Mensaje 84
Lectura bíblica: Ef. 5:18-19; 1 Co. 14:1, 5, 23-24, 31-32
En 5:18 Pablo nos exhorta a “ser llenos en el espíritu”. Como miembros del Cuerpo de Cristo, debemos ser llenos en nuestro espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Si somos llenos en el espíritu, aquello con lo que nos llenemos, rebosará desde nuestro interior.
El versículo 19 hace alusión a ese rebosamiento: “Hablando unos a otros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones”. Nosotros no rebosamos meditando o guardando silencio en nuestros asientos durante las reuniones de la iglesia; al contrario, rebosamos hablando unos a otros. Si somos llenos en el espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios, espontáneamente hablaremos unos a otros acerca de Cristo. Por tanto, para rebosar tenemos que hablar.
Los cristianos debemos ser personas que hablan. No debemos permanecer mudos o callados, porque el Dios que adoramos es un Dios que habla. Los ídolos, por el contrario, no hablan; ellos son mudos. En 1 Corintios 12:2 Pablo habla de “ídolos mudos”. Puesto que los ídolos no pueden hablar, aquellos que los adoran también son mudos. Un dios mudo necesita adoradores mudos. Si uno visita un país donde se adora a los ídolos, verá que los adoradores de ídolos adoran a sus dioses de una manera muda. Pero nuestro Dios no es mudo; El es el Dios que habla. Por tanto, los que lo adoran también deben hablar. Sin embargo, muchos de los que asisten a los llamados servicios cristianos no hablan; en lugar de ello, adoran al Señor en silencio. ¿Y qué podemos decir de las reuniones de la iglesia? ¿Nos quedamos callados o rebosamos de palabras acerca del Cristo que experimentamos en nuestra vida diaria? En las reuniones deberíamos alabar al Señor y hablar de lo que El es para nosotros en nuestra experiencia.
Muchos cristianos se dan cuenta de que sus servicios religiosos no deberían ser completamente silenciosos, así que preparan solistas, cuartetos y coros que provean la música. Ellos también contratan oradores elocuentes para que prediquen. No obstante, la mayoría de las personas se quedan sentadas en las bancas sin emitir una palabra, y por lo general, son adoradores mudos.
La arquitectura misma de muchos centros de culto cristiano fomenta el silencio. Por ejemplo, tan pronto una persona entra en una catedral católica, siente que debe guardar silencio. La bóveda alta, el ambiente poco iluminado y las vidrieras fomentan esto. Algunos de estos adoradores encienden velas a las imágenes o rezan ante las estatuas. ¡Cuán diabólico es esto! En principio esto es lo mismo que adorar ídolos según la práctica de los países paganos. El cristianismo en su mayoría ha sido impregnado por el concepto de adorar en silencio. De hecho, muchos de los que asisten a los servicios cristianos son adoradores mudos.
Puesto que nuestro Dios es un Dios que habla, nosotros, Sus adoradores, también debemos hablar. A veces deberíamos alzar nuestras voces alegremente al Señor, como se nos exhorta en Salmos 100:1 así como en Salmos 66:1; 81:1; 95:2; y 98:4, 6. Cuando nos reunamos, deberíamos elevar gritos de jubilo al Señor.
Al hablarnos unos a otros acerca de cómo hemos experimentado a Cristo, no debemos esperar a que la reunión empiece de manera oficial. Hacer esto equivaldría a permanecer bajo la influencia del cristianismo tradicional. Si hemos sido liberados de la tradición, debemos hablar en las reuniones de la iglesia de una manera espontánea. De hecho, podríamos empezar a hablar mientras vamos camino a la reunión. En las reuniones se debe hablar mucho acerca de las riquezas de Cristo.
Efesios 5:19 también menciona que debemos cantar y salmodiar al Señor. Cantar y salmodiar no son solamente el producto de estar llenos en el espíritu, sino que también constituyen la manera de ser llenos. Cuando somos llenos en nuestro espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios, lo primero que hacemos es hablar. Entonces cantaremos y salmodiaremos en nuestro corazón al Señor.
Muchos se enorgullecen de apegarse a las Escrituras. Pero me pregunto si se apegan a ellas conforme a lo que dice 5:19. Este versículo, hallado en un libro que trata de la iglesia, nos dice que después de ser llenos en nuestro espíritu hasta la medida de la plenitud de Dios, debemos hablar. Muchos de los que se consideran como personas que siguen las Escrituras, lo hacen sólo de una manera tradicional. No se apegan a las Escrituras conforme a lo que Pablo dice en el versículo 19.
En 1 Corintios 14:1 dice: “Seguid el amor; y anhelad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis”. Casi todas las personas consideran que profetizar consiste únicamente en predecir eventos futuros. Conforme a este entendimiento, el que profetiza es alguien que predice el futuro y concluye su mensaje con las palabras: “Así dice el Señor”. Por ejemplo, en 1963 algunos profetizaron que un gran terremoto azotaría la ciudad de Los Angeles y que la hundiría en el océano. No obstante, según la Biblia, y específicamente el Nuevo Testamento, predecir no es el significado primordial de lo que es profetizar.
Según la Biblia, profetizar tiene tres significados. Primero, profetizar es hablar por alguien, es decir, hablar en nombre de otra persona. Cuando alguien profetiza de esta manera, él no habla por su propia cuenta, sino por alguien más. Por consiguiente, una persona puede ser llamada a profetizar por el Señor, es decir, a hablar en nombre del Señor. Segundo, profetizar significa proclamar, declarar. En la Biblia, una persona no sólo puede hablar por Dios, sino también proclamar algo de parte de Dios. Tercero, profetizar es predecir. Por lo tanto, los tres significados del profetizar son: hablar por alguien, proclamar y predecir. Con todo, predecir no constituye su significado principal.
Tomemos el libro de Isaías como ejemplo. Isaías 1:3 dice: “El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento”. ¿Qué clase de profecía es ésta? Ciertamente, no se trata de una predicción, sino de una declaración, una proclamación de algo que proviene del Señor. Sucede lo mismo con Isaías 9:6, donde leemos: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”. Estas palabras son una declaración, una proclamación; no es principalmente la predicción de un evento futuro. Por supuesto, el libro de Isaías contiene varias predicciones. No obstante, este libro en su mayoría habla por el Señor o proclama algo con respecto a El. Sólo un segmento relativamente pequeño de este libro contiene predicciones. Así vemos que el contenido del libro de Isaías muestra que el significado principal del profetizar no es predecir, sino declarar algo, o hablar en nombre de otro, especialmente en nombre del Señor.
Cuando predicamos el evangelio, podemos profetizar de la siguiente manera. Podemos decirle a un grupo de incrédulos: “Amigos, deben creer en el Señor Jesús, de lo contrario, se perderán eternamente”. Hablar de esta manera es profetizar en el sentido de expresar algo acerca del Señor y en nombre de El. Por consiguiente, predicar el evangelio es declarar algo del Señor y hablar en nombre de El. Tal predicación puede incluir también algún elemento de la predicción, como por ejemplo, la predicción de que los que no crean en Cristo se perderán para siempre; sin embargo, dicha predicción no es su contenido principal. De manera general, podemos decir que cuando hablamos acerca del Señor o por el Señor, estamos profetizando. ¡Cuán diferente es esto del entendimiento común y tradicional de lo que significa profetizar!
Si nos vamos a apegar a las Escrituras de una manera comprensiva, debemos aceptar el entendimiento bíblico de lo que es profetizar. Profetizar no consiste en contar chismes ni hablar por nosotros mismos; tampoco es hablar algo de nosotros mismos. Al contrario, profetizar es hablar por el Señor y proclamar algo del Señor. Como ya dijimos, también puede incluir el aspecto de predecir. El que habla por el Señor puede decir algo así: “El Señor Jesús es fiel y querido; El también está accesible y cercano. Cuando lo invocamos, El viene inmediatamente y en lo más recóndito de nuestro ser percibimos cuán dulce es El. Pero si no invocamos el nombre del Señor, nuestra vida será miserable”. Hablar de esta manera equivale a profetizar.
En 1 Corintios 14:31 Pablo dice: “Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan y todos sean alentados”. Si profetizar fuera únicamente predecir el futuro, ¿cómo podrían profetizar todos los santos? Pero todos podemos hablar por el Señor y proclamar algo de El. Aun los nuevos creyentes y los jóvenes pueden profetizar en este sentido.
La manera de ser espirituales consiste en hablar por el Señor y acerca de El. Cuanto más hablemos, más seremos llenos en nuestro espíritu. Pero si permanecemos callados, nos daremos cuenta que no podemos ser llenos. En nuestro diario vivir, debemos siempre hablar. Podemos hablar aun cuando estamos solos. Si hablamos de esta manera día tras día, veremos que esto producirá una espiritualidad genuina y que nos ayuda a ser llenos en nuestro espíritu. Cuando no tengamos a nadie con quién hablar, hablémosle a nuestras mascotas e incluso a los objetos. Por ejemplo, digámosle a una flor: “Florecita, tú eres muy bonita, pero tu belleza es vanidad. La verdadera belleza es el Señor Jesucristo”. ¡Cuán importante es que todos aprendamos a hablar!
Especialmente debemos hablar en las reuniones de la iglesia. En 1 Corintios 14:23 y 24 Pablo dice que cuando toda la iglesia está reunida, si todos profetizamos, los indoctos serán convencidos y juzgados por todos. En el versículo 25, dice además: “Los secretos de su corazón se hacen manifiestos; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros”. Muchos creyentes consideran que 1 Corintios 14 trata el tema de hablar en lenguas. Sin embargo, en este capítulo se presta más atención al profetizar que al hablar en lenguas. En el versículo 3, Pablo declara que el profetizar edifica, exhorta y consuela a los santos. Además, el que profetiza edifica a la iglesia (v. 4).
Cuanto más hablamos por el Señor, más se llena de El nuestro ser interior. Muchas veces la razón por la que nos sentimos ofendidos por otros se debe a que nuestra alma está vacía. No nos llenamos de lo que deberíamos. Pero cuando somos llenos al hablar del Señor, nuestro ser está debidamente ocupado, y lo negativo, que ya no tiene cabida, no puede usurparnos.
En cuanto a hablar por el Señor, algunos creen que deben esperar hasta que el Espíritu venga sobre ellos. Esto se practicaba en el Antiguo Testamento, mas no es lo que se revela en el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios venía sobre las personas, pero no moraba en ellas. Por otra parte, en la era del Nuevo Testamento, el Espíritu mora en nosotros los creyentes de Cristo. Por consiguiente, no es necesario esperar que el Espíritu descienda sobre nosotros. En 1 Corintios 14:32 Pablo dice: “Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas”. Puesto que nuestro espíritu está sujeto a nosotros, no necesitamos esperar la inspiración. ¿Por qué esperar que el Espíritu venga sobre nosotros cuando El ya está en nuestro espíritu? Sencillamente debemos tomar la iniciativa y ejercitar nuestro espíritu, dándole la orden de actuar. Luego, debemos hablar, no conforme a nuestro pensamiento, sino conforme al sentir profundo que tengamos. Cada creyente de Cristo puede hablar de esta manera. Por eso dijo Pablo que todos podemos profetizar.
En las reuniones de la iglesia, todos debemos hablar por el Señor y acerca de El. Todos debemos rebosar del Señor. Si ésta es nuestra experiencia, no será necesario cantar ni predicar tanto en las reuniones. En muchas reuniones cristianas se usan los cantos y la predicación para llenar el tiempo, pues sin ellos habría largos vacíos en las reuniones. En el recobro del Señor, nuestra situación tiene que ser totalmente diferente. Debemos ser personas que experimentan a Cristo, viven por El y son llenos de El en nuestro espíritu. Si nuestro espíritu se llena de Cristo, rebosaremos y hablaremos de Cristo y por Cristo. Cuando vayamos a las reuniones, hablaremos unos a otros de la experiencia y disfrute que hemos tenido de Cristo. Claro está que cantaremos, pero no porque no tengamos nada más que hacer. No usaremos los cánticos y los himnos para llenar el espacio que queda vacío por no haber quien comparta algo de Cristo.
Debemos laborar en Cristo día tras día, tal como los hijos de Israel laboraban en la buena tierra. Por medio de su labor, obtenían el producto que ofrecían al Señor durante las fiestas. Cuando se acercaban a la presencia del Señor, tenían en sus manos algo que presentarle a El. El principio es el mismo en cuanto a experimentar a Cristo. Muchos cristianos, por no laborar en Cristo, no experimentan a Cristo en su diario vivir, y por ende, cuando vienen a las reuniones, no tienen nada de Cristo que ofrecer a Dios o compartir con los santos. No tienen nada que hablar en nombre del Señor.
Que el Señor tenga misericordia de todos los que estamos en la vida de iglesia para que contactemos a Cristo continuamente y vivamos conforme a lo que se nos trasmite desde Su ser interior y a través de Sus ojos. Si vivimos por Cristo, seremos llenos en nuestro espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Entonces, espontáneamente rebosaremos hablando por el Señor. Cuando hablamos de esta manera, lo que sucede es que ofrecemos Cristo a Dios y lo compartimos unos con otros. Las reuniones donde se habla de Cristo en abundancia, son reuniones que expresan al Cristo vivo. En principio, ésta es la manera adecuada de celebrar las reuniones de la iglesia.
El día llegará, cuando las reuniones de las iglesias locales se celebrarán de esta manera. Sin embargo, la única manera de lograrlo es experimentar a Cristo en nuestra vida diaria. Sólo experimentando a Cristo tenemos algo que expresar en nombre de El.
Muchos de los testimonios que dan los cristianos giran en torno a milagros o a bendiciones materiales. Algunos testifican que obtuvieron un buen trabajo, y otros, que fueron sanados físicamente. Pero ésta no es la clase de testimonio que se necesita en las reuniones de la iglesia. Necesitamos testimonios relacionados con la experiencia que tenemos de Cristo. Por ejemplo, los testimonios deben ser de cómo los santos han experimentado a Cristo en áreas especificas, tal vez de cómo han experimentado la dulzura, la ternura y la mansedumbre de Cristo. Además, necesitamos testimonios que hablen de cómo vivir y actuar conforme a la expresión del ser interior del Señor. Tenemos que confesar que en cuanto a testimonios de esta índole, existe una gran carencia entre nosotros. Que el Señor tenga misericordia de todos los que estamos en las iglesias locales y nos conceda ricas experiencias de Cristo. Día tras día necesitamos experimentar a Cristo como nuestra vida, nuestra persona y nuestro todo. Entonces seremos llenos de El y hablaremos de El espontáneamente. Animo a todos los santos a que hablen por Cristo y de El. La manera de ingerir al Señor es hablar de El. Cuanto más hablemos, más nos llenaremos de El; y cuanto más nos llenemos de El, más hablaremos de El. Que todos seamos llenos de Cristo y permitamos que Sus riquezas rebosen de nosotros.