Mensaje 13
En Ef. 1:13-14 se mencionan juntos el sello del Espíritu Santo y las arras del Espíritu Santo. Es difícil saber cuál de ellos se experimenta primero. Según 2 Cor. 1:21-22 el sellar parece ocurrir primero. En 2 Corintios 1:22 dice que Dios “nos ha sellado, y nos ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones”. Pero en realidad, tanto el ser sellados como el recibir las arras ocurren al mismo tiempo.
Las arras de nuestra herencia constituyen otro aspecto del cuarto ítem de la bendición que recibimos de parte de Dios. El primer aspecto es el sellar del Espíritu.
La obra que Dios efectúa en nosotros supone dos tipos de herencias; por eso, necesitamos ser sellados así como recibir las arras. Efesios 1:11 indica que fuimos designados como herencia de Dios, y el versículo 14, que Dios es nuestra herencia. Nuestra herencia es Dios mismo. En la economía de Dios nosotros somos la herencia de Dios, y El, la nuestra; ésta es una herencia mutua. Para poder ser la herencia de Dios, necesitamos ser sellados. Nosotros somos posesión de Dios, y puesto que El es nuestro dueño, El ha puesto Su sello sobre nosotros. Debido a que Dios es nuestra herencia, también necesitamos las arras del Espíritu Santo como garantía. Nosotros heredaremos todo lo que Dios es, o sea Su persona, y todo lo que El tiene, o sea, Su obra. El Espíritu Santo es las arras, la garantía, de que recibiremos tal herencia.
El Espíritu Santo es las arras de nuestra herencia. La palabra griega traducida “arras” en el versículo 14, también quiere decir anticipo, garantía, muestra que garantiza el pago completo, un pago parcial dado por adelantado. Puesto que nosotros somos la herencia de Dios, el Espíritu Santo es un sello sobre nosotros. Debido a que Dios es nuestra herencia, el Espíritu Santo es las arras de esta herencia y es dado a nosotros. Dios nos da Su Espíritu Santo, no sólo como garantía de nuestra herencia, asegurando nuestra heredad, sino también como anticipo de lo que heredaremos de El.
En los tiempos antiguos, la palabra griega que se traduce arras se usaba en la compra de tierras. El vendedor daba al comprador una porción del suelo como muestra. Por lo tanto, según el griego antiguo, las arras también son una muestra. El Espíritu Santo es la muestra de lo que vamos a heredar de Dios en plenitud.
La palabra griega que se traduce “arras” equivale a lo que hoy llamamos pago inicial, el cual denota buena fe y es garantía de los pagos subsiguientes. Las palabras “arras”, “prenda” y “garantía” tienen similar significado, y se refieren a un pago que garantiza la cancelación del saldo. Sin embargo, en griego, esta palabra también significa muestra o anticipo. Algunos traductores prefieren la palabra “anticipo”. Al disfrutar de la muestra tenemos un anticipo de lo que sigue. Supongamos que alguien me diera diez duraznos de su cosecha. Esos duraznos serían una muestra y un anticipo de toda la cosecha. Nosotros los que heredaremos a Dios tenemos al Espíritu Santo como arras, garantía, prenda y pago inicial de nuestra herencia. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo es también una muestra y un anticipo. El anticipo nos permite saborear un poco de Dios, mas el disfrute completo aún está por venir.
En 2 Corintios 1 tenemos la unción, el sello y las arras. En 2 Corintios 1:21 se dice: “Y el que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió, es Dios”. La unción trae a nosotros el elemento de Dios. El ungüento divino se puede comparar con la pintura. Cuando uno pinta un mueble, se aplica a él el elemento de la pintura. Del mismo modo, la unción nos aplica el ungüento divino, y esto nos trae el elemento divino. Cuanto más somos ungidos por dentro, más recibimos del elemento de Dios. Necesitamos capa tras capa del ungüento divino. Muchos hermanos y hermanas de edad avanzada han recibido centenares de capas, pero los más jóvenes han recibido sólo unas cuantas. En 1 Juan 2 se dice que la unción mora en nosotros y nos enseña todas las cosas. Somos enseñados al ser ungidos. El Espíritu Santo como ungüento compuesto está en nosotros y nos enseña, no con palabras, sino “pintándonos”. Nos aplica capa tras capa de ungüento sin importar si obedecemos o no a Su enseñanza. De esta manera, la unción infunde en nuestro ser la esencia de Dios.
Alabo al Señor porque en estos tiempos se está llevando a cabo una mayor impartición de Dios en nosotros comparado con el primer siglo. Si uno estudia los escritos de los primeros padres de la iglesia, se dará cuenta de que aquellos escritos no pueden compararse con lo que el Señor nos ha mostrado a nosotros en Su Palabra. ¿Cuál de los padres de la iglesia dijo alguna vez que Dios se imparte a nuestro ser? Incluso algunas cosas que expresan los jóvenes hoy superan lo que escribieron los padres de la iglesia. Día tras día somos ungidos, y esto añade a nosotros la esencia divina.
En 2 Corintios primero se menciona la unción, y después, el sellar. El sellar del Espíritu Santo trae a nosotros la imagen, la apariencia y la expresión; pues el sello porta una señal, una forma. Dios no sólo nos unge con Su esencia, sino que también nos sella con Su apariencia, imagen y expresión. Además de la unción y el sellar, están las arras, las cuales tienen que ver con el disfrute, con el sabor. Las madres saben que para alimentar a sus niños es importante que la comida tenga buen sabor. Cuando la comida es deliciosa, ellos con gusto pasan a la mesa y comen. En cambio, si la comida es insípida, resulta difícil que coman. Hoy el Espíritu Santo está dentro de nosotros como un anticipo. Si el Espíritu fuera únicamente la unción y el sellar, tal vez nos aburriríamos de experimentarlo. Sin embargo, no nos cansa ni nos aburre el Espíritu porque El también es nuestras arras.
En el pasado se me enseñó que las arras del Espíritu Santo se recibían una sola vez y que esto era una experiencia objetiva. Sin embargo, más adelante aprendí que uno recibe las arras del Espíritu continuamente. Aprendí esto no tanto por mis estudios, sino por experiencia. Llegué a comprender que las arras del Espíritu Santo se nos infunden de manera continua.
Las arras del Espíritu se nos dan para que las disfrutemos. Cuando me siento desilusionado o deprimido, el Espíritu se infunde en mí y me reanima. Yo experimento las arras cada día y a cada momento. Las arras también denotan que algo nos es dado como garantía. Al dársenos el Espíritu como arras, somos reanimados y estimulados. Cuando las cosas no tienen esperanza, las arras nos llenan de esperanza.
Dios comenzó a dársenos en arras desde el día que fuimos salvos, y esto continua hasta el día de hoy. Por ello el creyente que está en el espíritu no tiene ninguna duda de que Dios está en él. Creemos esto espontáneamente y sin dificultad porque todos los días recibimos las arras del Espíritu. Dios se da a nosotros en arras continuamente. Cuando estoy débil, El se infunde en mí como arras y se convierte en mi aliento. Cuando mis esperanzas decaen, El se entrega a mí como arras y me infunde ánimo. Cuando parece que mi fe se desvanece, El se da a mí como arras y de inmediato mi fe revive. Cuando parece que ya no siento amor por los hermanos y hermanas, el Espíritu se me imparte como arras y siento dentro de mí más amor por los santos. Creo que todos hemos tenido experiencias similares, aunque tal vez no las hayamos reconocido o entendido.
Durante los entrenamientos especiales de diez días, doy tres mensajes diarios. Algunos quizás se pregunten de dónde saco la energía para hablar tanto a mi edad. Muchas veces me he agotado; sin embargo, cada vez que esto sucede, Dios viene y se infunde en mí como arras. Gracias a que el Espíritu se infunde en mí como arras, estoy listo para hablar en la siguiente reunión. Cuando me pongo de pie y comienzo a hablar, estoy lleno de vigor porque el Espíritu se imparte en mí como arras. De hecho, cuanto más hablo, más disfruto. Cuando vuelvo a casa después de haber dado un mensaje, me siento muy contento, mucho más de lo que estaba antes de la reunión. Esto se debe a que durante el mensaje, el Espíritu se infunde en mí como arras de manera intensificada.
Las arras nos dan más de Dios. Cuanto más de Dios recibimos, más seguridad tenemos y más apetito sentimos por El. Cuando algunos escuchan acerca de recibir más de Dios, quizás se pregunten qué queremos decir con ello e incluso piensen que lo que decimos suena a herejía. Conforme a la doctrina, Dios es Dios y no puede haber más de Dios. Pero en cuanto a la experiencia, podemos recibir más de Dios. Al dársenos en arras el Espíritu Santo, recibimos más de Dios. Sabemos que Dios nos pertenece por cuanto las arras están dentro de nosotros. Una pequeña muestra, como la que se daba en la compra de terrenos en los tiempos antiguos, está dentro de nosotros como arras; esta porción aumenta en nosotros continuamente.
Muchos hermanos y hermanas de edad avanzada pueden testificar que al paso de los años, su apetito por Dios ha ido en aumento. Cuando comencé el ministerio en este país en 1962, yo tenía hambre de Dios. Pero ahora, dieciséis años después, mi hambre por El se ha intensificado. Tengo tanta hambre de El que quisiera absorberlo. Yo podría decirle: “Señor Jesús, quisiera absorberte”. Es posible que algunos digan que hablar de esta manera no sólo es herético sino también burdo. Con todo, mi deseo es comer al Señor totalmente. Cuanto más recibimos de El, más hay que recibir de El y más grande parece volverse. Este aumento de apetito proviene de las arras que se nos infunden. Cuanto más gustamos de El, más aumenta nuestro apetito, y cuanto más apetito tenemos, más gustamos de El. Esto representa un ciclo glorioso. No piensen que los hermanos de más edad estamos cansados de comer a Dios. No; nuestro apetito es mayor, y comemos más de El. ¡Aleluya por las arras del Espíritu! Dios se infunde en nosotros como arras continuamente, y cuanto más lo hace, mayor es nuestro disfrute. Este disfrute agranda nuestro apetito. Cuando llegamos a la vida de iglesia, nuestro apetito por Cristo es poco, pero después de cierto tiempo, aumenta. Cuanto más disfrutamos al Señor, mayor es nuestro apetito por El.
Hoy el Espíritu no sólo nos unge y nos sella, sino que también se nos da en arras, lo cual indica que Dios se nos añade poco a poco. Esto no se lleva a cabo de una vez y para siempre, sino día tras día e incluso hora tras hora. El Espíritu se nos da en arras sin cesar, es decir, veinticuatro horas al día. Nosotros comemos, y el Espíritu se nos infunde en arras. Cuanto más comemos, más apetito tenemos, y cuanto más aumenta nuestro apetito, más comemos. A través de este ciclo, participamos de Dios diariamente. Este ciclo continuará hasta que entremos en la eternidad. En aquel entonces, Dios será nuestro disfrute pleno, y nos deleitaremos en El en plenitud.
Muchos cristianos ni siquiera saben que la unción está en ellos, y los que saben un poco de esto, no conocen nada acerca del sellar del Espíritu. Aunque algunos conocen lo que es el sellar, casi nadie conoce lo que son las arras del Espíritu. Es probable que usted, en toda su vida cristiana, nunca haya oído ningún mensaje acerca de las arras del Espíritu. Conforme a mi experiencia, sé que el Espíritu Santo se infunde continuamente como arras dentro de mí, y me da más de Dios y más de Cristo. Cuanto más recibo de Cristo, más aumenta mi apetito por El. Algunos reconocen que no sienten mucho apetito por Cristo, lo cual se debe a que ellos no le dan mucha importancia a las arras del Espíritu. Debemos prestar atención no sólo a la unción y al sellar, sino también a las arras. Debemos decir: “Oh Señor Jesús, eres tan dulce. Amén, Señor”. Si hacemos esto, sentiremos que las arras del Espíritu aumentan dentro de nosotros. ¡Qué experiencia tan real!
Muchos creyentes no experimentan al Dios Triuno simplemente porque en lugar de interesarse por la unción, el sellar y las arras, le dan más importancia a la doctrina. Ellos tienen la doctrina del Dios Triuno, mas no lo experimentan. Sin embargo, la Biblia revela que debemos experimentar al Dios Triuno, y no buscarlo de manera doctrinal. En el recobro del Señor no estamos interesados en conceptos ni en puntos doctrinales; lo que queremos es experimentar al Dios Triuno de manera real. Por supuesto, si nuestra experiencia es saludable, ésta corresponderá con la revelación de la Biblia. A menudo recibo luz primeramente a través de mi propia experiencia. Luego, cuando consulto la Biblia, me doy cuenta de que mi experiencia no sólo concuerda con lo que se halla en la Biblia, sino que la Palabra fortalece y refuerza mi experiencia. Es menester tener la experiencia y no sólo la doctrina. Muchos podemos testificar que a diario experimentamos la unción, el sellar y las arras. Cuando experimentamos al Espíritu de esta manera, recibimos más de la esencia divina, tenemos más de la expresión de Dios y disfrutamos más de Dios. ¡Oh, Dios es tan sabroso, tan delicioso! Una vez que hemos gustado del Señor, no podemos olvidarlo; al contrario, queremos gustar más de El.
Efesios 1:14 declara que el Espíritu Santo es las arras de nuestra herencia “hasta la redención de la posesión adquirida”. En este versículo, la redención se refiere a la redención de nuestro cuerpo (Ro. 8:23), es decir, a la transfiguración de nuestro cuerpo de humillación en uno de gloria (Fil. 3:21). Hoy el Espíritu Santo es una garantía, un anticipo y una muestra de nuestra herencia divina que disfrutamos hasta que nuestro cuerpo sea transfigurado en gloria, o sea, hasta el momento en que heredaremos a Dios en plenitud. La extensión de las bendiciones que Dios nos concedió abarca todos los puntos cruciales desde la elección realizada por Dios en la eternidad pasada (v. 4) hasta la redención de nuestro cuerpo en la eternidad futura.
Nosotros los redimidos de Dios, la iglesia, somos posesión de Dios, que El adquirió comprándonos con la preciosa sangre de Cristo (Hch. 20:28). En la economía de Dios, El llega a ser nuestra herencia, y nosotros, Su posesión. ¡Qué maravilloso! ¡No damos nada, y lo obtenemos todo! Dios nos adquirió a un precio, pero nosotros lo heredamos a El sin pagar nada. Esto redunda en la alabanza de Su gloria.
El versículo 14 concluye con las palabras: “para alabanza de Su gloria”. Debemos examinar este asunto una vez más. Esta es la tercera vez que se repite esta frase, y en este caso, como conclusión de esta sección (vs. 3-14), que habla de las bendiciones que Dios nos concede. Los versículos del 3 al 6 revelan lo que Dios el Padre se propuso para nosotros; a saber, que El nos escogió y nos predestinó para filiación, para alabanza de la gloria de Su gracia. Los versículos del 7 al 12 revelan cómo Dios el Hijo realizó lo que Dios el Padre se había propuesto; o sea, que El nos redimió y nos hizo herencia de Dios, para la alabanza de Su gloria. Los versículos del 13 al 14 nos hablan de cómo Dios el Espíritu nos aplica lo que Dios el Hijo realizó; a saber, El nos sella y es la garantía y anticipo de nuestra herencia eterna y divina, para la alabanza de la gloria de Dios. En las bendiciones que Dios nos concede, la gloria del Dios Triuno merece una alabanza triple.
La expresión “para alabanza de Su gloria” se repite tres veces porque la Trinidad está relacionada con la bendición de Dios. Las buenas palabras que se dicen acerca de nosotros tienen una perspectiva triple, y la alabanza que se ofrece al Dios Triuno también es una alabanza triple. El Dios Triuno, la Trinidad Divina, merece una alabanza triple. El no sólo merece nuestra alabanza, sino también la alabanza de los ángeles y de toda la creación. Un día, todo el universo alabará a Dios por lo que se propuso, por lo que realizó y por lo que aplicó. ¡Qué maravilloso es recibir las buenas palabras con las que Dios nos bendice!
Como hemos dicho, los versículos del 3 al 14 relatan las buenas palabras que Dios expresó acerca de nosotros. Como resultado de ellas, todas las cosas positivas del universo alabarán a Dios por las bendiciones que El nos concedió, porque nosotros, los hijos de Dios, seremos Su herencia. Aunque caímos tan bajo, fuimos hechos hijos de Dios, e incluso fuimos designados Su herencia y deleite. Dios ha llegado a ser nuestra herencia, y nosotros lo heredamos a El como nuestro disfrute. El está en nosotros, y nosotros estamos en El. Nosotros estamos en El para ser Su herencia y deleite, y El está en nosotros para ser nuestra herencia y deleite. ¡Aleluya por las buenas palabras que el Dios Triuno expresó acerca de nosotros! Ahora por tener la unción, el sellar y las arras estamos plenamente satisfechos. Lo único que deseamos ahora es recibir más de Dios.