Mensaje 24
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Lectura bíblica: Dt. 27
Hemos completado la sección de Deuteronomio en la que la ley es proclamada nuevamente (4:44—26:19), y ahora llegamos a una nueva sección (27:1—28:68), que trata sobre una advertencia y habla de ser maldecido o bendecido.
En 27:1-26 Moisés, con los ancianos de Israel, mandó al pueblo que guardara todo el mandamiento que él les ordenaba ese día. Ese día se refería al día en que la ley se proclamó nuevamente.
Cuando los hijos de Israel cruzaran el Jordán y llegaran a la tierra que Dios les daba, ellos debían erigir piedras grandes en el monte Ebal (vs. 2a, 4). Estas piedras debían ser piedras naturales, no labradas por el hombre, lo cual habla de la inmutabilidad. Las piedras debían ser revocadas con cal (v. 2b), y el pueblo debía escribir muy claramente en ellas “todas las palabras de esta ley” (vs. 3, 8). Creo que esas palabras hacen referencia a los Diez Mandamientos.
En la tierra que Dios les daba, los hijos de Israel debían edificar a Jehová su Dios un altar de piedras sobre las cuales no había sido alzado instrumento de hierro (vs. 5-6a). Es significativo que cuando estaban a punto de ser pronunciadas las bendiciones y las maldiciones, Moisés manda al pueblo que edifique un altar. Este altar implica la gracia. Antes de que el pueblo se ocupara de la bendición o la maldición, ellos edificaron un altar. La edificación del altar reviste gran importancia, ya que después de la caída del hombre, lo primero que necesitamos con respecto a Dios es un altar: la cruz de Cristo. Agradecemos a Dios que, antes de tratar con nosotros el asunto de la bendición o la maldición, Él efectuó la salvación mediante la redención que Cristo realizó en la cruz. ¡Alabado sea el Señor porque se edificó un altar!
Sobre el altar, que representa la cruz de Cristo, los hijos de Israel debían ofrecer holocaustos (Cristo) a Dios (v. 6b). El pueblo debía también sacrificar ofrendas de paz (Cristo), comer allí y regocijarse delante de Jehová su Dios (v. 7). En la cruz, Cristo se ofreció a Dios como holocausto para satisfacción de Dios. Él también se ofreció a Dios como ofrenda de paz por nosotros para que pudiéramos ser satisfechos. Ahora, en la presencia de Dios, podemos disfrutar a Cristo como ofrenda de paz para nuestra comunión con Dios.
El holocausto y la ofrenda de paz mencionados en los versículos 6 y 7 indican que el que desea guardar los mandamientos de Dios, debe ofrecerse a sí mismo como holocausto a Dios para satisfacción de Dios a fin de poder presentar una ofrenda de paz a Dios y disfrutarla juntamente con Dios en comunión. Esto significa que si deseamos hacer algo delante de Dios, primero debemos ofrecer Cristo a Dios como holocausto para satisfacción de Dios. Luego, principalmente por causa de nuestra propia necesidad y satisfacción, debemos ofrecer también a Cristo como ofrenda de paz. Entonces, tendremos disfrute con Dios en la comunión divina.
Moisés, junto con los sacerdotes levitas, habló a todo Israel diciéndole que desde ese día había llegado a ser pueblo de Jehová su Dios; por tanto, se les mandó oír Su voz y poner por obra Sus mandamientos y Sus estatutos (vs. 9-10).
Moisés mandó al pueblo que seis de las tribus de Israel —Simeón, Leví, Judá, Isacar, José y Benjamín— debían estar de pie sobre el monte Gerizim para bendecir al pueblo (vs. 11-12). Moisés mandó también que las otras seis tribus —Rubén, Gad, Aser, Zabulón, Dan y Neftalí— debían estar de pie sobre el monte Ebal para pronunciar la maldición (v. 13). En cuanto al grupo al que pertenecían, a las tribus no se les dio a escoger, sino que tuvieron que aceptar lo dispuesto por Dios.
Los levitas debían responder y, dirigiéndose al pueblo en alta voz, debían pronunciar las maldiciones escritas en los versículos del 15 al 26.
A cada una de las maldiciones descritas en 27:15-26, el pueblo debía decir: “Amén”. Entre los que eran maldecidos figuraban los siguientes: el hombre que haga ídolo (v. 15); el hombre que deshonre a sus padres (v. 16); el hombre que desplace los mojones fijados por su prójimo (v. 17); el hombre que haga errar al ciego en el camino (v. 18); el hombre que tuerza el derecho que merece el peregrino, el huérfano y la viuda (v. 19); el hombre que se acueste con la mujer de su padre (v. 20); el hombre que se acueste con cualquier animal (v. 21); el hombre que se acueste con su hermana, hija de su padre o hija de su madre (v. 22); el hombre que se acueste con su suegra (v. 23); el hombre que quite la vida a su prójimo ocultamente (v. 24); el hombre que acepte pago para quitar la vida, derramando sangre inocente (v. 25); y el hombre que no confirme todas las palabras de la ley, poniéndolas por obra (v. 26).
Debido a su naturaleza caída, los hijos de Israel ciertamente no iban a poder cumplir con los mandamientos, estatutos y ordenanzas de su Dios; por tanto, estarían sujetos a las maldiciones enumeradas en los versículos del 15 al 26. Sin embargo, al lado de las piedras con las inscripciones de los mandamientos de Dios estaba el altar, donde ellos podían tomar a Cristo como holocausto ofrecido a Dios para Su satisfacción y también como holocausto y ofrenda de paz presentados a Dios para satisfacción de Dios y para disfrute de ellos juntamente con Dios. Ésta es la razón por la cual el altar fue preparado antes de que las maldiciones fuesen declaradas.
Antes de que creyéramos en Cristo y fuéramos salvos, nos encontrábamos bajo la maldición de los mandamientos, estatutos y ordenanzas de Dios. Por medio de Cristo, hemos sido redimidos de la “maldición de la ley” (Gá. 3:13). Dios proveyó un altar, la cruz de Cristo, y en la cruz tomamos a Cristo como holocausto ofrecido a Dios para Su satisfacción. También tomamos a Cristo como nuestro holocausto y como nuestra ofrenda de paz para la satisfacción de Dios y para nuestro disfrute con Dios. La ofrenda de paz es alimento tanto para Dios como para nosotros, y nosotros disfrutamos este alimento en la presencia de Dios mientras tenemos comunión con Él.
En un tiempo nos encontrábamos bajo la maldición de la ley. ¡Pero alabado sea el Señor por la cruz! En este universo no sólo existe un libro de ley bajo el cual somos maldecidos; también existe la cruz, mediante la cual la gracia de Dios efectuó la redención conforme a la justicia de Dios. Debido a que hemos acudido a la cruz, ahora estamos bajo la cruz y ya no estamos bajo la ley. Al estar bajo la cruz, podemos satisfacer a Dios y hallar satisfacción por medio de Cristo, nuestro Redentor y Sustituto. Por medio de Cristo, nuestra paz, tenemos paz para con Dios. La ley llegó a su fin, y la cruz permanece para siempre.