Mensaje 58
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En Ef. 5:26 y Ef. 5:29 encontramos cuatro expresiones cruciales: santificar, purificar, sustentar y cuidar con ternura. El enemigo ha encubierto estos asuntos de tal modo, que no hay muchos cristianos que entienden su significado. Por esta razón, en este mensaje siento la carga de parte del Señor de hablar más al respecto.
La intención de Dios conforme a Su economía no es corregirnos ni mejorarnos. Tampoco es tener personas buenas en vez de malas. A los ojos de Dios, no importa si somos buenos o malos; lo único que tiene valor en Su economía es Cristo. Por consiguiente, Su deseo es forjar a Cristo en nosotros. Sin importar si somos buenos o malos, necesitamos que el elemento de Cristo se añada a nosotros. Esto requiere que Cristo efectúe una obra santificadora en nosotros. La santificación mencionada en 5:26 no alude meramente a ser separados de lo común; más bien significa que el elemento de Cristo se añade a nosotros.
La santificación no consiste en cambiar externamente para encajar en la vida de iglesia. Por ejemplo, digamos que un hermano que vive en la casa de los hermanos se conducía indebidamente antes de venir a la iglesia. Ahora que vive en la casa de los hermanos, recuerda constantemente que debe comportarse apropiadamente. Ese comportamiento no manifiesta la santificación, sino la religión. A los ojos de Dios, esa conducta religiosa forma parte de lo que Pablo llama basura (Fil. 3:8). El Señor no quiere que nos enmendemos, que cambiemos nosotros mismos; Su deseo es saturar todo nuestro ser consigo mismo. Por lo tanto, la santificación no tiene nada que ver con el comportamiento, sino con la adición del elemento de Cristo a nuestro ser.
Como uno que conoce la Biblia y las enseñanzas de Confucio, me he dado cuenta de que muchos cristianos viven como si fueran discípulos de Confucio. Afectados por los conceptos religiosos, ellos piensan que la Biblia es un libro de doctrinas y enseñanzas éticas. Por ejemplo, cuando una hermana trata desesperadamente de someterse al marido, se comporta como si fuera una seguidora de Confucio, creyendo que se está comportando como una buena cristiana. Ella justifica su conducta diciendo que, según la Biblia, su marido es la cabeza y que ella está obligada a someterse a él. Esto suena muy bien, pero es una conducta religiosa, pues no concuerda con la economía de Dios, la cual consiste en forjar a Cristo dentro de nosotros. Todos sabemos que en 5:22 Pablo exhorta a las casadas a que estén sujetas a sus propios maridos. Sin embargo, no debemos olvidar que esa exhortación fue dada después de que Pablo habló de ser llenos en el espíritu (v. 18). Esto indica que la esposa debe someterse como fruto de ser llena del Espíritu, no como resultado de un esfuerzo deliberado.
En las bodas cristianas el pastor a menudo exhorta a los novios con las palabras que Pablo dirige a los cónyuges en Efesios 5. La mujer promete someterse a su marido, y éste hace un voto de que amará a su mujer. Sin embargo, ni la novia ni el novio comprenden que la sumisión y el amor son el fruto de ser llenos del Dios Triuno en nuestro espíritu.
Si la sumisión de una hermana es genuina, no requerirá ningún esfuerzo deliberado; al contrario, ella se someterá espontáneamente como resultado de haber experimentado a Cristo y de disfrutarlo. Posiblemente ni siquiera se dé cuenta de que es sumisa, pues se someterá sin proponérselo. Esta sumisión proviene del elemento de Cristo que se ha impartido en ella. ¡Cuán diferente es esto a someterse por saber que debe estar sujeta a la autoridad de su marido! La sumisión deliberada es una acción religiosa y no es conforme a la economía de Dios.
Hay una gran diferencia entre ser santificado y portarse bien. En cuanto a la santificación, actuamos sin proponérnoslo; lo que hacemos es la expresión espontánea que resulta de tomar a Cristo como nuestra vida y nuestra persona. Cuando Cristo es nuestra vida y nuestra persona, El vive en nuestro ser. Es El quien ama y se somete. Someternos como resultado de que Cristo mora en nosotros es muy distinto a hacerlo porque nos hemos esforzado o enmendado externamente.
Los hermanos que toman la delantera en las iglesias no deben decirles a otros lo que deben hacer. Más bien, todos debemos ser personas que testifican que vivimos, no conforme a enseñanzas externas, sino conforme al Cristo que mora en nosotros y que es nuestra vida y persona. Nuestro objetivo no es comportarnos de cierta manera, sino simplemente tomar a Cristo como nuestra vida y como nuestra persona. De esta manera, todo lo que hagamos emanará de la vida interior. Espontáneamente, la mujer se someterá al marido; el marido amará a su mujer; y los hijos obedecerán a sus padres. Esta forma de vida no es premeditada, sino que es el resultado de estar llenos del Dios Triuno en nuestro espíritu.
Cuando los jóvenes reciben ayuda de algún mensaje, a menudo se proponen no volver a ser los mismos. Pero aun esto puede ser religioso, pues sin darse cuenta, intentarán enmendarse. Tal vez intenten por sus propios esfuerzos de llevar a cabo lo que oyeron en el mensaje. Pero la santificación no consiste en cambiarnos por nuestros propios esfuerzos.
Para ser santificados genuinamente, necesitamos tocar al Señor y tomarlo como nuestra vida y nuestra persona. Necesitamos orar: “Señor Jesús, Tú eres mi vida y mi persona; Señor, tómame, ocupa mi ser y poséeme; Oh Señor, entra en cada rincón de mi corazón y llénalo contigo mismo, haz Tu hogar en él. Señor, no estoy interesado en ser diferente ni en portarme bien, lo único que me interesa es que me llenes y que te expreses a través de mí”. Si tocamos al Señor de esta manera, El se añadirá a nosotros gradual y espontáneamente. Esta adición de Cristo en nosotros es lo que nos santificará.
La santificación subjetiva no es producto de ninguna enseñanza, sino el resultado de la obra que el Cristo vivo opera en nuestro interior. Por eso hacemos énfasis en que en el recobro del Señor le damos poca importancia a la doctrina, y mucha relevancia a experimentar a Cristo como nuestra vida y nuestra persona. No encuentro las palabras adecuadas para expresar cuán pesada es la carga que siento en mi corazón con respecto a esto. Si pudiera ayudar a los santos a comprender qué es la santificación, creo que eso descargaría mi carga. Deseo dejar en ustedes la profunda impresión de que la santificación de ninguna manera es cuestión de cambiar exteriormente ni de mejorar la conducta. Dios desea impartir diariamente el elemento de Cristo en nuestro ser. Este elemento es lo único que nos santifica.
La santificación subjetiva añade algo de Cristo a nosotros, mientras que la purificación elimina algo de nosotros, especialmente lo que somos por naturaleza. A medida que somos purificados, se eliminan nuestras tendencias naturales. Lo que somos por naturaleza es lo más intrínseco de nuestra constitución, es la raíz misma de nuestro ser. Todos nacimos con cierta constitución, la cual es algo interno. Sin embargo, nuestro carácter, que es una combinación de lo que somos, de nuestras costumbres y de nuestros hábitos, es en parte algo interno y en parte externo, mientras que nuestra conducta es algo completamente externo. Al Señor Jesús no le importa mucho nuestra conducta, le interesa un poco más nuestro carácter y le interesa muchísimo nuestra forma de ser. A medida que Cristo añade Su elemento en nosotros, El nos purifica y elimina lo que somos por naturaleza. La purificación que El opera en nosotros destruye el elemento natural, el cual se halla en lo más recóndito de nuestro ser.
Ya mencionamos que el Señor quitará de la iglesia todas las arrugas. Las arrugas provienen de lo que somos por naturaleza; por ende, la única manera de eliminarlas es quitar el elemento que constituye nuestro ser natural.
Es fácil discernir el ser natural de los jóvenes, pero sería muy difícil discernir la vida natural del apóstol Pablo, porque él había experimentado una profunda limpieza y purificación, y el elemento de Cristo había eliminado lo que él era por naturaleza.
Las enseñanzas no cambian lo que somos por nacimiento; lo único que nos cambia es la impartición del elemento de Cristo a nuestro ser. Al mismo tiempo que Su elemento se añade a nosotros, algo de nosotros se elimina. Así que, por una parte Cristo se incrementa en nosotros, y por otra, nuestro ser natural decrece. Cristo aumenta gradualmente en nuestro ser, y nuestro elemento natural disminuye. El resultado de este proceso es la transformación, que es un cambio metabólico por medio del cual se forja en nosotros un nuevo elemento y se elimina el elemento viejo.
Hemos expresado que 5:25-27 presenta a Cristo en tres etapas. Cuando Cristo estaba en la primera etapa, la de la carne, El fue a la cruz y se entregó a Sí mismo por la iglesia. Luego, en resurrección, El llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Cor. 15:45). En esta segunda etapa El nos santifica y nos purifica. Si nos abrimos a El y le decimos que estamos dispuestos a tomarlo como nuestra vida y como nuestra persona, El, como Espíritu vivificante, obrará en nosotros, se agregará a nuestro ser y eliminará nuestra vejez y lo que somos por naturaleza. Esta es la obra que el Cristo vivo realiza para santificarnos y purificarnos.
Hablemos ahora del sustento y del cuidado tierno. Cuando yo era joven, dediqué mucho tiempo al estudio del libro de Efesios. Sin embargo, no entendí lo que significaba que Cristo nos sustenta y nos cuida con ternura. Pero por medio de la experiencia he descubierto lo que esto significa. Cada vez que nos abrimos al Señor Jesús y lo tomamos como nuestra vida y nuestra persona, El nos santifica y nos purifica. Al mismo tiempo, nos sustenta. Sabemos esto por la maravillosa sensación de satisfacción que experimentamos dentro de nosotros. La alimentación produce satisfacción.
El suministro de vida es lo único que nos puede capacitar para sobrellevar la purificación que el Señor efectúa en nuestra forma de ser. Los cirujanos saben que un paciente necesita alimentación para resistir una operación quirúrgica; por eso el paciente recibe una transfusión de sangre y glucosa. La purificación que el Señor efectúa es una especie de cirugía espiritual, una operación efectuada en lo más recóndito de nuestro ser. La purificación y la operación que el Señor opera se refieren a lo mismo. Para resistir dicha operación seguramente necesitamos que El nos sustente.
Conozco a cierto hermano cuyo temperamento era rudo, áspero e incluso cruel. En ocasiones vino a mí turbado por la clase de persona que era. Reconocía que no estaba contento con nada. El se consideraba el ser más repugnante de la tierra y buscaba desesperado la respuesta a su problema. Yo no podía hacer nada para ayudarlo exteriormente, pero puedo testificar que el Señor poco a poco lo lavó y purificó por completo. El amaba mucho al Señor y estaba completamente abierto a El. Debido a que le dio la oportunidad a Dios y le abrió todo su ser, el Señor pudo entrar en él, satisfacerlo y purificarlo. Al operar en él de esta manera, el Señor eliminó del hermano el elemento natural. Así vemos que para resistir una cirugía tan extensa, necesitamos que el Señor nos alimente interiormente. Este hermano puede testificar que el Señor lo sustentó y lo deleitó al mismo tiempo que lo purificó. Tengamos la certeza de que cada vez que el Señor nos santifica y nos purifica, también nos sustenta.
Toda experiencia de santificación y purificación que no vaya acompañada de la alimentación, no es genuina; es simplemente producto del esfuerzo propio. Cada vez que intentemos santificarnos o purificarnos a nosotros mismos, sentiremos que nos morimos de hambre espiritualmente. Pero si el Señor nos santifica y nos purifica, El nos suministrará una rica nutrición, y nos sentiremos satisfechos. Cuanto más nos purifique, más sustento recibiremos. En lugar de que la purificación nos traiga sufrimientos, disfrutaremos del Señor y de Su abundante provisión de vida.
Al mismo tiempo que el Señor nos sustenta, también nos cuida con ternura. El es como una madre que cuida con ternura a su hijo mientras lo alimenta. ¡Cómo disfrutan los pequeños del calor confortable de su madre! Si examinan su experiencia, se darán cuenta de que cuando el Señor nos santifica, purifica y nutre, El también nos cuida con ternura. Su tierno cuidado conforta, alivia y calma. ¡Aleluya por la manera en que el Señor nos santifica, purifica, sustenta y cuida con ternura!
Unicamente el Cristo vivo puede hacer todo esto. Ni las doctrinas ni siquiera la Biblia pueden lograrlo. Si deseamos ser santificados, purificados, sustentados y cuidados con ternura, debemos poner toda nuestra confianza en el Cristo vivo. Digámosle: “Señor Jesús, nada puede reemplazarte a Ti. Señor, te amo. Abro mi corazón a Ti y te doy libertad de que obres en mí. Señor, poséeme y sé mi vida y mi persona. No me importan las cosas externas, ni siquiera la vida de iglesia en su manifestación externa. Lo único que me interesa es que Tú seas mi vida y mi persona”. Si usted toca al Señor de esta manera, descubrirá cuán vivo, real y disponible es El. El se añadirá a usted y le santificará. Le purificará eliminando de su ser el viejo elemento. Además, le sustentará con Sus riquezas y le cuidará con Su tierno amor. Mientras todo esto ocurre en su interior, disfrutará al Señor de una manera maravillosa. Así prepara el Señor a Su novia, y así llegamos a ser la iglesia gloriosa que Cristo se presentará a Sí mismo cuando regrese.