Mensaje 60
Cristo nos santifica, purifica, sustenta y cuida con ternura con el fin de presentarse a Sí mismo una iglesia gloriosa. Contrario al concepto religioso, esta presentación no ocurrirá repentinamente, sin ninguna preparación, cuando el Señor aparezca en Su venida, sino que requiere un proceso, el cual comenzó en la época de los apóstoles y ha continuado a través de los siglos. Actualmente nosotros participamos de dicho proceso, por el cual Cristo se presenta a Sí mismo una iglesia gloriosa. Esta presentación es la meta por la cual nos santifica, purifica, sustenta y cuida con ternura.
Desde el día que invocamos al Señor Jesús por primera vez y le recibimos, El ha buscado la oportunidad de forjarse a Sí mismo en nuestro ser. Cuanto más Su elemento se forja en nosotros, más El nos satura consigo mismo y más nos santifica, purifica, sustenta y cuida con ternura. La máxima consumación de este proceso será cuando El se presente a Sí mismo a la iglesia en gloria.
El hecho de que Cristo se forje en nosotros no tiene como fin mejorar nuestra conducta, sino que la gloria shekinah de Dios sature nuestro ser. Supongamos que una vara de hierro, dura, fría y negra, es puesta en el fuego y retenida ahí. Con el tiempo, el fuego la saturaría hasta hacerla encandecer. De esta manera el hierro perdería su color natural y se volvería blanco. En cierto sentido, el fuego absorbería el color del hierro. Ahora el hierro resplandece y brilla. Sin embargo, sería inútil y hasta ridículo enseñarle al hierro a brillar. Lo que hace que el hierro brille no son las enseñanzas, sino el fuego. El hierro tiene que arder hasta que su sustancia sea saturada por el fuego. Esto hará que la vara de hierro se convierta en una portadora de luz. Sin embargo, si el hierro ha de seguir encandeciendo, tiene que permanecer en el fuego. Si se le saca por algún tiempo, su color y oscuridad naturales volverán. Asimismo, lo que necesitamos hoy no son doctrinas, sino que Cristo, quien es la gloria de Dios que está en nosotros, arda en nuestro ser y nos sature consigo mismo.
Puedo testificar que la mayoría de las enseñanzas que recibí en el cristianismo, no me ayudaron mucho. De hecho, ellas me impidieron y no me dejaron avanzar mucho en el Señor. Hoy para mí la Biblia no es principalmente un libro de enseñanzas, sino uno que revela a la persona viva de Cristo. Cuando leo la Palabra, abro mi ser al Señor y de inmediato experimento Su fuego ardiendo dentro de mí. Puesto que Su fuego arde en mi ser, ¿para qué necesito meras enseñanzas?
En Juan 5:39 y 40 el Señor Jesús dijo a los fanáticos religiosos: “Escudriñáis las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de Mí. Pero no queréis venir a Mí para que tengáis vida”. Estos versículos indican que la religión puede ayudar a la gente aun a honrar y respetar la Biblia; sin embargo, ese mismo respeto puede alejarlos de la presencia del Cristo vivo. Cuando leemos la Palabra adecuadamente, ella siempre nos conduce al Señor. Cada vez que acudamos a la Biblia, debemos acudir también a El para que tengamos vida.
Ya vimos que el deseo de Dios es obtener una iglesia gloriosa. Sólo Cristo, quien es la expresión de la gloria de Dios, puede hacer gloriosa a la iglesia, porque sólo El es el fuego de gloria que graba Su gloria en nosotros. Moisés tuvo una experiencia con relación a esto. Después de pasar cuarenta días en la presencia del Señor en el monte, la piel de su rostro irradiaba la gloria de Dios (Ex. 34:29-35). La gloria de Dios había quedado grabada en su ser. Aquello no fue el resultado de una enseñanza religiosa, sino de mirar directamente la gloria de Dios.
En 2 Corintios 3:18 Pablo dice que todos, a cara descubierta, debemos mirar y reflejar como un espejo la gloria del Señor. Debemos prestar atención a la expresión “a cara descubierta”. Estas palabras aluden a un rostro que antes tenía un velo que lo cubría, el cual ha sido quitado. Me preocupa profundamente que muchos de nosotros todavía estemos velados por las enseñanzas y los conceptos religiosos. ¡Cuánto necesitamos mirar al Señor a cara descubierta! Por ello, todos debemos orar: “Señor, quítame los velos”.
Cuán triste es estar velados. Sin embargo, muchos creyentes están cubiertos por capas y capas de velos y ni siquiera se dan cuenta. Por esta razón, Pablo sentía la carga de que los santos quedaran libres de todo velo, para que entonces pudiéramos mirar y reflejar a cara descubierta la gloria del Señor, y así ser genuinamente transformados de un grado de gloria a otro. Esta transformación la lleva a cabo el Señor Espíritu. Por lo tanto, nosotros no miramos las doctrinas ni las enseñanzas; miramos la gloria del Señor. Además, aunque nadie nos corrige ni nos enseña, somos transformados en la imagen de Cristo de gloria en gloria.
Al llevar a cabo el ministerio del Señor, estamos luchando por quitar los velos de los santos. ¡Cuán sutil es la influencia de la religión! Vemos esta sutileza en el hecho de que ella vela al pueblo del Señor. Aunque muchos buscan sinceramente al Señor, han sido velados completamente por la religión con sus enseñanzas y conceptos. Por lo tanto, digo una vez más que las doctrinas no tienen importancia para nosotros; lo que nos interesa es recobrar la experiencia genuina que tenemos de Cristo. Todos debemos mirar al Señor a cara descubierta.
Hoy en día existen muchas cosas que pueden velarnos, así como velaron a los judíos. A ellos los cegaron las Escrituras, la ley, las ordenanzas y el judaísmo como sistema religioso. En el caso de los creyentes, los velos son las enseñanzas y las ordenanzas. Siento la carga de que todos los velos sean eliminados a fin de que los santos puedan mirar a cara descubierta la gloria del Señor.
Examinemos con más detalle cómo las ordenanzas velan a la gente. A veces en nuestras reuniones proclamamos alabanzas al Señor. Es posible que los que nos visitan se turben por el nivel de nuestras voces y piensen que nuestro entusiasmo se parece al de las multitudes que asisten a los eventos deportivos. Esta crítica proviene de las ordenanzas relacionadas con las reuniones. Otros quizás critiquen las reuniones porque no ven que en ellas se ejerzan dones espirituales tales como el hablar en lenguas. Esto indica que esas personas tienen ordenanzas con respecto a los dones. Otros tal vez reaccionen negativamente por la manera en que se visten algunos santos. Esto indica que ellos tienen ordenanzas en cuanto a la manera apropiada de vestirse para asistir a una reunión de la iglesia. Todos debemos abandonar las ordenanzas y volver a la persona viva de Cristo.
En cada mensaje nuestro único deseo es resaltar una cosa: que todos necesitamos al Cristo vivo. Necesitamos que El nos santifique, purifique, sustente y cuide con ternura. No obstante, a pesar del énfasis que ponemos en la necesidad de tomar a Cristo como nuestra vida y nuestra persona, muchos, velados por sus propias ordenanzas, todavía se preocupan por asuntos secundarios relacionados con nuestras reuniones o con la manera de practicar la vida de iglesia. Por tanto, deseamos declarar que no somos partidarios de ninguna práctica; lo que nos interesa es la maravillosa persona del Señor Jesucristo.
A lo largo de los años, los cristianos se han dividido y se siguen dividiendo por las diversas ordenanzas. Por ejemplo, insistir en que se practique el orar-leer es erróneo, pues no somos la iglesia de los que oran-leen. No obstante, rechazar el orar-leer también está mal. En ambos casos, insistir en ello establecería una ordenanza. Debemos hacer a un lado todas las ordenanzas y volvernos al Cristo que nos santifica, nos purifica, nos sustenta y nos cuida con ternura.
Es un error venir a Los Angeles con la intención de aprender cómo practicar la vida de iglesia. Puesto que constantemente estamos cambiando, ni nosotros mismos sabemos cómo llevarla a cabo. Antes de 1966 no practicábamos el orar-leer, y antes de 1968 no teníamos la práctica de invocar el nombre del Señor. Tal vez después de un tiempo, el Señor nos mostrará alguna otra cosa que debamos poner en práctica. Insistir en que sabemos cómo llevar la vida de iglesia equivale a causar problemas.
Los cristianos se dividen fácilmente por causa de las prácticas. A algunos les gusta dar gritos de alabanza al Señor, mientras que otros se oponen a ello. Pasa lo mismo con las reuniones silenciosas y con hablar en lenguas. Si verdaderamente hemos visto la iglesia, nos daremos cuenta de que todas las ordenanzas relacionadas con las prácticas deben ser puestas a un lado, pues generan división. Muchos queridos santos aman al Señor y lo buscan, pero no se dan cuenta de que sus ordenanzas provocan divisiones.
La economía de Dios es sencilla; consiste simplemente en forjar a Cristo en nuestro ser para que El viva en nosotros y nosotros vivamos por El. Si tomamos el camino de la economía de Dios, la iglesia finalmente llegará a ser gloriosa, porque Cristo, la gloria de Dios, grabará Su gloria dentro de nosotros. No estamos interesados ni en practicar algo particular, ni en seguir ningún método para la vida de iglesia. Lo único que nos interesa es Cristo. La iglesia se produce como resultado del disfrute que tenemos de Cristo. La vida de iglesia adecuada depende de que disfrutemos a Cristo y de que nos reunamos para expresarlo a El, sin insistir en ninguna manera particular de expresar a Cristo. En el recobro actual del Señor lo que necesitamos no es alguna práctica especial; lo único que necesitamos es al Cristo vivo.
Con respecto al Cristo vivo, hemos dicho que a Su regreso El brotará desde nuestro interior. El se extenderá en nosotros, nos saturará consigo mismo, absorberá cada parte de nuestro ser y finalmente brotará de nosotros. Al escuchar esto, algunas personas posiblemente discutirán diciendo que el Nuevo Testamento enseña que Cristo descenderá de los cielos. Y efectivamente, en varios versículos encontramos que el Señor está en los cielos y que en Su venida El descenderá de allí. Sin embargo, tenemos que ver que para muchas personas la enseñanza de la venida del Señor se ha convertido en una preocupación religiosa. Así que, es importante que también pongamos atención a los versículos que recalcan el hecho de que Cristo está en nosotros. Por ejemplo, en Colosenses 3:4 vemos que cuando Cristo se manifieste, nosotros seremos manifestados con El en gloria; y, en 1:27, vemos que Cristo en nosotros es la esperanza de gloria.
Algunos maestros religiosos tratan de sistematizar la revelación del Nuevo Testamento. Influidos por las enseñanzas sistematizadas, algunos suponen que si Cristo está en el tercer cielo, no puede estar a la vez en otra parte, y en particular en nosotros. No obstante, la Biblia declara que Cristo está tanto en el tercer cielo como en nosotros (10, Ro. 8:34). Más aún, aunque Cristo está en nosotros, El está por venir; es decir, El está aquí ahora y también vendrá pronto. No puedo reconciliar estas dos cosas; simplemente creo en ambos aspectos porque el Nuevo Testamento así lo revela.
Recientemente me preguntó un joven si yo creía que el Señor Jesús estaba a la diestra de Dios en los cielos, a lo cual le respondí que sí. Después me preguntó si creía que el Señor había resucitado corporalmente, y le respondí que definitivamente también creía en eso también. Entonces le recomendé que no sistematizara la verdad de la revelación de Dios contenida en el Nuevo Testamento. El día que el Señor Jesús resucitó, El entró en la habitación donde los discípulos estaban reunidos. Aunque las puertas estaban cerradas, El apareció súbitamente en medio de ellos. Según Lucas 24:37, los discípulos “espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu”, pero el Señor les dijo: “Mirad Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy; palpadme y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que Yo tengo” (v. 39). El Señor en resurrección ciertamente posee un cuerpo físico. Entonces, ¿cómo pudo entrar en un cuarto cuyas puertas estaban cerradas? En vez de tratar de explicar esto o de sistematizarlo, simplemente debemos creer en la palabra pura de la Biblia. El Nuevo Testamento declara que Cristo es el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu, y que como tal, El se extiende en nuestro ser, nos satura consigo mismo y busca la oportunidad de surgir desde nuestro interior. Sin embargo, la Biblia también revela que Cristo está en el trono en el tercer cielo y que a Su regreso El descenderá a la tierra. En lugar de tratar de reconciliar el aspecto subjetivo con el aspecto objetivo de la venida del Señor, simplemente creamos en ambos aspectos, porque los dos se revelan en el Nuevo Testamento.
El problema de muchos creyentes es que han sido adoctrinados religiosamente en cuanto al aspecto objetivo de la venida del Señor, de tal manera que descuidan el aspecto subjetivo de la misma. Ellos se centran en el Cristo que está en los cielos y creen firmemente en Su regreso, pero pasan por alto al Cristo que mora en ellos, y quizás ni siquiera sepan que El está en ellos. Mientras esperamos el regreso de Cristo desde los cielos, debemos disfrutarlo en nuestro interior. El Señor Jesús dijo: “He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3:20). Estas palabras indican que El ya está aquí. ¡Cuánto necesitamos experimentar al Cristo vivo de forma subjetiva, al Cristo que mora en nosotros!
Mi carga es ministrar este Cristo al pueblo del Señor, no enseñar a los santos cómo interpretar la Biblia. ¿De qué sirve saber cómo interpretar correctamente la Biblia si no disfrutamos al Cristo vivo de modo directo e íntimo? ¡Cuánto debemos pelear la batalla para que los hijos de Dios disfruten al Señor! Esto es lo que necesitamos hacer hoy en el recobro del Señor.
Olvidémonos de las ordenanzas y las prácticas y digamos: “Señor Jesús, todavía no comprendo cuánto necesito tomarte como mi vida y mi persona. Señor, abro mi ser a Ti y te tomo como mi vida y como mi persona. No me interesan mis conceptos respecto a la manera de practicar la vida de iglesia; lo único que quiero es disfrutarte de forma viviente, íntima y personal”.
Con respecto a la iglesia, nuestra actitud no debería ser la de imitar ni la de oponernos. Nuestra única meta debe ser disfrutar la persona viviente de Cristo y experimentarlo interiormente cada vez más. No deben interesarnos ni las prácticas ni los métodos. Consideremos como ejemplo los distintos utensilios que se usan para comer. Los chinos usan palillos, los estadounidenses usan cuchillo y tenedor, y los indonesios usan sus dedos. No debe preocuparnos con qué comemos, sino lo que comemos. Mientras que la gente consuma comida saludable, no debe preocuparnos si usan palillos, cuchillo y tenedor o los dedos. Con todo, algunos posiblemente se jacten de que la mejor manera de comer es usar cuchillo y tenedor. En términos espirituales, es posible que hagamos lo mismo con respecto a la práctica de la vida de iglesia. Posiblemente nos sintamos orgullosos de nuestros modales, y sin embargo, nuestro plato esté vacío. Dejemos de preocuparnos por los buenos modales espirituales, y preocupémonos únicamente por el alimento espiritual. Muchos de nosotros padecimos hambre por años debido a que nos preocupábamos por los modales, y no por el alimento mismo. En muchos grupos religiosos todo se hace con mucha educación y con un orden excelente, pero el pueblo del Señor no tiene alimento que comer. Por tanto, en el recobro actual, el Señor está recobrando, no la manera de comer, sino el alimento que se sirve en la mesa.
Según la economía de Dios, a El no le interesan los utensilios. Lo que más le interesa es que Cristo nos santifique, nos purifique, nos sustente y nos cuide con ternura. Sólo cuando experimentemos a Cristo de esa manera podrá El presentarse a Sí mismo una iglesia gloriosa. ¡Alabado sea el Señor porque el proceso de esta presentación se lleva a cabo interiormente día tras día! Espero que todos veamos que a Dios, según Su economía, no le interesan las formas ni las prácticas, sino sólo Su querido Hijo, el Señor Jesucristo. Que por Su misericordia todos lo experimentemos y disfrutemos.