Mensaje 26
Lectura bíblica: Dt. 27; Dt. 28
Antes de abordar en el próximo mensaje el tema de la promulgación del pacto, en este mensaje me gustaría hablar brevemente del Cristo revelado en Deuteronomio. El libro de Deuteronomio es un libro que trata sobre Cristo. El enfoque de este libro, incluyendo los capítulos 27 y 28, no es la ley sino Cristo.
En Dt. 27:1-7 Moisés dio mandamientos a los hijos de Israel en cuanto a erigir piedras grandes, edificar un altar y ofrecer holocaustos y ofrendas de paz sobre dicho altar. El día que cruzaran el Jordán y llegaran a la tierra que Jehová les daba, a la entrada de la buena tierra, ellos debían erigir piedras grandes, revocarlas con cal y escribir en ellas los Diez Mandamientos. Estas piedras podrían ser consideradas un monumento. Junto con este monumento, debían edificar un altar. Por consiguiente, se erigieron dos cosas: un monumento y un altar.
Los Diez Mandamientos, los cuales fueron escritos en el monumento, eran los requerimientos de Dios. Como requerimientos de Dios, los Diez Mandamientos son una expresión de Dios mismo; ellos son un retrato de lo que Dios es. En particular, los Diez Mandamientos revelan que Dios es amor y luz, y que Él es santo y justo. Por consiguiente, el monumento erigido a la entrada de la tierra era en efecto el propio Dios. Dios estaba allí, ante los hijos de Israel, revelándose a ellos y dándoles a conocer Sus requerimientos. Dios, en conformidad con lo que Él es, tiene Sus requerimientos, y el pueblo tenía que satisfacer dichos requerimientos.
En este momento, quisiera recalcar una vez más que, puesto que Deuteronomio es un libro que trata sobre Cristo, al leerlo debemos cambiar las palabras ley y mandamiento por Cristo. El monumento de piedra también era Cristo. Ya vimos que este monumento era Dios. Ahora debemos ver que este Dios está corporificado en Cristo. Esto significa que Aquel que estaba ante el pueblo a la entrada de la tierra era Cristo, la corporificación de Dios. Mientras Cristo estaba delante de ellos, les mostró lo que Él es, y en conformidad con lo que Él es, les impuso requerimientos.
¿Por qué fue edificado el altar junto con el monumento? Nosotros necesitamos un altar porque no podemos cumplir con los requerimientos que están escritos en el monumento. Esto indica que nos es imposible igualar a Cristo. Cristo, el propio Dios, es santo y justo, y Él está lleno de amor y de luz. No podemos igualarle. Por consiguiente, necesitamos un altar: necesitamos la cruz.
Yo no diría que el altar era un monumento, porque allí era donde las ofrendas eran quemadas como sacrificios al Dios que imponía los requerimientos al pueblo y que les hacía exigencias. La quema de los sacrificios satisfacía al Dios que imponía los requerimientos.
Las ofrendas incineradas en el altar como sacrificios para satisfacer a Dios representan a Cristo. Por una parte, Cristo es Aquel que impone los requerimientos; por otra, Cristo es Aquel que cumple con dichos requerimientos y los satisface. Nosotros no podemos cumplir con Sus requerimientos, pero Él mismo vino para ser nuestro Sustituto, reemplazarnos y satisfacer lo que Él requiere de nosotros. Esto revela que Él es tanto Aquel que impone los requerimientos como Aquel que los cumple.
En el universo hay una escena maravillosa que nos revela a Cristo. Al leer Deuteronomio 27 y considerar el monumento, el altar y las ofrendas, vemos esta maravillosa escena. Primero, en esta escena vemos a Cristo como corporificación de Dios, erigido ante nosotros presentando exigencias y requerimientos conforme a lo que Él es. Segundo, vemos el altar, el cual representa la cruz de Cristo. Ya que no podemos cumplir con Sus requerimientos, Él vino para ser nuestro Redentor, para ser maldecido por nosotros en la cruz (Gá. 3:13). Por tanto, Aquel que impone los requerimientos es el mismo que los cumple. Cuando fue crucificado, Él fue consumido por el fuego como sacrificio que satisface a Dios y que cumple con Sus requerimientos.
Esta maravillosa escena es única en todo el universo. En esta escena tenemos el monumento y el altar, o sea, Aquel que impone los requerimientos y que los cumple y satisface. El propio Dios que planteaba tales requerimientos vino mediante la encarnación para ser nuestro Redentor, en calidad de Aquel que satisface los requerimientos. Habiéndose vestido de carne mediante la encarnación, Él fue a la cruz en la carne y con la carne para morir allí con miras al cumplimiento de Sus requerimientos (Ro. 8:3-4). Ahora vemos el monumento, pero vemos también el altar con las ofrendas incineradas en él para cumplir lo que está escrito en el monumento. Esto significa que en esta maravillosa escena vemos al Dios que impone los requerimientos y también al Redentor, el cual es nada menos que el propio Dios que impone los requerimientos.
Esta escena maravillosa, en la que aparecen el monumento, el altar y las ofrendas, constituye nuestra entrada en la buena tierra. Esta escena revela que mediante el monumento, el altar y las ofrendas —mediante el Dios que plantea los requerimientos, la cruz de Cristo y Cristo mismo como las ofrendas— podemos entrar en la buena tierra. Además, es mediante el monumento, el altar y las ofrendas que podemos recibir todas las bendiciones que Dios desea darnos en Cristo. Todas estas bendiciones son, de hecho, el propio Dios Triuno procesado que está corporificado en Cristo.
Espero que todos los santos vean esta maravillosa visión. Todos debemos ver que Aquel que está ante nosotros con Sus requerimientos es el Dios Triuno en Cristo, que el altar es la cruz de Cristo, y que, según lo representan las ofrendas, Cristo es nuestro Redentor. Él, Aquel que cumple con los requerimientos, fue “incinerado” en la cruz como sacrificio que satisface a Aquel que plantea los requerimientos. Que todos veamos esta maravillosa escena, en la que figuran el monumento, el altar y las ofrendas. Si tenemos esta visión, ciertamente diremos: “¡Aleluya por Dios, por la cruz de Cristo y por Cristo, nuestro Redentor y Sustituto!”.