Mensaje 24
En este mensaje trataremos la creación del nuevo hombre (Ef. 2:14-15). Aunque este tema es sumamente crucial en el Nuevo Testamento, la mayoría de los cristianos lo pasan por alto.
Cuando Cristo murió en la cruz, El no solamente eliminó los pecados, el viejo hombre, a Satanás y al mundo, sino que también abolió las ordenanzas. En la cruz, Cristo abolió en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas. Por tanto, con Su muerte, acabó con estas cinco categorías de cosas: los pecados, el viejo hombre, Satanás, el mundo y las ordenanzas. Hoy muy pocos cristianos hablan de que Cristo eliminó las ordenanzas, y dudo que haya libros que trate este tema. La mayoría de los cristianos piensan que los pecados, el viejo hombre, Satanás y el mundo constituyen nuestros principales problemas, y que si estos cuatro elementos son eliminados, todo estará bien. Pero sólo cuando las ordenanzas sean eliminadas, quedarán resueltos todos los problemas y todo estará bien. Era necesario que las ordenanzas, que son las distintas maneras de vivir y adorar, fueran abolidas por Cristo en la cruz para que El pudiera crear en Sí mismo un solo y nuevo hombre.
Hemos oído repetidas veces que en la cruz Cristo efectuó la redención, destruyó al diablo, juzgó al mundo y crucificó al yo; pero tal vez nunca había oído usted que la muerte de Cristo en la cruz también tenía como fin crear un solo y nuevo hombre. Para crear el nuevo hombre, era necesario que Cristo aboliera las ordenanzas. Al abolir en Su carne las ordenanzas y crear de los creyentes judíos y gentiles un solo y nuevo hombre, Cristo hizo la paz entre todos los creyentes. Las ordenanzas separaban tajantemente a los judíos de los gentiles, pero Cristo, con la esencia divina, hizo de ambos una sola y nueva entidad, un hombre corporativo: la iglesia. Debido a que los cristianos no hablan de la abolición de las ordenanzas y de la creación del nuevo hombre, sentimos una gran necesidad de exponer estos temas.
Los creyentes en su mayoría reconocen que la iglesia es la ekklesía, la congregación o asamblea de los que Dios llamó. Las Asambleas de los Hermanos recalcaron este aspecto de la iglesia, e incluso tradujeron la palabra griega ekklesía como “asamblea”, lo cual es una traducción fiel. No obstante, este entendimiento es muy elemental. Un concepto más avanzado es que la iglesia es la casa o familia de Dios. Un entendimiento aun más elevado consiste en ver que la iglesia es el Cuerpo de Cristo. Con todo, el entendimiento más elevado en cuanto a la iglesia consiste en entender que la iglesia es el nuevo hombre. Podemos asemejar estos cuatro conceptos de la iglesia a los cuatro niveles del sistema educativo: el jardín de niños, la primaria, la secundaria y la universidad. En nuestra perspectiva de la iglesia, debemos progresar del nivel de “jardín de niños”, la iglesia como asamblea, al nivel “universitario”, la iglesia como nuevo hombre.
La relación que experimentan los cristianos cuando se reúnen como asamblea, como congregación, no es tan estrecha. Es mucho más cercana e íntima la que se disfruta en familia. No obstante, tenemos que ver que además de ser miembros de la familia de Dios, también somos miembros del Cuerpo de Cristo, donde la relación entre los miembros es aún más estrecha. En el caso de la asamblea y de la familia, es posible que los miembros estén separados los unos de los otros; pero los miembros del Cuerpo no pueden estar separados del Cuerpo, a no ser que sean amputados. A donde va el Cuerpo, los miembros van con él; no tienen otra alternativa. Sin embargo, la comunión que se experimenta en el nuevo hombre es todavía más íntima que la del Cuerpo. El nuevo hombre es corporativo y universal. Aunque los creyentes son muchos, en el universo hay un solo y nuevo hombre. Todos los creyentes son componentes de este nuevo hombre corporativo y universal. ¡Quiera el Señor concedernos más luz con respecto al nuevo hombre! Tenemos que reconocer que todavía no hemos visto mucho en cuanto a este aspecto de la iglesia. El aspecto de la iglesia como nuevo hombre es algo que se ha descubierto apenas en años recientes, y estoy seguro de que el Señor continuará dándonos más revelación acerca del nuevo hombre en los días que han de venir.
La relación que se experimenta en la familia es más íntima que la que se disfruta en la asamblea; la que se experimenta en el Cuerpo es más elevada que la de la familia; y la que se disfruta en el nuevo hombre es mucho más elevada que la del Cuerpo. Así vemos que el nuevo hombre es el aspecto más elevado de la iglesia. Aunque los maestros cristianos han disertado mucho acerca de la asamblea, la familia y el Cuerpo, pocos han abordado el tema del nuevo hombre. Esta carencia se hace evidente en algunas malas traducciones de Efesios 4:22 y 24, donde en lugar de usar la palabra “hombre”, emplean la palabra “humanidad”: “os despojéis de la vieja humanidad” (v. 22), y “os vistáis de la nueva humanidad.” ¡Qué error tan grave! Otras traducciones han errado mucho al adoptar la traducción, “os despojéis de la vieja naturaleza” y “os vistáis de la nueva naturaleza”. Estos errores se deben a que los traductores no tenían ni el concepto ni el conocimiento correcto. W. E. Vine, no obstante, tenía cierta comprensión al respecto, y en su Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, afirma que el nuevo hombre de Efesios 4:24 es la iglesia, porque es el mismo nuevo hombre que se menciona en 2:15. Ya que el nuevo hombre es creado de dos pueblos, de los creyentes judíos y gentiles, debe de ser una entidad corporativa.
El Señor no podrá cumplir Su propósito sino hasta que obtenga el nuevo hombre en la tierra. La situación que existe entre el cristianismo actual está lejos de la meta de Dios. Aunque se habla mucho acerca del Cuerpo, no son muchos los que entienden debidamente lo que es el Cuerpo. Además, los cristianos rara vez hablan del nuevo hombre. ¡Cuán crucial es que se recobre plenamente este aspecto de la iglesia!
Si queremos ver el nuevo hombre, debemos conocer bien que es el viejo hombre. Antes de exhortarnos a que nos vistamos del nuevo hombre, Pablo nos dice que nos despojemos del viejo hombre (4:22). Después de crear los cielos y la tierra, Dios creó al hombre, pero no creó un hombre individual, sino una entidad colectiva. Génesis 1:26 habla del hombre en singular y en plural: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoreen...” (heb.) [El hecho de que el verbo señoreen está en el plural, mientras que “al hombre” está en singular] revela que Dios siempre ha deseado tener un hombre colectivo. Desafortunadamente, el hombre corporativo que Dios creó fue dañado a causa de la caída; por lo cual fue necesario que se produjera un nuevo hombre. Para que se produjera este nuevo hombre, Cristo no solamente tuvo que eliminar el pecado, la naturaleza caída del viejo hombre, a Satanás y al mundo, sino que también tuvo que abolir las ordenanzas. Lo que más impide que Dios obtenga el nuevo hombre, es las ordenanzas. Cuando Cristo fue crucificado, no sólo fueron crucificados nuestros pecados, el viejo hombre, Satanás y el mundo; también todas las ordenanzas fueron crucificadas. Las ordenanzas no fueron crucificadas para que obtuviéramos perdón, santidad, victoria sobre Satanás y para que recibiéramos la vida divina, sino para que se creara el nuevo hombre.
Muchos conocemos muy bien Juan 1:1 y 3:16, pero desconocemos Efesios 2:15. Este versículo dice: “Aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”. Cuando la carne de Cristo fue clavada en la cruz, El abolió la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas para crear en Sí mismo de los dos, judíos y gentiles, un solo y nuevo hombre. Cuando leemos el versículo 15 junto con el 16 vemos claramente que Cristo abolió las ordenanzas por medio de la cruz y eliminó en ella la enemistad, no con el propósito de redimirnos ni de impartirnos Su vida, sino para crear de los judíos y gentiles un solo y nuevo hombre.
Puesto que la vieja creación estaba relacionada con la carne de Cristo, al ser crucificado Cristo, fue crucificada toda la creación. Hebreos 10 enseña que la carne de Cristo era tipificada por el velo del templo, sobre el cual estaban tejidos querubines, que representan los seres vivientes. Por lo tanto, cuando Cristo fue clavado en la cruz, toda la creación fue clavada juntamente con El. Además, cuando se rasgó el velo del templo, los querubines fueron rasgados también. Esto significa que al ser crucificada la carne de Cristo, también lo fueron todas los seres creados. Este es el concepto bíblico en cuanto a la crucifixión.
Si le preguntáramos a un judío incrédulo acerca de quién fue crucificado en la cruz, él contestaría: “Un hombre llamado Jesús de Nazaret”. Si le hacemos la misma pregunta a un nuevo creyente, probablemente dirá que su Salvador Jesucristo murió allí. Un cristiano más avanzado contestaría que él y el Salvador fueron crucificados. Un creyente aun más avanzado contestaría que el Salvador, él y el diablo murieron en la cruz. La respuesta de otros cristianos que han avanzado más sería que el Salvador, el yo, el diablo y el mundo fueron clavados en la cruz. Si le preguntáramos a un cristiano que ha madurado y que ha sido iluminado, tal vez contestaría que el Salvador, el yo, Satanás, el mundo y todas las criaturas fueron crucificadas allí. Pero si se nos hace esta pregunta a nosotros, nuestra respuesta no sólo debe incluir los cinco puntos mencionados anteriormente, sino también las ordenanzas. La muerte de Cristo acabó con la vieja creación; le dio fin a todos los elementos negativos del universo.
Cristo abolió en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas; pero al nuevo hombre no lo creó en Su carne. En Su carne, eliminó las cosas negativas para crearen Sí mismo de los dos: judíos y gentiles, un solo y nuevo hombre. Las cosas negativas fueron eliminadas en la carne de Cristo, mientras que el nuevo hombre, que es algo completamente positivo, fue hecho germinar en Cristo mismo. Debemos prestar atención a dos expresiones del versículo 15: “en Su carne” y “en Sí mismo”. Si yo le preguntara a usted dónde se encuentra hoy, debería contestar: “Primero, estaba en la carne de Cristo, pero ahora estoy en Cristo mismo. En Su carne morí en la cruz, pero en Cristo mismo fui hecho parte del nuevo hombre”.
La obra de Cristo no concluyó con la eliminación de lo negativo, sino que, como hemos mencionado reiteradas veces, la muerte es el umbral de la resurrección; nos introduce en la resurrección. Aunque Cristo en la carne fue crucificado, Su muerte lo introdujo en la resurrección. En resurrección El ya no está en la carne; más bien, El es ahora el maravilloso Espíritu. Fue en Su carne que nosotros, el viejo hombre, morimos, pero es en el maravilloso Espíritu que fuimos creados como el nuevo hombre. Cuando fueron crucificados nuestro viejo hombre y nuestra vieja naturaleza, también fueron abolidas las ordenanzas, las cuales están relacionadas con nuestra naturaleza caída. Luego, en la resurrección de Cristo y en Su maravilloso Espíritu, fuimos creados como el nuevo hombre. No parece lógico afirmar que fuimos crucificados antes de nacer; no obstante, es un hecho maravilloso que sí fuimos aniquilados en la carne de Cristo sobre la cruz. Además, antes de nacer, fuimos creados en el maravilloso Espíritu para que fuésemos el nuevo hombre.
La expresión “en Sí mismo” tiene mucho significado. Indica que Cristo no sólo fue el Creador del nuevo hombre, la iglesia, sino también la esfera en la cual y el elemento por el cual fue creado el nuevo hombre. El es el elemento mismo del nuevo hombre. Después de que se nos dio fin, en El recibimos la nueva esencia. Cristo mismo llegó a ser el nuevo elemento. En nuestro viejo hombre no había nada que sirviera para la creación del nuevo hombre, pues nuestra esencia era pecaminosa. Pero en Cristo obtenemos una esencia maravillosa, en la cual fue creado el nuevo hombre.
Cristo creó un solo y nuevo hombre, la iglesia, al forjar la naturaleza de Dios en la humanidad. Esta obra divina era algo nuevo. Dios, al producir la antigua creación, no forjó Su naturaleza en ninguna de Sus criaturas, ni siquiera en el hombre. Sin embargo, al crear el nuevo hombre, El forjó Su naturaleza en el hombre y produjo así una sola entidad, compuesta de la naturaleza divina y la humana.
Los demonios y los ángeles malignos saben que el nuevo hombre fue creado con la esencia divina. Este hecho los aterra. Por esta razón, los poderes diabólicos intentan impedir que los cristianos vean que ya fue creado el nuevo hombre. Así que, es necesario librar una batalla por esta verdad. Debemos orar y pedir una mente clara y sobria que perciba, no solamente que se nos dio fin en la cruz, sino que por medio de ello fuimos traslados a Cristo. En Cristo, y con Su esencia divina, fuimos creados como el nuevo hombre.
Es esencial que creamos que antes de nacer fuimos creados como el nuevo hombre y que en nosotros se forjó una nueva esencia. Así como creemos que Cristo murió en la cruz para quitar nuestros pecados, debemos creer también que a través de Su muerte, fuimos puestos en El y que en El fuimos creados con la esencia divina como un solo y nuevo hombre. ¿Había oído alguna vez que Cristo, al ser crucificado en la carne, le puso fin a usted, y que en Su resurrección lo colocó en Sí mismo para crearlo con la esencia divina como el nuevo hombre? Este concepto trasciende nuestro entendimiento natural. No obstante, la Palabra muestra que es un hecho. Si leemos Efesios 2:15 detenidamente y con oración, recibiremos luz y veremos que nosotros, junto con todas las criaturas, representadas por los querubines que estaban bordados sobre el velo, fuimos crucificados en la carne de Cristo. Y puesto que la muerte nos introduce en la resurrección, Cristo, en Su resurrección, nos puso en Sí mismo. Luego, con Su esencia divina, creó en Sí mismo de nosotros un solo y nuevo hombre.
Efesios 2:15 no dice: “Para crear de los dos un solo y nuevo hombre”. No pase por alto la expresión: “en Sí mismo”. Fuera de El, no podríamos haber sido creados como el nuevo hombre, pues nosotros no poseemos la esencia divina, la cual es el elemento constitutivo del nuevo hombre. Solamente en la esencia divina y con ella, pudimos ser hechos el nuevo hombre. Y sólo en Cristo se puede obtener dicha esencia. De hecho, Cristo mismo es esta esencia, este elemento. Así que, Cristo creó en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre. Debe dejar en todos nosotros una profunda impresión el que nosotros los creyentes fuimos hechos un solo y nuevo hombre en Cristo.
Siendo quienes hemos sido salvos y regenerados, debemos despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo. El nuevo hombre ya fue creado, pero aún debemos revestirnos de él. Casi ningún cristiano sabe cómo despojarse del viejo hombre, mucho menos cómo vestirse del nuevo. Los cristianos en su mayoría piensan que despojarse del viejo hombre es desechar la vieja naturaleza o el viejo yo, y que vestirse del nuevo hombre equivale a vestirse de la nueva naturaleza. Los que sostienen este concepto yerran rotundamente. Puesto que el nuevo hombre que se menciona en 2:15 es un hombre corporativo, el de 4:24 también debe ser corporativo. Según 4:24, debemos vestirnos del nuevo hombre que ya fue creado en Cristo.
La manera de vestirnos del nuevo hombre se halla en Efesios 4:23: “Y os renovéis en el espíritu de vuestra mente”. Este versículo indica que ser renovados en el espíritu de nuestra mente equivale a vestirnos del nuevo hombre. Ahora debemos ver lo que significa ser renovados en el espíritu de nuestra mente. Admitimos que ésta es una expresión peculiar. Si yo hubiese escrito esta epístola, habría dicho: “la mente del espíritu”, en lugar de: “el espíritu de la mente”. A mi juicio, esto habría sido más lógico. Sin embargo, Pablo habla del espíritu de la mente.
La expresión “en el espíritu” se encuentra en cada capítulo de Efesios, excepto en el capítulo uno. ¿Se da cuenta usted de lo que hay en nuestro espíritu? Tal vez afirme que el Señor Jesús y el Espíritu de Dios están ahí, lo cual es correcto. Sin embargo, debemos ver que el nuevo hombre también se encuentra en nuestro espíritu. La habitación de Dios, Su morada, está en nuestro espíritu (2:22). En tipología, la antigua ciudad de Jerusalén era la morada de Dios, pero ahora la morada de Dios está en nuestro espíritu. Nuestro espíritu regenerado es la Jerusalén actual. Quizás piense que no se puede comparar nuestro espíritu con la ciudad de Jerusalén, pues ésta era una ciudad grande y nuestro espíritu es muy pequeño. Pero si conoce bien la Biblia, se dará cuenta de que nuestro espíritu ahora es mucho más grande que Jerusalén; es tan espacioso como el universo. El problema es que somos demasiado individualistas y pensamos únicamente en nuestro propio espíritu. Pero cuando la Biblia se refiere a “vuestro espíritu”, incluye al espíritu de todos los santos.
Por mucho tiempo los conceptos naturales, las ideas religiosas y las enseñanzas tradicionales han ocupado nuestros pensamientos. Para conocer lo referente a nuestro espíritu, es crucial que hagamos todo eso a un lado y que veamos que nuestro espíritu es tan vasto como el universo. Todos sabemos que Dios mora en el tercer cielo; sin embargo, El también mora en nuestro espíritu, lo cual hace de él la Jerusalén de hoy. ¡Aleluya que en el universo existe una entidad maravillosa llamada nuestro espíritu! El Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu (Ro. 8:16). Las palabras “nuestro espíritu” incluyen el espíritu de Pablo, el de Martín Lutero, el de Juan Wesley, el del hermano Nee, el espíritu de usted y el mío. ¡Cuán vasto es nuestro espíritu! La Biblia revela que Dios es el Dios de nuestro espíritu (Nm. 16:22 Heb. 12:9). ¿Dónde está Dios ahora? ¡En nuestro espíritu! ¿Dónde se encuentra la morada de Dios? ¡En nuestro espíritu! ¿Dónde está el nuevo hombre? ¡También en nuestro espíritu!
La manera de vestirnos del nuevo hombre consiste en que nuestro espíritu (el cual está mezclado con el Espíritu), en el cual se hallan Dios, la morada de Dios y del nuevo hombre, llegue a ser el espíritu de nuestra mente. Nuestra mente domina y dirige todo nuestro ser. El hecho de que el espíritu llegue a ser el espíritu de nuestra mente significa que él la dirige, la controla, la domina y la posee. En lugar de que nuestra mente sea la mente de nuestro espíritu, nuestro espíritu debe ser el espíritu de nuestra mente. Si la mente es la mente de nuestro espíritu, eso significa que nuestra mente domina, controla y dirige a nuestro espíritu; mas si nuestro espíritu es el espíritu de nuestra mente, eso indica que nuestro espíritu domina, controla y dirige nuestra mente. Cuando el espíritu dirige nuestra mente, gobierna todo nuestro ser. Cuando eso sucede, nuestro ser se somete al control de nuestro espíritu, donde está Dios, la morada de Dios y el nuevo hombre. En el espíritu de nuestra mente somos renovados. Por medio de este espíritu nos vestimos del nuevo hombre.
La medida en que el espíritu dirige nuestro ser determina cuánto nos hemos vestido del nuevo hombre. Cuando nuestro espíritu nos domina y nos dirige, no hay lugar para opiniones u ordenanzas; tampoco hay lugar para nuestros métodos personales, pues todo nuestro ser es dominado, controlado, gobernado y dirigido por nuestro espíritu.
Uno no se viste del nuevo hombre de una vez por todas. Al contrario, esto supone un proceso gradual que abarca toda nuestra vida cristiana. Hemos mencionado en varias ocasiones que el nuevo hombre fue creado en Cristo y con El. En Efesios 2:15 la palabra griega traducida “en” tiene un significado instrumental; también significa “con”. Por tanto, “en Sí mismo” de hecho significa “consigo mismo”. Cristo creó con Su esencia divina al nuevo hombre. Cuando fuimos regenerados, el nuevo hombre fue puesto en nuestro espíritu. Ahora debemos vestirnos de él día tras día al permitir que el espíritu controle nuestro ser y renueve nuestra mente. Cada vez que una parte de nuestro ser es renovada, nos vestimos un poco más del nuevo hombre. Por tanto, cuanto más nos renovamos, al controlar el espíritu nuestra mente, más nos vestimos del nuevo hombre. Un día, el proceso de vestirnos del nuevo hombre llegará a Su consumación.
En el nuevo hombre no existe ninguna diferencia étnica ni cultural entre los pueblos; no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, culto ni inculto (Col. 3:10-11). Asimismo ya no hay estadounidenses, británicos, japoneses, chinos, alemanes ni franceses. En el nuevo hombre Cristo lo es todo, pues El es la esencia misma con la cual fue creado el nuevo hombre. Por tanto, el nuevo hombre es Cristo mismo.
El nuevo hombre, por haber sido creado en Cristo, con Cristo y según Dios, lleva la imagen de Dios. En contraste con Génesis 1:26, que dice que el hombre fue hecho a la imagen de Dios, Efesios 4:24 declara que el nuevo hombre es creado según Dios directamente. Un día, el nuevo hombre expresará la imagen de Dios en la santidad y la justicia de la realidad. Al ser renovados en el espíritu de nuestra mente, el cual nos rige, nos vestimos del nuevo hombre, que fue creado en Cristo Jesús.