Mensaje 33
En este mensaje examinaremos los asuntos de comprender las dimensiones de Cristo y de conocer el amor de Cristo (Ef. 3:18-19). En el versículo 18 Pablo habla de la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, pero no dice a qué se refieren estas dimensiones. Por supuesto ellas se refieren a Cristo. Debemos ser capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la altura y la profundidad de Cristo.
En los versículos del Ef. 3:16-19 se emplean las frases “para que” y “a fin de que” de la siguiente manera: “para que os dé ... el ser fortalecidos ... en el hombre interior”, “para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones”, “a fin de que ... seáis plenamente capaces de comprender” y “para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”.
En la primera ocasión, la frase “para que” alude al resultado de la oración de Pablo. Pablo dobló sus rodillas ante el Padre y le pidió que nos concediera el ser fortalecidos en nuestro hombre interior (vs. 14-16). Así que, el resultado de la oración de Pablo es que el Padre nos conceda dicho fortalecimiento.
En el segundo caso, la frase “para que”, contenida en el versículo 17, alude a que Cristo hace Su hogar en nuestros corazones por medio de la fe. Este es el resultado de ser fortalecidos en nuestro hombre interior.
Algunas personas dicen que en el tercer caso, las palabras “a fin de que” son paralelas a las palabras del segundo caso, pero yo estoy de acuerdo con los que afirman que se trata de un resultado adicional; lo cual significa que las palabras “para que” del segundo caso son el resultado del primero, que el tercero es el resultado del segundo, y que el cuarto es el resultado del tercero.
En el capítulo tres Pablo oró que seamos fortalecidos. Si hemos sido fortalecidos en el hombre interior, Cristo entonces puede hacer Su hogar en nuestros corazones, lo cual da por resultado que somos capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la altura y la profundidad de Cristo, y de conocer el amor de Dios, que excede a todo conocimiento. El resultado de todo esto es que somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Aquí vemos varios pasos: de la oración de Pablo pasamos a ser fortalecidos; de ser fortalecidos, experimentamos a Cristo haciendo Su hogar en nuestros corazones; y de esto procedemos a comprender, a conocer, y finalmente, a ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Es por medio de estos pasos que podemos comprender las dimensiones de Cristo y conocer Su amor, que excede a todo conocimiento.
La plenitud de Dios es la expresión de Dios. Hemos señalado que el Cuerpo no es las riquezas de Cristo, sino Su plenitud (1:23). Al ingerir y digerir las riquezas de Cristo, las asimilamos de manera metabólica. Por medio de este proceso de metabolismo llegamos a ser la plenitud de Cristo, Su expresión. Muchos cristianos consideran que las riquezas y la plenitud son sinónimos. Las riquezas de Cristo son los diferentes aspectos de Cristo que se nos dan para nuestro disfrute, mientras que la plenitud es el resultado, el producto, del disfrute de dichas riquezas. Por ejemplo, cuando comemos y digerimos las riquezas alimenticias de Estados Unidos, llegamos a ser la plenitud de Estados Unidos. Como tal plenitud, somos la expresión de Estados Unidos. Efesios 3:19 no dice que somos llenos de todas las riquezas de Dios, sino que somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios, lo cual quiere decir que somos llenos al grado de llegar a ser la expresión de Dios. La expresión de Dios hoy es la iglesia, la cual es el Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. Por tanto, la plenitud de Dios mencionada en 3:19 es la plenitud de Cristo, la cual es Su Cuerpo, en 1:23. El Cuerpo se forma al disfrutar nosotros las riquezas de Cristo.
Los capítulos uno y dos abarcan la revelación de la iglesia, mientras que el capítulo tres abarca la constitución de la iglesia. En este capítulo vemos que Pablo, quien llevaba la delantera y era un modelo para los creyentes, recibió la revelación de las riquezas de Cristo y participó de éstas. Las riquezas se forjaron en su ser de forma metabólica y lo constituyeron parte del Cuerpo. Todos los que desean seguir a Pablo y ser los apóstoles y profetas de hoy, tienen que ser iguales a Pablo en estos asuntos. Al forjarse las riquezas de Cristo en la iglesia, la iglesia llega a ser la plenitud de Cristo y la plenitud de Dios. Para que esto se llevara a cabo, Pablo oró que fuésemos fortalecidos en nuestro hombre interior, con el fin de que Cristo hiciera Su hogar en nuestro corazón y ocupara, poseyera, impregnara y saturara todo nuestro ser consigo mismo. De esta manera somos llenos de Cristo y somos fortalecidos para comprender Sus dimensiones y conocer Su amor, que excede a todo conocimiento. Un día, seremos tan llenos de Cristo que llegaremos a ser la plenitud de Dios.
A medida que pasamos por todos estos pasos, debemos comprender las dimensiones de Cristo. La palabra griega traducida “comprender” no significa solamente conocer, sino también asir, es decir, echar mano de algo firmemente. Para poder asir las dimensiones de Cristo, necesitamos a todos los santos; para esto debemos asir a Cristo de forma corporativa.
Las dimensiones de Cristo son la anchura, la longitud, la altura y la profundidad. Estas son las mismas dimensiones del universo. Sólo Dios conoce las medidas del universo. Nosotros podemos medir la distancia entre dos puntos del universo, por ejemplo, de la tierra a la luna, pero no podemos medir el universo en sí. Así que, las dimensiones del universo son también las dimensiones de Cristo.
Cristo es nuestro verdadero universo. En otra parte hemos expresado que Cristo es nuestra tierra, nuestra buena tierra, así como también nuestro sol y nuestra estrella de la mañana. Ahora, conforme al versículo 18, tenemos la confianza de afirmar que Cristo es nuestro universo, porque Sus dimensiones son las dimensiones del universo. Efesios 1:23 habla de la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, y 4:9 y 10 declara que Aquel que descendió a lo más profundo de la tierra también ascendió por encima de todos los cielos para llenarlo todo en todo. Cuando entremos en el cielo nuevo y la tierra nueva para morar en la Nueva Jerusalén, todos comprenderemos que Cristo el Señor es nuestro universo.
En la experiencia que tenemos de Cristo, primero experimentamos la anchura de lo que El es, y luego experimentamos la longitud; esto es horizontal. Cuando avanzamos en Cristo, experimentamos la altura y la profundidad de Sus riquezas; esto es vertical. Primero experimentamos al Cristo que se extiende como la anchura y la longitud; luego le experimentamos como Aquel que se eleva como la altura y que desciende como la profundidad. Como veremos, con el tiempo nuestra experiencia de Cristo debe llegar a ser tridimensional, como un cubo.
Si sólo tenemos la longitud de Cristo, sin la anchura, nuestra experiencia será como una línea recta, es decir, una experiencia larga y estrecha en extremo. Sin embargo, nuestra experiencia no debe tener una sola dimensión, como una línea, sino que debe tener dos dimensiones, como un cuadrado, y luego tres dimensiones, como un cubo. Es de gran importancia que todos tengamos una experiencia de Cristo que sea de doble dimensión o “cuadrada”. Si sólo tenemos una experiencia “lineal”, con el tiempo esta “línea” avanzará en una sola dirección y llegará a un extremo. Los extremistas son aquellos que permanecen en una sola “línea”, es decir, los que experimentan a Cristo en una “línea” recta. Si experimentamos a Cristo apropiada y normalmente como la anchura y la longitud, seremos guardados de caer en los extremos. No debemos avanzar demasiado en la “línea” angosta y larga de la experiencia que tenemos de Cristo. Más bien, debemos experimentarlo como un “cuadrado”, como la anchura y como la longitud. Al experimentar a Cristo continuamente como la anchura y la longitud, nuestra experiencia será como una “alfombra” sólidamente entretejida, y no una sola y larga “hebra”.
Algunos ejemplos ayudarán a aclarar este asunto. Por muchos años escuché a un gran maestro de la Biblia. El conocía muy bien las Escrituras. Aunque dedicaba poco tiempo a la oración, leía constantemente la Palabra y escribía notas en su Biblia. Después de hablar de la Biblia por algunos minutos, se excusaba y se salía a fumar; luego regresaba y reanudaba su estudio. En su caso había una línea de una sola dimensión, un énfasis extremo en estudiar la Biblia, mas no una experiencia normal en la cual Cristo se extendiera en dos dimensiones como un “cuadrado”.
Una hermana que vivía en mi pueblo natal también tenía una experiencia “lineal”. Ella no leía la Biblia, pero dedicaba mucho tiempo a la oración. Entregada totalmente a la oración, decidió ayunar y orar por muchos días. Al séptimo día, algunos hermanos y hermanas acudieron a mí muy preocupados por la condición de ella. Cuando fuimos a visitarla, ella estaba en cama, debilitada por los siete días de ayuno. Le pedimos que cuidara su salud, pero nuestra sugerencia le ofendió. Al día siguiente, ella murió. Esto es un ejemplo de cómo una experiencia “lineal” puede llevar a las personas a un extremo, incluso a descarriarse. Tarde o temprano, toda experiencia “lineal” descarría. Por lo tanto, necesitamos ser balanceados. Estos dos ejemplos muestran que debemos dedicar tiempo tanto a la oración como al estudio de la Palabra.
Otra experiencia extrema tiene que ver con las reuniones de la iglesia. No hace mucho tiempo, algunos de entre nosotros decidieron que ya no necesitaban las reuniones de la iglesia y que preferían simplemente disfrutar al Señor en la casa. No tiene nada de malo disfrutar al Señor en nuestros hogares, pero no debemos llevar esa experiencia a un extremo. A otros, por el contrario, sólo les interesan las reuniones. En su vida cristiana no dedican tiempo a la oración, ni al estudio de la Biblia, ni a disfrutar al Señor en el hogar. Lo único que les interesa es las reuniones. Esto también es un extremo.
¡Qué fácil es tener experiencias “lineales”, de una sola dimensión! Da la impresión de que muy pocos santos desean las experiencias de doble dimensión, a manera de alfombra. Para tener una experiencia de Cristo que sea como una alfombra sólidamente entretejida, debemos ser equilibrados en todo. Ser equilibrados equivale a ser enriquecidos. Necesitamos tanto la anchura como la longitud; necesitamos experimentar a Cristo en una dimensión doble, como un cuadrado.
Para experimentar a Cristo en Sus dimensiones universales, necesitamos la vida de iglesia. Necesitamos experimentar a Cristo con todos los miembros del Cuerpo. En particular, necesitamos las reuniones de la iglesia, porque ellas nos equilibran. Por medio de los mensajes y los testimonios de los santos, somos balanceados. Si experimentamos las dimensiones de Cristo en la vida de iglesia, gradualmente seremos entretejidos hasta ser una “alfombra”. No debemos ser “hebras” finas y dispersas. Lo que se necesita hoy no es “hebras”, sino una “alfombra” tejida mediante la equilibrada experiencia que la iglesia tiene de Cristo.
Cuando experimentamos a Cristo de esta manera, nos damos cuenta de que Su anchura y Su longitud son inmensurables. Cristo es inmensurable en Su extensión. A medida que experimentamos a Cristo en Su extensión, nos damos cuenta de que las dimensiones del universo son las mismas dimensiones de Cristo.
Después de experimentar la anchura y la longitud de Cristo, comenzamos a experimentar Su altura y luego Su profundidad. No piensen que primero experimentamos la profundidad de Cristo; no, primero ascendemos y luego descendemos. Antes de llegar a la profundidad, primero debemos llegar a la altura. Las experiencias espirituales de la profundidad de Cristo provienen de las experiencias que tenemos de Su altura. Esto significa que primero crecemos hacia arriba y después somos arraigados. Por consiguiente, el entendimiento apropiado de lo que es experimentar la altura y la profundidad de Cristo es contrario a nuestro concepto natural, que antepone la profundidad a la altura.
En la experiencia que tenemos de Cristo debemos avanzar de dos dimensiones a tres, es decir, de un “cuadrado” a un “cubo”. Un cubo es sólido. Tanto en el tabernáculo como en el templo, el Lugar Santísimo era un cubo. Las dimensiones de este cubo, tanto en el tabernáculo como en el templo, eran respectivamente de diez codos y veinte codos. La Nueva Jerusalén será un cubo eterno de doce mil estadios en tres dimensiones. La vida de iglesia de hoy también debe ser un “cubo”. Además, la experiencia que tenemos de Cristo en la iglesia debe ser “cúbica”, o sea, tridimensional, en la cual muchas líneas se extienden en las tres direcciones. Cuando experimentamos a Cristo de manera tridimensional, somos sólidos. En nuestra experiencia de Cristo primero somos un “cuadrado” y luego un “cubo”. Una vez que llegamos a ser un “cubo”, ya no podemos caer ni rompernos. Cristo es el “cubo” universal, y la vida de iglesia hoy también es un “cubo”; no es una “línea” ni tampoco una “alfombra”. ¿Y qué de la experiencia que tenemos de Cristo? Que el Señor abra nuestros ojos para ver que la experiencia que tenemos de Cristo debe ser un “cubo”. A medida que avancemos horizontal y verticalmente en nuestra experiencia, llegamos a tener un “cubo” sólido.
En el versículo 17 Pablo habla de ser “arraigados y cimentados en amor”. Nosotros somos la labranza de Dios y el edificio de Dios (1 Co. 3:9). Como labranza de Dios, necesitamos ser arraigados y crecer, y como edificio de Dios, necesitamos ser cimentados y ser edificados. Por tanto, en el versículo 17 Pablo tenía en mente los asuntos de la vida y la edificación. Cuando Pablo dice que hemos sido arraigados y cimentados, indica que la vida y la edificación son el objeto de nuestra experiencia de Cristo. Debido a que nosotros experimentamos el hecho de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones y somos capaces de comprender las dimensiones de Cristo y conocer Su amor, que excede a todo conocimiento, es imprescindible que tengamos tanto la vida como la edificación. Todas las experiencias que tenemos de Cristo deben conducir a esta meta.
Pablo dice específicamente que somos arraigados y cimentados en amor. Para experimentar a Cristo necesitamos fe y amor (1 Ti. 1:14). La fe nos capacita para recibir y experimentar a Cristo, y el amor nos capacita para disfrutarlo. Ni la fe ni el amor son nuestros; son de El. Su fe viene a ser la fe con la cual creemos en El, y Su amor viene a ser el amor con el cual le amamos. El amor en que somos arraigados y cimentados es el amor divino que conocemos y experimentamos de una manera práctica. Con ese amor amamos al Señor y con ese mismo amor nos amamos unos a otros. En ese amor crecemos en vida y somos edificados en vida. El pensamiento de Pablo con respecto a la relación que existe entre la experiencia de Cristo y los aspectos de la vida y la edificación ciertamente es bastante profundo.
Cuanto más crecemos, más somos arraigados. Aunque esto se opone a nuestro concepto natural, corresponde con nuestra experiencia. Si analizamos nuestra experiencia, nos daremos cuenta de que hemos tenido la sensación de primero crecer y luego ser arraigados. Mientras crecemos hacia arriba, somos más profundamente arraigados.
En la primera parte del versículo 19 Pablo dice: “Y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento”. Aunque el amor de Cristo excede a todo conocimiento, podemos conocerlo por medio de la experiencia. Según nuestra mentalidad, el amor de Cristo excede a todo conocimiento, pero nuestra mente no puede conocerlo. No obstante, en nuestro espíritu podemos conocer el amor de Cristo por medio de nuestra experiencia.
El amor de Cristo es Cristo mismo. Así como Cristo es inmensurable, así también lo es Su amor. No pensemos que el amor de Cristo es algo que pertenece a Cristo. Este amor es Cristo. Ya que Cristo es inmensurable, Su amor excede a todo conocimiento; con todo, lo podemos conocer en nuestro espíritu, no por el conocimiento, sino por la experiencia. Comparar lo que hemos experimentado del inmensurable amor de Cristo hasta ahora con todo lo que nos falta por experimentar, es como comparar una gota de agua con el océano. Cristo en Sus dimensiones universales y en Su inmensurable amor es como el inmenso e ilimitado océano y lo podemos experimentar.