Mensaje 32
En este mensaje llegamos a Ef. 3:14-17, la primera parte de la segunda oración que Pablo ofrece por la iglesia, una oración relacionada con la experiencia. En Ef. 1:15-23 el apóstol ora pidiendo que los santos reciban revelación en cuanto a la iglesia, mientras que en Ef. 3:14-21, pide que ellos experimenten a Cristo por causa de la iglesia.
El apóstol Pablo empieza su oración en el versículo 14 con las palabras “por esta causa”. La causa por la cual Pablo ora está escondida en las profundidades del capítulo tres. Hemos visto que en este capítulo, él se presenta a sí mismo como modelo de uno que ha visto la economía de Dios. Pablo recibió la revelación de que la economía de Dios consiste en que Dios se imparte en Sus escogidos para hacer de ellos la expansión, el agrandamiento, de Cristo, quien es la corporificación de Dios, a fin de que Dios sea expresado en plenitud. Pablo, habiendo recibido dicha revelación, llegó a ser un apóstol, un enviado. El también fue un profeta, uno que hablaba de parte de Dios. Pablo no sólo hablaba de parte de Dios, sino que también lo proclamaba. Como portavoz de Dios, Pablo ministraba a los demás las inescrutables riquezas de Cristo, para que ellos recibieran la misma revelación y llegaran también a ser apóstoles y profetas. Esto significa que Pablo deseaba producir más apóstoles y profetas. Por causa de este propósito, él sufrió encarcelamiento. Pero cuanto más era confinado en prisión, más revelación recibía y más de Cristo podía ministrar a los creyentes para hacer de ellos apóstoles y profetas. Todo esto constituía la causa por la cual Pablo oró en Efesios 3.
Cuando algunos oyen que todos los santos pueden ser apóstoles y profetas, tal vez se pregunten acerca de lo dicho en 1 Corintios 12:29, un versículo que declara: ¿Son todos apóstoles o todos profetas?” No todos son los apóstoles o los profetas; pero como dice 1 Corintios 14:31, todos podemos profetizar. Los apóstoles y los profetas son aquellos que tomaron la delantera en el Nuevo Testamento. La diferencia entre nosotros y ellos es que ellos fueron los líderes y nosotros los seguidores. Pero esto no significa que no podamos hacer lo que los primeros apóstoles y profetas hicieron. Según el mismo principio, la diferencia entre los ancianos y los demás miembros de una iglesia local radica en que los ancianos toman la delantera, y los demás miembros siguen. Sin embargo, esto no significa que los demás miembros no puedan hacer lo que hacen los ancianos; por el contrario, todos los miembros deben hacer lo que hacen los ancianos, e incluso más. ¡Cuán distinto es esto del concepto del cristianismo donde los laicos no pueden hacer lo que hacen los ministros! Los ancianos no están en un nivel superior; más bien, todos los miembros estamos al mismo nivel. La única diferencia es que los ancianos llevan la delantera, como ovejas que van al frente del rebaño. Del mismo modo, los apóstoles y profetas que presiden no están a un nivel más alto que los demás santos. Ellos toman la delantera y todos nosotros los seguimos para hacer lo que ellos hacen.
Cuando vine a este país, vine con una revelación acerca de Cristo y la iglesia. Habiendo recibido tal revelación, fui enviado a acá para hablar de parte de Dios e incluso para proclamar a Dios. Yo sencillamente soy un seguidor de los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento. Mi carga es que todos los santos lleguen a ser tales seguidores. Espero que algún día miles serán enviados a hablar de parte de Dios. Aunque tal vez no seamos de los primeros apóstoles, podemos ser sus seguidores. Del mismo modo, no podemos ser los profetas, pero todos podemos profetizar. Todos podemos ser enviados y todos podemos hablar de parte de Cristo. Qué privilegio, qué misericordia y qué gracia es ser los seguidores de los primeros apóstoles y profetas.
En los versículos 14 y 15 Pablo dice: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra”. Notemos que Pablo no se refiere a Dios, sino al Padre. El “Padre” aquí se usa en un sentido amplio, y denota no sólo al Padre de la familia de la fe (Gá. 6:10), sino también al Padre de toda familia en los cielos y en la tierra (v. 15). El Padre es el origen, no sólo de los creyentes, los cuales fueron regenerados, sino también de todos Sus seres creados: la humanidad, (Lc. 3:38), Israel, (Is. 63:16; 64:8), y los ángeles (Job. 1:6). Según el concepto de los judíos, Dios era solamente Padre de ellos. Así que, el apóstol oró al Padre de toda familia en los cielos y en la tierra, conforme a su revelación, y no como los judíos, que sólo oraban al Padre de Israel, conforme al concepto judío.
Puesto que Dios es el origen de la familia angélica de los cielos y de todas las familias humanas de la tierra, de El toma nombre toda familia, tal como los fabricantes dan nombre a sus productos, y los padres, a sus hijos.
En el versículo 16 tenemos el tema de la oración de Pablo: “Para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. En contraste con la oración del capítulo uno, por la cual pide revelación, ésta es una oración por la experiencia. La necesidad en el capítulo uno es que veamos lo relacionado con el Cuerpo de Cristo, que veamos cómo el Cuerpo llega a existir y cómo está constituido. Sin embargo, no es suficiente ver la revelación; también necesitamos experimentar lo que vemos. Debido a que necesitamos experimentar a Cristo de una manera subjetiva, Pablo oró que fuéramos fortalecidos con poder en el hombre interior.
En el versículo 16, la palabra “fortalecidos” es modificada por cuatro frases: “conforme a las riquezas de Su gloria”, “con poder”, “en el hombre interior” y “por Su Espíritu”. Primero, somos fortalecidos conforme a las riquezas de la gloria del Padre. La gloria es la expresión de Dios. Juan 1:18 declara: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, El le ha dado a conocer”. Cuando Dios nos es dado a conocer, cuando nos es declarado, vemos la gloria, porque esta declaración de Dios es la manifestación de Dios, la cual es la gloria. Cuando el Señor Jesús expresó a Dios en la tierra, la gloria de Dios fue manifestada.
Todas las familias de los cielos y de la tierra expresan a Dios en cierta medida. En lo que expresan de Dios, se ven las riquezas de la gloria de Dios. El apóstol oró para que los creyentes gentiles experimentaran a Dios en plenitud conforme a las riquezas de la gloria de Dios, a fin de que expresaran a Dios al experimentarle de manera cabal.
Entonces, ¿qué son las riquezas de la gloria de Dios? Las riquezas de la gloria del versículo 16 están relacionadas con la frase “toda familia” mencionada en el versículo 15. Toda familia expresa a Dios en cierta medida. Ya que el Padre es el origen o fuente de toda familia en los cielos y en la tierra, cada familia es Su expresión. La familia que más expresa al Padre es la familia de los creyentes. Por ello, Pablo oró al Padre pidiendo que fuésemos fortalecidos con el propósito de que expresemos al Padre al máximo grado.
También somos fortalecidos con poder. Este poder es el poder de resurrección mencionado en 1:19-20; es el poder que opera en nosotros (3:20). Este poder levantó a Cristo de entre los muertos, lo elevó a los cielos y puso todas las cosas bajo Sus pies. Con tal poder, Dios nos fortalece.
Es mediante el Espíritu que el Padre nos fortalece. El nos fortalece con el Espíritu, el cual mora en nosotros. Esto no significa que el Espíritu no esté con nosotros o que el Espíritu tenga que descender desde los cielos para fortalecernos. El Espíritu que nos fortalece ha estado con nosotros y en nosotros desde el momento en que nos regeneró, y sigue con nosotros ahora mismo. Por medio del Espíritu que mora en nosotros, el Padre nos fortalece por dentro.
El versículo 16 también dice que somos fortalecidos en el hombre interior. El hombre interior es nuestro espíritu regenerado, cuya vida es la vida de Dios, es decir, es nuestro espíritu, el cual fue regenerado por el Espíritu de Dios (Jn. 3:6), está habitado por el Espíritu de Dios (Ro. 8:11, 16) y mezclado con el Espíritu de Dios (1 Co. 6:17). Para experimentar a Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios, necesitamos ser fortalecidos en el hombre interior. Esto implica que tenemos que entrar en nuestro espíritu, donde podemos ser fortalecidos por el Espíritu Santo.
Puesto que los seres humanos somos almas, y no espíritus, nuestra personalidad o nuestra persona está en nuestra alma. Por esta razón, la Biblia se refiere a los hombres como almas (Ex. 1:5; Hch. 2:41). Tanto el cuerpo como el espíritu son vasos usados por el alma. Por tanto, como almas, tenemos un vaso exterior, el cuerpo, y un vaso interior, el espíritu. Cuando nos arrepentimos y creímos en el Señor Jesús, El entró en nosotros y nos regeneró consigo mismo como nuestra vida. Antes de ser regenerados, no teníamos vida en nuestro espíritu; simplemente teníamos la vida humana en nuestra alma. Pero mediante la regeneración, ahora tenemos la vida divina en nuestro espíritu. Así que, nuestro espíritu ya no es simplemente un vaso, sino que ha llegado a ser nuestra persona, quien posee la vida de Dios. Pero, ¿qué de nuestra vida humana y de nuestra vieja persona que están en nuestra alma? La vieja persona, es decir, el alma que posee la vida humana, fue crucificada, y ahora nuestra nueva persona es el espíritu, el cual contiene la vida divina. Nuestro espíritu, que fue regenerado con la vida divina, es ahora nuestro hombre interior.
Es muy difícil permanecer en el espíritu. Todos nosotros estamos acostumbrados a salirnos del espíritu, en lugar de entrar en él y quedarnos ahí. Por experiencia puedo testificar que no es mi tendencia permanecer en el espíritu. Puesto que es tan fácil salirme del espíritu, sigo aprendiendo a permanecer en él. Cuando permanecemos en el espíritu, somos fortalecidos; pero cuando nos salimos de él, nos debilitamos. ¿Han observado cuán fácil es vagar en la mente cuando oramos? Cuando no estamos orando, no pensamos en ciertas cosas, pero una vez que comenzamos a orar, es posible que nuestros pensamientos se fijen en una cosa y luego en otra. Incluso, es posible viajar rápidamente a otra parte del mundo. Por esta razón necesitamos ser fortalecidos en nuestro hombre interior. Cuanto más experimentamos este fortalecimiento, más las partes de nuestro ser interior se vuelven al espíritu, a nuestro hombre interior.
Necesitamos ser fortalecidos con el fin de permanecer en nuestro espíritu y no ser distraídos por pensamientos acerca de tantas otras cosas. Si queremos orar sin ser distraídos, debemos ser fortalecidos en nuestro hombre interior. ¡Cuánto necesitamos ser fortalecidos para que todo nuestro ser regrese al hombre interior y permanezca ahí!
La revelación del capítulo tres de Efesios se puede ver únicamente cuando estamos en el espíritu. Como dice el versículo 5, el misterio es dado a conocer a los apóstoles y profetas en el espíritu. Ser fortalecido en el hombre interior es la clave para ver la revelación del misterio. Necesitamos este fortalecimiento a fin de que todo nuestro ser sea traído de regreso a nuestro espíritu.
En nuestro espíritu también somos llenos de las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios (v. 19). La palabra griega traducida “hasta” en el versículo 19 significa “dando por resultado”. El ser llenos de todas las riquezas de Cristo da por resultado la plena expresión de Dios. Esta es la plenitud de Dios.
La primera parte del versículo 17 dice: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe”. Nuestro corazón está compuesto de todas las partes de nuestra alma —la mente, la parte emotiva y la voluntad— más nuestra conciencia, la parte principal de nuestro espíritu. Estas son las partes internas de nuestro ser. Por medio de la regeneración, Cristo entró en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Subsecuentemente, debemos permitir que El se extienda a cada parte de nuestro corazón. Nuestro corazón es la totalidad de todas nuestras partes internas y el centro de nuestro ser; por tanto, cuando Cristo hace Su hogar en nuestro corazón, El controla todo nuestro ser interior y suple y fortalece cada parte consigo mismo.
En el versículo 17 Pablo dice que es por medio de la fe que Cristo hace Su hogar en nuestros corazones. La fe es lo que da sustantividad a lo que no se ve (He. 11:1). El hecho de que Cristo mora en nosotros es misterioso y abstracto. Lo comprendemos no por nuestros sentidos físicos, sino por el sentido de la fe.
Los tres primeros capítulos de Efesios tratan de la iglesia, y los últimos tres, del andar digno del llamamiento de Dios por causa de la iglesia. Sin embargo, de hecho sólo los primeros dos capítulos hablan de la iglesia, ya que el capítulo tres marca el principio de la exhortación que Pablo da en cuanto a andar de una manera digna del llamamiento de Dios. En Efesios 3 Pablo se presenta a sí mismo como modelo de uno que lleva a cabo el propósito eterno de Dios con respecto a la iglesia. Si tuviéramos solamente los capítulos uno y dos sin el capítulo tres, tendríamos la enseñanza e incluso la visión en cuanto a la iglesia, mas no la manera de cumplir la visión. En el capítulo tres vemos cómo está constituida la iglesia y cómo se experimenta de manera práctica. Este capítulo no presenta la revelación de la iglesia ni simplemente el andar digno del llamamiento de Dios por causa de la iglesia; más bien, habla de cómo la iglesia se constituye prácticamente en la experiencia.
La vida de iglesia está constituida de personas que siguen el ejemplo del apóstol Pablo. Todos debemos seguir a Pablo en cuanto a recibir la revelación en nuestro espíritu y a ser fortalecidos en nuestro hombre interior. Cuando Pablo dobló sus rodillas ante el Padre, él estaba tan fortalecido en su ser interior que nada podía conmoverlo ni perturbarlo. Debido a que todo su ser se hallaba en su espíritu, nada externo podía distraerlo. Nosotros también necesitamos ser fortalecidos al grado de que nada nos pueda apartar de nuestro ser interior. Además, necesitamos que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones a fin de que El nos ocupe y posea por completo.
Cuando somos fortalecidos en nuestro hombre interior, y Cristo hace Su hogar en nuestros corazones, podemos ver la revelación. Es menester que recibamos la misma revelación que les fue dada a los primeros apóstoles y profetas. Pablo no puede recibir esta revelación en nuestro lugar; tenemos que recibirla por nosotros mismos personal y subjetivamente, al ser fortalecidos en nuestro hombre interior. Esta revelación acerca de Cristo y la iglesia constituye la economía de Dios, el misterio escondido. Si somos o no los apóstoles y profetas de hoy, depende de si tenemos o no la revelación. Si no tenemos esta revelación, no podemos ser apóstoles ni profetas. Si yo hubiera llegado a este país sin esta revelación, todo lo que he hablado habría sido en vano. Sin embargo, vine con la revelación y me he expresado conforme a esta revelación. Esto me constituyó un seguidor de los apóstoles y profetas en el ministerio neotestamentario de Dios. Hoy todos los santos, incluyendo a los jóvenes, pueden ser tales seguidores.
Cuando fuimos salvos, Cristo entró en nuestro espíritu. Ahora debemos brindarle la oportunidad de extenderse a todas las partes de nuestro ser. A medida que somos fortalecidos en nuestro hombre interior, la puerta se abre para que Cristo se extienda en nosotros, para que se extienda desde nuestro espíritu hasta nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Cuanto más se extiende Cristo en nosotros, más se establece en nosotros y hace Su hogar en nosotros. Esto significa que El ocupa cada parte de nuestro ser interior, que El posee todas estas partes y las satura consigo mismo. Como resultado de esto, no sólo recibimos la revelación de Cristo, sino que también somos llenos de El. Entonces, adonde quiera que vayamos, seremos los apóstoles, los que son enviados, y los profetas, los que hablan de parte de Cristo.