Mensaje 76
Lectura bíblica: Ef. 1:19-20; 2:10; 3:8; 4:13-15; 5:29-30, 32
Ya vimos que la economía de Dios consiste en Cristo y la iglesia, y que la palabra “economía” denota una impartición. La intención de Dios es impartirse a Sí mismo en Sus escogidos. Ser salvos no solamente significa que nuestros pecados son perdonados, y que somos justificados y hechos aptos para ir al cielo, sino que Dios empieza a impartirse a Sí mismo en nosotros.
El hecho de que Dios se imparta en nosotros está totalmente ligado a Cristo. Según el concepto natural, pensamos que después de ser salvos, debemos mejorar nuestro comportamiento, buscar poder o desempeñar una obra fructífera para el Señor. Algunos cristianos creen que debemos anhelar dones tales como hablar en lenguas, dar profecías y sanar. Otros piensan que lo más importante para una persona salva es adquirir el conocimiento bíblico correcto. No obstante, si vemos la salvación desde la perspectiva de la economía de Dios, veremos la vida cristiana de manera diferente.
El Nuevo Testamento en efecto habla de la conducta adecuada, del poder, los dones y del conocimiento; no obstante, lo crucial es cuánto de Cristo se ha forjado en nosotros. Dios desea forjar a Cristo en nosotros. Todos necesitamos ser iluminados para ver lo que Dios está haciendo hoy. La intención de Dios no es hacernos mejores. A El no lo interesa lo que seamos; lo que sí le interesa es que Cristo se forje en nosotros.
En 1:19 y 20 Pablo habla de la “supereminente grandeza” del poder de Dios “para con nosotros los que creemos”. Dios hizo operar este poder en Cristo levantándolo de los muertos y sentándolo a Su diestra en los lugares celestiales. Hoy la obra principal de Dios consiste en forjar a Cristo en nosotros.
Supongamos que un día usted se muestre descortés para con un hermano o una hermana. Sin lugar a dudas, usted se arrepentiría y le pediría perdón al Señor por su actitud. Puede ser que incluso oraría para que el Señor le ayude a ser mejor. Aunque no haga esta petición específicamente, en lo profundo de su ser esto es lo que siente cuando ora acerca de su fracaso. Esta clase de oración es religiosa. Posiblemente usted haya leído el libro, Cristo es contrario a la religión, pero sigue siendo muy religioso en su vida cotidiana. Si usted tiene una visión de la economía de Dios, orará de esta manera: “Señor, el diablo hizo que me comportara de esa manera. Pero Señor, aunque mi comportamiento hubiese sido bueno, eso no necesariamente significaría que eras Tú quien se expresaba en mi vivir. Señor, Tú no quieres que yo sea bueno; lo que Tú deseas es vivir en mí. En un sentido, me arrepiento y te pido perdón, pero al mismo tiempo reprendo a Satanás y le ordeno que se retire de mí. Señor, no intentaré ser mejor; lo único que necesito es que vivas en mí”.
Gálatas 2:20 dice que fuimos crucificados con Cristo y que ahora El vive en nosotros. Posiblemente conozcamos este versículo y declaremos: “Ahora ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Sin embargo, en la vida cotidiana quizás ya no vive Cristo, mas vivo el yo. Una cosa es recitar Gálatas 2:20, y otra muy distinta, vivir a Cristo y expresarlo de manera práctica.
Supongamos que usted es muy amable con los hermanos y las hermanas. Si éste es el caso, tal vez no sentirá ninguna necesidad de arrepentirse ni de pedirle perdón al Señor por ello. No obstante, conforme al criterio de Dios, casi lo mismo da que sea cortés o descortés, mientras sea usted quien vive y no Cristo. Nuestro comportamiento tal vez sea bueno o quizás sea malo, pero con todo y eso seguimos sin expresar a Cristo en nuestro vivir. La economía de Dios se centra en Cristo; Su economía no es cuestión de ética, moralidad, ni de buen carácter. Conforme a Su economía, Dios desea forjar a Cristo en nosotros. En nuestra relación con los hermanos y hermanas en la iglesia, lo que necesitamos es vivir y expresar a Cristo.
Se han escrito algunos libros que presentan a Cristo como vida; sin embargo, es difícil encontrar un grupo de cristianos que genuinamente viva por El. La intención de Dios no es hacernos mejores personas, sino forjar al Cristo vivo en nosotros, en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad. El deseo de Dios es reemplazarnos con Cristo. El quiere ver que los hermanos y las hermanas de las iglesias expresen a Cristo en su vivir. Que el Padre de gloria nos dé un espíritu de sabiduría y de revelación para que seamos iluminados y sepamos lo que Dios anhela lograr hoy. Otra vez digo que Dios no desea mejorarnos, sino forjar a Cristo en nosotros.
El Cristo que Dios desea forjar en nosotros es el Cristo crucificado, resucitado y ascendido. Satanás fijó a Cristo en la cruz, pero Dios lo levantó de los muertos y lo sentó a Su diestra en los lugares celestiales. Ahora Dios se propone forjar al Cristo crucificado, resucitado y ascendido en nosotros. Existe una gran diferencia entre la ética, la conducta y el comportamiento por un lado, y por otro, el hecho de que este Cristo se forje en nuestro ser.
A lo largo de los siglos, los cristianos han disputado sobre doctrinas y prácticas. Por ejemplo, se ha polemizado mucho en cuanto al bautismo, al cubrirse la cabeza, al lavamiento de los pies, y con respecto a si las reuniones deben ser ruidosas o silenciosas. En Gálatas 6:15 Pablo dice: “Porque ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación”. Los formalismos y las reglas no valen nada, porque no son Cristo mismo. Ni la circuncisión ni la incircuncisión es la nueva creación, la cual se halla en Cristo Jesús. La nueva creación a la que se refiere Pablo es el Cristo que está forjado en nuestro ser. Cuando Cristo se forja en nosotros, se produce en nosotros la nueva creación. Además, la nueva creación no se trata de lo individual, sino de lo corporativo, el cual tiene que ver con una entidad corporativa, a saber, el nuevo hombre, el Cuerpo de Cristo.
A Dios no le interesa el lavamiento de los pies, cuán largo nos dejamos crecer el pelo, ni cuántas veces nos bautizamos; lo que a El le interesa es cuánto de Cristo ha sido forjado en nosotros. A Dios no le interesa si somos humildes o soberbios, groseros o amables; a El sólo le interesa que Cristo se forje en nuestro ser. Quiero proclamar una y otra vez que a Dios sólo le importa Cristo. Ni la moralidad, ni la ética, ni los formalismos ni las reglas pueden producir una iglesia que sea igual a Cristo. El único que puede producir una iglesia así es el propio Cristo forjado en nosotros.
La iglesia es el Cuerpo de Cristo. Sólo lo que procede de Cristo forma parte del Cuerpo de Cristo. Esto significa que los dones, las enseñanzas y el poder no pueden producir el Cuerpo; lo único que produce el Cuerpo de Cristo es Cristo mismo forjado en los santos. Nuestros ojos necesitan ser iluminados para recibir esta visión. En Efesios 1 Pablo oró de una manera específica, pidiendo que nuestros ojos internos fueran iluminados para que viéramos que la intención de Dios es forjar a Cristo en nuestro ser. Dios no desea corregirnos ni mejorarnos; Su deseo es forjar a Cristo en nosotros.
En cierto sentido necesitamos arrepentirnos más por lo bueno que hacemos que por lo malo. Cuando uno es amable para con su esposa de una manera natural, necesita arrepentirse y decir: “Señor, perdóname; esto no es Cristo. Tal vez yo sea bueno, pero en ello no vivo por Cristo. Señor, yo soy bueno, pero de manera natural; no te doy la oportunidad de que Tú vivas y te expreses a través de mí”. Todos nos lamentamos cuando hacemos algo malo, pero posiblemente no nos demos cuenta de que debemos arrepentirnos aun más cuando hacemos lo bueno, pero sin Cristo.
En 2:10 Pablo dice: “Porque somos Su obra maestra, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” No debemos pensar que podemos trabajar para Dios, o llevar a cabo Su obra. Nosotros somos hechura de Dios. Esto indica que Dios no espera que laboremos para El; al contrario, El busca la oportunidad de operar en nosotros. Si consideramos nuestra condición, nos daremos cuenta de que todavía nos falta mucho. Dios no necesita que obremos para El; más bien, El operará en nosotros hasta que lleguemos a ser Su obra maestra. Nosotros, la iglesia, somos la obra maestra de Dios, que expresa Su infinita sabiduría y Su diseño divino. La razón por la cual somos la obra maestra de Dios es que Cristo se está forjando en nosotros. Podemos gloriarnos ante toda la creación de que Cristo está en nosotros. Cuanto más se forja El en nosotros, más llegamos a formar parte de la hechura de Dios, de Su obra maestra.
En 1934 conocí a cierto hermano en Shanghai. Antes de conocerle, había oído muchas cosas buenas acerca de él. En aquel tiempo, yo no sabía discernir entre Cristo y la buena conducta. Con el tiempo, y con la ayuda del hermano Nee, me di cuenta de que aquel hermano, a pesar de ser bueno, expresaba muy poco de Cristo en su vivir. Todos debemos aprender a discernir entre la bondad natural y Cristo. Una persona puede ser buena en ciertos aspectos, pero es posible que eso no tenga nada que ver con Cristo. No debemos aspirar a ser un buen hermano o una buena hermana; debemos desear llegar a ser un hermano “Cristo” o una hermana “Cristo”. Si queremos ser la obra maestra de Dios, Cristo tiene que forjarse en nosotros. Esto no debe ser sólo una revelación, sino algo que provoque un cambio radical en nuestro ser. Que veamos claramente que Dios no desea que seamos buenos cristianos, sino cristianos cuya expresión es Cristo, aquellos que permiten que Cristo se forje y se exprese en el vivir de ellos.
En 3:8 Pablo dice que él predicaba el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo. El no predicaba doctrina, dones, conocimiento ni poder; él predicaba las riquezas de Cristo. Esto significa que Pablo ministraba estas riquezas a los demás. Las inescrutables riquezas de Cristo comprenden todos los aspectos de lo que El es para nosotros. Estas riquezas deben forjarse gradualmente en nuestro ser. Por ejemplo, nosotros no debemos ser pacientes, amables, buenos ni amorosos por nosotros mismos; más bien, Cristo debe forjarse en nosotros de tal modo que llegue a ser nuestra paciencia, amabilidad, bondad y amor. Esto significa que debemos participar de las riquezas de Cristo y permitir que éstas se forjen en nosotros diariamente y aun momento a momento de manera específica. En nuestra experiencia cotidiana, deberíamos ser capaces de detallar las riquezas de Cristo. Cristo debe llegar a ser nuestra paciencia, nuestro amor y el todo para nosotros.
Cristo debe forjarse en nuestro ser al grado de hacer Su hogar en nuestros corazones (3:17). Me preocupa que esto sea simplemente una doctrina para muchos de nosotros. En la experiencia, ¿permitimos que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones? ¿De quién es hogar nuestro corazón, de nosotros o de Cristo? Si somos sinceros, tenemos que reconocer que la mayor parte del tiempo nuestro corazón no es el hogar de Cristo, sino el nuestro; nosotros vivimos ahí, no Cristo. Tal vez después de escuchar un mensaje que hable de que Cristo hace Su hogar en nosotros, proclamemos que nuestro corazón es el hogar de Cristo; sin embargo, es posible que no haya ninguna realidad que sustente nuestras palabras. Si queremos que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones, debemos tomarlo a El como nuestra persona y como nuestra vida. Entonces podremos testificar que en nuestros corazones ya no vive el yo, sino Cristo.
El asunto crucial no es si somos humildes o soberbios, débiles o fuertes, dotados o no dotados. La cuestión es quién vive en nuestros corazones, quién reside ahí. Uno puede ser extraordinariamente dotado, y con todo, su corazón no es el hogar de Cristo, sino el hogar del yo; y así quedará mientras uno siga siendo el que vive ahí.
El cristianismo actual es una religión que se centra en la conducta, la doctrina, la obra, el poder, los dones y el conocimiento. En él, sin embargo, se desconoce casi por completo la realidad de Cristo. Los conceptos naturales y religiosos velan a la mayoría de los cristianos. Por eso es crucial tener una visión celestial que nos capacite para saber lo que está en el corazón de Dios y ver lo que El planeó en la eternidad.
Dios desea tener un pueblo cuyo interés sea únicamente Cristo. El desea un pueblo que no esté distraído con el conocimiento, la obra, el comportamiento ni el poder, o sea, un pueblo que sencillamente se ocupa de Cristo, y de una manera práctica. Experimentar las riquezas de Cristo y la realidad de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones, no deben ser una mera doctrina, sino la realidad de nuestra experiencia cristiana cotidiana.
En el pasado, frecuentemente acudían a mí parejas que tenían problemas conyugales. Generalmente el marido acusaba a la mujer, y luego la esposa acusaba al marido. Al final me decían: “Puesto que usted es un siervo del Señor y entiende las cosas espirituales, discierna quién tiene la razón y denos un juicio correcto”. Mi práctica era no juzgar según el bien y el mal; más bien, les preguntaba si Cristo estaba haciendo Su hogar en sus corazones. También les preguntaba si Cristo vivía en ellos mientras se acusaban el uno al otro. Por lo general, no tenían nada más que decir, y con el tiempo, comenzó a correr la voz de que no se me trajera más esta clase de problemas.
En ocasiones las personas venían a mí con la intención de discutir sobre alguna doctrina. Pero en lugar de contestarles de forma doctrinal, les preguntaba cuánto habían permitido que Cristo hiciera Su hogar en sus corazones. ¿De qué nos sirve tener la doctrina correcta, si Cristo no vive en nosotros? Aparentemente los fariseos tenían las doctrinas correctas; no obstante, el Señor Jesús les reprendió por no tener ni un ápice de realidad.
De una manera muy práctica, nuestros corazones deben convertirse en el hogar de Cristo. El debe vivir y establecerse dentro de nosotros; El, y no el yo, es quien debe ocupar nuestro corazón. Esta es nuestra necesidad hoy.
Aparte de esto, el que los maridos amen a sus mujeres y que las mujeres se sometan a sus maridos, no tiene mucha importancia. Según el libro de Efesios, es más estratégico que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones, a que el marido ame a su mujer y que ésta se someta a él. Sin embargo, tengo la plena seguridad de que si un hermano permite que Cristo haga Su hogar en su corazón, ciertamente amará a su mujer; y si la mujer permite que Cristo more en su corazón, ella indudablemente se someterá a su marido.
Lo que más necesitamos es que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. El recobro del Señor no se centra en la doctrina, en la interpretación bíblica, ni en la conducta. Tampoco se centra en el conocimiento, los dones, el poder, ni la obra. Contrario a todo esto, el enfoque principal del recobro es que Cristo se forje en nosotros y haga Su hogar en nuestros corazones.
En 4:13 Pablo dice que todos debemos llegar “a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. No sólo debemos llegar a ser un hombre perfecto, completo e íntegro, sino un hombre de plena madurez, o sea, un hombre que posee la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. La plenitud de Cristo es el Cuerpo de Cristo (1:23), el cual tiene una estatura y una medida.
En 4:15 Pablo dice además que necesitamos asirnos a la verdad en amor, para que crezcamos en Cristo en todas las cosas. Crecer en Cristo en todo significa que Cristo aumenta en nosotros en todas las cosas hasta que llegamos a ser un hombre de plena madurez.
En 5:30 Pablo declara que somos miembros del Cuerpo de Cristo. Esto indica que somos miembros de Cristo, formamos parte de El. Conforme a nuestra constitución natural, no somos miembros del Cuerpo de Cristo. El propio Cristo es el elemento, el factor, que nos hace parte de El. Por lo tanto, si queremos ser partes de Cristo, miembros de Su Cuerpo, tenemos que permitir que Cristo se forje en nuestro mismo ser.
En 5:32 Pablo dice que el gran misterio lo componen Cristo y la iglesia. En el recobro del Señor, el hecho de que Cristo se forje en nosotros y nos constituya una iglesia que lo expresa debe ocupar toda nuestra atención. En esto consiste la economía de Dios.