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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Colosenses»
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Mensaje 63

LA PAZ DE CRISTO ES EL ÁRBITRO EN NUESTRO CORAZÓN

  Lectura bíblica: Col. 3:12-16; Ef. 2:14-18

  En Colosenses 3 y 4 encontramos muchos detalles, los cuales siguen una secuencia excelente y se relacionan con el andar cristiano apropiado. Si hemos de llevar una vida cristiana apropiada, en primer lugar debemos fijar nuestra mente en las cosas de arriba. Como hemos mencionado, estas cosas tienen que ver con lo que Cristo está haciendo en los cielos. Cristo, como nuestro Sumo Sacerdote, intercede por nosotros; como Ministro celestial, Él nos imparte las riquezas de la vida divina, y como Administrador divino, Él ejecuta la economía de Dios. El ministerio celestial de Cristo tiene como fin la edificación de Su Cuerpo. Él desea edificar la iglesia a fin de obtener Su novia. En nuestro andar cristiano, debemos fijar nuestra mente en las cosas de arriba.

ACTIVAR LA TRASMISIÓN DIVINA PARA QUE SE PRODUZCA LA RENOVACIÓN DEL NUEVO HOMBRE

  Después de que fijamos la mente en las cosas de arriba, se inicia la renovación del nuevo hombre. Aparentemente no existe ninguna relación entre el hecho de fijar nuestra mente en las cosas de arriba y la renovación del nuevo hombre. En realidad y conforme a nuestra experiencia, estos dos asuntos están estrechamente relacionados. La renovación del nuevo hombre depende enteramente de que nosotros fijemos la mente en las cosas de arriba. La razón es que hay de por medio una trasmisión espiritual. Cada vez que fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, abrimos nuestro ser a lo que está ocurriendo en los cielos. Al mismo tiempo, respondemos al ministerio celestial de Cristo y nos convertimos en un reflejo del mismo. Entonces espontáneamente el Espíritu vivificante comienza a fluir y entrar en nosotros. Podemos comparar esta trasmisión con la electricidad. Por una parte, la electricidad se halla en la central eléctrica, y por otra, se halla en nuestras casas. Entre estos dos lugares ocurre una trasmisión. A esta trasmisión se le llama el flujo de la corriente eléctrica. La corriente eléctrica es en realidad la electricidad en movimiento. Basándonos en el mismo principio, podemos afirmar que entre el Cristo que está en los cielos y nosotros los que estamos en la tierra, se produce una trasmisión divina, la cual es el fluir del Espíritu vivificante. Mediante esta trasmisión los cielos con la tierra se unen. Los hermanos de mayor experiencia entienden perfectamente que esto no es un sueño ni una superstición religiosa, sino una realidad divina, celestial y espiritual. La electricidad celestial está fluyendo, y ella une los cielos con la tierra.

  El Espíritu vivificante y todo-inclusivo es el producto de la redención de Cristo. Gálatas 3:14 indica que Cristo nos redimió a fin de que recibiésemos el Espíritu. Cristo efectuó la redención no sólo para salvarnos del pecado, sino principalmente para impartirse en nosotros como Espíritu vivificante. ¡Alabado sea el Señor porque en el universo existe una “electricidad” que es maravillosa, divina y celestial: el Espíritu vivificante! Cuando abrimos nuestro ser y fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, el Espíritu nos trasmite las riquezas de la vida divina. Todo lo que tenemos que hacer es “prender el interruptor” y al instante fluirá la corriente celestial. La manera de “prender el interruptor” es fijar la mente en las cosas de arriba. Esto es lo que nos permitirá experimentar la trasmisión celestial, la cual introducirá la esencia divina de Cristo en nuestro ser. Cuanto más se añada esta esencia a nuestro ser, más experimentaremos la renovación del nuevo hombre.

  La renovación difiere de la enseñanza. Podemos recibir enseñanzas acerca de Dios sin que se añada nada de la sustancia divina a nuestro ser. La renovación depende de la medida en que la sustancia divina nos sea trasmitida. Cuanto más se añade el elemento divino a nosotros, más somos renovados. Actualmente, la mayoría de los cristianos no experimenta la renovación. Todo lo que tienen son simples enseñanzas. Por la misericordia del Señor, nuestro objetivo en Su recobro no es dar meras enseñanzas, sino ayudar a los santos a experimentar la trasmisión divina. En el ministerio, lo que deseamos es compartir la revelación que hemos obtenido de la Palabra de Dios. Entonces, mientras los santos escuchan la palabra con fe y abren su ser al Señor “prendiendo el interruptor” al fijar su mente en las cosas de arriba, recibirán la suministración de la trasmisión celestial. Puede ser que a veces estemos tristes o deprimidos; no obstante, si abrimos nuestro ser a la trasmisión celestial, nos sentiremos llenos de gozo, incluso al grado de querer gritar y alabar al Señor. Este cambio se debe a que la trasmisión celestial ha introducido en nosotros el elemento divino. Esto es lo que produce la renovación, la cual afecta nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Es crucial que veamos la relación que existe entre la renovación del nuevo hombre y el hecho de fijar nuestra mente en las cosas de arriba.

ES NECESARIO QUE LA PAZ SEA EL ÁRBITRO EN NOSOTROS

  Según la secuencia del capítulo tres de Colosenses, después de mencionar que la mente debe ser fijada en las cosas de arriba y el nuevo hombre renovado, tenemos la paz de Cristo, la cual arbitra en nuestro corazón (v. 15). ¿Sabe usted qué es la paz de Cristo? Esta expresión se usa una sola vez en el Nuevo Testamento. En otras epístolas, como en Romanos y en Filipenses, Pablo utiliza la expresión “el Dios de paz”. Además, al comienzo de sus epístolas, siempre dice algo relacionado con la gracia y la paz. Pero en Colosenses 3:15, nos dice que la paz de Cristo debe ser el árbitro en nuestros corazones. No debemos suponer que entendemos lo que significa que la paz de Cristo sea el árbitro en nuestros corazones. En lugar de dar por sentado el significado de esta expresión, deberíamos enfocar todo nuestro ser en apropiarnos de su debido entendimiento.

  Según el contexto de Colosenses 3, cuando fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, el elemento divino se trasmite a nosotros para efectuar la renovación del nuevo hombre. A medida que el nuevo hombre se va renovando, debemos permitir que la paz de Cristo arbitre en nuestro corazón. La renovación del nuevo hombre es en realidad la propagación del nuevo hombre en nuestro interior. A medida que el nuevo hombre se extiende en nosotros, debemos permitir que la paz de Cristo sea nuestro árbitro interior.

  En la vida de iglesia, es muy fácil que nos ofendamos o nos molestemos unos con otros. Por ejemplo, al acomodar las sillas del local de reuniones, es posible que un hermano se moleste si las sillas no se acomodan según su parecer. Sin embargo, si nos volvemos al Señor cuando nos ofenden y le decimos que lo amamos, algo celestial se trasmitirá a nosotros. Entonces, espontáneamente nos sentiremos contentos con aquel que nos ofendió. Esto es un ejemplo de la manera en que la paz de Cristo arbitra en nuestro corazón.

  Esta paz hace que se conserve la unidad en la vida de iglesia. Las divisiones causadas por las distintas opiniones perjudican seriamente la vida de iglesia y fraccionan el nuevo hombre. Pero la paz de Cristo, la cual recibimos mediante la trasmisión celestial, nos guarda en unidad y protege al nuevo hombre de todo daño.

  Puedo testificar que a menudo, cuando me he molestado con alguien en la vida de iglesia, me he vuelto al Señor y he invocado Su nombre. A menudo digo: “Señor Jesús, gracias por permitirme disfrutar Tu presencia y Tu unción, y por todo lo que Tú has sido para mí”. Cuando doy gracias al Señor de esta manera, la trasmisión divina empieza a operar en mí, y después de unos minutos, me siento inundado de gozo. Entonces, espontáneamente comienzo a estimar a aquel que me causó molestia como mejor que yo. Después, cuando lo vuelvo a ver, siento que no tengo ningún problema con él. Es debido a la trasmisión del Señor y a Su arbitraje, que no tengo problemas con ningún santo en el recobro del Señor.

  Siempre que se establece una iglesia local, los santos generalmente experimentan una “luna de miel” en su vivir de la iglesia. No obstante, así como no existe luna de miel permanente en la vida matrimonial, tampoco existe luna de miel permanente en la vida de iglesia. Con el tiempo, comienza a haber fricciones entre los santos. Estas fricciones son las que originan las arrugas que menciona Pablo en Efesios 5. Si la paz de Cristo no arbitra en nosotros, aumentarán las arrugas; pero si permitimos que la trasmisión celestial nos brinde el elemento divino, las arrugas irán desapareciendo metabólicamente. Así, en lugar de fricciones, arbitrará la paz de Cristo.

LA PAZ VERTICAL Y HORIZONTAL

  En nuestra condición caída, éramos enemigos de Dios, y no había paz entre nosotros y Dios. Tampoco había paz entre los diversos pueblos de la tierra, y especialmente entre los judíos y los gentiles. Pero en la cruz, Cristo nos redimió, nos reconcilió con Dios, e hizo la paz entre nosotros y Dios. Además, mediante Su muerte en la cruz, Cristo abolió las ordenanzas relacionadas con las diferentes maneras de vivir para que pudiera haber paz entre los pueblos y entre las naciones (Ef. 2:15-16). Puesto que Cristo abolió las ordenanzas, Él hizo la paz no sólo entre nosotros y Dios, sino entre los creyentes de distintas razas y nacionalidades. Me complace ver que en el recobro del Señor haya creyentes procedentes de una gran diversidad de naciones y regiones. Todas las razas están representadas. Cristo derribó la pared intermedia de separación. Además, según Efesios 2:14, Cristo mismo es nuestra paz. Es debido a que Cristo es Aquel que hace la paz, que ahora podemos disfrutar de paz tanto en nuestra relación vertical con Dios como en nuestra relación horizontal los unos con los otros.

  Si no fuésemos cristianos bajo la trasmisión de la sustancia divina, nuestras opiniones conflictivas no podrían disolverse. Al contrario, las diferencias de opinión aumentarían. Esto resultaría en enemistad, en contiendas y finalmente en luchas; pero cuando fijamos nuestra mente en las cosas de arriba y experimentamos la trasmisión divina, la paz de Cristo arbitra en nuestros corazones. ¡Alabamos al Señor por cada visitación de la paz de Cristo! La paz que nos visita es en realidad una persona maravillosa, es el Señor Jesucristo mismo. Él mismo es la paz que arbitra en nuestro interior a fin de mantenernos en paz con Dios y unos con otros.

  Afirmar que la paz de Cristo arbitra en nosotros, significa que ella soluciona los problemas que causan las contiendas, los pleitos o las quejas. Estos problemas se presentan a menudo entre los esposos. Puede ser que el esposo critique a la esposa de cierto modo, y ella reaccione criticándole. Luego, la discusión se convierte en un intercambio de palabras desagradables. Es posible que después de discutir así con su esposa, un hermano sienta en su interior que el Señor lo llama a orar y a confesar sus faltas. Puede ser que ore diciendo: “Señor, perdóname por argumentar con mi esposa”. Tal vez el Señor le muestre que, además, debería disculparse con su esposa. Una vez que él le pide perdón, en ese momento experimenta la paz de Cristo, la cual comienza a arbitrar entre él y su esposa.

LA PAZ GOBIERNA PARA GUARDAR AL NUEVO HOMBRE EN UNIDAD

  Si la paz de Cristo ha de arbitrar en nuestros corazones, debemos permitir que gobierne en nosotros. La paz debe ser entronizada para que sea ella quien gobierne y tome las decisiones. Creo que todos ustedes han experimentado que Alguien ha sido entronizado en ustedes para gobernarlos y tomar todas las decisiones. Supongamos que un hermano está ofendido con uno de los ancianos. Al comienzo de mi ministerio, yo le habría aconsejado a ese hermano que en lugar de ofenderse debería amar al anciano. Pero por experiencia aprendí que siempre que hacía esto, el hermano ofendido me acusaba de tomar partido por el anciano. Finalmente, aprendí que lo mejor era simplemente orar por el hermano ofendido para que el Señor tuviera misericordia de él. El Señor en Su misericordia lo visitará y le ayudará a fijar su mente en las cosas de arriba, para que una vez más pueda experimentar la trasmisión divina, la cual a su vez traerá la paz de Cristo. Una vez que este hermano sea gobernado por la paz de Cristo, reconocerá que, si bien el anciano estaba equivocado, mucho más lo estaba él mismo. Entonces inmediatamente confesará al Señor su falta, recibirá la gracia y sentirá amor hacia ese anciano. Mediante el arbitraje de la paz de Cristo, se resuelven nuestros problemas, y desaparecen las fricciones entre los santos. De este modo, la vida de iglesia es resguardada, y el nuevo hombre es protegido de una manera práctica.

  La vida de iglesia, que es la vida del nuevo hombre, es salvaguardada no por simples enseñanzas, sino al fijar nuestra mente en las cosas de arriba y al permitir que la trasmisión divina nos imparta el elemento divino. Entonces, se producirá la renovación del nuevo hombre y la paz de Cristo gobernará en nosotros. La paz de Cristo es en realidad Cristo mismo, pero en un aspecto particular. Por consiguiente, el hecho de que la paz de Cristo arbitre significa que Cristo está operando en nosotros para gobernarnos, para tener la última palabra y para tomar la decisión final. En el caso del hermano que se ofendió con el anciano, Cristo le diría que desea que ame a ese anciano, que lo busque para tener comunión con él y que disfrute al Señor con él. Éste es el Cristo que está entronizado como la paz que gobierna, que toma todas las decisiones y que tiene la última palabra.

  Necesitamos que la paz de Cristo arbitre en nosotros, a fin de tener un andar cristiano apropiado y de salvaguardar la vida de iglesia. De otro modo, no se acabarán las fricciones. Únicamente el Cristo celestial, Aquel que está intercediendo, ministrando y administrando, puede resolver nuestros problemas y poner fin a todas las fricciones. Si un hermano y su esposa fijan su mente en el Cristo que está en los cielos, experimentarán la trasmisión divina. Entonces, la paz de Cristo arbitrará en ellos.

  En cada reunión y en cada mensaje, lo que queremos es ministrar Cristo a los santos. A medida que Cristo les es revelado a los santos y ellos experimentan la paz de Cristo que arbitra interiormente, la vida de iglesia conservará su frescura.

  Una vez que la paz de Cristo sea entronizada en nuestros corazones, de modo que sea el único árbitro en nosotros, tendremos paz con Dios, verticalmente, y con los santos, horizontalmente. ¡Alabamos al Señor por la paz que disfrutamos, y porque en esta paz es salvaguardada la vida de iglesia como el nuevo hombre! A medida que la paz de Cristo preside en nuestros corazones, se produce continuamente la renovación del nuevo hombre. Si nos sometemos al gobierno de la paz de Cristo, no ofenderemos a otros ni les causaremos daño; antes bien, por la gracia del Señor y con Su paz, ministraremos la vida a los demás. La unidad que existe en una iglesia local y entre las iglesias no se guarda por medio del esfuerzo humano, sino únicamente mediante la paz de Cristo que arbitra en nuestro interior. No nos compete a nosotros dirigir ni asegurar la existencia del recobro del Señor. Todas las iglesias y el recobro en general se encuentran bajo el gobierno de la paz de Cristo. Cristo en nosotros es la gracia que nos abastece y la paz que arbitra.

  Debemos permitir primeramente que la paz de Cristo sea entronizada en nosotros. No le pida al Señor que ejerza Su dominio soberano sobre su cónyuge. En lugar de ello, debe orar así: “Señor, entronízate en mí y ejerce Tu dominio sobre mí”. Si en lugar de orar para que el Señor lo gobierne a usted, usted le pide que gobierne a los demás, quizás el Señor le diga: “Déjame establecer primero Mi trono en ti. Déjame gobernarte, subyugarte y tomar todas las decisiones por ti”. Si permitimos que la paz de Cristo arbitre en nuestros corazones, nuestra vida matrimonial, nuestra vida familiar y la vida de iglesia se conservarán en unidad.

  Espero que todos nos sintamos animados a fijar nuestra mente en las cosas de arriba, a fin de que la trasmisión celestial infunda en nuestro ser la sustancia divina, con miras a la renovación del nuevo hombre. Entonces, Cristo como paz arbitrará en nuestros corazones, y el Señor podrá edificar el nuevo hombre y preparar la novia para Su venida.

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