Mensaje 11
Lectura bíblica: Dt. 12:1-32
En este mensaje quisiera decir algo más acerca del encargo que Moisés hizo a los hijos de Israel con respecto a la manera de adorar a Dios.
La ley proclamada nuevamente en 5:1—11:32 es un tanto general, pero en 12:1-32 es muy específica. Este capítulo hace hincapié en el requisito de aceptar lo que Dios ha escogido en cuanto al centro de adoración. Una y otra vez se nos dice que vayamos al “lugar que Jehová vuestro Dios escoja” (vs. 5, 11, 14, 18, 21, 26). En lugar de aferrarnos a nuestras preferencias, debemos aceptar el lugar que Dios ha escogido, el cual constituye el terreno único, el lugar apropiado para adorar a Dios.
¿Por qué fue Moisés tan específico en el capítulo 12 con respecto al requisito de ir al lugar que Dios había escogido? Moisés fue muy específico en este asunto porque esto se relaciona con guardar la unidad del pueblo de Dios. Si no hubiese habido tal terreno específico para la adoración a Dios, los hijos de Israel se habrían dividido. Supongamos que cada una de las doce tribus hubiera tenido la libertad de escoger un lugar de adoración. Sin duda alguna, cada tribu habría escogido un lugar dentro de su propio territorio, y espontáneamente se habrían producido doce divisiones. Ésta fue la razón por la que a los hijos de Israel les fue terminantemente prohibido escoger el lugar para la adoración a Dios. Moisés les dijo repetidas veces que ellos debían ir al lugar que Dios había escogido y adorar a Dios allí. “El lugar que Jehová vuestro Dios escoja de entre todas vuestras tribus para poner allí Su nombre, es decir, Su habitación, ése buscaréis, y allí iréis. Allí llevaréis vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos y la ofrenda elevada de vuestras manos, vuestros votos, vuestras ofrendas voluntarias y los primogénitos de vuestras vacas y de vuestras ovejas” (vs. 5-6).
Los hijos de Israel tenían que ir al lugar que Dios había escogido, aun cuando, para muchas tribus, el trayecto era largo y difícil. Tres veces al año los israelitas, con sus familias, tenían que ir al lugar que Dios había escogido. Además, ellos tenían que llevar allí sus diezmos y sus ofrendas, incluyendo el ganado. Según lo que se narra en el Antiguo Testamento, la unidad entre los hijos de Israel fue resguardada por el hecho de venir al centro de adoración escogido por Dios.
El salmo 133 nos habla acerca de guardar la unidad. Este salmo es uno de los cánticos de ascenso gradual (Sal. 120—134), cánticos que los hijos de Israel cantaban mientras ascendían el monte Sion para adorar a Dios. Mientras ascendían, cantaban: “¡Mirad cuán bueno y cuán agradable es / habitar los hermanos en unidad!” (133:1). A esta unidad se le compara con “el aceite fino sobre la cabeza / el cual descendió sobre la barba, / la barba de Aarón, / que bajó hasta el borde de sus vestiduras” (v. 2). También se le compara con el “rocío del Hermón / que descendió sobre los montes de Sion” (v. 3). El salmo 133 nos presenta un hermoso cuadro de la unidad del pueblo de Dios, la unidad que ellos debían guardar al venir a adorar a Dios en el lugar de Su elección.
Según la tipología de Deuteronomio 12, se les requería a los hijos de Israel ir a un lugar geográfico determinado. Esto significa que en el Antiguo Testamento, el terreno escogido era un lugar físico muy definido. Al oír esto, algunos quizás pregunten: “¿Cómo podemos aplicar este tipo a nuestra situación actual? ¿Deben los creyentes congregarse en un sitio determinado tres veces al año?”. Para contestar estas preguntas, debemos comprender que el cumplimiento del tipo presentado en Deuteronomio 12 no está relacionado con un determinado lugar geográfico, sino que guarda relación con nuestro espíritu. Podemos comprobar esto al comparar Efesios 2:22 con Juan 4:21-23. En Efesios 2:22 Pablo dijo que somos “juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. En Juan 4 el Señor Jesús respondió a la pregunta de la mujer samaritana en cuanto al lugar correcto para adorar a Dios. Él le dijo: “La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre [...] la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu...” (vs. 21, 23). Esto indica claramente que el terreno correcto para la adoración a Dios, hoy en día, está en nuestro espíritu. La habitación de Dios, Su morada, está en nuestro espíritu. Mientras estemos en nuestro espíritu, estaremos en el lugar correcto para adorar a Dios.
Algunos quizás se pregunten por qué hacemos énfasis en la iglesia local cuando el lugar para adorar a Dios es nuestro espíritu. Debido a la conveniencia y al aspecto práctico, nos reunimos en las diferentes ciudades donde vivimos. Aparentemente estamos divididos por causas geográficas, puesto que nos reunimos en diferentes ciudades por todo el mundo. En realidad, permanecemos en la unidad y no estamos divididos, porque dondequiera que estemos, nos reunimos en el nombre del Señor, en el espíritu y con la cruz. Por consiguiente, no importa dónde estemos, aún así nos reunimos en el mismo lugar.
Recientemente, en la reunión de oración de la iglesia en Anaheim, tuvimos entre nosotros a muchos santos procedentes de diferentes países. Podríamos decir que aquélla fue una reunión de oración internacional. Nadie dio instrucciones sobre qué pedir o cómo hacerlo; no obstante, todos oramos en unanimidad. Pudimos ser uno porque, a pesar del hecho de que éramos de diferentes regiones geográficas, todos nos reunimos en el mismo lugar, a saber: en el nombre del Señor, en nuestro espíritu y con la cruz.
La situación de la mayoría de los cristianos hoy es muy diferente. Ellos no se reúnen en unidad, sino en diversas denominaciones. Aun si los cristianos de diferentes denominaciones se congregaran para estar juntos, les sería muy difícil orar juntos. Posiblemente cada uno oraría de acuerdo al tono de su denominación. Si los creyentes en Cristo han de ser uno, deben abandonar todo lo que es denominacional y simplemente congregarse en el nombre del Señor Jesús, en el espíritu y con la cruz. Ésta es la unidad, y éste es el terreno apropiado para adorar a Dios.
Son muchos los cristianos que están divididos por causa de sus preferencias. Pese a que viven en la misma ciudad, ellos no se reúnen juntos porque eligen mantener sus propias preferencias. En el recobro del Señor no nos interesa conservar nuestras preferencias; únicamente nos interesa la presencia del Señor. En Mateo 18:20 el Señor Jesús dijo: “Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”. Dondequiera que estemos, ya sea en Anaheim o en Taipéi, en Londres o en Tokio, debemos congregarnos en el nombre del Señor, y debemos reunirnos en nuestro espíritu y con la cruz. Si todos nosotros hacemos esto, todos nos reuniremos en el mismo lugar, aunque nos reunamos en diferentes localidades. Este único lugar es el único terreno de la unidad.
En el recobro del Señor, tenemos un solo nombre y un mismo Espíritu. Todos nos reunimos en el nombre de Jesucristo, y todos nos reunimos en el espíritu mezclado: en el espíritu humano regenerado en el cual mora el Espíritu Santo. Nos congregamos juntos en este espíritu, no en torno a nuestros conceptos, deseos, preferencias o gustos. Además, en nuestras reuniones no debemos abandonar la cruz, la cual es tipificada por el altar frente al tabernáculo. A la entrada de la iglesia hay una cruz, y para reunirnos como iglesia debemos experimentar la cruz. La carne, el yo y el hombre natural no pueden estar en la iglesia; todos ellos deben ser crucificados. Por tanto, nos reunimos en el nombre del Señor Jesús, en el espíritu mezclado y con la cruz. Éste es el lugar donde nos reunimos, y es aquí donde tenemos la unidad que nos esforzamos por guardar en el único nombre del Señor.