Mensaje 16
En Ef. 1:1:18-19 Pablo oró pidiendo que comprendiéramos cuál es la esperanza a que Dios nos ha llamado, cuáles son las riquezas de la herencia de Dios en los santos, y cuál es la supereminente grandeza del poder de Dios para con nosotros los que creemos. Con relación a estos tres asuntos, hay tres palabras claves que debemos saber: esperanza, gloria y poder. La esperanza es la esperanza a que Dios nos ha llamado, la gloria es la gloria de la herencia de Dios entre los santos y el poder es el poder que actúa para con nosotros según la operación del poder de la fuerza de Dios, que El hizo operar en Cristo.
La esperanza, la gloria y el poder están relacionados con las bendiciones enumeradas en los versículos del 3 al 14, en las cuales se abarcan cinco aspectos de las buenas palabras que el Padre ha hablado acerca de nosotros: la elección y la predestinación efectuadas por el Padre, la obra redentora del Hijo, y el sellar y el darse en arras realizado por el Espíritu. El Padre nos escogió para que fuésemos santos y nos predestinó para que fuésemos Sus hijos; el Hijo nos redimió para que fuésemos reunidos en Cristo bajo una cabeza; y el Espíritu nos selló para que seamos transformados a la imagen de Dios, es decir, para que seamos completamente saturados con El mismo, a fin de que tengamos Su semejanza. Además, el Espíritu se nos dio en arras, lo cual significa que Dios se da a nosotros como nuestro disfrute, anticipo y garantía. Este es el contenido de las bendiciones que nos brinda el Dios Triuno.
La esperanza es el resultado de estas bendiciones. Nuestro llamamiento es la suma de las bendiciones espirituales, y nuestra esperanza es el resultado de ellas. Esta esperanza también es nuestra gloria. El apóstol Pablo, después de hablar del contenido de las bendiciones de Dios, y basado en su profunda comprensión espiritual, oró pidiendo que recibiéramos un espíritu de sabiduría y de revelación, y que los ojos de nuestro corazón fueran alumbrados. Esto requiere que todo nuestro ser sea tocado. Nuestro espíritu tiene que estar abierto; nuestra conciencia tiene que ser purificada; nuestro corazón tiene que ser puro; nuestra mente tiene que ser sobria; nuestra parte emotiva tiene que ser afectuosa; y nuestra voluntad tiene que ser sumisa. Cuando cada parte de nuestro ser haya pasado por esta experiencia, podremos conocer la esperanza, la gloria y el poder. Puesto que el llamamiento incluye todas las bendiciones de Dios, la esperanza es la esperanza de estas bendiciones; esta esperanza es la gloria de volvernos santos en todo nuestro ser. La gloria es también la plena filiación. Cuando hayamos experimentado la plena filiación, nuestro cuerpo será glorificado, o sea, transfigurado. Según Romanos 8:21, toda la creación disfrutará de la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Esta gloria es nuestra esperanza.
Hemos visto que esta gloria tiene sus riquezas, que comprenden los diversos atributos y virtudes de Dios. Dios es rico en atributos y virtudes, tales como amor, vida, luz, humildad, justicia, santidad y longanimidad. Cuando éstos sean completamente expresados en nosotros, esa expresión será las riquezas de la gloria de Dios. Así vemos que la esperanza y la gloria son el resultado de las cinco bendiciones, de los cinco elementos de las buenas palabras con las que Dios habla bien de nosotros.
El poder divino es el medio único por el cual obtenemos la esperanza y llegamos a la gloria. La esperanza y la gloria pueden ser algo objetivo, pero la supereminente grandeza del poder de Dios para con nosotros es muy subjetivo, es algo que se puede experimentar. El poder de Dios para con nosotros es supereminente grande, y debemos conocerlo y experimentarlo.
Hace veinticinco años conduje en Taipéi un estudio completo del libro de Efesios. Pero en aquel entonces no había visto que la esperanza y la gloria son el resultado de las bendiciones, y que éstas dependen del poder divino. Ahora veo que después de mencionar las bendiciones del Dios Triuno con relación a nosotros, Pablo oró pidiendo que conociésemos la esperanza y la gloria de dichas bendiciones. La gloria es la expresión de las bendiciones de Dios. El anhelo de Dios al bendecirnos es que seamos Su herencia. Por ello, debemos heredarlo y disfrutarlo a El. Primero nosotros lo heredamos a El y luego llegamos a ser Su herencia. Esto resulta de que Dios se forje en nosotros y nos haga uno con El. Al operar Dios en nosotros, llegamos a ser Su satisfacción y El, la nuestra. Esta satisfacción mutua es también una herencia mutua, una herencia que tendrá la gloria que expresa todos los atributos y virtudes de Dios. Esto será la expresión del Dios Triuno por la eternidad. Esta gloria es nuestra esperanza.
Ahora llegamos al tema de cómo el poder divino lleva a cabo esta esperanza y esta gloria. Hoy vivimos en una era nuclear y estamos muy conscientes de que para hacer cualquier cosa se necesita poder. Por ejemplo, el hombre necesitó mucho poder para ir a la luna. Sin poder, no somos nada. El poder por el cual obtenemos nuestra esperanza es el poder del que se habla en 3:20, donde Pablo dice que Dios es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos, según el poder que actúa en nosotros. La palabra griega que se traduce “actuar” en 3:20 significa operar, energizar. El poder que está en nosotros no solamente actúa y opera, sino que también nos energiza. El lenguaje humano es insuficiente para describir la supereminente grandeza de este poder.
Este poder actúa para con los creyentes. Es semejante a la energía eléctrica que se trasmite continuamente de la planta generadora a nuestra casa para suplir las necesidades diarias. Asimismo, el poder divino se trasmite continuamente a nosotros para constituirnos la herencia que cumple el propósito eterno de Dios.
El versículo 19 también declara que la grandeza del poder de Dios actúa “según la operación del poder de Su fuerza”. Al escribir Efesios, Pablo agotó prácticamente el idioma griego. En este versículo, él habla del poder, de la operación y de la fuerza. El usa distintas palabras para describir la grandeza del poder de Dios que actúa en nosotros.
La supereminente grandeza del poder de Dios para con nosotros es conforme a la operación del poder de Su fuerza que hizo operar en Cristo. El poder que actúa en nosotros es el mismo que operó en Cristo. Por ser nosotros Su Cuerpo, participamos del poder que opera en la Cabeza.
El gran poder que operó en Cristo primeramente lo resucitó de los muertos. Este poder venció la muerte, la tumba y el Hades, lugar donde están retenidos los muertos. Debido al poder de Dios, que es el poder de resurrección, la muerte y el Hades no pudieron retener a Cristo (Hch. 2:24).
La supereminente grandeza del poder de Dios también hizo sentar a Cristo a la diestra de Dios en los lugares celestiales, “por encima de todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero” (vs. 20-21). La diestra de Dios, donde Cristo fue sentado por la supereminente grandeza del poder de Dios, es un lugar honorable, un lugar de autoridad suprema. “Los lugares celestiales” no sólo se refieren al tercer cielo, la cumbre del universo donde Dios mora, sino también al estado y atmósfera de los cielos, donde Cristo fue sentado por el poder de Dios.
En el versículo 21 Pablo declara que Cristo se sentó por encima de todo principado y autoridad y poder y señorío y sobre todo nombre que se nombra. La palabra “principado” se refiere al cargo más elevado; “autoridad”, a toda clase de poder oficial (Mt. 8:9); “poder”, a la fuerza de la autoridad; y “señorío”, a la preeminencia que el poder establece. La autoridad que se menciona en este versículo no solamente incluye las autoridades angélicas y celestiales, sean buenas o malas, sino también las humanas y terrenales. El Cristo ascendido fue sentado muy por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío del universo. La expresión “todo nombre que se nombra” no sólo se refiere a los títulos de honor, sino también a todo lo que tenga nombre. Cristo fue sentado por encima de todo; todo lo relacionado con este siglo y con el venidero.
En el versículo 22 se dice: “Y sometió todas las cosas bajo Sus pies”. En tercer lugar, el gran poder que Dios hizo operar en Cristo sometió todas las cosas bajo Sus pies. El hecho de que Cristo esté por encima de todo es diferente de que todas las cosas estén sometidas bajo Sus pies. Lo primero habla de la trascendencia de Cristo; y lo último, de la sujeción de todas las cosas a El. En esto vemos el poder que somete todas las cosas.
La última parte del versículo 22 declara: “Y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. En cuarto lugar, el gran poder que Dios hizo operar en Cristo, dio a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. La autoridad que Cristo tiene sobre todas las cosas es un don que Dios le dio. Fue por medio del supereminente poder de Dios, que Cristo recibió la autoridad sobre todo el universo. Como hombre, en Su humanidad y con Su divinidad, Cristo fue resucitado de entre los muertos, fue sentado en los lugares celestiales, todas las cosas fueron sometidas bajo Sus pies, y fue dado por Cabeza sobre todas las cosas.
En estos versículos vemos cuatro aspectos del poder que operó en Cristo: el poder de resurrección, el poder de ascensión, el poder que somete, y el poder que reúne todas las cosas bajo una cabeza. Este cuádruple poder es dado a la iglesia. La frase “a la iglesia” del versículo 22 denota una trasmisión. Todo lo que Cristo, la Cabeza, logró y obtuvo es trasmitido ahora a la iglesia, Su Cuerpo. En esta trasmisión, la iglesia participa con Cristo de todos Sus logros: Su resurrección, Su trascendencia sobre todo, la sujeción de todas las cosas bajo Sus pies y la autoridad que El tiene sobre todas las cosas.
La iglesia procede de este poder. La preposición “a” hace alusión al origen de la iglesia. Este poder, el cual es trasmitido a la iglesia, nos llevará a la gloria y hará que nuestra esperanza se haga una realidad. Tanto de la esperanza como de la gloria participaremos en el futuro, pero el poder está disponible hoy.
La electricidad y el poder nuclear son ejemplos excelentes de este poder cuádruple. En el recobro del Señor tenemos y usamos tanto la electricidad divina como la energía nuclear celestial. Los cristianos en su mayoría conocen muy poco este poder, y de los que lo conocen, pocos saben activarlo. Supongamos que alguien le pide a usted que sea su huésped por una noche. Aunque le asignen una habitación maravillosa, si no sabe donde está el interruptor, usted estará en tinieblas. En el recobro del Señor activamos el interruptor continuamente. El apóstol Pablo oró para que conociéramos la supereminente grandeza del poder de Dios. Puesto que la grandeza del poder nuclear celestial sobrepasa nuestro conocimiento, nadie puede determinar cuán grande es; no obstante, podemos experimentarlo. ¡Esto es maravilloso!
Si conociéramos la supereminente grandeza del poder divino que operó en Cristo, jamás usaríamos nuestra debilidad como excusa. Comparado con este poder, nuestra debilidad no es nada. El poder divino puede levantarnos de entre los muertos, aunque estemos muertos, sepultados y hedamos como Lázaro. Las hermanas, con la intención de que me compadezca de ellas, a menudo me dicen que son vasos frágiles. Y efectivamente, 1 Pedro 3:7 afirma esto. Sin embargo, no me conmueven con su debilidad porque ellas disponen del poder nuclear celestial. Con este poder, no existe la debilidad.
El poder cuádruple se trasmite a aquellos que creen. Lo que expresamos es lo que creemos. Si declaramos que somos débiles, es porque creemos que así es. Las hermanas deben declarar que por tener el poder nuclear divino, ellas no son débiles. Pablo oró pidiendo que se nos diese un espíritu de sabiduría y de revelación para que supiéramos cuál es la esperanza a que Dios nos ha llamado, cuáles son las riquezas de Su gloria, y cuál es la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros. Si comprendiéramos que el poder que actúa en nosotros levantó a Cristo de entre los muertos, ¿seguiríamos diciendo que somos débiles? Nunca subestimemos la importancia de nuestras palabras. Todo lo que Dios dice se cumple. Y en principio, pasa lo mismo con nosotros. Tener fe es expresar lo que Dios dice. Cuando Dios declara: “Tú eres salvo”, debemos decir: “¡Amén!” Todo aquel que responda de esta manera será salvo. De la misma manera, si Dios dice: “El poder divino es tuyo”, debemos decir: “¡Amén!” Entonces este poder efectivamente será nuestro. No debemos decir que todavía hay débiles entre nosotros, pues todos somos más fuertes que David, incluso tan fuertes como Jesucristo. ¿Nos atreveríamos a decir que somos tan poderosos como Jesucristo? Si conociéramos la trasmisión del poder celestial, lo diríamos sin temor.
En 6:10 Pablo dice: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de Su fuerza”. Esto se basa en lo que escribió en el capítulo uno. Mediante el poder divino, podemos ser fortalecidos y permanecer firmes. A menudo los hermanos y las hermanas dicen que se sienten decaídos. Pero nosotros no estamos decaídos; más bien, estamos en los lugares celestiales por encima de todo, estamos en la ascensión de Cristo, por encima de todas las cosas, incluyendo a los demonios, los ángeles malignos, los principados y las potestades. Si vemos esto, nada nos hará decaer. Esto no es un sueño, es el poder por el cual obtendremos la gloria y alcanzaremos nuestra esperanza. Nuestra esperanza no es en vano; ella se basa en el poder divino. Antes de que los astronautas fueran a la luna, ellos se aseguraron de tener el poder necesario para llegar allá. De la misma manera, nuestra base es la supereminente grandeza del poder de Dios que opera en nosotros los que creemos. Simplemente no tengo palabras para expresar esto. Lo único que puedo hacer es repetir las palabras del apóstol Pablo, es decir, que la supereminente grandeza del poder de Dios actúa para con nosotros los que creemos.
En Efesios 1:22 se da a entender que todas las cosas fueron sometidas bajo nuestros pies, y debemos creerlo. Si no lo creemos, nos rebelamos contra las palabras de nuestro Padre. Nuestro Padre no miente; todo lo que El dice es verdad. Por tanto, debemos aceptar Su Palabra y creerla. Hagamos a un lado nuestros sentimientos y nuestra condición. No digamos que hay ciertas situaciones que no pueden estar bajo nuestros pies. La verdad es que estamos muy por encima de todo y que el poder divino ha sometido todas las cosas bajo nuestros pies, incluyendo las situaciones difíciles. No debemos permitir que las circunstancias nos distraigan; tampoco debemos creer en ellas. Olvidémonos de todo y simplemente tomemos la palabra, creámosla y declarémosla. ¡Aleluya por el poder que lo somete todo!
Damos gracias al Señor por el poder que reúne todas las cosas bajo una cabeza y que dio a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. No debemos interpretar erróneamente lo que Pablo dijo en 1:22 y pensar que nosotros somos la cabeza; eso sería un grave error. Siempre debemos estar conscientes de que estamos sometidos a la Cabeza. Sin embargo, al estar sometidos a la Cabeza, participamos del poder que somete todas las cosas. Aunque no somos la Cabeza, participamos en el sometimiento de todas las cosas.
Ya que dentro de nosotros está el poder trascendente que nos pone por encima de todo, debemos levantarnos, salir de nuestra debilidad y creer en la palabra que afirma que estamos en dicha posición. Todos debemos ver esto, creerlo y declararlo. Además, debemos saber que todas las cosas están sometidas bajo nuestros pies. No creamos en nuestra condición; antes bien, tomemos la Palabra y proclamemos todo lo que ésta declara. Además, nosotros mismos debemos someternos a la autoridad de Cristo. Si lo hacemos, participaremos en el sometimiento de todas las cosas. El resultado de todo esto es la vida de iglesia. Todos los problemas que surgen en la vida de iglesia se deben a que no conocemos plenamente el poder divino. Si conocemos plenamente este poder y vivimos por él, llevaremos una vida de iglesia maravillosa, una vida de iglesia libre de problemas.
Que todos llevemos esto al Señor y oremos: “Señor, contesta en mi experiencia la oración del apóstol Pablo para que yo pueda recibir un espíritu de sabiduría y de revelación, que los ojos de mi corazón sean iluminados a fin de que yo conozca el poder que actúa para conmigo según la operación del poder de Tu fuerza. Quiero conocer el poder que operó en Cristo levantándolo de los muertos, sentándolo en los lugares celestiales por encima de todo, sometiendo todas las cosas bajo Sus pies y dándolo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. No es necesario interpretar las palabras que expresó Pablo en 1:19-22; simplemente debemos orar y tener comunión al respecto. Entonces, estos versículos llegarán a ser una realidad para nosotros. Que todos veamos este poder, que lo conozcamos, creamos en él y lo proclamemos.