Mensaje 34
En Efesios 3:19 el apóstol Pablo dice: “Para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. Cuando Cristo haga Su hogar en nuestros corazones, y cuando seamos plenamente capaces de comprender con todos los santos las dimensiones de Cristo y de conocer por experiencia Su amor, que excede a todo conocimiento, seremos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Dicha plenitud mora en Cristo (Col. 1:19; 2:9). Al morar Cristo en nosotros, El imparte continuamente el elemento de Dios en nuestro ser. De esta manera, podemos ser llenos de Dios hasta dicha medida y llegar a tal nivel, incluso a toda la plenitud de Dios. De este modo, cumplimos la intención de Dios de que la iglesia sea la expresión de Dios.
Cuando las riquezas de Dios están en Dios mismo, son Sus riquezas, pero cuando estas riquezas son expresadas, llegan a ser Su plenitud (Jn. 1:16). Cuando hablamos de la plenitud de Dios, nos referimos a que las riquezas de todo lo que Dios es, han llegado a ser Su expresión.
Cuando entramos en las profundidades de 3:19, vemos que la plenitud de Dios es la iglesia. El capítulo tres de Efesios no trata de la organización de la iglesia ni de su formación, sino de la constitución de la iglesia. La iglesia ni se organiza, ni se forma; ella se forja en nosotros metabólicamente al experimentar y disfrutar nosotros las riquezas de Cristo. Para que la iglesia se produzca de manera práctica, necesitamos ser fortalecidos en nuestro hombre interior. Luego, Cristo tiene que hacer Su hogar en nuestros corazones; El debe ocupar todas las partes internas de nuestro ser y saturarlas con Sus riquezas. Luego, necesitamos ser arraigados y cimentados en amor; arraigados para el crecimiento y cimentados para la edificación. Después de esto, debemos comprender las dimensiones de Cristo. Esto es experimentar a Cristo en Sus dimensiones universales, tanto horizontal como verticalmente. Junto con todo esto, llegamos a conocer en la experiencia el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento. Como resultado de todas estas experiencias, somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Por tanto, ser llenos hasta la medida de la estatura de la plenitud de Dios es el fruto, el resultado, de las experiencias profundas, elevadas y ricas que tenemos de Cristo descritas en Efesios 3.
La definición más elevada de la iglesia es que ella es la plenitud de Dios. Tal vez a algunas personas les inquiete esta aseveración y se pregunten cómo la podemos substanciar. En el versículo 21 Pablo afirma: “A El sea gloria en la iglesia y en Cristo Jesús”. Según el contexto, la iglesia en este versículo es la plenitud de Dios del versículo 19. Cuando en nuestra experiencia somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios, la iglesia llega a existir de manera práctica. Es entonces que Pablo declara: “A El sea gloria en la iglesia”. Esta gloria es la expresión de Dios. Por lo tanto, en la plenitud de Dios se encuentra la expresión de Dios. Por ende, la plenitud de Dios es la iglesia como expresión de Dios.
Algunas traducciones del versículo 19 dicen: “...llenos de toda la plenitud de Dios”. Según esta traducción, la plenitud de Dios tendría que ser el elemento, la esencia, con la cual somos llenos. Pero éste es un entendimiento equívoco del versículo. Aquí Pablo dice que seremos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios, es decir, que seremos llenos hasta que seamos la expresión de Dios.
Cuando comencé a hablar de la diferencia entre las riquezas de Cristo y la plenitud de Cristo, algunos trataron de argumentar conmigo citando Juan 1:16: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. Me dijeron: “Juan 1:16 declara que todos hemos recibido de Su plenitud. ¿No se refiere esta plenitud a las riquezas de Cristo? ¿Cómo entonces hace usted distinción entre las riquezas de Cristo y la plenitud de Cristo?” Sin embargo, cuando Cristo estaba en la tierra con Sus discípulos, ¿dirían ustedes que las riquezas de Dios estaban con El, o que la plenitud de Dios estaba con El? Si las riquezas hubieran estado con El, mas no la plenitud, algo habría faltado; no habría habido algo completo. Por ejemplo, supongamos que un frasco de vidrio contiene sólo unas cuantas piezas de deliciosos caramelos. Ese frasco contendría una parte de las riquezas de los caramelos, mas no la plenitud. Sin embargo, después de que el frasco es lleno de caramelos, no sólo tendrá las riquezas sino también la plenitud. Si el frasco está lleno parcialmente, no portará la expresión de los caramelos. Ya que la plenitud es la expresión, sin la plenitud no hay expresión. Sólo cuando los caramelos llenan el frasco hasta el tope, se tendrá la plenitud como expresión de las riquezas.
Cuando el Señor Jesús vino, no hay duda de que El trajo consigo todas las riquezas de Dios. Sin embargo, El no sólo tenía las riquezas de Dios, sino también la plenitud de Dios. Por esta razón Juan 1:16 dice que todos hemos recibido de Su plenitud; no dice que hemos recibido de Sus riquezas. Si usted tomara un caramelo de un frasco repleto de dulces, no lo tomaría de las riquezas del frasco, sino de su plenitud.
La plenitud es la totalidad de las riquezas. En griego, la palabra traducida “plenitud” denota totalidad. Así que, es correcto traducir esta palabra griega como “totalidad”. La palabra griega traducida “de” en Juan 1:16 significa “proveniente de” o “sacado de”. Por tanto, todos hemos recibido de la plenitud de Cristo, de la totalidad de las riquezas de Dios.
En la noche, antes de acostarme, a menudo me deleito con un vaso de una bebida rica en proteínas, preferiblemente si está lleno hasta el borde. Al beber del vaso, participo de la plenitud de la bebida nutritiva que está en él. Cuando Cristo vino, El no vino parcialmente lleno de las riquezas de Dios; al contrario, estaba lleno hasta rebosar. Así que, la plenitud, la totalidad de lo que Dios es, estaba presente en El. Esta plenitud, esta totalidad, es la expresión de Dios. El Señor Jesús era como un vaso, y las riquezas de Dios con las cuales estaba lleno hasta la medida de la plenitud de Dios, eran como la bebida de proteínas. Los discípulos no sólo recibieron de las riquezas de Dios, sino también de Su plenitud.
En el Nuevo Testamento, la plenitud es lo que se expresa a través de la totalidad de las riquezas. Esta es la razón por la cual Pablo, en Efesios 3:8, menciona las inescrutables riquezas de Cristo, y en 1:23 y 4:13, habla de la plenitud de Cristo. Las riquezas de Cristo son los diversos aspectos de lo que Cristo es, mientras que la plenitud de Cristo es el resultado, el fruto, de nuestro disfrute de esas riquezas. A medida que disfrutamos las riquezas de Cristo, las asimilamos metabólicamente. Luego ellas nos constituyen la plenitud de Cristo, el Cuerpo de Cristo, la iglesia, como Su expresión. Así que, la plenitud de Cristo mencionada en 1:23 es la plenitud de Dios mencionada en 3:19. Cuando los creyentes experimentan las riquezas de Cristo son hechos nuevos metabólicamente, o sea, reciben una nueva constitución, lo cual produce la plenitud de Dios .
Para asimilar metabólicamente a Cristo, tenemos que ser fortalecidos en nuestro hombre interior. Además, debemos permitir que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones, es decir, que ocupe, posea y sature metabólicamente cada parte de nuestro ser con todo lo que El es. Entonces seremos arraigados para crecer en vida y cimentados para ser edificados. Además, seremos capacitados para asir a Cristo en Sus dimensiones universales de manera práctica. Juntamente con esto, conoceremos por experiencia el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento. Cuando hayamos experimentado a Cristo a tal grado, seremos llenos de las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Todo esto tiene como fin que la iglesia sea constituida de manera práctica como Cuerpo de Cristo para Su expresión.
Todos debemos tener la visión de cómo se constituye la iglesia. ¡Cuánto necesitamos ser fortalecidos en nuestro hombre interior! Cada fibra de nuestro ser necesita ser fortalecida en el hombre interior; ninguna parte debe permanecer en una condición débil. Necesitamos ser fortalecidos para que el Cristo que mora en nosotros se extienda a todo nuestro ser y haga Su hogar en nuestras partes internas. A medida que Cristo se extiende dentro de nosotros, El satura metabólicamente cada parte de nuestro ser con todo lo que El es. Entonces somos arraigados y cimentados en amor, asimos las dimensiones de Cristo y conocemos Su amor, que excede a todo conocimiento. Finalmente, somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios, la cual es la iglesia. ¡Cuán elevada es la revelación acerca de la iglesia!
A la luz de tal visión, vemos que es totalmente erróneo considerar la iglesia como un edificio material donde se celebran “cultos”. Tampoco es adecuado considerar que la iglesia es simplemente la ekklesía, o asamblea de los que Dios llamó. Aunque hoy muchos cristianos usan el término “el Cuerpo de Cristo”, pocos tienen una comprensión clara del significado de este término. El Cuerpo de Cristo es la expresión de Cristo. Es también la plenitud de Cristo, que es la plenitud de Dios. La plenitud de Dios llega a existir de manera práctica al ser nosotros fortalecidos en nuestro hombre interior, al hacer Cristo Su hogar en nuestros corazones, al ser nosotros arraigados y cimentados en amor, al experimentar nosotros las dimensiones del Cristo inmensurable y al conocerlo como el amor que excede a todo conocimiento. Una vez que somos llenos de todas las riquezas de Cristo y saturados metabólicamente de todo lo que El es, llegamos a ser la plenitud de Dios. Ciertamente esta definición de la iglesia es la más elevada.
Sólo recibiendo dicha visión sabemos verdaderamente lo que es la iglesia. Aunque los capítulos uno y dos de Efesios nos dan una definición de la iglesia, esta definición no es suficiente. Necesitamos que el capítulo tres nos muestre que la iglesia está constituida metabólica y orgánicamente por las riquezas del Cristo vivo. No es sino hasta el capítulo tres que la iglesia llega a existir de manera práctica y real. Como hemos visto, en este capítulo la iglesia llega a existir como expresión de Dios, es decir, como plenitud de Dios. Es entonces que Pablo proclama una sublime alabanza, incluso una doxología: “A El sea gloria en la iglesia”. Ahora que la iglesia ha llegado a existir de una manera práctica, Cristo puede ser glorificado en la iglesia. Dicha iglesia no es simplemente la reunión de los llamados de Dios; es la plenitud misma de Dios.
Todos necesitamos tal visión, tal revelación. Si recibimos esta visión, nuestro ser cambiará. Si estamos llenos de esta visión y salimos a hablar de parte de Dios, ciertamente seremos los enviados de Dios y Sus portavoces. Seremos los apóstoles y los profetas de hoy.
Esta visión revela la manera única en que el Señor edifica Su iglesia. Es solamente cuando tenemos esta visión que el Señor puede llevar a cabo dicha edificación en la tierra. Han transcurrido diecinueve siglos de historia cristiana, y ¿qué ha conseguido el Señor? Si analizamos la situación actual, veremos que muy pocos han recibido la visión del capítulo tres de Efesios. Que el Señor nos dé la carga de orar: “Señor, ten misericordia de mí. Necesito ver esta visión. Necesito ver la plenitud de Dios y la manera en que ella se produce. Señor, muéstrame la constitución de Tu Cuerpo; muéstrame cómo es constituida la iglesia, de una manera práctica”. Una vez que recibimos esta visión, seremos personas diferentes. Seremos apóstoles y profetas. Adondequiera que vayamos, iremos como enviados, y cuando hablemos de esta visión, seremos los portavoces de Dios que imparten a Cristo en las personas por causa de la economía divina.
Puedo testificar que yo vine a este país con esta visión y con una carga específica. Los que han estado conmigo a través de los años pueden testificar que no he cambiado mis conceptos ni mi mensaje. En diversos aspectos y desde distintos ángulos he proclamado una sola cosa: que la economía de Dios consiste en que Dios se imparte en Su pueblo escogido para constituirlo la expresión de Cristo. Como hemos visto en este mensaje, esta expresión es la plenitud de Dios.
En estos versículos del capítulo tres de Efesios, que tratan de la economía de Dios y cómo ésta produce la plenitud de Dios, se puede ver al Dios Triuno. El Padre (v. 14) contesta y cumple la oración del apóstol por medio del Espíritu (v. 16), para que Cristo, el Hijo (v. 17), haga Su hogar en nuestros corazones. De esta manera somos llenos hasta la medida de la plenitud del Dios Triuno. Esta es la impartición del Dios Triuno en todo nuestro ser por la cual nosotros llegamos a ser Su expresión.
Según Efesios 3, el Dios Triuno no debe ser objeto de debates doctrinales; El se revela como el Dios que se imparte en los creyentes a fin de que sean llenos hasta la medida de la plenitud, no sólo del Padre, ni sólo del Hijo, ni sólo del Espíritu, sino de Dios. Pablo pide que el Padre nos fortalezca por Su Espíritu, para que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones y ocupe plenamente nuestro ser interior, a fin de que seamos llenos hasta la medida de la expresión del Dios Triuno. ¡Cuán glorioso y maravilloso es esto! Esta es la economía de Dios, Su impartición. Esto es también la revelación neotestamentaria de Dios, nuestro ministerio y el recobro del Señor.
Hemos visto que la plenitud de Dios es Su expresión. Según Juan 1:16, la plenitud de Dios vino con Cristo, quien es la corporificación de la plenitud de Dios (Col. 2:9; 1:19). Con relación a Cristo, la expresión se manifestaba a nivel individual. Por lo tanto, esta expresión necesitaba agrandarse, extenderse, del aspecto individual al aspecto corporativo. Hoy la iglesia debe ser la plenitud de Dios de una manera corporativa. Dios no se expresa en la iglesia por medio de individuos, sino colectivamente por medio del Cuerpo, por medio de los creyentes que juntos han sido llenos de las riquezas de Cristo. Por consiguiente, la plenitud de Dios está corporificada en la iglesia. La iglesia como corporificación de la plenitud de Dios es la expresión del Dios Triuno. Esta es la iglesia en el recobro actual del Señor.