Mensaje 12
Hemos mencionado anteriormente que Ef. 1:3-14 puede dividirse en tres secciones: las buenas palabras del Padre (Ef. 1:3-6), las buenas palabras del Hijo (Ef. 1:7-12) y las buenas palabras del Espíritu (Ef. 1:13-14). Dios el Padre se propuso algo, Dios el Hijo llevó a cabo lo que el Padre se propuso, y Dios el Espíritu aplica lo que el Hijo logró conforme al propósito del Padre. Por tanto, el Padre se propone algo, el Hijo lo cumple y el Espíritu le da aplicación. En estos versículos vemos un propósito, un cumplimiento y una aplicación. En este mensaje hablaremos de la aplicación.
Según los versículos 13 y 14, la aplicación del Espíritu consta de dos aspectos: el sello y las arras, o como me agrada decirlo, el sellar y el darse en arras. La aplicación del Espíritu consiste en que El nos sella y se nos da a nosotros en arras. De hecho, el Espíritu mismo es el sello y también las arras, y tanto el sellar como el darse en arras supone un movimiento dentro de nosotros. Así que, el sello es realmente el sellar, y las arras, el darse en arras. El Espíritu no sólo es un sello sobre nosotros, sino que El nos sella continuamente. El no sólo es las arras que garantizan nuestra herencia, sino que El se nos da en arras continuamente. En este mensaje hablaremos del sellar del Espíritu, y en el mensaje siguiente, del darse en arras.
Cuando yo era joven oí a los maestros de las Asambleas de los Hermanos disertar acerca del sello del Espíritu Santo. Además, también leí libros que hablaban del tema. Pero jamás oí nada acerca del sellar del Espíritu. El sello es una cosa y el sellar es otra. Ser sellados con el Espíritu Santo significa ser marcados con el Espíritu Santo como sello vivo. Nosotros fuimos designados como herencia de Dios (v. 11). Cuando fuimos salvos, Dios puso en nosotros Su Espíritu Santo como un sello para marcarnos, para indicar que le pertenecíamos a El. El Espíritu Santo, quien es el propio Dios que entra en nosotros, hace posible que llevemos la imagen de Dios, representada por el sello, y así nos hace semejantes a Dios. Supongamos que un hermano imprime su sello en su Biblia. Cuando lo hace, la Biblia lleva la imagen del sello. Este sello indica que la Biblia le pertenece a él. Por tanto, el sello denota propiedad. Cuando creímos en el Señor Jesús, el Espíritu de Dios nos selló, lo cual quiere decir que Dios es nuestro dueño y que nosotros le pertenecemos a El.
Cuando yo era joven, me aseguraron que yo pertenecía a Dios. También se me enseñó que por mucho que contristara al Espíritu, El jamás me dejaría. Sin embargo, los hermanos que siguen la escuela de teología arminiana no están de acuerdo con eso. Hace muchos años, una misión alemana establecida en China publicó un folleto acerca del Espíritu. En él había un dibujo de una paloma, que representaba al Espíritu Santo, la cual se alejaba de un creyente que le había contristado. Los Hermanos atacaron esta enseñanza diciendo que después de que el Espíritu entra en nosotros, El nunca se va. Su enseñanza en cuanto al sello del Espíritu era muy firme. Ellos decían: “Una vez que el sello se imprime en uno, no se puede quitar, no importa lo que hagamos”. Yo estoy de acuerdo con la enseñanza de que el Espíritu nunca nos dejará. En esto los Hermanos tenían razón; sin embargo, pusieron demasiado énfasis en la doctrina.
Todo sello tiene una imagen. Si el sello es cuadrado, la imagen también es cuadrada. El Espíritu, que como sello de Dios está en nosotros, lleva la imagen de Dios. Esto da a entender que el sello del Espíritu Santo es la expresión de Dios. Cuando tenemos al Espíritu Santo como sello de Dios sobre nosotros, llevamos la imagen de Dios y la expresión de Dios.
Cuando leí acerca de esto la primera vez en un libro escrito por el hermano Nee, me sentí muy feliz. Me di cuenta de que no sólo tenía el sello, lo cual indicaba que Dios era mi dueño, sino que junto con el sello tenía la imagen de Dios. Pero mi alegría no duró mucho tiempo, pues poco después descubrí que en realidad yo no tenía la imagen de Dios. Sí, el sello del Espíritu estaba sobre mí, pero yo no tenía la imagen. El sello era una cosa, y yo era otra. Yo tenía el sello sobre mí, pero no llevaba una vida de sello.
Cuando conocemos una verdad o doctrina que aún no hemos experimentado, con el tiempo esto nos perturbará. Puede ser que la doctrina sea buena, pero es posible que tengamos muy poca experiencia de ella. Esto nos deja perplejos, porque la Biblia dice una cosa y nuestra experiencia dice otra. Lo que somos simplemente no corresponde con lo que la Biblia dice. La Biblia dice que fuimos sellados con el Espíritu Santo. Esto significa que llevamos la imagen, la expresión, de Dios. Sin embargo, conforme a nuestra experiencia, parece que no tenemos ni el sello ni la imagen. No quiero engañarme. Me turba siempre el hecho de que la Biblia dice una cosa y mi vida diaria dice otra. Más tarde, encontré la clave en el sello mencionado en 1:13 y 14.
Estos versículos dicen: “En El también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y en El habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de Su gloria”. La palabra “hasta” del versículo 14 reviste mucha importancia. Fuimos sellados con el Espíritu Santo hasta la redención de la posesión adquirida. Nosotros somos la posesión adquirida de Dios, y la redención de esta posesión es la redención, la transfiguración, de nuestro cuerpo. Con esto vemos que el sello del Espíritu Santo redunda en la redención de nuestro cuerpo. Fuimos sellados con el Espíritu Santo con miras a esta redención. Una traducción declara: “Fuisteis sellados con el Espíritu Santo dado para la redención”. Esta expresión es aún más clara.
El sello del Espíritu no se recibe de una vez por todas; más bien, el sellar aún continúa. El sello fue puesto en nosotros cuando creímos, pero el sellar continúa desde entonces hasta el día de hoy. El Espíritu Santo es el sello y también el sellar; El nos sigue sellando. Fuimos sellados y seguimos siendo sellados.
Muchos podemos testificar por experiencia que cuando creímos en el Señor Jesús, comprendimos que habíamos sido sellados en nuestro espíritu. Sin embargo, en nuestra mente, parte emotiva y voluntad no existía este sello. En el momento que creímos en el Señor Jesús, el Espíritu entró en nuestro espíritu y nos selló. A esto se refiere la Biblia cuando afirma que fuimos sellados. Sin embargo, no todas las partes fueron selladas; sólo una, nuestro espíritu. Durante mucho tiempo después de haber sido salvos, seguimos sin experimentar el sellar en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Pero Efesios 1 declara que fuimos sellados hasta la redención. Hemos mencionado que la palabra griega traducida “para” [o en este caso “hasta”] significa “dando por resultado” o “con miras a”. Por consiguiente, fuimos sellados en nuestro espíritu con miras a que nuestro cuerpo fuera redimido. Esto implica que el sellar se está extendiendo en nosotros. Comienza en nuestro espíritu y se extiende a nuestra mente, a nuestra parte emotiva y a nuestra voluntad. El sellar se extiende a nuestra mente, y a esto se refiere el Nuevo Testamento cuando habla de la renovación de nuestra mente (Ro. 12:2). La renovación de la mente se lleva a cabo al extenderse el sellar del Espíritu a nuestra mente. Es imprescindible que el sellar del Espíritu sature nuestra mente.
No muchos cristianos han visto que el sellar se sigue llevando a cabo, que no se efectúa de una vez por todas. No hay duda de que el Espíritu entra en nosotros de una vez y para siempre, pero el sellar del Espíritu supone un proceso continuo. En cuanto a esto, no nos debe interesar solamente la doctrina, sino también la experiencia. Comprobemos si nuestra experiencia corresponde con la doctrina.
Cuando fuimos regenerados, el sello del Espíritu se imprimió en nuestro espíritu, lo cual dio inicio al sellar dentro de nosotros, con miras a la redención de nuestro cuerpo. Esto indica que un día aun nuestro cuerpo será sellado con el Espíritu; el Espíritu lo impregnará por completo.
Hemos visto que el sello del Espíritu tiene la imagen de Dios. Cuando nos arrepentimos, confesamos y oramos en nuestro espíritu, expresamos dicha imagen. En momentos como éstos todos pueden ver en nosotros la imagen de Dios. Pero si discutimos con otros en cuanto a enseñanzas, será evidente que nuestra mente no lleva la imagen de Dios. Cuando oramos en el espíritu, expresamos la imagen, pero cada vez que discutimos, valiéndonos de nuestra mente, no la expresamos. En esos momentos, nuestra mente no expresa la imagen de Dios en lo más mínimo. Además, si al discutir con un hermano respecto a alguna doctrina, nos enojamos, en ese momento la parte emotiva no expresa la imagen de Dios en absoluto, lo cual indica que el sellar del Espíritu aún no ha llegado a nuestra parte emotiva. Es posible que nos enojemos con el hermano de tal manera, que decidimos no tener comunión más con él; nos separamos de él porque, según nuestra opinión, la doctrina que él enseña es errónea. Y así, ejercemos nuestra obstinada voluntad y cortamos la comunión con el hermano. Esto pone de manifiesto que nuestra voluntad no ha participado del sellar del Espíritu. Así que, nuestra alma completa —mente, parte emotiva y voluntad— no manifiesta ningún rasgo de la imagen de Dios. Aunque el Espíritu Santo continuamente nos sella en nuestro espíritu, todavía no se ha extendido a nuestra alma.
Es difícil que el sellar del Espíritu Santo se extienda a nuestra complicada mente, y lo es todavía más que se extienda a nuestra obstinada voluntad. En el caso de algunos creyentes, la lucha que el Espíritu sostiene para que el sellar llegue a la mente, la parte emotiva y la voluntad, dura mucho tiempo. Si examinamos nuestra experiencia, nos daremos cuenta de que por muchos años ha habido una batalla con respecto a este tema; el Espíritu Santo sigue luchando para que el sellar llegue a nuestra mente, a nuestra parte emotiva y a nuestra voluntad. Debemos reconocer que probablemente hasta el día de hoy, nuestra alma aún no ha sido totalmente saturada; y si nuestra alma ya hubiera sido saturada, nuestro cuerpo aún necesita ser sellado, porque en él no se ve la apariencia de Dios ni la expresión de Su imagen. Con todo, el sellar del Espíritu Santo aún continúa y seguirá hasta la redención de nuestro cuerpo.
El sellar del Espíritu Santo nos satura, y esta saturación, nos santifica. Todo lo que el sello satura, también lo santifica. Además, la santificación constituye la transformación. Así que, cualquier parte que el Espíritu Santo sella, la santifica y la transforma. Por ejemplo, cuando nuestra mente es sellada con el Espíritu, ella es santificada y transformada. Los diferentes términos: sellar, santificar y transformar, se refieren a lo mismo. Cuando el Espíritu Santo selle por completo nuestra alma, ésta será santificada y transformada. Un día, aun nuestro cuerpo será sellado con el Espíritu; en aquel entonces también será santificado. Esto aún no ha sucedido; nuestro cuerpo todavía no ha sido transfigurado. Pero en el día de la redención, nuestro cuerpo habrá sido plenamente sellado por el Espíritu Santo; entonces será santificado y transfigurado.
Muchos cristianos piensan que mientras seamos salvos, seremos arrebatados cuando vuelva el Señor Jesús. Entender la Biblia de esta manera es demasiado superficial. El significado del arrebatamiento es que hay madurez. Ningún agricultor levanta la cosecha antes de que ésta esté madura. Si una cosecha todavía está verde, el agricultor no la cosechará. Nosotros somos la labranza de Dios; por ende, el tiempo de cosechar depende de la madurez. En Efesios 1:13-14 vimos que fuimos sellados con el Espíritu Santo hasta la redención de la posesión adquirida. El Espíritu Santo nos selló en nuestro espíritu con miras a redimir nuestro cuerpo. La redención de nuestro cuerpo depende de que el sello del Espíritu Santo se extienda a todo nuestro ser. Cuando esto suceda, se tomará la decisión en cuanto al tiempo propicio en que nuestro cuerpo será redimido.
No debemos pensar que el sellar del Espíritu se efectúa de una vez por todas; esta acción continúa en nosotros hasta esparcirse a todo nuestro ser. El Espíritu Santo se mueve dentro de nosotros, y este mover nos sella, nos santifica y nos transforma. ¿Cuándo será transfigurado nuestro cuerpo? Esto depende de cuánto el Espíritu Santo haya sellado nuestro ser. El sellar del Espíritu Santo está bastante ligado a la redención del cuerpo, lo cual denota que el sellar del Espíritu todavía se está efectuando y que a diario satura nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Después de que un niño termina la escuela primaria, él no está listo para ingresar a la universidad; primero debe ir a la secundaria y a la preparatoria. Del mismo modo, después de ser sellados con el Espíritu Santo en nuestro espíritu, aún no estamos listos para que nuestro cuerpo sea redimido; necesitamos ser sellados en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad. El Espíritu Santo tiene que sellarnos en muchas áreas de nuestra vida.
Hemos mencionado anteriormente que el sellar del Espíritu es el mover del Espíritu dentro de nosotros. Tenemos un sello vivo en nosotros; y éste está en continuo movimiento. Una vez que el Espíritu sella una parte de nosotros, El desea sellar otra y otra más. El anhela sellar cada parte de nuestro ser. Mientras esto no esté completo, el sellar se seguirá extendiendo.
Estoy casi seguro de que ustedes jamás habían oído que el Espíritu aún nos sigue sellando. Sin embargo, este hecho está implícito en la palabra “hasta” del versículo 14. Fuimos sellados con el Espíritu Santo hasta la redención de la posesión adquirida. Este sellar continuará hasta el día de la redención. No tomemos esto como una simple doctrina, sino que debemos aplicarlo a nuestra condición. ¿Hemos permitido que el Espíritu nos selle hoy? ¿Está activo el sellar dentro de nosotros? Debemos tener la certeza de que el sellar del Espíritu se sigue extendiendo a nuestro ser. Una vez que haya sido sellado todo nuestro ser, estaremos preparados para que nuestro cuerpo sea redimido.