Mensaje 65
Lectura bíblica: Col. 4:2-6; He. 4:14-16
En los mensajes anteriores hemos abarcado cuatro aspectos importantes de nuestro andar cristiano, los cuales se revelan en los capítulos tres y cuatro de Colosenses, a saber: fijar nuestra mente en las cosas de arriba, la renovación del nuevo hombre, la paz de Cristo que arbitra en nosotros y la palabra de Cristo que habita en nosotros. Si tenemos estas cuatro cosas, tendremos un andar cristiano apropiado: los maridos amarán a sus esposas, y las esposas se someterán a sus maridos; los hijos obedecerán a sus padres, y los padres cuidarán debidamente de sus hijos; incluso la relación entre amos y esclavos será armoniosa. Todo será normal en la vida cristiana, y la gloria de Dios será manifiesta entre nosotros.
Después de presentar todos estos asuntos, Pablo nos exhorta en 4:2: “Perseverad en la oración”. Perseverar en la oración significa seguir adelante con persistencia, firmeza y sinceridad.
Como seres humanos que somos, solemos perseverar en ciertos asuntos, que muchas veces son negativos. Por ejemplo, es posible que en la vida matrimonial, el esposo y la esposa perseveren en discutir entre sí con palabras desagradables. Una vez que ellos comienzan a discutir, les es difícil darse por vencidos. Durante todos los años que llevo en la vida de iglesia, he observado muchos casos en que los santos insistían en sus ideas, conceptos u opiniones. No importa de qué se tratara, ellos no estaban dispuestos a cambiar de parecer. Estos ejemplos negativos nos muestran que sí sabemos lo que significa perseverar.
Según lo dicho por Pablo en 4:2, aquello que exige perseverancia es la oración. Debemos perseverar en la oración porque la oración implica una batalla, una lucha. Dios y Satanás son dos partes contrarias que se oponen entre sí. El nombre Satanás significa adversario. Satanás es el enemigo exteriormente así como el adversario interiormente. Por un lado, él es el enemigo que intenta derrotar a Dios; por otro, él es el adversario que está dentro del reino de Dios y busca causar daño. Como el adversario, Satanás se opone a Dios desde el interior de Su reino. Por eso la Biblia indica claramente que aun hoy en día, Satanás tiene acceso al trono de Dios. En el libro de Job, vemos que Satanás podía presentarse ante el trono de Dios y acusar a los hombres delante de Él (Job 1:6-12). No resulta fácil entender por qué Dios permite que Su enemigo tenga tanta libertad. Según lo revelado en Apocalipsis 12:10, Satanás nos acusa día y noche.
Aunque la batalla que se libra en el universo es entre Dios y Satanás, hay una tercera parte que también está involucrada en este conflicto. Esta tercera parte la componen aquellos que Dios escogió y redimió, y son ellos quienes determinarán el resultado de la batalla. Si nos ponemos del lado de Satanás, Dios perderá, pese a que Él es todopoderoso. Dios es el Creador infinito y todopoderoso, y como tal, jamás se rebajará para combatir contra alguna de Sus criaturas. De ahí la necesidad de que el hombre, otra de Sus criaturas, luche contra Satanás. En un sentido muy real, Dios nos necesita. Sin nosotros, Él no podría pelear la batalla contra Satanás. Él debe conservar Su posición como Creador. Ésta es la razón por la que Él necesita que nosotros libremos la batalla.
Ahora bien, si hemos de luchar del lado de Dios en contra de Satanás, es necesario que perseveremos en la oración. Perseverar en la oración es un requisito indispensable debido a que el mundo que nos rodea se encuentra alejado de Dios. Es por eso que orar significa ir en contra de la corriente del universo caído. Perseverar en la oración es como remar en contra de la corriente. Si uno no persevera en remar, será llevado para abajo por la corriente. Sin lugar a dudas, el hecho de perseverar, ya sea para remar o para orar, nos demanda muchísima energía. El universo entero se halla bajo el control de Satanás y es contrario a la voluntad de Dios. De allí que exista una corriente poderosa en el mundo que es contraria a la voluntad de Dios. Nosotros, quienes estamos del lado de Dios, percibimos que todo el universo se opone a nosotros, y específicamente, se opone a que oremos.
Muchas de las experiencias que tenemos a diario con respecto a nuestra oración comprueban que Satanás se vale de todos los medios posibles para impedir que oremos. Por ejemplo, es posible que suene el teléfono justo en el momento más importante de su tiempo de oración. Usted ha logrado entrar en el Espíritu, y ahora siente que está tocando los cielos. Justamente en ese momento, suena el teléfono y usted contesta sólo para darse cuenta de que la persona marcó el número equivocado. El espíritu de oración en el que usted se hallaba puede verse seriamente afectado por la molestia que le causó esta llamada. Otras veces somos interrumpidos por nuestros hijos, por personas que llaman a la puerta o incluso por nuestras mascotas. Debido a que tantas cosas se oponen a nuestro tiempo de oración, es necesario que perseveremos en oración.
Algunas hermanas dicen que disponen de muy poco tiempo para orar. Tratando de justificarse, comienzan a enumerar todas sus responsabilidades diarias. No obstante, es posible que dichas hermanas dispongan de mucho tiempo para chismear por teléfono. Les es muy fácil hablar por teléfono, pero muy difícil orar. Para ellas, orar es como escalar una montaña; las agota y les absorbe muchísima energía. Aun así, no se sienten cansadas cuando cuentan chismes. Este ejemplo nos muestra que la resistencia a la oración se halla no solamente fuera de nosotros, sino también dentro de nosotros. Es por eso que a todos nos parece difícil orar.
Ahora que hemos visto la enorme resistencia que hay en contra de la oración, hablemos de cómo perseverar en la oración de manera práctica. Antes de proponerse perseverar en oración, usted debe hacer un trato con el Señor con respecto a su vida de oración. Ore de una manera específica diciendo, por ejemplo: “Señor, he decidido tomar en serio el asunto de la oración. En presencia de los cielos y la tierra declaro que a partir de hoy llevaré una vida de oración. Estoy resuelto a dejar de ser alguien que no ora; antes bien, seré una persona de oración”. Mientras usted no ore así, no podrá perseverar en la oración. Debemos decirle a Él: “Señor, me siento urgido en cuanto a este asunto. Me consagro a Ti para llevar una vida de oración. Señor, guárdame en una actitud de oración. Si me olvido de este asunto o lo descuido, yo sé que Tú no lo olvidarás. Acuérdame una y otra vez que necesito orar”. Esta clase de oración puede considerarse como un voto que hacemos delante del Señor. Todos debemos hacer un voto al Señor de que llevaremos una vida de oración. Deberíamos decirle al Señor: “Señor, yo sé que si me olvido de esta promesa, Tú no la olvidarás. Señor, desde este mismo momento quiero entregarte esta responsabilidad. Señor, no me olvides, no dejes de recordarme que necesito orar”.
Después de hacer este trato con el Señor con respecto a la oración, deberíamos apartar tiempos específicos para orar. Por ejemplo, podríamos dedicar diez minutos cada mañana. Durante este tiempo, la oración debe tener absoluta prioridad. Debemos considerar la oración como la actividad más importante que tenemos y nada debe interferir con ella. Si no adoptamos esta actitud, nuestra vida de oración no será eficaz. Por muchas que sean las cosas que tenemos que hacer cada día, podemos dedicar algunos minutos en distintos segmentos del día para orar. Por ejemplo, podemos orar un poco por la mañana, después al mediodía, luego al llegar del trabajo y, finalmente, orar otro poco en la noche. Si apartamos para ello momentos específicos durante el día, podremos dedicar hasta media hora a tal clase de oración.
Cuando usted ore durante algunos de los momentos fijados de antemano para ello, debe desconectar el teléfono. Esto le ayudará a eliminar las distracciones. El tiempo de oración no es un tiempo para recibir llamadas telefónicas. Además, tampoco debe contestar si alguien llama a la puerta. El tiempo que usted ha apartado para el Señor debe ser usado sólo para la oración y nada más. Usted debe ser firme y perseverante al respecto.
Mientras usted ora durante algunos de los momentos que ha prefijado, debe desconectar el teléfono. Esto le ayudará a eliminar las distracciones. El tiempo de oración no es un tiempo para recibir llamadas telefónicas. Además, tampoco debe contestar si alguien llama a la puerta. El tiempo que usted ha apartado al Señor debe ser usado sólo para la oración y nada más. Al respecto, usted debe ser firme y perseverante.
Para disponer de más tiempo para orar, debemos dedicar menos tiempo a otras actividades. Por ejemplo, quizás usted pueda reducir el tiempo que pasa arreglándose o conversando con los demás. Las conversaciones inútiles debilitan nuestro espíritu de oración, perjudica la atmósfera de oración y desperdicia el tiempo que podríamos usar para la misma. La batalla que libramos para orar es continua; probablemente durará hasta la eternidad.
Lo que les he compartido acerca de la oración no es mera doctrina, sino el resultado de muchos años de experiencia. En cuanto a la oración, debo reconocer que he tenido muchos fracasos. No puedo gloriarme de que haya tenido grandes éxitos en mi vida de oración. Por el contrario, he experimentado muchos fracasos debido a la oposición que he recibido del enemigo, a las distracciones con las cosas que me rodean e incluso debido a los estorbos que tengo en mi interior. Ciertamente he aprendido que la oración implica una batalla, y, puesto que se trata de una batalla, de un combate, debemos perseverar en ella.
Perseverar en la oración presenta muchos beneficios. Mediante la oración fijamos nuestra mente en las cosas de arriba. De hecho, orar es la única manera en que podemos fijar nuestra mente en las cosas celestiales. Cada vez que al orar fijemos nuestra mente en las cosas de arriba, no oraremos por asuntos superficiales; antes bien, nuestras oraciones se centrarán solamente en la intercesión, el ministerio y la administración que Cristo lleva a cabo en los cielos. Debido a que Cristo intercede por las iglesias que están en toda la tierra, nosotros también oramos por las iglesias. Dejemos que el Señor se encargue de todos los pequeños detalles de nuestro vivir. Nuestra responsabilidad radica en buscar primero el reino de Dios y Su justicia. El Padre sabe cuáles son nuestras necesidades, y Él nos cuidará y nos dará lo que necesitamos.
Cuando fijamos nuestra mente en las cosas de arriba durante nuestros momentos de oración, llegamos a ser un reflejo del ministerio celestial de Cristo. Mediante nuestra oración, Cristo, la Cabeza, puede llevar a cabo Su administración por medio de Su Cuerpo. Cuando oramos, somos embajadores celestiales sobre la tierra en representación del reino de Dios. Sin embargo, cuando nos ponemos a chismear, no somos embajadores celestiales en lo absoluto. Es sólo cuando oramos que nos convertimos en embajadores del reino celestial aquí en la tierra de una manera práctica.
Cada vez que oramos, entramos en el Lugar Santísimo y nos acercamos al trono de la gracia. Hebreos 4:16 dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Nos acercamos al trono de la gracia por medio de la oración, y cuando nos acercamos a dicho trono, recibimos misericordia y gracia para el oportuno socorro. Al acudir en oración al trono de la gracia, la misericordia y la gracia se convierten en un río que fluye en nosotros y nos abastece. ¡Cuán gratificador es esto! En realidad, experimentar el fluir de la gracia en nuestras oraciones resulta más importante aún que ver nuestras oraciones contestadas. La respuesta a nuestras oraciones se convierte en algo secundario para nosotros, y lo primordial es que, desde el trono, la gracia pueda fluir como un río en nuestro ser.
Recibir este río de gracia equivale a “cargar” nuestras “baterías” celestiales de la corriente celestial. La corriente celestial, la electricidad divina, es el Dios Triuno como gracia que fluye del trono hacia nuestro interior. El suministro y gozo que este fluir nos proporciona es indecible.
Los cristianos hoy están debilitados porque sus “baterías” espirituales no están cargadas. Debido a que no oran lo suficiente, experimentan muy poco la trasmisión celestial. Durante el día debemos “cargarnos” continuamente de la corriente eléctrica divina. Ésta es ciertamente una de las ventajas de perseverar en la oración.
Otro beneficio de la oración está relacionado con nuestra comunión con el Señor. A todos nos gusta estar en la presencia del Señor y experimentar Su unción, y también nos gusta tener comunión con Él. Pero, ¿cómo podemos disfrutar de la presencia del Señor y tener comunión con Él? La única manera es orar. Cuando oramos, entramos en comunión con el Señor y tomamos conciencia del hecho de que somos verdaderamente un solo espíritu con Él, y que Él es un solo espíritu con nosotros. Cuanto más oramos, más experimentamos que somos uno con el Señor, más disfrutamos de Su presencia y más comunión tenemos con Él. ¡Qué maravillosa recompensa!
Al principio es difícil llevar una vida de oración apropiada. Pero si usted practica esto durante mucho tiempo, le será cada vez más fácil, debido a que comenzará a ver los beneficios de la oración.
Hemos visto que para llevar un andar cristiano normal, debemos fijar nuestra mente en las cosas de arriba, experimentar la renovación del nuevo hombre, dejar que la paz de Cristo arbitre en nosotros y permitir que la palabra de Cristo more en nosotros. Sin embargo, estos cuatro asuntos dependen de la oración; es decir, para practicarlos y experimentarlos tenemos que orar. La oración nos conduce a la realidad de estos cuatro asuntos y nos guarda en dicha realidad.
Cuando Pablo nos exhorta a perseverar en la oración, él nos manda a velar en ella con acción de gracias (4:2). Esto indica que si no le damos gracias al Señor por todo, eso probablemente se debe a que nuestra vida de oración es deficiente. Debemos dar gracias a Dios durante todo el día. Debemos ser personas que le ofrecen continuamente acciones de gracias. Si constantemente le damos gracias al Señor, ¿acaso le sería posible a un hermano discutir con su esposa? ¡Por supuesto que no! Las discusiones entre los esposos son un indicio de que ellos no oran lo suficiente. La razón por la cual ellos argumentan es que les falta orar más. La característica de una persona que ora es que continuamente da gracias. Si usted es uno que persevera en la oración, siempre le dará gracias al Señor por todo. Esta práctica de dar gracias al Señor lo guardará en una vida de oración.
En 4:2 Pablo no nos dice que perseveremos en oración y luego que velemos, sino que dice: “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias”. Velamos en la oración cuando damos gracias. Si continuamente le damos gracias al Señor, el adversario no podrá distraernos y apartarnos de nuestra vida de oración. La oración es sustentada al velar en ella con acciones de gracias.
En 4:6 Pablo dice: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. Si somos personas de oración, por un lado daremos gracias al Señor, y por otro, nuestras palabras serán siempre con gracia. De nuestra boca fluirán expresiones de agradecimiento para con Dios y de gracia para con los demás. Es así como nos damos cuenta de que somos personas de oración. No obstante, si nuestras palabras carecen de gracia, eso indica que nos hace falta orar. Cada vez que percibamos que nos falta gracia, debemos orar para cargarnos nuevamente de la electricidad divina. De este modo nuestros labios estarán llenos de gracia.
En 4:5 Pablo dice: “Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo”. Éste es el resultado de perseverar en la oración. Si oramos sin cesar, le damos gracias a Dios y permitimos que nuestras palabras estén llenas de gracia, espontáneamente seremos muy sabios y sabremos cómo redimir el tiempo. No desperdiciaremos el tiempo en nuestra vida diaria. Si estamos llenos de agradecimiento para con Dios y de gracia para con los demás, tendremos la sabiduría para andar de una manera que glorifica a Dios y edifica a los demás. Entonces redimiremos nuestro tiempo.
En cuanto a perseverar en la oración, quisiera repetir una vez más que debemos estar dispuestos a hacer un trato con el Señor, e incluso a hacerle un voto de que seremos personas de oración. Si en todas las iglesias los santos hacen esta clase de trato con el Señor, el recobro se enriquecerá y elevará notablemente. Además de esto, los santos disfrutarán al Señor, de Su presencia y de Su unción, la cual se nos da para momentos específicos así como constantemente. Durante todo el día disfrutarán de la sonrisa que se halla en la faz del Señor. A medida que perseveremos en la oración, la persona viviente de Cristo vendrá a ser nuestra experiencia y nuestro deleite.