Mensaje 85
Lectura bíblica: Ef. 2:11-18; Gá. 6:15
El libro de Efesios revela que la economía de Dios consiste en forjar a Cristo en Sus escogidos y producir así la iglesia. Este libro también da a conocer algunos elementos negativos que dañan la vida de iglesia. Según nuestro concepto natural, Efesios debería hacer más énfasis en elementos negativos tales como el pecado y la mundanalidad. Sin embargo, aunque se tienen en cuenta, ellos no son los principales factores revelados en Efesios como causas que dañan la vida de iglesia.
Todos reconocemos fácilmente que el pecado es dañino, y no necesitamos leer la Biblia para saber que el pecado corrompe. Por eso, cuando leemos lo que las Escrituras dicen acerca del pecado, lo entendemos fácilmente, pues el concepto del pecado forma parte de nuestra mentalidad natural. Sin embargo, decir que las ordenanzas dañan la vida de iglesia más que el pecado, va en contra de nuestro concepto natural. Es posible que los versículos que hablan de las ordenanzas nos impresionen muy poco, pues no corresponden con nada de lo que hay en nuestros conceptos naturales.
¿Cuáles son los factores básicos que dañan la vida de iglesia según se revela en el libro de Efesios? Ya mencionamos que aunque el pecado y la mundanalidad causan daño, ellos no constituyen los factores básicos negativos hallados en este libro. En Efesios se mencionan cuatro categorías de cosas negativas que dañan la vida de iglesia, de las cuales la primera es las ordenanzas. En 2:14 y 15 Pablo declara que Cristo “derribó la pared intermedia de separación, la enemistad, aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas”. La ley de los mandamientos expresados en ordenanzas es una causa de enemistad. Las ordenanzas contienen regulaciones, y las regulaciones son la ley de los mandamientos. Esto da lugar a la enemistad. Hoy en día hay enemistad aun entre los buenos cristianos, los que son espirituales, una enemistad provocada por las ordenanzas relacionadas con ciertas prácticas. Por ejemplo, es posible que haya enemistad entre los que practican el bautismo por inmersión y los que bautizan por aspersión. Estas prácticas tienen sus ordenanzas, las cuales a su vez tienen su ley de mandamientos. Las ordenanzas constituyen la primera categoría básica de las cosas negativas que causan daño a la vida de iglesia.
La segunda categoría es la doctrina. En 4:14 Pablo declara: “Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza”. La palabra “enseñanza” se refiere a la doctrina. Aunque algunos cristianos consideran la doctrina como algo positivo, este versículo indica claramente que ella puede usarse para desviarnos de Cristo. Cualquier doctrina que aleja a las personas de Cristo, aunque sea bíblica, es un viento de enseñanza que aparta a los creyentes de la economía de Dios. Vemos así que se puede usar la doctrina para destruir la vida del Cuerpo. Si deseamos llevar una vida de iglesia adecuada, debemos reconocer que la doctrina ha dañado el Cuerpo de Cristo.
En el capítulo cuatro, Pablo habla del viejo hombre (v. 22), que constituye la tercera categoría de cosas negativas que dañan la iglesia. El viejo hombre pertenece a Adán, quien fue creado por Dios y que cayó a causa del pecado. Debido a que el viejo hombre causa tanto daño a la vida de iglesia, debemos despojarnos de él si queremos experimentar debidamente la vida del Cuerpo.
En 5:27 vemos la cuarta categoría negativa: las manchas y las arrugas. Las manchas están relacionadas con la vida natural, y las arrugas, con la vejez. Tanto las manchas como las arrugas pueden causar serios daños a la vida de iglesia, pueden perjudicarla de manera subjetiva. La iglesia gloriosa que Cristo se presentará a Sí mismo no tendrá mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que será santa y sin defecto.
Posiblemente hayamos leído el libro de Efesios varias veces sin darnos cuenta de que estas cuatro categorías de cosas pueden dañar seriamente la vida de iglesia. Quizás hayamos leído este libro sin prestar atención a las ordenanzas, las doctrinas, el viejo hombre y las manchas y arrugas. Yo mismo había leído Efesios por años, antes de empezar a ver la seriedad que representan estos cuatro elementos con respecto a la vida de iglesia. En este mensaje hablaremos particularmente de las ordenanzas.
Las ordenanzas han sido la principal fuente de división entre los cristianos a través de los siglos. Su origen se remonta hasta la época de Babel. Cuando Dios creó al hombre, Su intención era que la humanidad fuese una sola entidad. Por esta razón El creó solamente un hombre, y no una multitud de hombres. El deseo de Dios era tener un hombre corporativo. Sin embargo, como resultado de Babel, la humanidad fue dividida en naciones, en numerosos pueblos. Entre estas naciones, estos pueblos, existen muchas diferencias. Estas diferencias no sólo existen entre judíos y gentiles de manera general, sino también entre las diferentes nacionalidades, como por ejemplo, entre chinos y japoneses, y entre alemanes y franceses. Estas diferencias han creado divisiones, y las divisiones están relacionadas con las ordenanzas.
Desde la época de Babel, la humanidad ha sido dividida por las ordenanzas relacionadas a la manera de vivir y de adorar. La fuente de esta obra facciosa es la sutileza del enemigo, Satanás. Mediante las ordenanzas, Satanás ha perjudicado la unidad de la humanidad que Dios creó con miras al cumplimiento de Su propósito. Desde la perspectiva humana, es imposible restaurar la unidad del hombre. Aunque existe una organización internacional denominada: Organización de Naciones Unidas, es un hecho que las naciones están lejos de unirse; por el contrario, ellas están divididas a causa de las ordenanzas.
Uno de los elementos principales relacionados con las ordenanzas es el idioma. Como todos sabemos, la división de los pueblos en Babel obedeció a la diferencia de idiomas. Por tanto, un elemento principal de las ordenanzas es el idioma. Si logramos vencer la dificultad relacionada con el idioma, gran parte de nuestro problema respecto a las ordenanzas quedará resuelto.
En el día de Pentecostés, Dios hizo algo muy significativo con respecto al idioma; El salvó y unió a personas de diferentes idiomas. Aquel día se venció la división causada por el idioma, y la iglesia como nuevo hombre llegó a existir. El hecho de que la iglesia sea el nuevo hombre indica que ella es un nuevo género, una nueva humanidad, un nuevo linaje. La vieja humanidad que Dios había creado para Sí mismo se había dividido a causa de las ordenanzas, pero en el día de Pentecostés, la iglesia llegó a existir como nuevo hombre, como una nueva humanidad.
Sin embargo, a lo largo de los siglos se han infiltrado otras ordenanzas que han dividido a los cristianos. En especial, a partir de la época de la Reforma, los cristianos se empezaron a dividir a causa de ordenanzas relacionadas con distintas prácticas. Algunos hicieron del bautismo por inmersión una ordenanza, y basándose en ella, formaron la denominación bautista. Otros hicieron lo mismo con respecto a su creencia en cuanto al presbiterio o pluralidad de ancianos. Con base en la ordenanza relacionada con los ancianos, formaron la denominación presbiteriana. Esto se ha repetido muchas veces. Lo que divide principalmente a los creyentes es las ordenanzas relacionadas con diferentes prácticas religiosas.
Siempre se corre el riesgo de convertir en ordenanza cualquier práctica. Por ejemplo, es posible que hagamos del orar-leer una ordenanza. Aunque consideremos que orar-leer nos beneficia, no deberíamos hacer de ello una ordenanza ni insistir en que otros lo practiquen. Es tan erróneo imponer esta práctica a otros como oponerse a ella. Por mucho suministro de vida que recibamos al orar-leer, no hagamos de ello una ordenanza. Además, no permitamos que nuestra iglesia local se caracterice por el orar-leer. En otras palabras, no insistamos en que todos los que asisten a las reuniones practiquen el orar-leer. Insistir en el orar-leer de esta manera equivale a ser facciosos.
Los cristianos tienden a crear ordenanzas de aquellas prácticas que personalmente les benefician. Por esta razón, existen ordenanzas relacionadas con el lavamiento de los pies y con el hablar en lenguas. Tal vez los que están en pro de hablar en lenguas tiendan a imponer dicha ordenanza, mientras que los que se oponen a ello, a prohibirla. Los cristianos se han dividido por ordenanzas como éstas. Por lo tanto, es de vital importancia que nosotros recibamos a todos los cristianos genuinos y que no nos dejemos dividir por las ordenanzas.
Hay grupos cristianos que adoptan prácticas algo extrañas. En Taiwán, hay un grupo que tiene la práctica peculiar de sacudir las sillas. A menudo en sus reuniones, ellos se arrodillan, y asiéndose de las patas de las sillas, las sacuden. Ellos creen que ésta es la mejor forma de liberarse de la mente natural y de ser llenos del Espíritu. El hecho de que no estemos de acuerdo con esta práctica no nos da derecho a criticarlos. Muchos de los cristianos que forman parte de estos grupos se destacan por predicar de forma prevaleciente el evangelio entre la gente que vive en las montañas de Taiwán. Además, ellos han logrado atraer a muchos profesionales, los cuales han recibido ayuda espiritual. Ciertamente no me opongo a la práctica de menear las sillas, pero sí a cualquier ordenanza que pueda surgir de ello.
Por una parte, vemos el error de las denominaciones; por otra, vemos la verdad acerca del terreno de unidad, o sea, que debe haber una iglesia por ciudad. Tal vez nos reunamos como iglesia en el terreno correcto. No obstante, aunque hayamos visto la verdad en cuanto al terreno de unidad de la iglesia y estemos en pro de ella de una manera definida y práctica, puede ser que todavía tengamos nuestras ordenanzas. Si no abandonamos estas ordenanzas, a la postre tendremos problemas en cuanto a la unidad.
Debemos ejercitarnos para no tener ninguna ordenanza. Sin embargo, tenemos que reconocer que no es fácil deshacernos de ellas. Algunos creyentes tienen ordenanzas acerca de los instrumentos musicales. Conozco una asamblea de los Hermanos que se dividió a causa del uso del piano. Finalmente, se formaron dos grupos, uno que prefería el piano y otro que no. Estos grupos se formaron a causa de las ordenanzas.
En los primeros días de la vida de iglesia en Los Angeles, a algunos santos no les parecía bien que se tocara el pandero en las reuniones. Unos tenían una ordenanza a favor de que se usara el pandero, mientras que otros tenían su ordenanza que se oponía a que se usara. Yo me encontraba en medio de la situación y tenía que combatir ambas clases de ordenanzas a fin de preservar la unidad. A un hermano que se oponía rotundamente al uso de los panderos, le dije: “Dígame, ¿cuál es la diferencia a los ojos de Dios entre tocar el pandero y tocar el piano?” El reconoció que para Dios no había ninguna diferencia, pero en seguida dijo que para él sí la había. Cuando le dije que esta diferencia se debía a su trasfondo, él estuvo de acuerdo, pero siguió oponiéndose al uso de panderos. Finalmente, las ordenanzas relacionadas con los panderos impidieron que algunos santos participasen de la vida de iglesia. Este es sólo uno de los muchos ejemplos que muestran cómo las ordenanzas pueden arruinar la vida de iglesia.
Por el bien de la vida de iglesia, no deberíamos tener ninguna ordenanza en cuanto a cómo reunirnos. Simplemente seamos uno con la iglesia en nuestra localidad, sin importarnos la manera en que se reúna. Sean uno con la iglesia simplemente porque ella es la iglesia. No se opongan a ninguna práctica ni imponga otras. Tanto la imposición como la oposición crean ordenanzas.
El apóstol Pablo entendía claramente lo tocante a las ordenanzas, y conocía la futilidad de debatir sobre si ciertas prácticas eran correctas o no. Durante su época, surgió un debate con respecto a la circuncisión. Sin duda alguna, muchas personas deben de haber dicho que Pablo no actuó conforme a las Escrituras al discontinuar esta práctica. En Gálatas 6:15, Pablo pronunció unas palabras muy significativas en cuanto a esta controversia: “Porque ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación”. Pablo se dio cuenta de que ni la circuncisión ni la incircuncisión tenían algo que ver con la economía de Dios. En cuanto a la economía de Dios, lo único que importa es que seamos la nueva creación en Cristo. Ser una nueva creación equivale a que Cristo se forje a Sí mismo en nuestro ser.
Si aplicamos este principio a nuestra actual situación, vemos que lo crucial no es decidir qué hacer con respecto a la práctica de sacudir sillas, hablar en lenguas, u orar-leer; lo esencial es que Cristo se forje en nosotros y haga Su hogar en nuestros corazones. Como en los tiempos de Pablo, lo único que cuenta es que seamos una nueva creación en Cristo Jesús.
Debemos reconocer el hecho de que Dios usa diferentes maneras para atraer a las personas a Sí mismo. Tal vez algunos critiquen la práctica de hablar en lenguas; sin embargo, muchos creyentes han sido ayudados por ella. Asimismo, a algunos santos en Taiwán les ayudó la práctica de sacudir las sillas. ¿Quiénes somos nosotros para condenarlos por estas prácticas, o para insistir en que las dejen? Si algunos desean hablar en lenguas, no deberíamos impedírselo. Lo mismo es verdad acerca de orar-leer o de cualquier otra práctica, siempre y cuando no sea pecaminosa. La iglesia debe recibir a todos los que creen en Cristo. Sólo así podremos preservar la unidad.
Darse cuenta de que debe de haber una sola iglesia por ciudad es muy bueno, pero no es suficiente. Si no hacemos a un lado nuestras ordenanzas, al final las opiniones y prácticas terminarán por dividirnos. Cristo debe ser nuestra única fuente. No debemos permitir que nada que provenga de nuestro trasfondo o cultura sea nuestra fuente; de lo contrario, introduciremos diversas ordenanzas, conforme a los diversos trasfondos y culturas. Cristo, y no las ordenanzas, es la fuente de la vida de iglesia.
Si no amáramos al Señor, la división no representaría un problema tan grave, pues probablemente cada uno de nosotros estaría distraído con los afanes mundanos. Pero porque amamos al Señor, nos interesa también la Biblia y la verdad contenida en la Biblia. Como resultado de esto, existe la posibilidad de que se susciten disputas doctrinales, las cuales pueden llegar a dividirnos. Si eso llegara a suceder, repetiríamos la historia del fragmentado cristianismo.
En el recobro del Señor debemos salir de cualquier clase de división y regresar a la unidad genuina. Sin embargo, si sólo vemos la base de unidad y pasamos por alto las ordenanzas, nuestra unidad no será segura; antes bien, estaremos en peligro de volvernos sectarios o facciosos. En la vida de iglesia corremos el riesgo de imponer ciertas prácticas sobre los demás. Hacer esto implica que aún tenemos ordenanzas. Las reuniones de la iglesia deben ser generales, sin especializarse en ciertas prácticas. Si alguna persona desea hablar en lenguas, debería sentirse libre de hacerlo; sin embargo, ella no debe tratar de hacer del hablar en lenguas el enfoque de la reunión. Nuestra unidad no consiste en prácticas; nuestra unidad está en Cristo, el cual lo es todo para nosotros. Insistir en ciertas prácticas daña nuestra unidad. Así que, debemos darle libertad a los hermanos y no imponerles ninguna práctica. Así preservaremos la unidad.
Siempre y cuando los creyentes en una localidad amen al Señor y honren el terreno de unidad de la iglesia, debemos ser uno con ellos, y en lugar de imponerles prácticas, debemos ministrarles las riquezas de Cristo. Lo que necesitamos es ser fortalecidos en nuestro hombre interior y ser llenos de las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Entonces, en lugar de intentar corregir o cambiar a los demás, les ministraremos a Cristo. El Espíritu Santo siempre honrará lo que proviene de Cristo. Si les suministramos a Cristo a las personas, el Espíritu honrará esto, y ellas recibirán ayuda. De esta manera, pondremos en práctica la vida de iglesia de manea apropiada y seremos libres del daño que provocan las ordenanzas.