No estamos aquí en la tierra para tener un buen empleo, una buena educación, una buena vida familiar o una buena salud. Vivimos por causa de la economía de Dios, Su propósito y administración. Somos uno con Cristo en Su sacerdocio celestial y por eso llevamos un solo vivir con Él. Si todos llevamos un solo vivir con Cristo de una manera práctica, todas las cosas negativas quedarán bajo nuestros pies. ¡Aleluya, llevamos un solo vivir con Cristo!
La norma de nuestro vivir necesita elevarse más. No estamos aquí para buscar cosas terrenales, sino para tener un vivir que sea uno con el vivir de Cristo. Hoy en día, Cristo vive como el Sumo Sacerdote, el Ministro celestial y como el Administrador universal. Debemos unirnos a Él en Su vivir y tener un solo vivir con Él.
Tenemos también un solo destino y una sola gloria con Cristo. Nosotros no andamos sin un propósito fijo; somos un pueblo con un destino y con una meta definida. Estamos corriendo la carrera hacia una meta específica.
Nuestro destino es la gloria. Hoy estamos escondidos en Dios, pero cuando Cristo se manifieste, seremos manifestados con Él en gloria (3:4). Cuando seamos manifestados con Cristo, seremos exhibidos ante todo el universo. Aun los demonios verán nuestro estado glorificado. Sin embargo, hoy en día, no debemos exhibirnos, sino estar escondidos en Dios, esperando el momento en el que lleguemos a nuestro destino y entremos en la gloria con Cristo. Entonces, en el tiempo señalado, en el tiempo que Dios ha dispuesto hacer Su exhibición divina, los hijos de Dios serán manifestados en gloria.
La única razón por la cual Cristo y nosotros podemos compartir una misma posición, una misma vida, un mismo vivir, un mismo destino y una misma gloria, es que somos un solo espíritu con Él. Como lo dice Pablo en 1 Corintios 6:17: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. Debido a que somos un solo espíritu con el Señor, tenemos juntamente con Él una misma posición, una misma vida, un mismo vivir, un mismo destino y una misma gloria.
Nuestra vida es el propio Cristo que mora en nosotros, y dicha vida está escondida con Cristo en Dios. Por un lado, esta vida es Cristo en nosotros; y por otro, está con Cristo en Dios. Vemos aquí una mezcla que incluye a Dios, a Cristo y a nosotros. Somos uno con el Dios Triuno y estamos mezclados con Él. Donde Él está, nosotros también estamos. Además, la vida, el vivir, el destino y la gloria del Dios Triuno son nuestros.
Quienes se oponen a nosotros dirán que esto es una herejía. No obstante, concuerda perfectamente con las Escrituras. Basándome en la Palabra de Dios, puedo testificar que el Dios Triuno y nosotros los que creemos en Cristo compartimos una misma posición, así como una misma vida, un mismo vivir, un mismo destino y una misma gloria.
En 1 Juan 4:15 se dice: “Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios”. ¿No testifica esto claramente de la mezcla entre Dios y el hombre? Dios permanece en nosotros, y nosotros permanecemos en Él. Ciertamente, esto se refiere a la mezcla que existe entre los creyentes y el Dios Triuno. Además, 1 Juan 4:13 dice: “En esto conocemos que permanecemos en El, y El en nosotros, en que nos ha dado de Su Espíritu”. ¡Alabado sea el Señor porque somos uno con el Dios Triuno y estamos mezclados con Él! El Dios Triuno y nosotros compartimos una misma posición, una misma vida, un mismo vivir, un mismo destino y una misma gloria.