Mensaje 6
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Lectura bíblica: Dt. 5:1-21
Antes de considerar la sección en la que la ley es proclamada nuevamente, quisiera expresar algo acerca de la Trinidad Divina, lo cual constituye la base de la revelación contenida en la Biblia.
En cuanto a la Trinidad Divina, la Biblia contiene un principio importante. Este principio consiste en que todo lo relacionado con el Padre, quien es la fuente, tiene un solo aspecto; todo lo relacionado con el Hijo, quien es el caudal, tiene dos aspectos; y todo lo relacionado con el Espíritu, quien es el fluir, la consumación, la totalidad, del Dios Triuno, tiene tres aspectos. Cuando la salvación de Dios o cualquiera de Sus atributos llega a nosotros, nos llega en tres aspectos debido a que en ello participan los tres de la Trinidad Divina: el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Para entender este principio debemos considerar cómo el Dios Triuno llega a nosotros. El Padre llega a nosotros en el Hijo como el Espíritu. El Padre está en el Hijo, y el Hijo llega a nosotros como el Espíritu. Eso significa que cuando el Espíritu llega a nosotros, también llegan el Padre y el Hijo. El Evangelio de Juan revela que cuando el Padre envió al Hijo, el Hijo no vino solo sino con el Padre (Jn. 8:29; 16:32b). Además, cuando el Hijo envió al Espíritu, el Espíritu enviado era Él mismo (15:26; 14:26). Por consiguiente, cuando viene el Espíritu, también vienen el Padre y el Hijo. Éste es el Dios Triuno que llega a nosotros como Espíritu.
Todo atributo tiene un aspecto con relación al Padre, dos aspectos con relación al Hijo y tres aspectos con relación al Espíritu. El amor es el atributo de Dios más importante. Con relación al Padre, el amor tiene un aspecto, con relación al Hijo tiene dos aspectos, y con relación al Espíritu tiene tres aspectos. Podemos ver estos tres aspectos en 2 Corintios 13:14, que dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. El amor es la fuente de la gracia, y la gracia es la manifestación, la expresión, del amor. La comunión es la transmisión de la gracia, la cual es la corporificación del amor. El amor de Dios se halla en la gracia de Cristo, y la gracia de Cristo con el amor de Dios es transmitida en la comunión del Espíritu Santo. Esto nos muestra que cuando algo del Dios Triuno llega a nosotros, llega en tres aspectos.
Aunque el libro de Deuteronomio a menudo usa la expresión Jehová tu Dios, no menciona explícitamente a Cristo ni al Espíritu. Sin embargo, en este libro encontramos sinónimos de Cristo. Estos sinónimos son: la palabra, la ley, los mandamientos, los testimonios, los estatutos y los juicios (las ordenanzas). Puesto que todos estos términos se refieren a cosas habladas por Dios, todos ellos en conjunto constituyen la palabra. La ley, los mandamientos, los testimonios, los estatutos y las ordenanzas, todos ellos son la palabra, y la palabra es Cristo. En Romanos 10 Pablo interpreta que la palabra mencionada en Deuteronomio es Cristo, pues hace referencia en el versículo 8 a “la palabra de la fe”. Quizás pensemos que la palabra mencionada en Deuteronomio es la palabra de la ley, pero Pablo la considera la palabra de la fe. Los mandamientos, los testimonios, los estatutos y las ordenanzas son la palabra, y la palabra es la palabra de la fe.
Puesto que todos ellos son sinónimos de Cristo, al leer Deuteronomio podríamos reemplazarlos con la palabra Cristo. Guardar la ley es guardar Cristo. Amar el mandamiento es amar a Cristo. Recibir los testimonios y ordenanzas es recibir a Cristo.
Ya señalamos que en Deuteronomio no se menciona el Espíritu. Sin embargo, en la interpretación que hace Pablo en Romanos 10 está implícito el Espíritu; queda implícito que el Cristo a quien él describe es el Espíritu. Pablo dice: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón” (v. 8). Para que la palabra esté en nuestra boca y en nuestro corazón, dicha palabra, que es Cristo, tiene que ser el Espíritu.
Pablo, al interpretar Deuteronomio 30:11-14, presenta una maravillosa descripción de Cristo como Aquel que se encarnó, fue crucificado y resucitó. Cristo es Aquel que descendió de los cielos en la encarnación; por tanto, no es necesario que nadie suba al cielo para traerle abajo. Cristo también es Aquel que subió del abismo, del Hades, en resurrección; por tanto, no es necesario que nadie descienda al abismo para hacerle subir. ¿Dónde está el Cristo que descendió de los cielos en la encarnación y que subió del abismo en la resurrección, y qué clase de Cristo es Él hoy? Este Cristo está en nuestra boca y en nuestro corazón, puesto que ahora es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Éste es el Cristo bíblico, el Cristo revelado en la interpretación de Deuteronomio hecha en Romanos 10.
El Cristo revelado en Deuteronomio y en Romanos es el propio Dios que se encarnó y llegó a ser hombre. Esta Persona fue crucificada y resucitó, y en la resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante, quien es el aire que podemos respirar cuando lo invocamos a Él. Él está en todas partes, esperando que las personas lo invoquen. Romanos 10:12 dice que Él es “rico para con todos los que le invocan”. Cuando le invocamos por primera vez, le recibimos como vida; luego, a medida que seguimos invocando el nombre del Señor, Él se convierte en nuestro suministro de vida, nuestra fortaleza y nuestro todo.
Si tenemos el entendimiento acerca del Cristo presentado en Romanos 10, leeremos el libro de Deuteronomio de una manera nueva. Consideraremos que Deuteronomio es un extracto de toda la Biblia. Espero que todos tengamos tal entendimiento ahora que empezaremos a considerar 5:1-21, donde la ley es proclamada nuevamente.
Proclamar la ley nuevamente consiste en reiterar la ley. El propósito de proclamar nuevamente la ley, de reiterarla, era entrenar a la nueva generación después de que la vieja generación fue depurada durante los treinta y ocho años en que vagaron por el desierto. Dios usó este periodo en que vagaron para producir una nueva generación, la cual necesitaba el entrenamiento de la ley. Ellos necesitaban ser entrenados con la ley y por medio de ella.
En 5:1-31 vemos que los Diez Mandamientos son proclamados nuevamente.
Los versículos 2 y 3 dicen: “Jehová nuestro Dios hizo pacto con nosotros en Horeb. No con nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros, todos los que estamos aquí hoy vivos”. Esto indica que los Diez Mandamientos constituyen el pacto que Dios hizo con Israel en Horeb, sobre todo con la actual nueva generación de Israel. Esto se conforma al principio bíblico según el cual los hijos siempre están incluidos en el padre. A esto se debe que el pacto hecho en Horeb incluyera incluso a aquellos israelitas que aún no habían nacido en aquel tiempo. A los ojos de Dios, el pacto hecho en Horeb en realidad fue hecho con la actual nueva generación de Israel.
Los Diez Mandamientos son la base de toda la ley (vs. 6-21). En el libro de Deuteronomio, a los Diez Mandamientos también se les llama las “diez palabras” (4:13; 10:4).
El primer mandamiento es el de no tener otros dioses además de Jehová. “Yo soy Jehová tu Dios que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud. No tendrás otros dioses delante de Mí” (5:6-7). La palabra hebrea traducida “delante” también puede traducirse “además”.
El segundo mandamiento es el mandamiento de no hacer ningún ídolo, ni postrarse ante ellos ni servirlos. “No te harás ídolo, ni forma alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos ni los servirás” (vs. 8-9a). Los tres asuntos de no hacer ídolos, de no postrarse ante ellos y de no servirlos, todo ello forma parte del segundo mandamiento.
El tercer mandamiento es el de no tomar el nombre de Jehová en vano. “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano, porque no dará por inocente Jehová al que tome Su nombre en vano” (v. 11).
El cuarto mandamiento tiene que ver con guardar el día de Sábado (vs. 12-15). “Guarda el día de Sábado para santificarlo, como Jehová tu Dios te ha mandado” (v. 12).
En el versículo 16 encontramos el quinto mandamiento. “Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da”. Que nuestros días sean prolongados denota longevidad, y que nos vaya bien denota bendición. Si honramos a nuestros padres, tendremos longevidad y seremos bendecidos. Es por ello que Pablo nos dice que el mandamiento de honrar a nuestros padres es el primer mandamiento con promesa (Ef. 6:2).
Los Diez Mandamientos, los cuales fueron escritos en dos tablas de piedra, se dividen en dos grupos de cinco mandamientos cada uno. El primer grupo incluye los tres mandamientos relacionados con Dios, el mandamiento relacionado con el día santo de Dios y el mandamiento de honrar a nuestros padres. Es muy significativo que el mandamiento de honrar a nuestros padres figure entre los mandamientos que guardan relación con Dios. Esto indica que debemos honrar a nuestros padres así como honramos a Dios. Dios es nuestro origen, y nuestros padres fueron el medio que Dios usó para engendrarnos. Por consiguiente, al honrar a nuestros padres, honramos a Dios como nuestro único origen.
El sexto mandamiento es el mandamiento de no matar (Dt. 5:17).
El séptimo mandamiento es el mandamiento de no cometer adulterio (v. 18). El adulterio perjudica la humanidad.
El octavo mandamiento es el mandamiento de no hurtar (v. 19).
El noveno mandamiento es el mandamiento de no testificar contra nuestro prójimo como testigo de cosas vanas (v. 20). Este mandamiento prohíbe la mentira. En lugar de mentir, debemos hablar la verdad.
El décimo mandamiento tiene que ver con la codicia. “Ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su campo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo que pertenezca a tu prójimo” (v. 21). La codicia puede llevarnos a hurtar. Primero podríamos codiciar cierta cosa, y luego, decidimos hurtarla. Así que, hurtar es satisfacer nuestra codicia.
Deuteronomio 5:32—13:18 constituye una extensa sección que contiene consejos y advertencias generales. Moisés, debido a su carga, preocupación y amor, habló aquí de una manera detallada y repetitiva.
En 6:1-3 Moisés exhortó a los hijos de Israel a que guardaran los mandamientos, estatutos y ordenanzas de Dios para que sus días fuesen prolongados, para que les fuese bien y para que fuesen aumentados en gran manera, en una tierra que fluye leche y miel. Los estatutos proveen los detalles suplementarios de la ley. Cuando un juicio es añadido a un estatuto, el estatuto se convierte en una ordenanza. Mientras que a los hijos de Israel se les encargó guardar los mandamientos, estatutos y ordenanzas, hoy nosotros debemos guardar Cristo.
En 6:4-9 Moisés les dijo además que amaran a Jehová su Dios con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, que guardaran las palabras de Dios en su corazón, que las enseñaran diligentemente a sus hijos, que las ataran como señal en sus manos, que fueran por frontales entre sus ojos y que las escribieran en los postes de sus casas y en sus puertas. Hoy en día nosotros debemos amar a Cristo, guardar Cristo, enseñar Cristo a otros, revestirnos de Cristo y escribir Cristo en otros.
Los versículos del 10 al 12 dicen: “Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra que juró a tus padres, a Abraham, Isaac y Jacob, que te daría, una tierra con ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien que tú no llenaste, y cisternas cavadas que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud”. A Moisés le preocupaba que el pueblo, en medio de su disfrute, se olvidara de Jehová su Dios. Además, en los versículos del 13 al 15, él les encargó que temieran a Jehová, le sirvieran y no anduvieran en pos de otros dioses para que no se encendiera la ira de su Dios, quien es un Dios celoso.
Los versículos del 16 al 19 contienen una palabra adicional en cuanto a la preocupación que tenía Moisés. En estos versículos él encargó a los hijos de Israel que no pusieran a prueba a Jehová su Dios, que guardaran diligentemente Sus mandamientos, testimonios y estatutos, y que hicieran lo recto y bueno ante Sus ojos, para que les fuera bien y pudieran entrar y poseer la buena tierra que Él les prometió.
En los versículos del 20 al 25, Moisés le dijo al pueblo qué transmitirle al hijo que preguntara acerca del significado de los testimonios, estatutos y ordenanzas. Debían decirle que ellos habían sido esclavos de Faraón en Egipto, que Jehová los había sacado de Egipto con mano poderosa para introducirlos en la tierra prometida y que Jehová les mandó que pusieran por obra Sus testimonios, estatutos y ordenanzas, a fin de que le temieran para que les fuera bien y para que Él les conservara la vida y a fin de que esto les fuera tenido por justicia.