Mensaje 5
Lectura bíblica: Dt. 8:1-10; Mt. 4:4; Jn. 1:1, 14; Gá. 2:20; 1 Co. 6:17; 15:10; 2 Co. 13:14
En los mensajes anteriores abarcamos tres asuntos: unas palabras de introducción al Estudio-vida de Deuteronomio, los puntos cruciales contenidos en Deuteronomio y un recuento del pasado. Antes de abordar la extensa sección donde la ley es proclamada nuevamente al pueblo (4:44—26:19), lo cual empezaremos a hacer en el próximo mensaje, quisiera decir algo acerca del Cristo revelado en Deuteronomio.
El libro de Deuteronomio revela a Cristo principalmente en dos aspectos. Primero, este libro nos muestra a Cristo como la meta, el objetivo, que Dios preparó para nosotros (8:7-10). Como dicha meta, Cristo es la buena tierra todo-inclusiva. La buena tierra, la tierra de Canaán, es un tipo del Cristo todo-inclusivo, el Cristo que lo es todo para nosotros.
La buena tierra les proporcionaba a los hijos de Israel todo lo que necesitaban: agua, trigo, cebada, vides, higueras, granados, olivos, animales, leche, miel, piedras, hierro, cobre. Todos estos ítems, la mayoría de los cuales se mencionan en 8:7-10, son tipos de Cristo. Cristo es el agua que brota en valles y montes. Él es el trigo, que representa al Cristo encarnado y crucificado, y la cebada, que representa al Cristo resucitado. La vid tipifica a Cristo como Aquel que se sacrifica para alegrar a Dios y al hombre; la higuera tipifica la dulzura y satisfacción que nos brinda Cristo como suministro de vida; el granado tipifica la abundancia y belleza de la vida de Cristo; el olivo tipifica a Cristo como hombre que está lleno del Espíritu y ha sido ungido con el Espíritu, el óleo de júbilo; la vida animal tipifica a Cristo con Su vida redentora; la leche y la miel tipifican a Cristo en Su riqueza y dulzura; las piedras, el hierro y el cobre tipifican a Cristo como material útil para edificar y combatir. Este Cristo todo-inclusivo, el Cristo tipificado por la buena tierra, es nuestra meta.
En segundo lugar, el libro de Deuteronomio revela a Cristo como aquella vida que posee las fuerzas y la capacidad para llegar a la meta fijada por Dios. Por consiguiente, Cristo es tanto nuestra meta como el camino, la vida, las fuerzas y la capacidad requeridos para llegar a esa meta.
En el libro de Deuteronomio, así como en la Biblia entera, Dios es manifestado, el hombre es puesto en evidencia y Cristo es revelado. Es muy fácil comprender que la Biblia nos manifiesta a Dios, mostrándonos que Dios es un Dios de amor, justicia, fidelidad y bendición. Puesto que la Biblia pone completamente en evidencia nuestra condición, al leer la Biblia también nos resulta fácil ver lo que somos y dónde estamos. Sin embargo, no es fácil darnos cuenta de que la Biblia revela a Cristo. Muchos de los que leen la Biblia han visto que ésta manifiesta a Dios y pone en evidencia al hombre, pero no han visto que revela a Cristo. Muchos cristianos, por consiguiente, pueden aplicar en la Biblia lo referente a la manifestación de Dios y a la condición que se expone del hombre, pero muy pocos pueden aplicar la revelación de Cristo contenida en la Palabra.
En este punto, debemos considerar la economía de Dios y lo que Dios tiene planeado hacer en Su economía.
En Su economía eterna, Dios planeó expresarse, manifestarse, por medio del hombre. A fin de obtener tal expresión, Él creó al hombre a Su propia imagen. El hecho de que Dios creara al hombre a Su imagen significa que lo creó conforme a Sus atributos, especialmente conforme a Sus atributos de amor, luz, santidad y justicia. Puesto que los seres humanos fuimos creados conforme a los atributos de Dios, pese a que el pecado nos llevó a la caída y nos arruinó, todavía tendemos a amar a los demás, a estar en la luz, a hacer el bien, y a ser justos y excelentes.
Puesto que el hombre cayó, Dios en Su economía planeó también redimir al hombre y traerlo de nuevo a Sí mismo. Esta redención ya fue efectuada en Cristo.
En Su economía, Dios también desea anular al hombre, es decir, reducirlo a nada por medio de la muerte. ¿De qué manera Dios hace esto? Dios nos anula crucificándonos en Cristo y con Cristo (Ro. 6:6).
Finalmente, en Su economía Dios ha planeado que el hombre cumpla con todo lo que Dios requiere de él. Sin embargo, Dios no quiere que el hombre haga todo esto por sí mismo; antes bien, Él quiere que el hombre haga esto por Cristo, en Cristo, con Cristo, por medio de Cristo y al ser uno con Cristo. Eso significa que debemos tener una unión espiritual, una unión orgánica, con Cristo. Para experimentar tal unión con Cristo, Dios no sólo desea que creamos en Cristo, sino que entremos en Cristo al creer en Él (Jn. 3:15, 16, 18). Entrar en Cristo al creer en Él equivale a tener una unión orgánica con Cristo, con lo cual somos un solo espíritu con Él (1 Co. 6:17b). En esta unión nos unimos a Cristo, somos uno con Él y estamos en Él. Ahora, como personas que son uno con Cristo y están en Él, debemos hacer todo lo que Dios requiere según Cristo y por medio de Cristo. Ya no debemos vivir por nosotros mismos ni actuar por nosotros mismos, sino vivir por Cristo y hacerlo todo por Él.
Pablo comprendió esto cabalmente, y por eso pudo declarar: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Al declarar esto, Pablo estaba diciendo: “Morí en Cristo por medio de Su muerte, y ahora Él vive en mí por medio de Su resurrección. El hecho de que Él viva en mí se debe enteramente a que Él es el Espíritu vivificante”. Para Pablo, esto era una realidad, pero para muchos cristianos no lo es. Todos necesitamos experimentar la realidad de Gálatas 2:20 y comprender que Dios no quiere que vivamos para Él valiéndonos de nosotros mismos, sino que vivamos para Él por Cristo, en Cristo, con Cristo, por medio de Cristo y al ser uno con Cristo.
El libro de Deuteronomio ciertamente manifiesta a Dios y pone en evidencia nuestra condición. Este libro manifiesta a Dios como Aquel cuyo corazón es amoroso, cuya mano es justa y cuya boca es fiel. Además, este libro revela a Dios como Aquel que nos bendice mediante Sus ojos. Éste es el Dios manifestado en Deuteronomio. Al leer este libro hoy, debemos comprender que éste no sólo tiene que ver con el pueblo de Israel, sino también con nosotros. Este libro pone de manifiesto nuestra condición, pues muestra una fotografía de la clase de persona que somos. Cuanto más veamos nuestra condición, más comprenderemos que somos un caso perdido, que no somos nada y que no podemos hacer nada, y que nos es imposible cumplir con los requerimientos del Dios santo, justo y fiel.
Después que quedar al descubierto de esta manera, ¿qué debemos hacer? ¿Adónde acudiremos en busca de ayuda? Nuestra ayuda está en el Cristo que es la palabra. En Deuteronomio, expresiones tales como ley, mandamientos, estatutos, ordenanzas y juicios son sinónimos de Cristo. De la boca de Dios proceden la ley, los mandamientos, los estatutos, las ordenanzas y los juicios, y todas estas cosas son Cristo mismo. Cristo es nuestra ley y nuestros mandamientos; Él es nuestros estatutos, nuestras ordenanzas y nuestros juicios. Sencillamente debemos tomarlo a Él, retenerlo y asirnos a Él. Si lo hacemos, lo disfrutaremos a Él.
¿Dónde está el Cristo al cual debemos tomar, retener, asirnos y disfrutar? Él está en la Biblia, pues Él es la palabra única de Dios. La ley, los mandamientos, los estatutos, las ordenanzas, los juicios, todos estos, son la palabra de Dios. Esto lo demuestra el salmo 119, el cual claramente indica que estas expresiones son diferentes términos usados para referirse a la palabra de Dios. Todos ellos los ha hablado Dios, y por ende, son palabras que proceden de la boca de Dios (Dt. 8:3). Ahora debemos ver que las palabras que proceden de la boca de Dios son Cristo mismo. Cristo es la suma, el conglomerado, de la palabra de Dios. Por esta razón, a Él se le llama la Palabra (Jn. 1:1, 14). En el principio era la Palabra, la Palabra era Dios, la Palabra se hizo carne, y esta Palabra encarnada es Jesucristo.
La palabra de Dios ha sido escrita en la Biblia. ¿Sabe usted qué es la Biblia? La Biblia es la corporificación de Cristo. Cristo es cada palabra, frase, cláusula y oración. “Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios” (2 Ti. 3:16a). Por consiguiente, podríamos decir que la Biblia es algo que Dios ha exhalado. Ahora nosotros debemos inhalar lo que Dios ha exhalado. Cuando inhalamos la palabra de Dios y ella entra a nuestro ser, esta palabra inhalada se convierte en el Espíritu. Luego, cuando exhalamos lo que hemos inhalado de la Biblia, al hablar a otros, eso es la palabra. Entonces, cuando ellos inhalan esa palabra, ésta se convierte en el Espíritu para ellos. Es Cristo en calidad de palabra que hemos inhalado quien nos capacita para cumplir con los requerimientos de Dios.
En Gálatas 2:20 Pablo dice: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, y en 1 Corintios 15:10, él dice: “No yo, sino la gracia de Dios conmigo”. En la primera parte de este versículo Pablo nos dice: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”. Esta gracia es el Cristo resucitado, que se hizo el Espíritu vivificante para, en resurrección, introducir en nosotros al Dios Triuno procesado, para que sea nuestra vida y suministro de vida a fin de que vivamos en resurrección. Así que, la gracia es el Dios Triuno que llega a ser nuestro vida y nuestro todo.
En 2 Corintios 13:14, la gracia está relacionada con el amor y la comunión. “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Aquí el amor, la gracia y la comunión corresponden al Padre, al Hijo y al Espíritu mencionados en Mateo 28:19. Por una parte, nosotros bautizamos a las personas en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; por otra, también podríamos decir que bautizamos a las personas en el amor, la gracia y la comunión. Con relación al Padre, tenemos amor; con relación al Hijo, tenemos amor y gracia; y con relación al Espíritu, tenemos amor, gracia y comunión. Esto significa si tenemos la comunión del Espíritu Santo, tenemos la gracia del Señor Jesucristo con el amor de Dios. Éste es el Dios Triuno en virtud del cual cumplimos con los requerimientos de Dios a fin de que se lleve a cabo Su economía.
El asunto crucial que debemos comprender es que Dios desea que vivamos, actuemos, nos comportemos, laboremos y nos conduzcamos en Cristo, por Cristo, con Cristo, a través de Cristo y en unidad con Cristo. Todos debemos poder decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.
Todo siervo del Señor debe corresponderle. Pero en nosotros mismos y por nosotros mismos no podemos corresponderle ni servirle. Nosotros carecemos completamente de la capacidad para hacer esto. No somos nada, no tenemos nada y no podemos hacer nada. ¿Cómo podríamos corresponder a Dios o servirle? En lo que a nosotros respecta, esto es imposible; pero sí es posible por medio del Dios Triuno corporificado en el Hijo, quien es hecho real como Espíritu. Aunque dicho Espíritu está en todas partes, Él está corporificado en la Biblia para que lo inhalemos a fin de que podamos hacer todas las cosas en Cristo y por Cristo.
No debemos intentar hacer nada para Dios en nosotros mismos; antes bien, debemos aborrecer y rechazar todo esfuerzo nuestro por servir a Dios y corresponderle, ya que en realidad eso es abominable a los ojos de Dios. Sí, Dios quiere que llevemos a cabo Su economía, pero Él no quiere que hagamos esto por nosotros mismos. Dios desea que renunciemos a nosotros mismos, nos olvidemos de nosotros mismos y llevemos a cabo Su economía por el Espíritu, o sea, por Aquel que hace real para nosotros al Hijo, quien es la corporificación del Padre. Debemos vivir, actuar, comportarnos, laborar y conducirnos en virtud de Cristo mismo, quien es el Espíritu vivificante. Entonces, ya no viviremos nosotros, sino que Cristo vivirá en nosotros.
En Romanos 10:8 Pablo habla de “la palabra de la fe que proclamamos”. Esta palabra de la fe incluye el arrepentimiento, el hecho de volvernos a Dios, asirnos a Dios y creer en el Dios Triuno a fin de experimentar una unión orgánica con Él y vivir juntamente con Él como una sola entidad. ¿Es usted el que vive? ¿Es usted quien se comporta de cierta manera y labora? A estas preguntas debemos poder decir: “Sí, yo vivo, me comporto de cierto modo y laboro, pero no lo hago en mí mismo ni por mí mismo, sino en Cristo y por Cristo. Yo vivo en la unión orgánica con el Dios Triuno”. Esto es la vida cristiana, esto es la vida de iglesia, el Cuerpo de Cristo, y al final, ésta será nuestra vida por la eternidad en la Nueva Jerusalén. En la vida cristiana y en la vida de iglesia, ya no vivimos nosotros, sino que Cristo vive en nosotros.